Capítulo 12
Azoto la puerta tras de mí y libero los sollozos que no puedo contener más; tengo que recargarme unos segundos en la pared porque siento que me ahogo y que terminaré desmayada.
En el fondo espero que Sebastian se compadezca de mí y salga a decirme que se equivocó o que todo fue una broma, una muy cruel.
No me quedo mucho, mi orgullo no me lo permite, debo tener un poco de dignidad.
Abatida, camino hacia las escaleras, las bajo muy lentamente, y con cada escalón que desciendo, y que veo que él no viene tras de mí, siento la desesperanza crecer como la espuma en mi interior, provocándome un inmenso dolor en el pecho. Siento como si me hubieran encajado un puñal en el corazón, y en cualquier momento voy a morir.
Salgo del edificio y miro confundida hacia todos lados.
¿Y ahora qué?
¿Ahora a dónde iré?
Es como si de pronto me quedara sin un hogar, porque en eso se había convertido Sebastian para mí, en mi hogar. En realidad se había convertido en mi todo, y ahora siento que no tengo nada; porque sé que ni el baile podrá llenar este vacío que siento en el alma.
—Señorita Mila, ¿se encuentra usted bien? —me pregunta Francisco, el conserje del edificio, sacándome de mis cavilaciones. Yo apenas lo miro y asiento con la cabeza, después comienzo a andar.
Camino sin rumbo fijo, ni siquiera me fijo si vienen autos al cruzar las calles, y es que me siento realmente aturdida, desconcertada; ni siquiera sé a dónde voy, ni qué voy a hacer, no sé qué va ser de mí sin Sebastian. De momento solo quiero bailar hasta que no pueda más, pero no puedo regresar a la compañía porque Jonathan me reñiría.
Además, ni siquiera puedo tomar un taxi, ni el metro, porque dejé mi bolso en el apartamento de Sebastian; el que ya no es más mío, como él siempre decía. Así que solo camino y camino, y lloro sin parar. Y ni siquiera lloro de tristeza, claro que me duele nuestra separación y me rompe el alma que Sebastian no luche más por nosotros, porque sé que me ama y que esto le duele tanto o más que a mí, pero es la impotencia de no poder hacer nada, mi decepción por él y la rabia que tengo contra mi madre, lo que realmente hacen que no pueda controlar el llanto. Lloro hasta que no queda ni una lágrima más.
No tengo idea de cuántas horas deambulo por las calles, pero ya es de noche cuando llego a casa. No quería volver, ni mucho menos ver a mi madre, pero el tobillo me duele mucho y no puedo caminar más. Antes fui a buscar a Sarah a su apartamento para pedirle que me dejara quedarme con ella hasta que decida qué voy hacer, pero no la encontré, la esperé un par de horas, pero nunca apareció y su celular me mandaba al buzón, así que no me quedó de otra que venir a casa.
Voy directo a mi habitación, y si ya me había tranquilizado un poco, lo que encuentro ahí, me vuelve a trastornar por completo.
Romeo en una jaula transportadora, junto con varias cajas con las cosas que tenía en el departamento de Sebastian, están en mi recámara.
No puedo creerlo, me está echando de su vida como si nunca hubiera sido nada para él, como si yo no hubiera significado nada en su vida.
Llena de ira, cojo las cajas y una a una, las lanzo por toda la habitación.
—¡Argh! ¡Te odio Sebastian! ¡No tienes idea de cuánto me decepcionas! —grito con todas mis fuerzas; aunque la verdad es que lo amo, lo amo tanto que duele, duele inmensamente en el alma, y lo que más duele es que él decidió por los dos, decidió que no había nada más que decir.
Mi madre aparece en mi habitación y la miro con odio. Quisiera poder golpearla, regresarle un poco del dolor que ella me está causando, pero yo no soy como ella, ni quiero serlo, así que tengo que hacer uso de todo mi autocontrol para no hacerlo.
—Mila, espero que entiendas que esa relación no te iba a llevar a ningún la...
Ni siquiera la dejo terminar de hablar, ni me molesto en responderle, la agarro con fuerza del brazo y la saco de mi habitación, cerrándole la puerta en las narices y asegurándola después. No quiero verla, no puedo, simplemente no la tolero.
—¡Mila, abre la puerta! ¡Mila! —grita desde afuera, pero tampoco quiero escucharla, así que pongo música a todo volumen, me dejo caer en la cama, cubro mi cabeza con la almohada y lloro sin parar hasta quedarme dormida.
Despierto confundida cuando escucho unos fuertes maullidos. Miro a mi alrededor, está todo oscuro, aun así puedo ver que estoy en mi habitación. Suspiro con tristeza cuando caigo en cuenta de mi realidad; todo lo que pasó, no fue una pesadilla como hubiera querido que fuera.
El pobre Romeo sigue en su jaula; seguro tiene hambre y sed. Me levanto de la cama para liberarlo de su encierro.
—Hola, pequeño —digo sin pensar, y no puedo evitar que me invada la nostalgia al llamarlo como Sebastian me decía a mí—, perdón por dejarte encerrado. —Lo acurruco contra mi pecho y acaricio su cabeza, él sigue maullando con fuerza—. Tienes hambre ¿verdad? —Lo dejo en el piso y busco entre las tantas cosas, que con mi arranque de rabia quedaron esparcidas por toda la habitación; la mayoría de ellas es ropa y algunas fotografías de los dos.
Río con amargura cuando encuentro una de Sebastian, mirándome con esa sexy sonrisa que me vuelve loca y que siempre me hacía sentir que me enamoraba un poco más; ahora solo siento que se burla de mí. De nuevo las lágrimas hacen su aparición.
—¿Por qué me envías esto, Sebastian? Es como si quisieras restregarme en la cara todo lo que he perdido. —Le reclamo, realmente dolida, como si de verdad me escuchara.
Me siento en el suelo, y continúo buscando lo necesario para alimentar a Romeo. Encuentro sus cosas junto a un sobre blanco que llama mi atención y que dice con letras grandes: «Para mi pequeña Mila».
Lo tomo y lo miro con miedo, seguro ahí está la explicación a toda esta situación tan confusa. Estoy por abrirlo, pero Romeo no está dispuesto a esperar más y comienza a arañarme para que le dé de comer.
Dejo el sobre a un lado, voy al baño a llenar su bebedero con agua del grifo, y apenas se lo acerco, Romeo bebe con desesperación. También le sirvo un poco de comida y me siento junto a él.
Con manos trémulas, rasgo el sobre y saco una hoja blanca con la bella caligrafía de mi chico. No, de Sebastian; supongo que ahora ya no debo pensarlo como mío.
Apenas leo la primera palabra, y de nuevo estoy llorando al ver que escribe mi nombre tan fríamente, sin ningún apelativo cariñoso, cuando él siempre los usó conmigo.
Mila:
Soy consciente de lo confundida que debes sentirte, yo mismo aún no entiendo qué estoy haciendo, pero quiero que sepas cuanto me duele lastimarte.
Hoy todo parece estar en nuestra contra, nuestras madres no aprueban lo nuestro, y como habías dicho, las intrigas no se hicieron esperar. —Niego con la cabeza a la vez que cierro mis ojos con dolor, pienso que son puras excusas—. No puedo creer que existan personas tan malvadas, y aún, no comprendo por qué odian vernos felices, pero solo tú y yo conocemos la historia, nosotros la escribimos y sabes bien que el amor entre nosotros, siempre fue sincero. —Un fuerte sollozo escapa desde el fondo de mi alma, siento que mi corazón vuelve a romperse en mil pedazos, cuando se refiere a nuestro amor en pasado—, no permitas que nadie te diga lo contrario.
En los últimos días han pasado tantas cosas, que aún no puedo asimilarlo, y lo peor, no supe cómo afrontarlo. Sé que te fallé, que nos fallé, que soy un cobarde que no supo cómo luchar por ti, y entenderé si no puedes perdonarme nunca, yo mismo no me perdono.
Mi pequeña, sabes que te amé desde ese primer día en París, que juntos hemos superado tantas pruebas y vivimos tantos momentos inolvidables, tan llenos de felicidad y de amor. Te lo ruego, atesora todos esos momentos en tu corazón; yo lo haré.
Me preguntaste qué habías hecho mal. Nada, Mila, no hiciste nada mal, tú no fallaste, al contrario, si alguien ha luchado realmente por lo nuestro, eres tú. Ahora sé que lo has hecho aun en contra de ti misma.
Siempre creí que debí haber hecho algo muy bueno, para que la vida me recompensara contigo, pero hoy más que nunca me doy cuenta de que no te merezco, pues no fui capaz de mantenernos a salvo y no pude encontrar la forma de hacer las cosas sin que salieras lastimada de alguna forma.
Princesa, eres una mujer maravillosa, la más hermosa que conozco, con un corazón, tan grande y puro. Nunca olvides tu gran valor, nunca olvides que eres más fuerte de lo que tú misma crees. Nunca olvides que nadie merece tus lágrimas, ni siquiera yo. —Al leer esto, limpio mis lágrimas bruscamente con la palma de mi mano. Él tiene razón, no merece ni una lágrima mía; sin embargo, no me dan tregua y siguen brotando sin que pueda contenerlas.
Sé que tal vez esta carta no te aclare nada, y que por el contrario te confunda aún más, pero no quería despedirme sin antes pedirte que busques tu felicidad, esa que tanto mereces. No tienes idea de cuanto me dolerá saberte con alguien más, el solo imaginarlo me mata, imaginarte besando otros labios y que sean otras manos y no las mías las que toquen tu suave y hermosa piel, pero nada me hará más feliz, que el saberte a ti feliz.
Lo nuestro, lo que vivimos fue tan hermoso, nunca lo olvides, Mila, te aseguro que yo no podré, porque de amarte, pequeña, nunca me arrepentiré. Cuánto te amé, Mila, no imaginas cuanto, créeme cuando te digo que eres la mujer perfecta para mí, porque aunque ahora me aleje de ti, siempre te llevaré en mi corazón.
Espero que algún día puedas comprender las verdaderas razones por las que tuve que hacerte esto y puedas perdonarme."
Termino de leer y mi mirada va a de un lado a otro, por toda la hoja de papel, buscando algún indicio que me diga que no fue Sebastian quien la escribió, que no es él, despidiéndose de mí, o como si mágicamente fueran aparecer las palabras «Te amo», las que deseé leer en algún momento de la carta; nada de eso sucede.
Los sollozos regresan con fuerza.
—¡Eso es lo que eres, Sebastian, un cobarde! ¡Un egoísta que solo pensó en su tranquilidad y en su conveniencia! —Le grito a la carta, como si fuera a él a quien se lo digo, mientras la rompo con furia en pequeños pedazos—. ¡No te importó que yo te amara, lo que sentiría! ¡Me echaste aun sabiendo que tu adiós me mataría! ¡No te importó, Sebastian, no te importó! —Termino la oración en un hilo de voz, los sollozos ahogan mis palabras y apenas me permiten respirar.
Intento respirar profundo y cuando logro tranquilizarme, de nuevo su fotografía llama mi atención. La tomo y la admiro con detenimiento, llenándome de su belleza.
—Ahora dime cómo podré seguir sin ti —le hablo a su imagen, mientras lágrimas bañan mi rostro—, cómo podré vivir sin tus besos, sin tus brazos, los que eran mi refugio y mi lugar favorito en el mundo. Dime cómo podré mirarme en otros ojos que no me prometan el cielo que los tuyos me prometían. Ahora dime cómo podré seguir sin tu sonrisa, sin tus caricias. Cómo podré dormirme sin pensarte, cómo podré levantarme cada mañana sabiendo que no te veré más, o cómo podré responder el teléfono sin desear que seas tú quien me llama. Dime cómo, Sebastian. Por favor, dime cómo —ruego en un susurro.
Tres días han pasado desde que Sebastian me echó de su vida, tres días en los que no he salido de mi habitación, en los que ni si quiera me he bañado, ni lavado mis dientes. Tres días en los que ni siquiera quiero bailar, simplemente no tengo ánimos de nada. Prácticamente he pasado estos días llorando o durmiendo, para no pensar en él, y sí, he comido, pero no mucho, porque aunque me he obligado por las sospecha de mi embarazo, me cuesta mucho pasar bocado.
Olivia y Sarah han venido a verme, pero no las he recibido, no quiero ver a nadie, a la única que dejo entrar es a Sasha; y eso porque no quiero preocuparla. Ella solo sabe que estoy triste y que terminé con Sebastian, pero no pregunta más, solo me dice lo mucho que me ama y se asegura de que coma, por eso siempre trato de comerme todo lo que me trae, aunque después tengo que hacer uso de todas mis fuerzas para controlar mis impulsos por vomitar. Sí, de nuevo siento que mi desorden alimenticio, quiere atraparme, pero ahora tengo un poderoso motivo para no rendirme a sus redes.
Sé que aún debo confirmar mi embarazo, pero si antes me costaba afrontarlo, en estos momentos me es más difícil hacerlo. Sin duda la pregunta que más vueltas ha dado en mi cabeza es «¿Qué voy hacer si estoy embarazada?».
Miles de panoramas han venido a mi mente, desde los más descabellados, hasta los más trágicos. Hasta este momento, lo más inteligente que se me ocurre, es buscar un trabajo, ya que seguramente en algunos meses, no podré bailar más, y no quiero depender más de mis padres. También sé que debo levantarme y seguir adelante con mi vida, por mi hijo, si es el caso, y por mí misma, porque no puedo tirarme a llorar y dejarme morir, porque simplemente no dejaré que esto me derrumbé. Pero en estos momentos me siento sin fuerzas para hacerlo; estoy segura de que solo es cuestión de tiempo, solo necesito unos días alejada de todo y de todos, para después poder continuar con la frente en alto.
—¡Vamos Mila, levántate! —me ordena mi madre, que con llaves en mano entra a mi habitación—. Ya es hora de que sigas con tu vida.
—¡No, no quiero! —niego con firmeza—. ¡Sal de aquí, no quiero verte! —grito, señalándole la puerta.
—No me importa lo que quieras, ya perdiste muchos ensayos en la compañía, así que mueve tu trasero y metete en la ducha —ordena con voz severa.
—Siempre he sabido que no te importa lo que yo quiero —recrimino con real rencor—, pero ya no haré lo que tú quieras, ya no bailaré —decreto desafiante.
—¡Por Dios Mila!, si tú no tienes voluntad, harás lo que te ordene y punto —manifiesta, con evidente ironía y una sonrisa maliciosa bailando en sus labios—. ¡Levántate ahora, si no quieres que te meta a bañar yo misma! —grita, mirándome amenazante. Yo niego, alzándome de hombros y retándola con la mirada.
De pronto, fuertes náuseas y poderosas arcadas, me obligan a saltar de la cama, tengo que cubrir mi boca para no vomitar en la alfombra, y corro hacia el baño; mi madre me mira impávida.
Vomito hasta no poder más, después cepillo mis dientes para quitarme de la boca, el amargo sabor de la bilis, y lavo mi rostro con agua fría para tratar de reanimarme un poco. Para mi tranquilidad, cuando regreso a la habitación, mi madre ya no está ahí, yo vuelvo a cerrar la puerta, regreso a la cama y me meto bajo el edredón.
Minutos después, mi madre regresa y me destapa bruscamente.
—Toma, ve al baño y hazte la prueba —ordena, entregándome una caja, la que tomo y miro con curiosidad.
Mi corazón late fuerte y a toda prisa cuando me doy cuenta de que es una prueba de embarazo. La sola idea de confirmar que voy a tener un hijo de Sebastian, hace brillar una pequeña esperanza en mi vida y una hermosa ilusión llena mi corazón.
Necesito salir de dudas ahora mismo, así que sin pensarlo más, voy al baño.
Primero leo las instrucciones detalladamente; lo hago un par de veces, porque me parecen algo confusas, después, siguiendo las indicaciones, me hago la prueba.
Espero tres largos minutos, en los que me imagino con un pequeño rubio, de ojos azules y sonrisa encantadora, en mis brazos; inconscientemente acaricio mi vientre como si ya tuviera la certeza de su existencia.
¡Positivo!
¡Es positivo!
—¡Voy a ser madre! —exclamo con emoción, al tiempo que rio nerviosa y mis ojos se humedecen con lágrimas de felicidad—. ¡Mamá! ¡Voy a ser mamá de un hermoso bebé! —Le digo con una gran sonrisa, a mi reflejo en el espejo.
Inmediatamente el nombre de Robert viene a mi mente. Ese es el nombre que Sebastian me hizo prometerle, que le pondríamos a nuestro primer hijo. Aunque por ahora creo que no habrá «un nuestro», y este bebé será sólo mío. Supongo que aún hay tiempo para decidirlo.
Salgo del baño y encuentro a mi madre caminando ansiosa, de un lado a otro, pero al verme salir, viene hacia mí y me mira expectante, yo le planto la prueba de embarazo en la palma de su mano.
—¡Felicidades, abuela! —declaro con evidente ironía, ella me mira con odio, y me sorprende con una fuerte bofetada; me duele pero no dejo de desafiarla con la mirada.
—¡Insensata! —grita—. Ahora mismo te llevaré a una clínica para que interrumpan tu embarazo —asegura, jalándome del cabello.
—No, tú no harás nada. Quiero a este bebé y lo voy a tener —declaro con firmeza, zafándome de su agarre con rudeza. Estoy dispuesta a enfrentar a mi propia madre, por defender a mi hijo.
—Eres una tonta, una idiota... —me insulta, lanzándose sobre mí, dándome de manotazos en el rostro y en la cabeza.
—Pégame todo lo que quieras, pero no mataré a mi bebé —advierto desafiante.
—Mila, ¿no lo entiendes? —dice moderando su tono voz— Tienes que abortarlo o se acabará tu carrera, así como se acabó la mía —manifiesta, con evidente impotencia.
—No me importa mi carrera, ahora mi única prioridad es mi hijo. Yo sí voy a quererlo, voy a vivir para él, para hacerlo feliz —declaro con real certeza.
—¡Grrrr! —gruñe exasperada—. Harás lo que te digo y punto. Abortarás quieras o no —sentencia, con el rostro desfigurado por la rabia.
—No, no puedes obligarme —asevero tajante.
—Ya lo veremos. —Sale de mi habitación y me deja intrigada con su amenaza, pero no permito que eso nuble mi alegría.
Me siento en la cama y me abrazo a mi vientre.
—Mi pequeñito, te juro que te protegeré, no dejaré que nadie te lastime. —Le prometo a mi hijo, mientras acaricio mi vientre.
Decidida, me levanto de la cama. Ya es hora de hacerlo, no dejaré que el abandono de Sebastian me derrumbe. Ahora que he confirmado mi embarazo, tengo un fuerte motivo para seguir adelante y lo haré.
Voy al baño y me doy una larga ducha, cepillo mis dientes, y mi cabello. Después, mientras me visto, le pido a la doméstica que me suba un saludable desayuno, ahora tengo que alimentarme mejor para que mi bebé, nazca fuerte y sano.
Sasha entra a mi habitación sin tocar a la puerta, yo estoy concentrada en mi comida.
—¿Cómo estás? —pregunta, sentándose a mi lado en la cama y mirándome con lástima.
—Mejor —respondo, con una genuina sonrisa.
—Te ves mejor, más animada. ¿Ya hablaste con Sebastian? ¿Ya arreglaron sus diferencias? —Niego, a la vez que mi sonrisa desaparece.
—No, él ya no quiere saber más de mí. —Suspiro pesadamente, controlando las inminentes ganas de llorar.
—Lo siento —dice, abrazándome con fuerza—. De verdad que no lo entiendo, estoy segura de que él te ama —comenta, buscando mi mirada, yo solo fuerzo una sonrisa y me alzo de hombros.
Yo tampoco lo entiendo —pienso con desánimo.
—Ahora cuéntame, ¿por qué gritaba mamá?
—Por nada importante —miento. De momento no quiero que Sasha sepa lo de mi embarazo o no dudará en hablarle a Sebastian para decírselo.
—¿Volverás a la compañía?
—No lo sé, Sasha. Tengo mucho que pensar.
—Pero ¿qué es lo que tienes que pensar? El ballet es lo único que sabes hacer.
—Lo sé, pero... Sasha, yo... yo...
—Tú, ¿qué? —pregunta impaciente.
—No se lo digas a mamá, pero me iré de la casa —declaro con tristeza, y ella abre grande sus ojos.
—¿Qué? ¿Estás loca? ¿Adónde irás ahora que tú y Sebastian rompie...?
—Aún no sé. —La interrumpo—, tal vez le pida asilo a Sarah o a Olivia mientras consigo un lugar propio, pero no puedo seguir aquí. No puedo seguir permitiendo que mi madre dirija mi vida a su antojo.
—Mila, no quiero dejar de verte. —De nuevo me abraza y se acurruca en mi pecho.
—Tampoco quiero dejar de verte. —Le aseguro, estrujándola también entre mis brazos—, por eso quiero que pasemos juntas al menos un día de la semana.
—Claro, pero no será lo mismo. ¿Y si le pido a papá que te lleve a vivir con él? Así podré verte los fines de semana, su casa es muy grande, tiene tantas habitaciones que se seguro podrá disponer una para ti —propone con entusiasmo, yo la miro con ternura.
—No creo que su esposa lo permita, Sasha.
—Mila, te voy a extrañar mucho —lloriquea.
—Yo también Ratón.
—Prométeme que no te irás a vivir sola, no quiero que estés triste.
—No Sasha, ya no estaré triste —aseguro, enderezando mi postura y forzando una sonrisa—, ahora tengo un gran motivo para estar feliz.
—Ah sí, ¿cuál?
—Aún no puedo decírtelo, pero tú Ratón, eres uno de esos motivos. —Ella sonríe complacida y vuelve abrazarse a mi cintura. Beso su cabello y sonrío conmovida por su cariño.
—¡Sasha! ¡Baja ahora o llegarás tarde al colegio! —grita mi madre, desde abajo.
—Anda, vete o te pondrán retardo —digo, besando de nuevo su cabello.
Sasha asiente y se separa de mí, de mala gana.
—¿Cuándo te irás?
—No lo sé, tal vez hoy mismo, mañana a más tardar. Primero debo buscar dónde quedarme.
—Prométeme que aún estarás aquí cuando regrese del colegio —pide, con mirada suplicante.
—Está bien, te prometo que aquí estaré y te ayudaré con tus tareas.
—¡Sasha! —Vuelve a llamarla mi madre.
—Gracias, Mila. —Me planta un sonoro beso en la mejilla—. Te quiero.
—Yo también te quiero, Ratón. —Le digo, mirándola con ternura y acomodando un mechón de sus cabellos detrás de su oreja, después beso su mejilla con dulzura—. Te quiero mucho, Sasha, nunca lo olvides.
Ella asiente con entusiasmo, y una gran sonrisa ilumina su hermoso rostro, después la veo salir corriendo de mi habitación, y de nuevo siento una sensación rara en mi estómago. No quiero pensar en que de nuevo tengo un mal presentimiento, así que sacudo esa idea de mi cabeza.
Termino de desayunar, me levanto de la cama y voy a mi vestidor. No hago maleta todavía, porque no quiero poner sobre aviso a mi madre, pero selecciono algunas de las cosas más imprescindibles.
Al elegir algunas prendas, comienzo a preguntarme cuánto tiempo podré ocultar mi embarazo, no porque me avergüence, sino porque sé que las probabilidades de conseguir un trabajo en mi estado, son casi nulas.
¿Qué tan seguras serán esas pruebas de embarazo?
¿La habré hecho correctamente?
Las preguntas vienen a mi mente e inmediatamente, busco mi iPad, me siento en la cama y comienzo a investigar.
Noventa y nueve por ciento de probabilidad, todavía hay un uno por ciento de duda. Eso es lo que leo; además, dice que las pruebas de sangre son cien por ciento confiables.
Sin pensarlo más, tomo mi bolso y salgo de mi habitación.
—¿No me dirás que vas a la compañía con esa ropa? —me cuestiona mi madre, al verme bajar las escaleras en jeans, una camiseta y mis converses.
Sin responderle, sigo de largo, pero ella me sigue hasta la puerta y se para frente a mí, obstaculizándole el camino.
—¡Mila, te estoy hablando! —Yo entorno los ojos y doy media vuelta, para salir por la puerta de la cocina—. ¡Mila, respóndeme o...! —exige, en tono de advertencia, yo continúo ignorándola y salgo de la casa, sin siquiera mirarla—. ¡Créeme, Mila, te haré pagar cada una de tus insolencias! —Eso es lo último que la escucho gritar.
Voy al laboratorio, es hora de confirmarlo de una vez por todas.
Camino de un lado a otro, comiéndome las uñas, mientras espero que me entreguen el resultado. Increíblemente me siento nerviosa, son muchos los sentimientos contradictorios que siento en este momento; por un lado me emociona la idea de ser madre, pero por el otro temo que no sea así, porque aunque sé que no será fácil, ya me hice ilusiones.
Con manos trémulas, recibo el sobre con el resultado. Dentro está la respuesta que he estado aplazando todos estos días.
Salgo del laboratorio con el sobre en mano, camino a la vez que lo abro y saco la hoja con el resultado. Sin querer choco con alguien y el papel escapa de mis manos; en seguida me agacho por él, pero de pronto alguien pasa corriendo por mi lado y me arroja hacia la vía. Todo pasa tan rápido, sin embargo siento que todo pasa en cámara lenta. Estoy por caer en el asfalto, aterrada veo a un auto venir hacia mí a toda velocidad, pero de pronto alguien me atrapa entre sus brazos y me salva de ser arrollada.
Levanto mi vista hacia mi salvador y me encuentro con unos bellos y conocidos ojos azules.
—¿Robert?
—Mila, ¿estás bien? —pregunta, mientras me aleja de la vía vehicular y me entrega el papel con resultado del laboratorio.
—Estoy bien, gracias. Otra vez me salvaste la vida.
—Debes cuidar más por donde caminas —acota, mirándome fijamente.
Hechizada por su mirada, afirmo con apenas un perceptible movimiento de cabeza. Sus ojos, son tan parecidos a los de Sebastian, que no puedo evitar pensar en él.
Sacudo su imagen de mi cabeza y traslado mi vista al resultado.
Positivo y ahora sí, no hay duda.
Una risa nerviosa escapa de mis labios y los ojos se me llenan de lágrimas, lágrimas de emoción, y la verdad, también de miedo.
—¿Qué pasa? —pregunta Robert con curiosidad.
—Estoy embarazada. —Le informo, con una nostálgica sonrisa.
—¿Y eso es bueno, o malo?
—Es bueno, muy bueno. —Le aseguro, con la mirada perdida, después regreso mi vista a él y vuelvo a sonreír, pero sin poder evitar que la tristeza se apodere de mis emociones.
—No te ves muy convencida —menciona, mirándome con tristeza, y me desconcierta.
—Estoy feliz de saber que seré madre, es solo que...
—¿Qué?
—Que en este momento mis circunstancias no son la mejores —confieso afligida.
—¿Te preocupa el dinero? ¿O tienes miedo a la reacción de tus padres?
—No, Robert, no es por dinero. Tal vez no tenga ni un dólar, pero créeme, a mi hijo no le faltará nada, así tenga que venderle mi alma al diablo. Y no, tampoco me preocupa la reacción de mis padres. Es el padre de mi hijo, él... Él me dejó —manifiesto con pesar—. ¡Dios, no sé ni por qué te cuento todo esto! —exclamo exasperada.
—Yo sí lo sé, porque sabes que yo no se lo contaré a nadie. Dime, ¿él ya lo sabe?
—No, pero él siempre dejó en claro que no quería tener hijos por el momento, además, acaba de romper conmigo, no quiero que crea que me embaracé para retenerlo.
—¿No crees que merece saberlo? —cuestiona, levantando su ceja en un gesto analítico, y de nuevo me recuerda tanto a Sebastian; es tan parecido. No físicamente, pero en sus gestos, sus ojos. Bajo mi rostro avergonzada—. Mila, creo que debes decírselo. —Asiento con la cabeza, cediéndole la razón.
—Lo siento, Robert, debo irme. Fue un gusto volver a verte y de nuevo gracias por...
—No es nada —manifiesta, con una sonrisa, quitándole seriedad al asunto—. El gusto fue mío, Mila, de verdad me alegra mucho saber que estás feliz de ser madre —dice, mirándome con real ternura, con esos hermosos ojos azules que me hacen sentir que miro al padre de mi hijo. Sonrío en respuesta, digo adiós con la mano y sigo mi camino.
—¡Mila! —grita Robert, a mi espalda. Giro para ver qué desea—. Prométeme que serás fuerte, y que nunca te rendirás —pide, dejándome helada con sus palabras, por un momento siento como si él supiera todo de mí.
—No lo haré, lo prometo. Ahora tengo un motivo muy fuerte para no rendirme nunca —aseguro, llevando mi mano a mi vientre, a la vez que cierro mis ojos por un par segundos. Cuando los abro, Robert ya no está ahí; desconcertada miro a todos lados y es como si hubiera desaparecido frente a mi vista.
Dios, creo que me estoy volviendo loca.
Dudo de mis pasos, antes de caminar hacia la estación del metro; no sé adónde ir. Por un lado creo que debo buscar a Sebastian y decírselo, pero no quiero que crea que estoy usando mi embarazo para retenerlo a mi lado y no mentiré, me ilusiona pensar en que tal vez al enterarse de que será padre, regrese conmigo y quiera que criemos a nuestro hijo juntos, pero tampoco quiero que vuelva conmigo obligado por las circunstancias, odiaría que se quede conmigo por compromiso y no por amor.
Dios, ¿qué hago?
Al final decido ir al apartamento de Sebastian y decirle que será padre, tiene derecho a saberlo. Ya él decidirá si quiere ser parte o no, de la crianza de nuestro hijo, independientemente de que ya no sigamos siendo pareja.
Al doblar la calle, me detengo en seco cuando veo a Sebastian salir del edificio, pero doy dos pasos atrás cuando veo salir a Theresa detrás de él, para luego colgarse de su brazo. Sebastian ni siquiera la mira, pero tampoco la rechaza.
Absorta, observo la escena.
Sebastian lleva un elegante traje, se ve guapísimo, pero luce cansado, distraído, y puedo notar que su mirada es triste. Ella lleva un elegante conjunto de día, con un muy revelador escote, que claramente grita: «Hazme tuya», luce feliz, radiante, y no pierde oportunidad para sonreírle y coquetearle a mi hombre.
Lo sé, ya no es mío. —Lloriqueo mentalmente.
Ahora que recuerdo, hoy es su graduación, a la que me invitó y me imploró que no faltara. Todavía recuerdo cuando me dijo que si a alguien quería ahí, era a mí. Obviamente, él ya lo olvidó.
Ambos esperan frente al edificio, supongo que esperan un auto. Mis sospechas se confirman segundos después, cuando una limosina negra se para frente a ellos y Sebastian abre la puerta para que Theresa suba al auto, después sube detrás de ella. Parece ser que Sebastian decidió darle gusto a su mami.
Hoy me siento más dolida y engañada, que nunca.
—¡Eres un maldito bastardo, Sebastián! —exclamo con resentimiento.
¡Dios, me siento tan estúpida!
Niego y río a la vez, al recordar que hace unos días, dispuse que hoy temprano le entregaran de sorpresa, un regalo de mi parte, para celebrar la realización de uno sus más grandes sueños, titularse como Publicista. Le compré un juego de mancuernillas de platino, y las mandé grabar con nuestras iniciales. Gasté parte de mis ahorros en ellas; ahora sé que fui muy tan tonta, y que debí haberme ahorrado ese dinero y mejor usarlo para los gastos que de seguro tendré con el bebé.
Además, junto con las mancuernillas debieron entregarle una tarjeta escrita de mi puño y letra, en la que lo felicito por sus logros, le expreso lo orgullosa que estoy de él y termino con la frase «Tú y yo por siempre». Niego, a la vez que entorno los ojos y río con incredulidad, al imaginarme a Sebastian leyéndola.
En fin, ahora sé que el dinero le hace más falta a él, que a mí.
Bien, te dejaré un regalo más, Sebastian —sentencio en pensamientos, mientras cruzo la calle.
—Buenos días, Francisco —saludo al portero, quien amablemente me abre la puerta y saluda con un movimiento de cabeza.
Sigo de largo sin decir más, pues por un momento creí que me negaría el paso, pero al parecer Sebastian no le ha informado de nuestra ruptura.
Subo corriendo las escaleras hasta el tercer piso, y me detengo frente a su puerta. Por un momento tengo la intención de entrar y buscar indicios para averiguar si Theresa durmió con él, pero prefiero no martirizarme más, así que me mantengo firme ante la tentación.
Saco de mi bolso el sobre con el resultado de los análisis y en su dorso escribo un breve mensaje: «Necesitamos hablar, Felicidades por tu graduación». No la firmo, él sabrá que soy yo quien le dejó ese mensaje, cuando lea mi nombre en el resultado de los análisis.
—Espero que esto no arruine tus planes con Theresa —pienso en voz alta—. No, no es cierto. En realidad deseo con el alma, que te los arruine —exclamo con desdén. Después deslizo el sobre por debajo de la puerta.
Media hora más tarde, estoy recostada en la camilla del consultorio de mi ginecóloga.
Me sobresalto cuando ella aplica un poco de gel en mi vientre.
—Lo siento, debí advertirte que estaría frío —menciona, mientras presiona algunos botones en lo que me explicó, es un ecógrafo doppler, el cuál además de confirmar el embarazo, y dado mis antecedentes de desnutrición, con el podrá determinar si el crecimiento del feto es normal—. Veamos.
Ella pasa un pequeño aparato por mi vientre, a la vez que observa el monitor con detenimiento, yo la miro ansiosa.
—Ahí está —dice, girando el monitor hacia mí y señalando una pequeña figura.
Primero la miro desconcertada, después comienzo a sonreír como una boba. Es impresionante, yo creí que luciría como un frijol o algo así, pero mi bebé ya tiene figura humana.
—¿Sabes qué es esto que palpita? —pregunta, señalando a la pantalla.
—¿Es su corazón? —inquiero maravillada, y ella asiente, sonriéndome.
En seguida las lágrimas se anidan en mis ojos.
—Espera. —Ella vuelve a picar algunos botones—. Escucha.
De pronto se escucha un suave, pero firme y rápido latido.
Río y lloro a la vez, es tan poderosa la emoción que me embarga, que siento que el corazón me explotará de felicidad. Impulsivamente mi mano va al monitor y acaricio la imagen de mi bebé, con las yemas de mis dedos.
No puedo evitar pensar en Sebastian, y en como quisiera que estuviera aquí, compartiendo conmigo este maravilloso momento.
Una vez más, la doctora teclea algunos botones, hace algunas mediciones, después, en la pantalla, algunas partes se colorean de rojo y otras de azul, y ella hace algunas capturas.
—¿Está todo bien? —pregunto preocupada.
—Todo está perfecto, Mila. El feto está bien implantado, su corazón late fuerte y de forma regular, y su tamaño indica que su crecimiento es normal —expone, y sonrío complacida, mirando con orgullo a mi bebé en el monitor. Sin duda mi hijo es un luchador—. Todo indica que tienes un embarazo de once o doce semanas —apunta con entusiasmo, mientras limpia la piel de mi vientre, después me cubre con la bata—. Ya puedes vestirte.
Me levanto de la camilla y entro al baño a ponerme mi ropa. Luego regreso y me siento frente a ella en el escritorio.
—Sé que temías por el bebé, por el sangrado que me comentaste que tuviste y que confundiste con tu menstruación. No es muy común, pero sucede, hay mujeres que presentan sangrados de corta duración durante los primeros meses de gestación y creen que están menstruando. Pero puedo asegurarte que en este momento, tu hijo no corre ni un riesgo —explica, mirándome a los ojos, lo que me tranquiliza—. Puedes seguir bailando, pero, trata de evitar los movimientos bruscos y no te expongas a accidentes. Toma, quiero que tomes una diaria —dice, entregándome un frasco de pastillas. Yo lo tomo y lo miro confundida, ella lo nota y continúa explicándome—. Es ácido fólico, previene defectos congénitos. Además, debes saber, que una buena alimentación es fundamental para el desarrollo del bebé, no está de más recordarte, que debes comer correctamente, Mila.
Yo escucho atenta y asiento con convencimiento, a cada una de sus recomendaciones.
—Gracias, doctora —digo, levantándome y ofreciéndole mi mano, ella la toma y me sonríe en respuesta.
—Oh, lo olvidaba. Toma, la querrás de recuerdo. —Ella me entrega una foto de la ecografía.
—La primera foto de mi bebé —exclamo, con una sonrisa melancólica, y de nuevo acaricio su imagen en el papel.
¡Gracias Dios, gracias por este maravilloso regalo!
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