Capítulo 11
Siento a Sebastian moverse a mi lado, en la cama. Me giro hacia él, y lo veo levantarse e ir al baño, ya dentro, se recarga en el lavabo en un gesto de cansancio, como si le costara mantenerse erguido. Se mira fijamente al espejo por un largo minuto, después se restriega los ojos con ambas manos.
—¿Estás bien? —pregunto, a la vez que me incorporo para verlo a los ojos a través del reflejo del espejo. Él apenas me mira.
—Estoy bien, solo siento un fuerte dolor de cabeza. —Abre la puerta del botiquín, toma el frasco de las aspirinas y traga un par de ellas, después moja su rostro con abundante agua.
Me levanto, me acerco por detrás, y le doy un suave masaje en sus hombros.
—Estás tenso —digo, al palpar sus músculos hechos nudo, Sebastian mira fijamente nuestro reflejo—. Estoy segura de que lo que pasó con mi madre es lo que te tiene así. —No desaprovecho la ocasión para tocar el tema; su mirada se endurece súbitamente.
Sebastian endereza la postura, sale del baño sin decir palabra y va hacia el vestidor.
—¡Por Dios, Sebastian!, ¿por qué no quieres decirme qué es lo que mi madre te dijo? —Lo sigo, y él continúa fingiendo que no me escucha, aparentando que no se decide por una camisa—. No puedo creerlo, ¿ahora vas a ignorarme? —Le recrimino.
Él desiste en su búsqueda de camisa, deja caer los brazos a sus lados, poniendo sus manos en puños, después cierra los ojos y resopla con frustración.
—Tu madre me dijo lo mismo que la mía, que no me quiere cerca de ti —confiesa con voz dura, con la mirada perdida en su ordenada colección de relojes, su mandíbula está tensa.
—En realidad eso no me sorprende —digo, cruzándome de brazos y recargándome en el marco de la puerta—, ya te había advertido que eso pasaría en cuanto mi madre se enterara, no entiendo por qué estás así...
—Me ofreció dinero para que me alejará de ti —me interrumpe, y en verdad me deja sin palabras, supongo que se siente ofendido—, mucho —añade, y sigue sin mirarme—. ¿Sabes todo lo que podría hacer con ese dinero, Mila? —dice, con una risa incrédula, sin poder ocultar el desdén con la que lo hace—. Podría irme a Francia y vivir fácilmente unos tres años, sin preocuparme por nada, o podría abrir el restaurante que siempre he querido —menciona con clara ironía, y siento que mi corazón se me detiene al escucharlo hablar con tanto rencor, de lo que podría hacer con ese dinero, como si de verdad quisiera aceptarlo.
—Pero no lo aceptaste, ¿cierto? —menciono en tono de broma, mostrándome despreocupada, pero sé que realmente lo hago para convencerme a mí misma, de que no tengo de que preocuparme.
Sebastian cierra sus ojos con dolor, después me traspasa con su mirada llena de ira.
—¿En verdad me lo preguntas?
—Estoy segura que no...
—Iré a bañarme —dice, pasando por mi lado, dejándome con la palabra en la boca.
—Sebastian, estamos hablando. —Voy detrás de él, pero cierra la puerta del baño, dejándome fuera—. ¡Sebastian, ¿es en serio?! —increpo, cuando lo escucho abrir la regadera.
Frustrada me siento a los pies de la cama y me dejo caer de espaldas—. ¡Dios, no entiendo nada! ¿Qué es lo que te está pasando Sebastian? —exclamo, mirando al techo.
Así me quedo por algunos minutos, con la mirada perdida, enmarañada en decenas de teorías, tratando de entender, qué es lo que sucede.
Me incorporo de golpe, corro escaleras abajo y voy al estudio. Quiero saber qué dice esa carta que tanto entristece a Sebastian, tal vez si la leo, entienda parte de lo que le ocurre.
Abro el cajón del escritorio, donde vi que la guardó, y la dichosa carta no está donde él la dejó. Cuidando dejar todo como Sebastian lo tenía, busco minuciosamente, pero no tengo éxito, no la encuentro por ningún lado.
¿Qué escondes Sebastian?
Subo corriendo las escaleras, y al entrar a la habitación, lo escucho girar el pomo de la puerta; apenas alcanzo a sentarme en la cama antes de que él salga del baño. Sebastian trae la toalla enredada en la cadera y con otra pequeña se seca el cabello, mientras nos debatimos en un duelo de miradas.
—Sebastian, debemos hablar —digo, acortando la distancia entre nosotros, pero él de nuevo evade mi mirada y va al vestidor. Me siento tan impotente, que quiero gritar, hago uso de todo mi autocontrol para no hacerlo.
—Es tarde, debemos darnos prisa —responde sin mírame, mientras busca su ropa y comienza a vestirse—. Preparé el desayuno mientras te bañas. —Asiento resignada, pienso que después de todo, será mejor que hablemos durante el desayuno, ya que ambos estemos más calmados.
Entro al baño, abro el agua de la regadera, y me desvisto para luego darme una larga y relajante ducha.
Al salir del baño, encuentro a Sebastian con mi bolso en sus manos, lo que en verdad me parece extraño.
—¿Qué pasa? —digo, mirando mi bolso en su mano con desconfianza.
—Nada... solo... —titubea y luce nervioso—. Solo busco algo.
—¿En mi bolso? —pregunto extrañada.
—No, en el buró, solo no quería tirarlo sin querer. —Sebastian coloca mi bolso sobre la cama y comienza a hurgar en los cajones del buró, que se supone es para mi uso personal y que es donde coloco mi bolso.
—¿Qué es lo que buscas? Tal vez yo pueda ayudarte, ya que ahí solo encontrarás cosas mías. —Le recuerdo.
—No sé dónde dejé un recibo, pero no está aquí —dice, después de buscar solo superficialmente entre mis cosas.
—¿Un recibo?
—No importa, ya lo buscaré luego. Anda, vístete, el desayuno está listo —dice, sin si quiera mirarme, después baja corriendo las escaleras, dejándome aún más confundida.
Reviso mi bolso y al parecer no falta nada, solo me alzo de hombros y me convenzo de que Sebastian, no hurgó en él. Voy al vestidor, me visto a toda prisa, cepillo mi cabello, y lo dejo suelto para que se seque. Después, arreglo mis cosas del ballet y bajo corriendo las escaleras. Me urge hablar con Sebastian, porque la incertidumbre me está matando.
Él ya me espera en la mesa, al verme se levanta y abre la silla para mí, como el caballero que es, después me sirve café.
—¡Mmm, se ve delicioso! —exclamo con entusiasmo, al mirar los apetitosos wafles con frutos rojos y una gran porción de ricota, intentando hacerle charla.
Él no responde y sigue sin mirarme. Resoplo derrotada, no puedo más.
—Sebastian, no entiendo tu actitud y en verdad me está molestando.
—Come, es tarde —responde con voz firme, y ahora sí pierdo la calma.
—¿Sabes qué? Acabo de perder el apetito —digo en voz alta, a la vez que me levanto de la mesa y lanzo la servilleta sobre la mesa. Sebastian deja los cubiertos y baja el rostro—. ¿Por qué simplemente no me dices qué es lo que te molesta?
Sebastian no responde, solo lo veo respirar profundo y mirar fijamente al frente.
—Yo te dije claramente lo que tu madre me dijo, ¿por que tú no puedes hacer lo mismo? Porque sé que hay más. —Le reclamo dolida, él hunde los hombros y su mirada luce desesperada.
Voy junto a él, me pongo en cuclillas y tomo su mano entre las mías—. Amor, no lo permitas. Por favor, no permitas que mi madre se interponga entre nosotros, porque aunque no lo digas, sé que ella tiene que ver con tu actitud —ruego, con mirada desesperada—. Sebastian, por favor mírame —suplico con voz quebrada, al ver que él, solo mira a la nada, con los ojos llenos de incertidumbre y el rostro desencajado—. De verdad quiero entenderte, estoy tratando, pero no puedo, necesito que me expliques qué es lo que está pasando. —Lo miro con angustia por unos largos segundos en los que no obtengo respuesta.
Suspiro derrotada, me levanto y lo miro realmente dolida—. No tienes idea cuanto me lastimas con tu silencio, pero no te obligaré, tú has sido paciente conmigo, y ahora yo lo seré contigo, esperaré a que quieras hablar. —Beso su sien y él cierra los ojos con un evidente gesto de dolor y frustración.
Tomo mi bolso, me lo cuelgo al hombro y voy hacia la puerta, conteniendo las inminentes ganas de gritar y llorar. Sé que está sufriendo y aún no sé por qué, pero por ahora creo que necesita tiempo.
Bajo las escaleras lentamente, sin ánimo alguno y es como si con cada paso, se abriera un abismo entre nosotros, y el mal presentimiento que había tenido días atrás, regresa con más fuerza.
—¡Mila! —grita Sebastian, a mi espalda, cuando estoy por salir del edificio y por un momento siento que me regresa el alma al cuerpo. Me giro, y me sorprende envolviéndome con fuerza entre sus brazos.
—Por favor, amor, perdóname, soy un tonto —dice, besando mi cabello repetidamente, haciéndome inmensamente feliz.
Intento apartarme de él para verlo a los ojos, pero no me lo permite porque me estruja con fuerza, y entiendo que necesita este abrazo, así que también lo rodeo con los míos y decido disfrutar de la calidez de su abrazo, y me dejo colmar de su amor.
—Sebastian, te amo, y nada de lo que mi madre haga, hará que deje de hacerlo.
—Hablaremos más tarde. —Se aparta, fuerza una sonrisa y toma mi rostro con sus manos—, solo no quería que te fueras sin que me dieras un beso de despedida.
Sonrío complacida, me cuelgo a su cuello, y él me besa como si no hubiera mañana. Sebastian venera mi boca con la suya, con un beso suave, y ansioso a la vez, un beso cargado de tantos sentimientos.
Se aparta de mí con un jadeo, pega su frente a la mía y me mira con adoración, pero después sus ojos recorren mi rostro detenidamente, como si quisiera llenarse de él, yo lo observo desconcertada.
—Te amo, mi pequeña, te amo tanto —declara, mirándome de nuevo a los ojos con verdadera devoción, luego me reconforta con un suave y cálido beso en la frente—. Anda, ahora vete o se te hará tarde.
—¿Te veré a la hora del almuerzo?
—No lo sé, yo te envío un mensaje.
—Ok. —Me paro de puntitas y le doy un último toque de labios—. Me extrañas. —Le pido con una gran sonrisa.
—No tienes idea de cuánto lo haré —admite, con una gran sonrisa, pero no sé por qué, lo que veo en sus ojos me asusta, y siento un poderoso escalofrío, recorrer todo mi cuerpo—. Márchate o Peter se molestará contigo —dice, alejándose de mí, caminando de espaldas hacia la escalera.
También fuerzo una sonrisa, a la vez que lo miro con adoración; quiero que sepa cuanto lo amo.
Sebastian dice adiós con la mano, antes de subir corriendo las escaleras, y cuando desaparece de mi vista, expelo abrumada.
Dios, no entiendo nada.
Paso la mañana aprendiendo la coreografía de Julieta, en su mayoría son: Pas de Deux con Jason, pero en esta ocasión ensayo un solo, y es Jonathan quien me la enseña.
—¿Qué pasa Mila? Estás distraída —me regaña, cuando no logro mantener una secuencia de piruettes.
—Lo siento —digo, recargándome sobre mis rodillas para tomar un poco de aire—. Lo haré de nuevo.
Repito la coreografía, hago un Grand Jeté, y al caer, mi tobillo se falsea, y caigo al suelo.
—Por Dios, Mila, ¿estás bien? —Jonathan viene en mi auxilio y me ayuda a ponerme de pie.
—Estoy bien, solo fue una torcedura —aseguro, sosteniéndome de él, para no apoyar con mi pie lastimado.
—Debes tener más cuidado, o quedarás fuera de la temporada. Vamos, te llevaré a que te revise el Fisioterapeuta. —Jonathan rodea mi cintura y pasa mi brazo por sobre sus hombros, para que me apoye en él, y me lleva hasta el área de Terapia física; inmediatamente soy atendida.
—Iré con Peter para ponerlo al tanto de la situación —dice, después de depositarme sobre la camilla.
—Por favor, Jonathan, espera un poco estoy segura de que no es nada grave —digo, conteniéndome para no mostrar mi dolor, mientras el especialista revisa mi pie.
—No está roto —asegura el hombre que me revisa—. Si no, no soportaría el dolor.
—¿Lo ves? Estoy bien, y creo que puedo bailar.
—No creo que sea conveniente que sigas bailando, será mejor que hoy descanses, o en realidad te lesionarás —añade el terapeuta físico, mientras coloca una bolsa de hielo en mi tobillo. Yo me sobresaltó al sentir el frío en mi piel.
—No, eso no puede pasar a estas alturas, el estreno será pronto y aunque cuentas con una suplente, el público paga para verte bailar a ti —manifiesta Jonathan, realmente alterado—. Ahora mismo te irás a casa, y descansarás ese pie.
—Ok —acepto, aunque en realidad creo que exageran, no puedo recordar la infinidad de veces que me he lastimado y he continuado bailando, soportando el dolor.
—¿Tienes forma de irte?
—Pediré un taxi.
—Bien, te acompañaré a que lo tomes.
—No es necesario, puedo caminar.
—Ok, pero por favor no fuerces ese tobillo.
—No lo haré. —Le aseguro.
Mi profesor se despide con un beso en la mejilla, después se va. Yo espero a que el fisioterapeuta, termine de vendar mi pie.
—Cuando llegues a casa, trata de mantenerlo levantado, si notas que se hincha, aplica hielo de nuevo, y toma este medicamento cada 8 horas —dice, entregándome un frasco con algunas píldoras—, es un analgésico y un desinflamante, mañana estarás como nueva.
—Gracias —digo, poniéndome de pie con ayuda del hombre,
—¿Estás segura de que puedes hacerlo sola?
—Estoy segura.
Cojeo un poco para no apoyar el pie, pero en realidad casi ni me duele. Camino lentamente a la salida, mientras reviso mi celular, pues tengo varias notificaciones, entre ellas, algunos mensajes de mi madre preguntando dónde estoy, pero prefiero ignorarlos, estoy realmente molesta con ella, en este momento no puedo fingir que no pasa nada entre nosotras, así que mejor reviso los de Sebastian.
Te espero en el apartamento. —Sonrío al leer su mensaje.
Regularmente, él viene por mí y comemos en un restaurante cercano, pero supongo que si quiere que nos veamos en el apartamento, es porque por fin quiere hablar, y me alegra saber que podremos aclararlo todo. En seguida le respondo:
Perfecto, yo llevo el almuerzo. Salí antes. —Le escribo y agrego una carita feliz.
Marco al restaurante de las hamburguesas favoritas de Sebastian y hago un pedido para dos. Después, detengo un taxi, me subo, y le doy la dirección del apartamento, pero antes le pido que haga una parada para recoger el almuerzo.
Entro al apartamento y encuentro a Sebastian sentado en el sofá. Luce nervioso, tiene los codos recargados en las rodillas y las manos juntas bajo la barbilla.
—¡Hola, amor, ¿qué tal tu día?! —saludo, desde la puerta.
—Bien, gracias —responde escuetamente—. Por favor, ven, siéntate. —Me habla, pero yo voy a la cocina a llevar las bolsas con nuestro almuerzo.
—Espera un segundo.
—Mila, por favor. Tengo algo importante que decirte. —Hago caso omiso a su pedido, y comienzo a desempacar los alimentos, estoy entusiasmada con la idea de alimentar a mi hombre.
—Te traje los pastelillos que tanto te gustan —digo, mostrándole la caja con su postre favorito.
—Mila, por favor, necesito que me escuches —insiste con voz fuerte y firme, después pasa sus manos por su cabello; lo noto impaciente. Yo guardo silencio y lo miro intrigada.
—¿Qué pasa? —Me acerco a él, me siento sobre su regazo, lo abrazo y le planto un sonoro beso en los labios.
Él responde a mi beso, pero de pronto se aparta, me toma en brazos y me sienta en el sillón de enfrente. Todas las alarmas se encienden.
Algo no está bien.
—Por favor, pon atención —solicita, mirándome fijamente por entre sus rubias pestañas, yo me acomodo frente a él y lo miro a los ojos. Él toma mis manos, pero baja la mirada.
—¿Qué pasa Sebastian? Me estás asustando.
—Mila, lo nuestro tiene que terminar. —Lo miro fijamente a los ojos, parpadeo lentamente y repetidamente, tratando de asimilar lo que Sebastian acaba de decirme.
¿Está de broma?
Sí, debe ser una broma.
Esto no puedo estar ocurriendo.
No quiero creerlo, pero mis ojos están llenos de lágrimas.
—¿Qué...? ¿Qué dices...? No entiendo... —Las palabras se estancan en mi garganta, formando un nudo, que duele y que me dificulta decir lo que quiero. Todavía no entiendo qué pasa y no quiero creer que esto está sucediendo, me niego a creerlo—. No Sebastian, no lo hagas... —Lo exhorto, y él evade mi mirada, haciéndome sentir que el suelo se hunde bajo mis pies—. Por favor, Sebastian, no me hagas esto. Te lo ruego, tú no... no puedes rendirte, lo prometiste —ruego con voz desesperada, pero termino la oración sin voz, ahogada por el dolor.
—Pequeña... —exclama con dulzura, antes de tomar aire y endurecer su rostro—, lo siento, pero tengo que dejarte ir, debes seguir sola tu camino. —Mi corazón se detiene, y siento que las mariposas en mi estómago, mueren lentamente, en una larga agonía.
No comprendo que está pasando.
¿Por qué me está diciendo esto?
Tengo la mirada perdida, no puedo articular palabra y lo escucho como un eco dentro de mi cabeza.
—Mila, lo nuestro se acabó, ya no puede ser —declara con firmeza.
Un fuerte jadeo escapa desde el fondo de mi pecho, y de pronto siento como si cayera en un abismo sin fondo.
—No, no lo entiendo. Anoche me repetías cuanto me amabas, que ya no podías vivir sin mí. —Le recuerdo molesta, y él continúa tratando de evadir mi mirada a toda costa.
—Mila, yo... Yo no tengo nada que ofrecerte. Ya no tengo el apoyo de mis padres, estoy por mi cuenta —expone derrotado, y sigo sin entender nada.
¿Qué quiere decir? Estoy confundida.
¿Me está dejando por dinero? Cada vez entiendo menos, sé bien que Sebastian hace mucho que no depende de sus padres.
¿Por qué me miente?
Me hinco frente a él y tomo su rostro con mis manos, obligándolo a mirarme; me niego a rendirme tan fácilmente, tengo que luchar. Yo lo amo y sé que él me ama.
¿O no?
—Sebastian, es por mi madre, ¿cierto? Ella te está chantajeando, lo sé. Por favor, te lo ruego, no nos haga esto, porque nos estás fallando, Sebastian, porque sé que esto te está matando tanto como a mí —digo, al borde de un ataque de angustia.
—Mila, créeme —dice, con la mirada atormentada por la culpa—, lo hago por tu bien —expone inquieto, y quiero entender, pero lo que me dice es difícil de creer—. Mila... —La ira bulle dentro de mí y me pongo de pie de un salto.
—¡Por Dios! ¡Sebastian!, no puedo creer que nos estés haciendo esto. No puedo creer que te hayas dejado manipular por mi madre, así que deja de usarla de pretexto. Por qué mejor no eres sincero y me dices que ya te aburriste de mí, que ya no me amas, que no soy suficiente para ti. Admite que solo fui un capricho, que ya me conseguiste y me usaste hasta hartarte. —Lo reto enfurecida.
—Lo siento pequeña, pero es lo mejor para ti, para los dos —corrige, intentado parecer impasible, pero su rostro muestra el tormento que todo esto le causa.
—¿Para mí? ¿Por qué no me dejas decidir lo que es mejor para mí? No entiendo por qué todos siguen decidiendo por mí —vocifero realmente enfurecida. De pronto me inquieta una duda.
¿Dijo para los dos?
—Aceptaste el dinero de mi madre, ¿cierto? —pregunto, mirándolo desafiante, pero sintiendo que la desesperanza me invade por completo.
Sebastian no responde, solo baja la mirada, y siento mi corazón romperse en mil pedazos. Siento que me falta el aire, siento que el dolor en mi pecho amenaza con asfixiarme. Siento que estoy muriendo lento, muy lento.
—Pequeña, tienes que irte, y por favor no intentes regresar.
—¡Mírame a los ojos Sebastian! ¡Mírame y dime que ya no me amas! —exijo, y Sebastian mira a la nada, con los ojos llenos de dolor e incertidumbre, es obvio que esto le está doliendo tanto como a mí, y no entiendo por qué lo hace. Sus ojos están rojos y llenos de lágrimas; sin embargo, se obliga a no derramarlas—. ¡Dímelo! —grito, desgarrando mi garganta.
Sebastian expele con fuerza, soltando todo el aire que mantenía retenido en sus pulmones, a la vez que cierra los ojos y todo su rostro se contrae de dolor.
—¡Dilo! —Él respira profundamente, abre los ojos y me mira con verdadera desolación.
—Ya no te amo, Mila —declara, y el dolor que me causan sus palabras es inmenso, como si me arrancarán el alma. Porque aunque no le creo, me doy cuenta de que se rindió, Sebastian no luchará más por lo nuestro, y no hay mucho que yo pueda hacer; simplemente se terminó.
Las lágrimas corren a caudales por mis mejillas y los sollozos atorados en mi garganta, amenazan con ahogarme.
—¡No, no, esto no está sucediendo! —digo para mí, todavía sin poder creerlo—. Sebastian, por favor dime en qué fallé, dime qué hice mal, dímelo.... Y yo... Yo prometo volver a enamorarte, prometo hacer las cosas mejor esta vez... —Le pido, pero la voz se me quiebra, y él sigue evadiendo mi mirada—. Por favor, Sebastian, mírame —clamo, hincándome de nuevo frente a él—, tócame —ruego, tomando sus manos y posándolas en mi rostro, él me mira atormentado—. Por favor, bésame —digo, hundiendo con desesperación mis labios en los suyos, pero él solo cierra los ojos con fuerza y no responde a mis besos, lo que me lastima inmensamente—, vuelve a amarme, pero no me dejes ir. —Le suplico, mirándolo con dolor, dándole pequeños besos por todo su rostro y abrazándome a él con todas mis fuerzas, tratando que recuerde que me ama, que recuerde porque me amó alguna vez y le imploro que vuelva amarme si ya dejó de hacerlo. Después miro sus ojos esperando haberlo convencido, pero él solo me mira con lástima y luego baja su mirada, torturada por la culpa.
—Mila yo... —balbucea.
Me paro de un salto y doy dos pasos atrás como si su cercanía me quemara, porque sé que lo que me dirá, no me va a gustar.
—¡Cállate! —grito—. No digas más, ya no quiero escucharte, no puedo escucharte. No tienes idea de lo que me estás lastimando, me estás destruyendo Sebastian —declaro, y me cuesta respirar.
Estoy desorientada, todo da vueltas a mi alrededor y no encuentro la salida, necesito salir de aquí.
Sebastian nota mi estado de confusión y me agarra del brazo.
—Mila... Mila, amor....
—¡Suéltame! —le grito, a la vez que impulsivamente lo abofeteo con todas mis fuerzas. Sebastian ni siquiera se queja, solo me mira devastado, y por un segundo lo miro consternada, yo misma me sorprendo de mi reacción, pero estoy tan enojada que quisiera destruirlo todo a mi paso—. ¡No vuelvas a llamarme amor! —gruño, soltándome bruscamente.
Encuentro la salida y camino desesperada hacia la puerta, necesito que un poco de aire entre en mis doloridos pulmones.
Antes de salir, me detengo y giro sobre mis pies, me arranco el brazalete de platino con dijes que él me regaló, y se lo arrojo a los pies.
—Quédate con la alegría que me deseabas, tú acabaste con ella. Quédate con todas las promesas que me hiciste, acabas de romperlas todas. Quédate con todo el amor que decías tenerme, ahora sé que todo fue una mentira. Quédate con mi corazón, yo ya no lo necesito que de todas formas, roto, ya no me sirve —exclamo, mirándolo a los ojos con rencor, pero él no puede sostenerme la mirada, es su ojos solo brilla un profundo tormento—. Nunca voy a perdonarte esto que me estás haciendo, Sebastian —prometo, antes de salir de su departamento.
No quiero verlo más, no quiero ver a nadie, en este instante, lo único que quiero es morir.
*QUEDO ANSIOSA POR SABER SUS IMPRESIONES 🙈
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top