Capítulo 13

Llego a casa sin poder ocultar mi felicidad, es tan evidente, que mi madre al verme entrar, lo nota enseguida.

—¿De dónde vienes tan contenta? —Sigo de largo sin responderle. No entiendo cómo se atreve siquiera a dirigirme la palabra—. No me digas que volviste con ese chico, porque si es así...

—¡¿Qué?! —Me giro a enfrentarla—. ¿Le exigirás que te devuelva el dinero que le ofreciste?

—Te lo dijo —asevera, levantando una de sus cejas en señal de suspicacia. No respondo, solo pongo mis manos a modo de jarras y la miro desafiante—. ¿Qué más te dijo? —indaga, pero noto precaución en sus palabras.

—Lo suficiente como para saber que los dos son basura —digo con rencor.

Ella lejos de molestarse, sonríe complacida.

—Bien, agradéceme que te abrí los ojos. Ya viste que ese chico realmente no te amaba y que no vale nada —puntualiza, y en verdad me lastima con su comentario, pero me trago las lágrimas que siento que se arremolinan en mi garganta.

—¿Sabes qué? Tienes razón, tengo mucho que agradecerte —concedo con exagerada ironía en mi voz—. Hace mucho que ya me había dado cuenta, sé que haga lo que haga, jamás tendré tu aprobación y tu cariño. Pero ahora, «gracias a ti» —recalco con sarcasmo—, me doy cuenta de lo despreciable que eres, que tampoco vales nada y que no merezco una madre como tú. Ahora más que nunca, estoy decidida a librarme de ti y de tu control. —Le grito a la cara, y con verdadero regocijo, veo como su rostro que antes mostraba un gesto de satisfacción, se desfigura en uno de terror.

—¿Qué...? Mila... —balbucea.

No la dejo decir más, doy media vuelta y subo corriendo las escaleras.

—¡Mila, espera! ¡Mila, ¿qué quisiste decir?! —grita histérica, pero no me detengo.

Entro a mi habitación y veo que ya está ordenada, no hay más cosas regadas por todos lados. Voy directo al vestidor, Romeo al verme, salta de la cama y me sigue.

—Hola, pequeñín. —Acaricio su cabeza, mientras él se frota contra mi pierna—. Tengo buenas noticias, Romeo. Ahora seremos tres. —Le cuento, sintiéndome feliz, y no sé si me entiende, pero quiero creer que sí, porque él ronronea en respuesta y me parece que se pone contento.

Bajo las maletas de la parte superior del closet y sin ningún cuidado, comienzo a empacar algunas de mis cosas. Dudo en si también empacar mis prendas de ballet, pero al final, echo cuanto puedo de ellas, pues espero poder seguir bailando mientras mi embarazo me lo permita. Y no, no lo haré por darle gusto a mi madre, lo haré porque quiero y porque en verdad amo bailar.

Al final empaco tres enormes maletas con lo más indispensable, y en mi bolso, guardo todo el dinero de mis mesadas, que no gastaba, y ahorraba en una pequeña caja de zapatos que escondía bajo un cajón. No es mucho, pero creo que con eso podré sobrevivir algunos meses o al menos mientras encuentro un empleo. Incluso se me ocurre, que tal vez, cuando ya no pueda bailar, podría dar clases de ballet a niñas pequeñas.

Tocan a la puerta y desde afuera me dice la doméstica que me trae la comida. La dejo pasar y le pido que ponga la charola sobre la cama.

—Gracias, ¿eh...? ¿Cómo te llamas? —pregunto, tratando de ser amable con la chica.

—Vanessa. Me llamo Vanessa, pero su madre me dice María —responde, con actitud humilde.

—Vanessa, ¿podrías decirme qué hicieron con las cosas que había regadas por toda la habitación?

—Su ropa, la guardé en el armario, las fotos y demás cosas, las guardé en esa caja —dice, señalando una caja en un rincón de la habitación.

—Está bien, gracias. —Ella va hacia la puerta—. Vanessa. —Le hablo antes de que salga—, quiero pedirte un favor.

—Dígame señorita.

—No le digas a mi madre que me viste haciendo maletas.

—Como usted diga, señorita.

—Gracias.

Ella hace una pequeña reverencia, después sale cerrando la puerta detrás de sí.

—Bien, hora de alimentar a este bebé —digo, tocando mi vientre aún plano.

Me siento en la cama y comienzo con un poco del zumo de frutas, después continúo con la sopa. Mientras como, observo fijamente mi teléfono en espera de una señal de Sebastian, pero no la recibo. Supongo que aún sigue en el acto académico y que no ha visto mi mensaje.

Me lleva mucho tiempo acabar con mi almuerzo, demasiadas calorías para mi gusto, pero parece que a mi bebé le gusta, porque lo devoro todo sin remordimiento alguno, y no dejo ni un trozo de comida, ni una gota del zumo de frutas.

Después, sintiéndome ansiosa, comienzo a caminar de un a lado a otro por toda la habitación. Quiero que ya llegue Sasha para poder irme de esta casa. Además, aún no tengo respuesta de Sebastian y eso en verdad me hace sentir desesperada.

Diablos, ¿por qué no puedo sacarte de mi cabeza, Sebastian?

No puedo creer que ni tu hijo te conmueva. —Le digo, con el pensamiento.

No, seguramente no ha llegado a casa y aún no ha visto lo que le dejé —me respondo yo sola, tratando de justificarlo, porque en el fondo aún tengo esperanzas de que me llame.

Dios, y si en verdad no quiere saber más de nosotros, de ti. —Le expreso a mi reflejo, y de nuevo mis ojos se inundan de lágrimas; esta vez tampoco les permito derramarse.

No, no quiero llorar y no voy a llorar, él no lo merece.

De pronto comienzo a sentir el estómago revuelto, y creyendo que ya me mareé de tanto dar vueltas, me siento en la cama.

Romeo pareciera darse cuenta de mi estado de abatimiento, porque sube a la cama de un salto, después a mi regazo y comienza a frotarse contra mí, como si quisiera reconfortarme.

—Nos echaron, Romeo —exclamo con tristeza, acariciando su suave pelaje—. Sebastian nos echó de su apartamento y de su vida. No lo tomes personal, él nunca quiso tener hijos —suspiro con nostalgia.

De pronto caigo en la cuenta de algo. Dejo a Romeo sobre la cama, me levanto de un salto y voy por mi bolso. Regreso a la cama y lo vacío sobre ella. El sobre que contiene el contrato del Royal Ballet ahora está abierto, cuando antes estaba cerrado.

No hay duda, Sebastian sí hurgó en mi bolso esa mañana que lo encontré con él en sus manos y seguramente también vio el recibo de los análisis de laboratorio de la prueba de embarazo, que también guardaba ahí.

—Ahora lo entiendo todo. ¡Eres un maldito cobarde, Sebastian! —Y ahora sí estoy llorando, pero de rabia—. ¿Cómo pudiste hacernos esto? —Me recuesto de lado y me aferro fuerte a la almohada—. ¿Con quién estuve todo este tiempo? No puedo creer que haya sido tan estúpida como para enamorarme de ti. —Lloro a la vez que río con incredulidad—. No, Sebastian, nunca podré perdonarte, nunca. —Le digo a Sebastian, pero Romeo es el único que puede escucharme, y no parece importarle mucho, porque está concentrado jugando con mi cabello.

Aún no sé cómo haré para sacarte de mis pensamientos, pero lo lograré, Sebastian. Lo voy hacer.

Creo que ya no hay mucho que pensar, ni nada que esperar, si él ya supone lo de mi embarazo y por eso nos dejó, el que se lo confirme, no hará ninguna diferencia.

—No te preocupes, mi chiquito, yo te amaré por los dos, y no sé si seré la mejor madre del mundo, pero te prometo que lo intentaré, y ya verás que podremos salir adelante, tú y yo solos. —Le hablo a mí bebé, tratando de trasmitirle amor y seguridad.

Una hora más tarde, Sasha sigue sin llegar del colegio, lo que es extraño porque debió hacerlo hace un par de horas.

Le envío un mensaje preguntándole si vendrá a casa y enseguida me responde, diciéndome que acababa de hablar con mamá y que le dijo que ya iba por ella. Cálculo que en media hora estará en casa y podré despedirme de ella, e irme de una vez por todas.

Repentinamente, una fuerte contracción en el vientre me hace retorcer de dolor. Me pongo de pie como puedo y camino hacia la puerta para pedir ayuda, pero me doy cuenta de que también estoy sangrando, cuando siento húmeda la entrepierna de mis jeans y al palpar, mis manos se tiñen de rojo.

Angustiada, miro a la cama, y hay pequeñas gotas de sangre por todos lados, y un hilo corre por mis piernas, manchando también la alfombra.

El sueño de la pequeña Rose, está sucediendo —pienso con terror, a la vez que comienzo a temblar y la incertidumbre inunda mis ojos de lágrimas.

—No, mi bebé, no —chillo, abrazándome con fuerza a mi vientre, como si con eso lo protegiera.

Un insoportable dolor me hace caer al suelo, y me impide que pueda levantarme, desesperada, comienzo a gritar por ayuda.

—Por favor... por favor..., ayúdenme —suplico, con la voz entrecortada por el dolor y los sollozos—. ¡Alguien ayúdeme! —grito, con las pocas fuerzas que siento que me quedan, pero nadie responde.

Intento levantarme e ir a la puerta; de pronto, esta se abre de golpe. Es mi madre, que curiosamente no ha ido por Sasha y no se sorprende de verme así—. Madre, por favor ayúdame —ruego desesperada—. Mi bebé, algo está mal con mi bebé. —Le explico, con evidente dolor, pero ella permanece impasible, solo me mira desde arriba y no hace el mínimo intento por ayudarme.

—Te lo advertí —menciona, con gesto de superioridad—. ¿Viste como sí puedo obligarte? Ni cuenta te diste que el zumo de frutas contenía una sustancia que induce el aborto —confiesa, sin remordimiento alguno.

Con los ojos inundados de lágrimas, la miro con impotencia. Mi propia madre asesinando a mi hijo. De nuevo siento que están abusando de mí, que de nuevo estoy siendo ultrajada.

—Por favor, madre, ayúdame, ayuda a mi bebé. —Doblegando mi orgullo, imploro por mi hijo, esperando que se apiade de nosotros, mientras lloro sin parar.

—Claro que te ayudaré, a ti, solo a ti —recalca—. No me sirves de nada muerta —manifiesta con cinismo, y no puedo creer lo que oigo, mi madre admitiendo que no me quiere, que solo le sirvo y aunque siempre lo he sabido, me duele saberme usada.

—Prometo que haré lo que quieras, pero no dejes que lo pierda, por... por favor —ruego entre jadeos, pues siento que me comienza a faltar el aire.

—¿Lo que quiera? Que lo pierdas, eso es lo quiero, Mila —menciona con displicencia—. No dejaré que ese engendro, arruine tu exitosa carrera.

—Te juro que esto no te lo perdonaré nunca —sentencio, sintiendo el odio recorrer mis venas.

Ella se alza de hombros y sale de mi habitación, dejándome sola con mi suplicio.

Lloro desesperada, siento que me están arrancando un pedazo de mí. Siento que me están partiendo en dos, que me están arrebatando mi único motivo de vida, y pienso que si mi hijo muere, yo también quiero morir.

¡Por favor, Dios, no me lo quites, no dejes que pierda a mi bebé!

Y mientras me retuerzo de dolor en la alfombra, Sebastian viene a mis pensamientos, y ahora sí estoy segura de que lo odio. Lo odio por abandonarme y dejarme sola con todo esto. Lo odio porque no está aquí para protegernos a mi bebé y a mí, porque no está aquí para proteger a nuestro hijo.

Te odio, Sebastian.

Te odio como nunca creí que llegaría a odiar a alguien.

A lo lejos escucho la ambulancia, yo ya no veo nada, todo está oscuro, pero escucho una voz que me repite una y otra vez: ¡No te rindas, Mila, no te rindas!

¡No, no me rendiré! ¡Tú tampoco te rindas, mi pequeño! ¡Por favor, no me dejes! ¡Tú no, mi amor! ¡Tú no...! —imploro con voz apagada, sintiendo mi rostro empapado por las lágrimas. 


*Sí, aquí termina este capítulo, y que querrán lincharme por dejarlos así, por eso les dejo un poco más...


Despierto, en una cama de hospital, no hay nadie, estoy sola. Un par de bolsas están conectadas a mi brazo por un catéter; una es de suero y otra de sangre, y una sensación rara en mi vientre, me hacen temer lo peor, la pérdida de mi hijo.

Una indescriptible sensación de desolación e incertidumbre, invade mi pecho, haciéndome sentir un frío que me hiela el alma, y las lágrimas se arremolinan en mis ojos.


Una enfermera entra, teclea algunos botones en la máquina del suero, después va a la puerta sin decirme nada.

—Por favor... —Le hablo, antes de que salga—. Dígame si mi bebé está bien —ruego, mirándola suplicante.

—Lo siento, no tengo esa información. Yo estoy comenzando mi turno, pero pronto la doctora vendrá a informarle.

La miro mortificada, no sé por qué, pero siento que lo que tiene que decirme, no es bueno.

No sé cuánto tiempo espero por la doctora, pero cada minuto que pasa, siento que la desesperación me hará perder la razón. Quisiera salir corriendo de aquí, buscar respuestas, pero no quiero moverme, no quiero hacer nada que pueda arriesgar a mi bebé, porque aún tengo esperanzas de que él siga viviendo dentro me mí.

La doctora entra y la miro mortificada, y de pronto pareciera que todo va en cámara lenta.

Ella se acerca, se para frente a mí, junto a la cama y me habla con voz pausada, pero me siento tan aturdida, tan turbada, que la escucho como un eco lejano y no entiendo qué quiere decir. Mentalmente, repito sus palabras, tratando de asimilar la noticia.

Súbitamente, las lágrimas brotan de mis ojos y no dan tregua, los sollozos amenazan con ahogarme y no puedo articular palabra, solo afirmo y niego como autómata, a la vez que me meso adelante y atrás, y cubro mi boca para acallar los lamentos, que inundan la habitación...


*Ok, no me maten, les daré más...

Paso tres días en el hospital, sola. Tragándome cada lágrima y ahogando cada sollozo, convirtiéndolos en resentimiento y odio, en un odio inmenso que siento que me envenena el alma, pero que me da el impulso para continuar.

Y cada minuto que paso en esa cama, pienso en la forma de hacerle pagar a mi madre su maldad; agradezco que no se haya presentado o creo que la hubiera matado con mis propias manos.

Pienso en cómo castigar a Sebastian, por su abandono y su cobardía. Pienso en que no permitiré que nadie más me lastime.

Pienso, pienso y pienso, y cada minuto que paso haciéndolo, mi resentimiento y mi rencor se acrecientan, más y más.

La doctora me da de alta, asegurando que estoy estable, indicándome un par de días más de reposo, ella cree que en una semana podré volver a bailar; necesito hacerlo para no pensar más en él, quiero sacarlo de mis pensamientos y arrancármelo del alma, para siempre.

Cuando la enfermera vuelve, le pregunto la hora y le pido que me preste su celular, prometo regresar a pagarle la llamada. Ella acepta de mala gana, pero tengo que hacer esto, ya no soporto estar sola con todo esto.

La llamada que hago, es a Sarah, es el único número de teléfono que me sé de memoria. Bueno, también el de Sebastian, pero a él no lo llamaría aunque muero de ganas por escuchar su voz, muero de ganas de que esté aquí, arropándome entre sus brazos y cuidando de mí, como lo hizo muchas veces antes.

Sí, muero de ganas de verlo, y me enojo conmigo misma por no poder evitar este sentimiento. Lo extraño, lo extraño mucho, y aunque intento odiarlo, siento que cada parte de mí lo añora. Mis labios necesitan sus besos, mis manos necesitan la calidez de las suyas, mis ojos necesitan perderse en su mirada de cielo, mis oídos necesitan de su voz, diciéndome te amo. Mi cuerpo entero necesita de sus caricias, de la seguridad de sus brazos...

Maldita sea, no puedo engañarme a mí misma, toda yo necesito de él.

Te necesito Sebastian, te necesito como nunca antes. —Lo llamo con el pensamiento, y de nuevo estoy llorando de impotencia, por sentirme así, por no poder dejar de pensarlo.

Le marco a Sarah a su celular, debe estar en clases, y ni siquiera sé si podrá o querrá tomar mi llamada, cuando yo me he negado a recibirla toda la semana.

—Bueno —responde mi amiga.

—¿Sarah?

—¿Mila?

—Sí —digo, controlando las inmensas ganas de llorar.

—Vaya, ¿ya saliste de tu encierro?

—Sarah, estoy en el hospital.

—¡¿Qué?! Tu mamá dijo eso aquí en la compañía, pero yo creí que era solo para justificar tu ausencia.

—Eso también debe ser cierto, tengo aquí tres días —menciono con amargura.

—¿Qué te pasó? Mila, ¿has estado comiendo bien?

—Sarah, mi madre atentó contra mi hijo. Por favor, necesito que me ayudes.

—¡¿Qué?! ¡Tu madre ¿qué...!? Entonces sí estás, estabas... Mila ¿estás bien?

—No Sarah, no estoy bien.

—Dime, ¿dónde estás?

—Estoy en el hospital Mount Sinaí St. Luke's. Por favor, Sarah, ayúdame, no quiero estar sola, también necesito algo de ropa.

—Por supuesto, Mila, yo te ayudaré. Voy para allá.

—Gracias.

Tengo la mirada perdida en el cielo azul, que se puede apreciar por la ventana, cuando Sarah y Olivia, entran.

—Mila. —Las dos se acercan y me abrazan con fuerza,

No puedo controlarlo más, libero las lágrimas que había contenido estos días para no hacerlo delante de alguien, no quiero que nadie me vea llorar; con ellas no puedo fingir que estoy bien.

—Mila por Dios, ¿cómo ha podido tu madre hacerte esto? —pregunta Olivia, escandalizada.

Solo niego con la cabeza, no puedo hablar, tengo un nudo en la garganta.

—Tranquila.

—Aquí estamos contigo.

Cuando logro tranquilizarme, les pido que me saquen de este lugar.

—Por favor, no quiero hablar de esto, no todavía, solo ayúdenme a salir de aquí.

—Claro que te sacaremos de aquí, te quedarás conmigo en mi apartamento —dice Sarah.

—Gracias, pero no tengo ropa.

—Yo te traje algo, la tengo en la mochila —dice Olivia.

—¿Puedes ponerte de pie?

—Sí, solo no debo hacer mucho esfuerzo —manifiesto, levantándome con mucho trabajo.

Mis amigas me ayudan a vestir, luego piden una silla de ruedas, y entre las dos me llevan fuera.

Una hora después, estoy en la habitación de Sarah, recostada en su cama y ella sentada a mi lado.

—Mila ¿desde cuándo sabías que estabas embarazada?

—Lo confirmé hace cuatro días, y no te imaginas lo feliz que me hizo la noticia.

—¿Sebastian sabe?

—Estoy segura de que sí. Por favor, no quiero que le informes de nada, quiero que viva con la duda —expongo con resentimiento.

—No es justo que pases por esto tu sola.

—Sebastian me echó de su departamento y de su vida, lo hizo sabiendo que tal vez esperaba un hijo de él

—Lo sé, él nos contó. Fue a buscarte hace dos días a la compañía, pero no dijo nada de tu embarazo. ¿Estás segura de que lo sabe?

—¿Qué quería? ¿Asegurarse de que me había lastimado lo suficiente? —pregunto con amargura.

—Dijo que estaba preocupado por ti, y quería asegurarse de que estuvieras bien.

—Si de verdad le preocupara, jamás me hubiera dejado sabiendo que esperaba un hijo suyo. Él es el culpable de lo que nos pasó a mi bebé y a mí. Lo odio —declaro con voz severa, sintiendo la ira corriendo por mis venas.

—Mila, la única culpable es tu madre, te aseguro que si Sebastian hubiera sabido lo que haría, no te hubiera dejado sola.

—No lo creo, estoy segura de que él sabía de mi embarazo, por eso me dejó, nos dejó. No nos protegió de mi madre, nos dejó a su merced.

Sarah solo suspira y niega con la cabeza.

—Mila, puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. —Sarah vive sola en un pequeño departamento que le rentan sus padres.

—Gracias, Sarah. En verdad esperaba que me dejaras quedar contigo mientras consigo un lugar propio, no puedo volver a mi casa, no es seguro.

—Claro que sí, Mila, no tienes ni que pedirlo. Debo regresar a la compañía, cualquier cosa márcale a la señora Stuart —dice, dejándome el teléfono en el buró—, solo dale remarcar. Ella es mi vecina, estará al pendiente de ti y te traerá algo de comer.

—Sarah, yo... yo no quiero dar molestias.

—Mila, recuerda que debes alimentarte bien, además cocina riquísimo, adorarás su comida, y también a ella, es una anciana adorable.

—Gracias, Sarah. No sé cómo podré pagarte.

—No seas tonta, no tienes que pagarme nada. Bueno, me voy, cuídate.

Apenas Sarah se va, le marco a Marc, el prometido de Jason. Quiero que me asesore, y me diga si puedo denunciar a mi madre y si servirá de algo. Él promete visitarme más tarde para que le cuente los detalles.

Por la noche, Marc llega junto con Sarah y Jason, quien al verme, se acerca, se sienta a mi lado en la cama y me arropa en sus brazos, a la vez que besa mi cabello.

—Ay, Mila, lo siento tanto. De verdad lamento mucho por todo lo que estás pasando —dice mi amigo, con verdadera tristeza.

—Estoy bien, Jason —aseguro, forzando una sonrisa.

—No, Mila, a mí no me engañas, sé lo que estás sufriendo, si tienes que llorar, hazlo, pero no te tragues el dolor.

—No, Jason, ya no quiero llorar, de verdad. Hoy más que nunca, debo ser fuerte.

—Tienes razón, pero ya sabes, cuando necesites hablar, yo siempre estaré para ti.

—Lo sé, Jason, gracias —digo, forzando de nuevo una pequeña sonrisa.

—Hola, Mila —saluda Marc, mirándome con lástima.

—Hola, Marc. Gracias por venir.

Con voz pausada, le cuento a Marc todo lo acontecido días atrás, lo que mi madre me hizo y mi interés por denunciarla. En el fondo siento remordimientos, por desear que mi madre pague por su delito, pero se metió con mi hijo y eso no puedo perdonárselo. Es hora de ponerle límites y ella debe saber que no puede volver a lastimarme.

Marc escucha atento, analizando cada palabra que digo, pero Jason y Sarah, no pueden ocultar su asombro, y mucho menos pueden esconder, la compasión con la que me miran, haciéndome sentir incómoda. No, lo que menos necesito, es su lástima.

Marc me explica que es un caso difícil de probar, pero me promete que solicitará mi expediente médico en busca de evidencia del medicamento o sustancia que me suministró mi madre, que demuestre su culpabilidad, o al menos espera dejar un antecedente, con el que podamos proteger a Sasha de posibles amenazas, además de conseguir una orden de alejamiento para que no se acerque más.

Jason y Marc, se van y Sarah, los acompaña a la puerta, poco después regresa con una charola con mi cena.

—¿Sarah Johnson, sirviendo? —me mofo, intentando parecer más relajada.

—Bueno, pero no le sirvo a cualquiera, le sirvo nada más, ni nada menos que a La niña de oro del Ballet —responde, también en tono de broma.

—En realidad no me gusta que me llamen así, nunca me ha gustado —señalo con amargura. De pronto me quedo pensativa mientras observo mi cena. No tengo hambre, pero sé que debo comer.

—¿Qué pasa, Mila? ¿En qué piensas?

—No te gustará saberlo —señalo con desgana.

—Igual quiero saberlo.

—Hacia una cuenta mental de las calorías que contiene mi cena.

—Por Dios, Mila —exclama, entornando los ojos—. No dejes que todo esto te derrumbe.

—No Sarah, no lo haré. No dejaré que esto me derrumbé. Es cierto que tal vez haya quien me haga caer, pero nunca nadie evitará que vuelva a levantarme. Te lo juro.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top