Capítulo 18
Siento a Sebastian detrás de mí, pisándome los talones, lo escucho que me habla, pero lo ignoro y continúo mi camino.
—Mila, por favor, detente —Intenta tomarme del codo, pero me zafo de su agarre con brusquedad, y sigo caminando, después, lo escucho suspirar desalentado—. Pequeña, te lo ruego, por favor, escúchame —suplica, y por un momento siento que me derrite el corazón al llamarte pequeña, pero solo fue un segundo, uno muy breve, porque enseguida la ira ésta de vuelta.
—No te atrevas a llamarme pequeña —gruño sin detenerme y ni siquiera lo miro—. Si no mal recuerdo, ya escuché lo que tenías que decir. —Continúo caminando a toda prisa.
—¡Princesa, ¿qué le hiciste a tu cabello?! —Lo miro de reojo y veo que me mira con tristeza.
—Lo que yo haya hecho con mi cabello, no es asunto tuyo. —Le respondo con clara molestia.
—Sé que debes sentirte molesta conmigo, pero entiende que yo... —dice en tono humilde.
—¡Já ¿molesta?! —Río y niego con evidente sarcasmo—. No tienes idea de como me siento, así que, ¡solo déjame en paz!
—Mila no te ves bien, no deberías estar trabajando en ese lugar, ya tienes suficiente con el ballet para que le agregues una carga más a tu vida. Odiaría saber que enfermaste.
—En realidad no me importa tu opinión. Además, te recuerdo que me dijiste que siguiera mi vida sin ti, eso estoy haciendo. Yo ya no soy tu problema, así que deja de preocuparte por mí y de meterte en mi vida.
—Mila, por favor, detente. —Me agarra con fuerza del brazo, yo lo miro iracunda, después vuelvo a zafarme con brusquedad y sigo caminando.
—No tengo tiempo, tengo que trabajar.
—¿Por qué estás trabajando?
—No tengo porqué, ni quiero responderte. —De pronto me detengo y lo enfrento.
—¿Por qué mejor no me explicas, por qué las fotos que me tomaste están por todo internet?
—¡¿Qué?! ¡¿De qué diablos hablas?! ¿Qué fotos?—pregunta, arrugando el entrecejo, en realidad luce confundido.
Lo conozco, sé que no miente, pero de todas formas no me confío, ni bajo la guardia.
—Hablo, de que ayer en cuanto entré al salón de baile, me encontré con cientos de las tantas fotos que me tomaste en la intimidad, pegadas en las paredes, y de que ahora tengo miles de solicitudes porque todos quieren ser mis amigos por las fotos que ahora son vírales en internet. —Él me mira sorprendido, lo que confirma lo que sospechábamos mis amigas y yo.
—Te juro que no sé nada —Entorno los ojos, cruzo la calle a paso rápido, él viene detrás de mí.
—Me volviste a traicionar, me aseguraste que nadie las vería. ¡Mi hermana puede verlas! —Me giro a gritarle, después retomo mi camino.
Rápidamente atravieso Dante Park, el pequeño parque que está en la calle intermedia entre Lincoln Center y Café Fiorello, Sebastian continúa siguiéndome los pasos.
—Mila, te aseguro que yo no fui quien publicó esas fotos, no me creerás capaz...
—Tampoco te creí capaz de lastimarme y ya ves —digo, alzándome de hombros y arqueando mis cejas con clara ironía.
—Te aseguro que investigaré y...
—¿Qué es lo que tienes que investigar? Los dos sabemos bien quienes fueron las autoras de esto, pero ¿sabes qué? al final me hicieron un favor, ahora los hombres me asedian, tengo tantos partidos para escoger, que me será tan fácil olvidar que alguna vez fuiste parte de mi vida —acoto con tanto desdén del que soy capaz, a la vez que me detengo, me giro, pongo mis manos a modo de jarras y lo desafío con la mirada.
Él también se detiene, y enseguida sus ojos son invadidos por la tristeza, después su rostro se endurece, veo su mandíbula tensarse y sus manos las empuña con fuerza.
—Mila... no... —balbucea, después cierra los ojos en un indiscutible gesto de dolor, yo sigo mi camino—. ¡No! ¡Me niego a aceptarlo! —protesta y de nuevo me sigue. Los dos nos detenemos en la esquina, a esperar que el semáforo de peatones se ponga en siga—. Me lo prometiste, me juraste que nunca me olvidarías.
Yo vuelvo a reír con incredulidad.
—¡Eres un cínico! —siseo—. Tú me prometiste tantas cosas... Me juraste que no dejarías que nada ni nadie nos separaría... —Le recrimino sin poder ocultar mi dolor. Él boquea, intenta decir algo, al final se contiene y aprieta los labios, después niega con la cabeza y cierra sus ojos, a la vez que pasa sus dos manos por su cabello en su peculiar forma de mostrar su frustración.
Yo niego con la cabeza al tiempo que lo miro con decepción, después fijo mi mirada en el semáforo y en cuanto veo que se pone en verde, cruzo la calle; Sebastian vuelve a seguirme.
—Mila, estoy preocupado por ti, supe que estuviste enferma...
¿Enferma? Lo que estuve es sola, sola mientras perdía a mi hijo, por eso lo odio.
Me detengo al llegar a media calle, tomo aire y lo vuelvo a enfrentar con la mirada.
—¿Qué es lo que quieres? Ya olvidaste que me echaste de tu vida, de tu departamento. —Le reprocho, y no puedo evitar sentirme dolida.
—Lo sé, pero necesito que me entiendas —acepta con su típica cara de súplica. Es obvio que está arrepentido, su actitud sumisa lo confirma, solo la usa cuando en verdad la culpa no lo deja en paz.
—Lo único que entiendo es que eres un bastardo, y un hijo de p... —Contengo la palabrota, y vuelvo a caminar; llegamos del otro lado de la avenida.
—Necesito que entiendas que lo hice por ti... —De nuevo me giro y lo interrumpo.
—¡Basta! Deja de repetir que haces esto por mí, me hiciste esto porque eres tan cobarde que no tuviste el valor para defender lo nuestro, para hacerte responsable de... —Guardo silencio cuando veo que me mira completamente confundido. Él seguirá fingiendo que no sabe nada sobre el embarazo, bien, seguiremos fingiendo—. En realidad tú nunca me amaste —declaro sintiendo el rencor bullendo en mis venas e incinerando mi corazón—. Fuiste tú quien decidió que no habría más un nosotros, y... —titubeo porque me cuesta respirar—, y me has lastimado como no tienes idea. Ahora... —Hago otra pequeña pausa para tomar aire porque el nudo en mi garganta, amenaza con ahogarme—. ¡Solo aléjate de mí!
—Pequeña, juro que nunca quise lastimarte.
—¡Deja de llamarme así! —exijo entre dientes—. No quiero volver a verte nunca más.
Él me mira devastado, pero no me importa. A él tampoco le importó cuanto le imploré que no me dejara.
Sebastian deja caer sus hombros, al tiempo que expele en un evidente gesto de derrota.
Vuelvo a caminar hacia el restaurante, que ya está a solo unos metros. De pronto Sebastian me sorprende rodeando mi cintura, me gira hacia él y me aprisiona con fuerza entre sus brazos. Trago duro cuando veo su mirada bailando de mis ojos a mis labios.
Nuestros cuerpos se reencuentran en un cálido abrazo, mi rostro está a solo a unos cuantos centímetros del suyo y respiro de su aliento. Inmediatamente me encuentro hechizada por su mirada de cielo, y por su sensual perfume. Mi cuerpo reacciona de inmediato a su toque, los poros de mi piel se erizan por completo, siento mis mejillas completamente arreboladas, mi respiración se acelera y mi corazón late a mil por hora. Y cómo esa primera vez en el avión, ruego porque él no sé de cuenta de cuanto me descontrola su cercanía.
¡Reacciona Mila, no seas estúpida! ¡No permitas que vuelva a envolverte con sus encantos! —maldigo en pensamientos e inmediatamente comienzo a forcejear para zafarme de su embrujo.
—¡¿Cómo te atreves? Suéltame! —Le exijo a la vez que golpeo su pecho con mis puños, pero él no afloja su agarre, al contrario, mientras que con uno de sus brazos me aprisiona rodeando mi cintura, con su otra mano acaricia mi mejilla, después recarga su frente en la mía, a la vez que me mira con verdadero anhelo.
—¡Maldita sea, Mila, ¿no te das cuenta de cuánto te extraño?!
Aunque no lo creas, es así —declara, mirándome con verdadero dolor.
—No entiendo qué es lo que pretendes con todo esto —Le reclamo, mientras sigo forcejeando, y evito verlo a los ojos para no permitirle que traspase mis defensas—. ¡Basta, Sebastian, suéltame! No tienes ningún derecho a tocarme.
—Tienes razón —admite con voz abatida a la vez que me suelta, enseguida siento que mi cuerpo lo extraña—, no tengo ningún derecho. Yo mismo no sé qué hago aquí —declara con su mirada llena de incertidumbre, después baja su rostro—. Perdóname, no era mi intención molestarte, yo solo... yo solo necesitaba asegurarme de qué estabas bien.
¿Bien?
¿Solo quería saber que estoy bien?
¡Maldito Bastardo!
Quiero gritarle tantas cosas, quisiera decirle que no estoy bien, que me rompió el corazón, que me rompió el alma. Después recapacito y pienso que sería mejor decirle que estoy mejor que nunca, que su abandono no me mató; al final prefiero no responderle, temo que mi corazón y las palabras me traicionen.
Le dedico una mirada de odio, después me giro y corro hacia el restaurante.
Hoy es mi cuarto día trabajando en Café Fiorello, y ha sido un día horrible. Primero un grupo de muchachos que tratan de sobrepasarse conmigo, pero gracias a otro cliente, el señor de la mesa de a lado que sale a mi defensa, dejan de molestarme. Luego Maddie y Theresa, que casualmente hoy deciden comer ahí, y no hacen otra cosa más que molestarme, hasta que me harto y le pido a un compañero que las atienda él. Para colmo, se aparece a quien menos esperaba ver por aquí.
—¡Mila por Dios ¿qué es lo que haces aquí! ¡Sabes que no necesitas trabajar! —Me sorprende mi madre cuando estoy tomando un pedido, en una de las mesas de afuera—. Ya es hora de que regreses a la casa y dejes de hacer tonterías.
Yo trato de ignorarla y sigo apuntando la orden, pero continúa hablándome, consiguiendo que los clientes le presten más atención a ella, que a mí.
—Mila, te estoy hablando...
—Por favor discúlpenme, ahora regreso —Les digo a los clientes, después camino hacia dentro del local, mi madre viene detrás de mí.
—Mila deja de ignorarme o te armaré un escándalo —amenaza, de inmediato me giro a enfrentarla.
—¿Qué es lo que haces aquí? —inquiero, mirándola con rencor—. Vete, no quiero verte —asevero, después continúo yendo y viniendo por el lugar, pero ella me sigue a donde voy.
—Solo quería ver con mis propios ojos lo que me informaron, no podía creerlo.
—Si ya terminaste, ya puedes largarte.
—No, no he terminado, no puedo creer que hayas caído tan bajo, que te comportes como una zorra, mira no más esa facha. —Ahí está de nuevo, descalificando mi imagen, yo pongo los ojos en blanco sin poder ocultar mi fastidio—. ¿Cómo permitiste que te tomaran esas fotografías? —recrimina alzando la voz, sin importarle que nos escuchen.
—Amy, ¿podrías tomar la orden de la mesa dos por favor? —Le pido a una compañera que pasa por mi lado, ella acepta con un movimiento de cabeza, después me giro hacia mi madre, la tomo del brazo y la llevo hacia la salida.
—Esas fotos eran privadas y alguien las robó, yo no hice nada malo, pero no tengo porqué darte explicaciones. Ahora vete, no entiendo cómo tienes la desfachatez de venir a buscarme.
—¿Mila Davis? Nos interrumpe una voz masculina. —Un hombre joven, bastante guapo y elegante, rubio, de ojos verdes.
—¿Sí? —Lo miro intrigada, mi madre lo analiza de arriba abajo.
—Soy Henry de Aysa, Cazatalentos —se presenta a la vez que me ofrece su mano, yo la tomo un tanto dudosa—. Vengo a buscarte porque te tengo una propuesta para que modeles lencería fina de una conocida marca.
—No, ella no acepta —dictamina mi madre.
¿Qué le pasa a mi madre?, acaso todavía no entiende que no haré más lo que ella quiera.
En realidad no pienso aceptar, pero voy a demostrarle que no seguiré sometiéndome a sus caprichos.
—Te aseguro que la paga, es mucho más de lo que ganarías en este lugar, trabajando diez años.
—Claro que sí, acepto —declaro, tratando de parecer lo más convincente posible.
Bueno, también el dinero es un aliciente, al menos así tendré por un tiempo para pagar los servicios de la casa y mis gastos personales, sin tener que dejar el ballet.
—Mila, no puedes arruinar tu carrera de bailarina por unas fotografías en ropa interior.
—La decisión es mía, no tuya, además, tú me orillaste a esto —Le recuerdo y ella me mira exagerando su gesto de confusión—. Por cierto, no creas que me quedaré tan tranquila, te demandaré por robo y abuso de confianza —Ella boquea como un pez fuera del agua.
—Te dejo mi tarjeta —El hombre me entrega su tarjeta, pero apenas la tomo, mi madre me la arrebata.
—No, no aceptarás —Vuelve a advertir, y quisiera tener el poder de desaparecerla con la mirada.
El hombre sin tomar en cuenta a mi madre, vuelve a entregarme otra tarjeta, ella intenta arrebatármela de nuevo, pero esta vez soy más rápida y la tomo con fuerza a la vez que la miro desafiante, después la guardo en el bolsillo del mandil.
—¿Cuándo podrías vernos para una reunión?
—Mañana, a esta hora —respondo con seguridad.
—Perfecto, te espero. El diseñador está ansioso por conocerte y tenerte en su campaña.
—Ahí estaré —certifico.
El hombre vuelve a darme un apretón de manos, después sale del restaurante.
—Mila no estoy de acuerdo.
—No me interesa tu opinión, ahora vete, que no quiero volver a verte.
—Bueno, al menos déjame hacerme cargo del contrato, yo sé qué es lo que más te conviene —dice con total desvergüenza, no puedo evitar reír a carcajadas con su risible propuesta.
—Lo que más me conviene, es estar lo más lejos posible de ti. ¡Adiós! —Doy media vuelta y la dejo hablando sola.
—¡Mila! ¡Mila...! —vocifera, haciéndose notar.
Continúo hasta la cocina, sin importarme sus gritos, ni el escándalo que intenta armar para llamar mi atención.
Al llegar a casa, encuentro a Sarah aún despierta, está sentada en la sala, además, de nuevo un enorme plato de comida espera por mí en la mesa.
—¿Qué haces despierta? —Dejo mi bolso y mi chaqueta en el perchero, después me siento en el banco de la entrada para quitarme los zapatos.
—Te esperaba —dice mi amiga, que se levanta del sofá, se cierra la bata y viene hacia el comedor.
—¿Qué pasa? —pregunto mirándola intrigada, también yendo al comedor.
—Nada, solo te esperaba para acompañarte a cenar —comenta, intentando parecer amable, pero siento un dejo de hostilidad en su expresión.
Ella toma el plato con mi cena, lo lleva a la cocina y lo introduce al microondas, después abre el refrigerador y me sirve un enorme vaso de leche.
Yo la observo con desconfianza, analizando cada uno de sus movimientos.
—¿Quieres acompañarme a cenar o quieres asegurarte de que lo haga?
—Ambas cosas —acepta, depositando el plato y el vaso de leche en la mesa, después se sienta y con una seña, me ordena que también lo haga.
—Agradezco tu preocupación, pero ¿no crees que ya estoy bastante grandecita como para cuidar de mí misma?
—No es lo que veo —señala cruzándose de brazos en actitud desafiante.
—Si crees que me estoy saltando las comidas, estás equivocada. —Me siento y comienzo cortando un pequeño trozo del emparedado de pavo—, ni he vomitado —aseguro antes de llevarme el trozo a la boca—. Incluso he estado comiendo pizza estos días porque es lo único que me da tiempo.
—Pues no es lo que tú peso demuestra, cada vez estás más delgada. ¡Ve no más esa falda, no sé te cae porque la sostienes con el cinto, sino...!
—Tienes razón, he bajado de peso, pero te juro que no me he saltado ni una comida, ni he vomitado, si es lo que crees —Me recargo sobre mi codo, y continúo comiendo muy lentamente, realmente me siento agotada.
Creo que Sarah por fin me cree porque suspira derrotada.
—Mila, por favor, deja ese trabajo —lloriquea—, no te das cuenta de qué te está desgastando.
—Sí, lo sé, creo que nunca me había sentido tan exhausta, pero tampoco antes había dormido tan bien.
—Estás haciendo esto para evadirte, ¿cierto? No quieres pensar...
—No quiero pensar en nada, y esto me está resultando —confieso, mientras vuelvo a cortar un trozo, ahora más pequeño. Ella niega con la cabeza y me mira con desaprobación.
—Lo único que conseguirás, es que enfermarás y no puedes darte ese lujo.
—Sebastian me dijo lo mismo —Sarah abre grande sus ojos—. Fue a buscarme al teatro.
—¿Y? ¿Se reconciliaron? —pregunta entusiasmada, yo ni siquiera la miro, sigo con la mirada perdida en la misión imposible en la que se ha convertido cada alimento—. Obvio no estarías aquí, si así hubiera sido, ¿cierto?
—Él nunca me pidió perdón ni que volviéramos —declaro con dolor—, pero aunque lo hubiera hecho, no creo que pueda perdonarlo.
—¿Entonces? ¿Para qué fue a buscarte?
—Solo quería asegurarse de que estaba bien —digo, enarcando las cejas y entornando los ojos, después respiro profundo—. ¿Tú crees? —Dejo salir una risa sarcástica—. ¿Bien? ¿Tú crees que él me creyó que estoy bien?
—No, Mila, por supuesto que no te creyó, es evidente que no lo estás. Creo que no te has dado cuenta, pero estás en los huesos, y eso es lo que has ganado con ese bendito trabajo.
—Lo dejaré, me ofrecieron uno más redituable. —Le cuento con media sonrisa, pues aunque me parece un mejor trabajo, estoy aceptando algo que siempre dije que jamás aceptaría.
No cabe duda, que ambas palabras «Siempre y Jamás», son palabras que no deberíamos usar.
—¿Ah sí?
—Sí, me ofrecieron posar para una famosa marca de lencería.
—¡¿Qué?!
—Sí, ya sé no debí aceptar, pero hubieras visto la cara de mi madre cuando lo hice, era todo un poema, realmente disfruté desafiándola —confieso con una sonrisa traviesa.
Sarah me mira confundida.
—Espera, detente. Primero, me parece genial que hayas aceptado, es solo que nunca creí que tú podrías aceptar algo así, sabes que yo lo haría sin pensarlo. Pero explícame, ¿cómo está eso de tu madre?
—Ella fue a buscarme al restaurante...
—¡¿Pero cómo se atreve?! —inquiere molesta, yo me alzo de hombros.
—Tampoco entiendo cómo es que se atrevió
—Bueno, realmente no es de sorprenderse que tú madre no tenga un poco de vergüenza. —ironiza, y yo acepto con un movimiento de cabeza, después bebo un poco de la leche—. Vaya que tuviste un día agitado.
—Créeme, lo fue —manifiesto exagerando mi gesto de angustia.
—Bueno, ¿entonces?
—Bueno, pues intentaba deshacerme de ella, cuando Henry, así se llama el representante —aclaro—, llegó, se presentó y me propuso lo de posar en ropa interior. Por supuesto a ella por poco se le salen los ojos e inmediatamente dijo que no, pero casi se desmaya cuando la contradije frente al hombre y acepté. —Le cuento complacida.
—Me hubiera gustado ver eso —expresa mi amiga entre risas.
Yo también río, pero mi sonrisa se desvanece de inmediato, al recordar la escena con Sebastian, rodeándome con sus manos, tan cerca de mí, mirándome como lo hizo.
Sarah parece notarlo, porque me mira con lástima.
—¿Qué sentiste de volver a verlo? —En respuesta me alzo de hombros, mientras miro mi cena con nostalgia—. Todavía lo extrañas —declara como una afirmación.
No niego ni afirmo, ni siquiera la miro, solo siento las lágrimas anidándose en mi garganta; tomo un poco de leche para intentar tragármelas.
—No lo sé, o bueno sí lo sé. Sí, lo extraño, mucho, pero también lo odio, lo quiero lejos de mí, y me enoja no poder controlar esto que siento por él, no poder demostrarle mi desprecio.
—Te cuesta porque en verdad no lo odias ni lo desprecias, porque si de verdad sintieras eso por él, no te costaría nada demostrárselo.
Tomo un profundo respiro, y continúo con mi cena.
—Mila... por qué no aclaras con Sebastian sus diferencias, no te das cuenta de que la que más está sufriendo eres tú.
—Sarah, dime qué es lo que hay que aclarar, él dejó muy claro que no me quiere a su lado, que ya no me ama... —alego con verdadero dolor, conteniendo las inmensas ganas de gritar, de llorar.
—Pero tú sabes que eso no es cierto, sabes bien que él sí te ama.
—Ya no lo sé, solo sé que él me echó de su lado cuando más lo necesitaba y que nunca podré perdonarlo. Además, te lo repito, él no fue a pedirme perdón ni a pedirme que volviera con él.
Sarah suspira derrotada.
—De verdad que no los entiendo, los dos se mueren sin el otro, pero se empeñan en estar separados.
—¿Los dos? ¿Por qué dices eso? ¿Has hablado con él? —La cuestiono y ella evade mi mirada—. Sarah, por favor, explícame —exijo, ella respira profundo antes de responder.
—Hace dos días lo encontré afuera de la compañía, me acerqué a preguntarle qué hacía ahí, quería exigirle que te dejara en paz, que si te dejó ir, respetará la decisión que él mismo había tomado. —Me muero por preguntarle qué le respondió, pero me contengo para no hacerlo—. Sebastian me dijo que ya no estaba tan seguro de esa decisión, que te extrañaba mucho, que cada segundo que pasaba sin ti, sentía morir, y que solo quería verte, aunque fuera de lejos. Estoy segura de que fue sincero, Mila, lo vi llorar. —Sarah me cuenta y siento mis ojos también llenarse de lágrimas—. Le dije que te lo dijera, que te buscara y te pidiera perdón, pero me dijo que no podía, que sabía que nadie lo entendería, pero que no podía volver contigo.
Su declaración me causa aún más dolor, pero también me hace rabiar y no me permito llorar, así que de nuevo me trago cada una de las lágrimas que siento formando un nudo en mi garganta.
—Entonces le exigí que te dejara en paz y me dijo...
—Por favor. —No la dejo continuar—, no me digas más, ya no quiero saber más de él—. Mejor ve a la cama, debes descansar.
Ella asiente compresiva pero no se levanta, a cambio mira mi cena, indicándome que no la he terminado.
—La terminaré, lo prometo.
—Ok, me iré a dormir —dice en medio de un bostezo—. Tú también debes descansar, así que termina pronto con esa comida para que vayas a la cama.
—Así lo haré —aseguro antes de morder de nuevo mi emparedado.
Sarah va a su recámara, yo saco mi iPad del bolso e intento leer mientras termino mi cena. Digo intento, porque por más que me concentro en la lectura, Sebastian, su rostro, aparece en cada palabra y línea que leo, tengo que leer cada renglón unas cinco veces.
Estoy en la sala de espera de las oficinas de Henry, y me siento muy nerviosa. Aún no entiendo por qué acepté hacer esto. O bueno, sí sé por qué lo hice, por llevarle la contra a mi madre y demostrarle que no puede seguir controlando mi vida; aunque todavía puedo echarme atrás.
—Señorita Davis, el Sr. Henry la recibirá, pase por favor —indica la joven y exuberante secretaria del agente.
Tan nerviosa me siento que apenas musito un gracias, después entro al despacho de Henry, quien al verme, se pone de pie.
—Pasa Mila, por favor, toma asiento —dice, indicándome la silla frente a su escritorio.
Me siento frente a él, y enseguida comienza a explicarme de que trata el contrato, me dice que tendré que hacer varias sesiones de fotos, cuánto será el pago y que algunas locaciones serían en un paradisiaco lugar.
Quieren que sea la imagen de la marca, pues gracias a las fotos que Sebastian me tomó usando algunas de sus prendas y la popularidad que tuvieron, el diseñador insiste en que sea yo y nadie más, quien represente su marca, lo que en verdad me halaga. Sentimiento que pocas veces he sentido, Sebastian era uno de los que más me lo hacía sentir.
¡Mila, por Dios, de nuevo lo estás pensando!
—Yo no puedo ausentarme. Estamos por estrenar puesta en escena. —Le aclaro. En cierta forma me estoy auto boicoteando, buscando excusas para desistir de aceptar este contrato.
—¿Sábado y domingo? —propone Henry, y yo lo miro mortificada—. Te prometo que no te entretendremos más tiempo. El diseñador sabe de tu dedicación al ballet y no quiere que eso sea un impedimento, así que las sesiones que se hagan aquí en New York, tú podrás elegir el horario, nosotros nos adaptaremos a ellos, solo es cosa de ponernos de acuerdo para tener todo listo.
—Podría muy temprano o muy tarde, y me gustaría que mi abogado revisara el contrato —declaro, poniendo aún más impedimentos.
Al final Henry estuvo en la mayor disposición con mis horarios y no puso objeción en que Marc revisara el contrato, así que no pude negarme. Yo pensé que si no llegábamos a un acuerdo, ese sería el mejor pretexto para hacerlo, para no aceptarlo, pero eso no sucedió; ahora debo renunciar a mi trabajo en Café Fiorello.
Estoy en mi última noche trabajando en el restaurante, y ya estoy más que exhausta. Esta semana ha sido muy pesada para mí, bailando sin parar, trabajando a la hora del almuerzo y al final del día, y sin mucho tiempo para comer, que aunque no me he saltado ninguna comida, no siempre me da tiempo para terminarla.
Ya casi es media noche, voy a atender mi última mesa en el área al aire libre y me encuentro con un conocido rostro.
—¿Matt? ¿Qué haces aquí?
—Vine a ver a la famosa bailarina, mesera y ahora modelo. —Me guiña un ojo, luego se levanta de la mesa, y me da un fuerte abrazo.
Justo en ese instante veo a Sebastian observándonos desde la acera de enfrente, me mira tan intensamente, que siento sus ojos a solo unos centímetros de los míos, y por su cara, sé que quiere matar a mi amigo.
Bajo la mirada y trato de ignorarlo.
—¿Cómo has estado? —pregunta Matt, intentando captar mi atención.
—Ocupada, pero y tú ¿no deberías estar en Londres?
—Vine a verte, sé que no la estás pasando bien. —Miro de nuevo hacia la calle de enfrente mientras trato de escuchar a Matt, pero Sebastian ya no está ahí.
—Te contó Olivia —afirmo, y él asiente—. No puedo quedarme a platicar, estoy trabajando pero ya casi salgo, ¿te sirvo algo?
—Una cerveza estaría bien, mientras me la tomo, espero a que termines para acompañarte a casa.
—Bien, sale una cerveza bien fría para la mesa cinco.
Mathew se toma su cerveza mientras espera a que termine mi turno. Después, me acompaña al departamento de Sarah, que en metro, no está muy lejos.
—Pasa —digo, indicándole el camino.
—No, ya es tarde, tú tienes ensayos y debes levantarte temprano, pero mañana, espero que sí aceptes cenar conmigo —pregunta con una pequeña sonrisa, pero noto un poco de precaución en su mirada.
—Claro que sí, cenaré contigo —acepto sin pensarlo, e instantáneamente la sonrisa de Matt se amplía hasta sus ojos.
—Gracias Mila, te prometo que la pasaremos bien.
—No es necesario que me prometas nada, siempre la paso muy bien contigo. —Él hace un gesto doloroso, después me mira arrepentido y baja su rostro mostrándose avergonzado.
—La última vez que nos vimos no fue así, aún te debo una disculpa por mi comportamiento de esa noche.
—No sé de qué hablas —digo guiñándole un ojo—. Yo ya olvidé esa noche.
Matt sonríe agradecido y sin previo aviso me aprisiona entre sus brazos.
—Gracias Mila, no sé qué haría si no me perdonaras —declara con voz desesperada, mientras besa mi cabello de forma fraternal.
—Matt, tú y yo siempre seremos amigos, nunca habrá nada que no pueda perdonarte.
Matt toma mi rostro entre sus manos, su mirada va de mis ojos a mis labios, y por un segundo creo que me besará. Sin poder evitarlo, me tenso al instante y lo miro mortificada; él asiente con tristeza, besa mi mejilla, fuerza una sonrisa y después se va, dejándome sintiéndome muy mal por él.
Sé que podría usarlo para olvidarme de Sebastian, pero odiaría lastimarlo como me lastimaron a mí
Por fin es sábado, y aunque tengo ensayo, hoy pude levantarme un poco más tarde, pero estoy tan cansada que me cuesta salir de la cama. Me doy una ducha de agua fría para despertar de una vez, desayuno algo rápido, después corro a la escuela.
Cuando llego a la compañía, Jonathan ya me espera y pasamos el día entero ensayando mis solos de Julieta, solo paramos para comer algo y descansar un poco.
—Mila, no te veo bien. Luces agotada y estás muy delgada —dice Jonathan preocupado, mientras comemos.
—Sé, que no luzco muy bien, y sí, estoy cansada, pero es porque he tenido que buscar un trabajo.
—Pero tu padre tiene dinero, ¿no? —menciona confundido, es claro que le cuesta entender mi posición.
—Sí, lo tiene, pero yo no quiero nada de ellos. Me salí de mi casa y no pienso volver.
—¿Por qué no? Mila, son tus padres. —Odio hablar de mis padres, pero siento que puedo confiar en Jonathan.
—Es más una cuestión de dignidad, quiero demostrarles que puedo salir adelante por mí misma, y que no necesito de ellos ni de su dinero.
—Más que una cuestión de dignidad, creo que es un cuestión de orgullo —señala con severidad.
—Jonathan, no he pasado tiempo con mi padre desde hace mucho tiempo, y mi madre no me quiere, me ha hecho algo que me ha lastimado profundamente. Perdóname, pero no puedo contarte más —explico, intentando que se ponga en mi lugar.
—Ok, entiendo la parte de tus padres, pero creo que debes de encontrar la manera de alimentarte correctamente, incluso, si es necesario que pares para comer entre clases, puedo hacer una excepción contigo, pero si sigues así, a ese ritmo, no tendrás más fuerzas para bailar.
—Gracias, pero no será necesario. Ya conseguí un trabajo más redituable, y no es tan demandante físicamente.
—¿Ah sí? —pregunta intrigado.
—Sí, modelaré para una conocida marca de lencería fina. Solo espero que la compañía no tenga problema con eso.
—¿De verdad? Muchas felicidades, Mila, si alguien se merece esta oportunidad eres tú. Eres preciosa, tienes unos ojos de impacto y un cuerpo hermoso, aunque creo que estás muy delgada para mi gusto, pero tienes un porte que cualquier bailarina o modelo envidiarían. —Jonathan me halaga y me hace sonreír con sus palabras, sé que él raramente miente, pero también sé del cariño que me tiene, así que no creo que su opinión sea muy objetiva—. Con respecto a la compañía, no creo que haya ningún problema, pero no está de más que lo platiques con Peter.
—Gracias Jonathan, pero creo que exageras solo porque me quieres.
—Claro que te quiero, mi niña, si eres la más pequeña que ha llegado, eres tan noble y pones el corazón en cada baile, es difícil no admirarte. Pero además sabes que no miento, si te digo que eres hermosa es porque es cierto.
—De verdad Jonathan, yo no sé qué sería de mí sin mis profesores, gracias a ustedes he aprendido todo lo que sé y he logrado todo lo que soy, ustedes son mi verdadera familia. Sin temor a mentir, puedo asegurar que he pasado mucho más tiempo con ustedes, que con mis propios padres en toda mi vida.
—Estoy seguro de que tus padres también te quieren, solo que no saben demostrártelo.
—No lo sé, tal vez mi padre me quiera un poco, pero mi madre... Ya no quiero seguir esperando por un poco de su cariño —sentencio con rencor y ya ni siquiera siento ganas de llorar al hablar de ello.
Jonathan me mira con lástima, y como ya no quiero ser objeto de compasión, ni quiero seguir hablando del tema, me levanto y me disculpo para ir al baño.
A las cinco de la tarde, Jonathan me envía a casa y llego directo a la ducha, quedé de ir con Matt a cenar y aunque no tengo ganas de salir, no puedo negarme cuando él vino desde Londres solo para verme.
Me arreglo un poco, dejo mi cabello suelto para que se seque solo, después me acuesto un rato a leer mientras que se acerca la hora en la que Matt vendrá a recogerme. No pasa mucho tiempo antes de que el cansancio me vence y caigo en un sueño profundo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top