Noche 9: La cueva de las maravillas
Hola a todos, aquí Coco... quien teme no poder cumplir su cronograma de actualizaciones, porque la tarea está cañón 9_9 ¡Por las diosas!, ahora si estoy trabajando a marchas forzadas T_T Les prometo hacer mi mayor esfuerzo por no abandonarlos por acá, pero si las cosas siguen así, me temo que deberé suspender Wattpad un par de semanitas para sacar adelante la universidad >o< Pero bueno, creo que es muy pronto para entrar en pánico. Así que en vez de ver las histerias de Coco, ¿porqué no mejor nos relajamos y leemos qué sucedió en el palacio del sultán cuando se supo la verdad? *u* Este es uno de mis capítulos favoritos, fufufu <3 Ya saben qué hacer...
***
—¡Carajo! ¿Hasta dónde piensa llevarlo ese maldito demonio? —Desde que Ban presenció cómo habían atrapado a su pupilo, no había parado de seguirlo, esperando el momento propicio para rescatarlo. Sin embargo, la misión estaba resultando más complicada de lo que esperaba.
Los celos y la ira del sultán habían demostrado ser inconmensurables, porque los guardias no se habían alejado del reo en ningún momento. Casi se le parte el corazón cuando escuchó cómo lo torturaban. Sin embargo, resultó obvio que no había revelado información, porque cuando salió a encontrarse con un miembro de su tropa, se enteró de que no habían capturado a nadie.
Pero ellos habían fallado. El rescate de su hermana había salido terriblemente mal, y aun así, él había tenido la fuerza de voluntad para cerrar la boca y no traicionar a sus amigos. Sin importar que tan lejos en el desierto lo llevaran, Ban había decidido no abandonarlo. Pero era algo extraño. Si lo que planeaba el visir era asesinarlo cuando estuvieran fuera de la vista, hace tiempo que lo hubiera hecho. Y si lo que planeaba era llevarlo a otra ciudad, ¿por qué se estaba alejando tanto? El líder de los ladrones dudaba mucho que aquel príncipe fuera misericordioso, pero aún más improbable se le hacía que fuera a obedecer la orden de su hermano así sin más.
Años de práctica le habían enseñado a reconocer a un rebelde, y para él, no solo era obvio el visir no obedecía al sultán, sino que verdaderamente lo detestaba. Pero, ¿qué tenía que ver Arthur con sus planes de venganza? La noche cayó de nuevo, pero esta vez ninguno se detuvo, siguieron avanzando como si la meta estuviera a la vista. Y lo estaba. Cuando sus ojos enfocaron el lugar, Ban no pudo contener una mueca de incredulidad.
—No me jodas... ¿es en serio? —Tal como lo había visto grabado en las páginas de un libro de cuentos para niños, en la ladera de una gran roca enterrada en la arena, había una enorme boca de león con las fauces abiertas, que al parecer era la entrada a un lugar incluso más mítico que su guarida: la Cueva de las Maravillas. Incrédulo, vio como Arthur intercambiaba unas palabras con el visir, enredaba una cuerda en su mano, y entraba como si fuera lo más normal del mundo.
Los enormes ojos del león resplandecieron por un segundo, pero en cuanto el niño pisó el primer escalón, todo volvió a quedar en silencio. El visir exhaló con alivio, y ordenó a los guardias que prepararan todo para descansar. En cuanto Ban se aseguró que los tres hombres miraban a otra parte, vio su oportunidad. Rodeo el campamento y, sigilosamente, entró en la cueva tras su amigo.
*
—¡Wow! El visir no bromeaba... siento que con un solo puñado de todo esto, me volvería más rico que el sultán —Por un segundo, Arthur quedó hipnotizado por el brillo escarlata de un enorme rubí, uno incluso más grande que sus dos manos. Estiro los dedos para tomarlo, pero en ese instante el rostro de su hermana pareció reflejarse en una de sus caras y recobró la cordura a tiempo—. No, no, no. Él me lo advirtió, no tocar nada que no sea la lámpara, o todo este viaje será en vano. —El joven apretó los puños con fuerza y siguió caminando hacia lo más profundo de la cueva.
Su hermana estaba viva, eso es lo que aquel hombre le había dicho. Pero incluso aunque eso fuera mentira, el joven ladrón había comenzado a anhelar algo diferente a salvarla: venganza. No solo por la tortura que recibió, sino también por el sufrimiento de Elizabeth, así como por toda la pobreza y hambre que había visto en las calles desde que era pequeño. No era precisamente que le gustara ayudar a derrocar al rey, pero al menos estaba seguro de que el visir no podría gobernar peor que su hermano... ¿o sí?
De cualquier forma, le había prometido una recompensa, y si además con eso lograba recuperar a su hermana, no le importaba la sangre que se derramara en la familia real. Un leve movimiento captado con el rabillo del ojo lo hizo ponerse en alerta, y cuando pensó que solo había sido su imaginación, de nuevo vio ese ondulante movimiento y sacó su navaja.
—¿Quién anda ahí? —Aunque no había viento, un largo lienzo de tela se agitaba bajo una enorme roca, como si tratara de liberarse. No estaba seguro si ayudar a aquel objeto contaba como romper las reglas, pero decidió que valía la pena el riesgo, y se acercó a lo que en ese momento descubrió que era una alfombra. Justo antes de que sus dedos la tocaran, sintió como una fuerte mano se aferraba a su hombro—. ¡Ahhhh! —Echando mano de su entrenamiento, Arthur aplicó una llave a su atacante y lo dejó tumbado en el piso. En cuanto vio de quién se trataba, sus dedos se aflojaron y no pudo evitar derramar algunas lágrimas de felicidad—. ¿Señor Ban?
—¡Cielos, mocoso! Tal vez no debí entrenarte tan bien, ¡pegas como mula!
—¡Señor Ban! —El chico abrazó tan fuerte a su mentor que incluso le sacó el aire. Después, recibió un abrazo igual de fuerte de su parte, y ambos chocaron los puños para conmemorar su reencuentro.
—Con que sigues vivo, hombrecito. Resultaste ser duro de matar.
—¿Pero qué hace aquí, líder?
—Seguirte, por supuesto. Ha sido una lata desde que te atraparon. Por cierto... lamento lo de tu hermana. Es muy bonita, y se ve que es muy valiente —Por un momento Arturo hizo un puchero de celos infantiles, y miró mal a Ban un par de segundos—. Tranquilo, tranquilo. Será la joya de la corona, pero no es mi tipo de mujer. —Su pupilo suspiro aliviado y comenzó a caminar de nuevo hacia la alfombra.
—¿Entonces cuál es su tipo, señor?
—Quién sabe... ¿tal vez, pequeñas princesas rubias?
—¿Eh?
Ban no había podido sacarla de su cabeza en todo el viaje. En cuanto vio a la princesa Elaine, supo que era especial. Repetía los minutos que estuvieron juntos como quien gira un reloj de arena, embelesándose en cómo cae cada grano: comer como iguales, escuchar sus temores, sentir su dulzura calar hasta sus huesos, e incluso fingir que la defendía de unos ladrones que resultaron ser sus camaradas. Pero no fingió una cosa: en verdad pensaba que era una mujer por la que valía la pena morir. Suspiró con un misterioso dolor clavado en su pecho, y después se acercó a ver lo que estaba haciendo su amigo.
—En fin. Ven, te ayudo a empujar. —Ambos pegaron el hombro a la roca, y en un solo intento la alfombra quedó liberada. Dio un par de vueltas a la cueva, flotando llena de alegría, y de un momento a otro se enrosco en Arthur y lo subió encima para poder llevarlo a volar. El chico reía a todo pulmón, disfrutando aquel mágico momento, y tras pedirlo a la alfombra, ésta descendió hasta quedar a la altura de Ban.
—Suba líder, así llegaremos más rápido al fondo de la cueva. —De un solo salto el peliblanco llegó con él, y ambos volaron suavemente en dirección al famoso tesoro perdido.
—¿Cuánto crees que valga esto en el mercado negro?
—¡Señor Ban!
—Es broma, es broma. De todos modos el patrón de gatos que tiene está muy feo.
La cueva resultó ser más profunda de lo que ellos habían pensado. Aun así, fue muy fácil divisar el objetivo: sobre un altar de piedra, a diez metros por encima del suelo, y emitiendo un misterioso brillo azul, estaba la dichosa lámpara de aceite.
—¿Por este cacharro te sacaron de prisión? El visir que tiene gustos vulgares —Arthur tomó con dedos temblorosos la lámpara, esperando que algo milagroso sucediera, pero absolutamente nada de movió—. ¿Lo ves? Salgamos de aquí, antes de que algo mágico decida aparecer.
Misión cumplida. Los dos ladrones iban volando tranquilamente hacia la entrada, ya estaban a punto de llegar a la puerta... y luego, el infierno se desató. El sitio entero empezó a temblar, lava ardiente comenzó a salir por las paredes, y un enorme viento mandó a volar la alfombra, dejando a Arthur colgando en el vacío, y lanzando a Ban muy lejos, hasta el fondo de ese abismo. Con dedos temblorosos, el joven ladrón trató de impulsarse hasta la ranura en que se había convertido la entrada, cuando la persona por la cual había entrado a aquel infierno apareció extendiendo su mano.
—¡Dame la lámpara! —El visir alargaba los dedos pidiéndole el tesoro, cuando él apenas podía sostenerse.
—¡Ayúdeme a subir!
—¡Primero la lámpara! —El muchacho no tuvo otra opción. Como pudo la sacó de su bolsillo, estiró el objeto de metal, pero en cuanto el malvado hombre la tuvo en su poder, lo único que recibió como recompensa fue un pisotón en la mano que lo hizo caer al precipicio. Cuando trataba de escapar de la escena, el visir sintió como era golpeado por una cuerda muy pesada, pero logró zafarse de ella justo a tiempo para salir antes de que las fauces de arena se cerraran. Estás lo hicieron con un sonido estruendoso, y todo tembló por interminables minutos hasta que al fin volvió el silencio. El peliplateado quedó tendido en el piso, viendo maravillado como la boca del león desaparecía por siempre en las arenas del desierto, y saboreando de antemano la victoria tras alcanzar su deseo.
—¡Al fin es mía! ¡Solo mía! ¡Solo mi...! —Pero no estaba. El siniestro hombre rebuscó en sus bolsillos, en la arena, en cada centímetro a la redonda, pero la lámpara había desaparecido.
—¡Noooooooo!
*
Se viene uno de los mejores momentos de la historia UwU [se limpia la lagrimita]
https://youtu.be/7ljLJ3mgAjY
—Querido hermano, perdóname. Que las diosas purifiquen con esta agua sagrada el pecado de haberte fallado —Elizabeth se echó a la espalda otra palangana de agua caliente. Estaba prácticamente hirviendo, pero el dolor que sentía por eso le parecía apenas suficiente—. Si tan solo te hubiera explicado las cosas con calma, si tan solo hubiera hablado de ti con el sultán...
El sultán. Amarlo había sido su mayor pecado. Por amarlo, lo había perdido todo. Sin embargo, ¿lo odiaba? No, jamás podría odiarlo, y sabía que debía pagar por ello. ¿Cómo podía seguir amando al hombre que le había arrebatado a su hermano?, ¿cómo amar a un ser cuya ira casi destruye su cuerpo y alma? Sin embargo lo amaba, con locura y pasión. La sola idea de que algo le hiciera daño le resultaba abominable, y en cuanto se enteró de que estaba en cama sufriendo dolores y fiebre, se latigó todo el día con agua helada como castigo por no poder ir a sanarlo. Sus poderes no funcionaban, estaban por completo bloqueados debido a sus emociones. Deseaba tanto volver a verlo, poder estar con él, explicarle... pero sabía que ahora eso era imposible. Otra palangana de agua cayó sobre su cuerpo, y las gotas de agua sobre sus pestañas se mezclaron con un par de lágrimas y una sonrisa.
Aún recordaba todo de él. Su gentileza, su calidez, y esa extraña timidez que había ido adquiriendo cuando estaba con ella. Su pelo rubio, sus ojos negros, su porte varonil y su cuerpo... oh diosas, su cuerpo. Elizabeth aún recordaba sus manos sobre ella, sus alientos mezclándose, sus bocas unidas. Se echó una nueva palangana de agua hirviendo, con la esperanza de expiar el pecado de desearlo tanto. Su cuerpo despertaba a la lujuria solo con su recuerdo.
—Señor Meliodas, perdóneme por haberme atrevido a pensar que podía amarlo. Una sierva a su rey. Yo...
—Elizabeth.
No era posible. Tal vez solo estaba desvariando por el dolor... pero no. Realmente era su voz. Solo él podía hacer que su cuerpo reaccionara de esa manera, como un escalofrío recorriendo su piel. Se puso a temblar a pesar del vapor caliente que desprendía, sus dedos soltaron el cuenco que cayó con estruendo en el piso. Luego, como en trance, se giró para verlo a la cara.
—Alteza...
*
No bastaba. Incluso aunque muriera cien veces por ella, no bastaba para reparar el daño que le había hecho. Entre más deslizaba la mirada por el cuerpo de Elizabeth, Meliodas más se odiaba a sí mismo. ¿Por qué sus heridas aún no sanaban? Ella descendía de las diosas, debía de tener unas habilidades curativas asombrosas. Entonces, ¿por qué en su cadera aún estaba la marca morada que habían dejado sus dedos cuando la tomó por la fuerza?, ¿por qué aún había una pequeña marca roja en su labio?, la herida en la pierna causada por su daga... y su espalda... cada latigazo sobre su piel se estaba grabando a fuego en su alma. Y estaba tan delgada que su costillar comenzaba a notarse.
Él mismo comenzó a temblar sin control, pero se obligó a seguir mirando hasta alcanzar sus ojos. Lo que vio lo hizo sentir como si Zaneri en verdad le hubiera enterrado la daga en el pecho: la mirada de Elizabeth estaba vacía, ausente... como si estuviera muerta.
—No por favor —La súplica le salió como un susurro. Luego cayó de rodillas ante ella y bajó la mirada al piso—. ¡Elizabeth!, pídeme lo que quieras. Mi vida, mi reino, ¡son tuyos! Pero por favor... —Él alzó los ojos desbordados de lágrimas para clavarlos en los de ella—. Por favor... —No pudo terminar lo que estaba diciendo, porque sintió como el cuerpo de Elizabeth le caía encima en un abrazo que lo dejó sin aire. Ella le echó los brazos al cuello y comenzó a restregarse contra él desesperadamente.
—¡Señor Meliodas! —Elizabeth temblaba mientras frotaba su cara contra la del rubio y pasaba las manos por su cabello. En ese momento decidió olvidarse de todo el miedo, odio y tristeza que hubiera podido sentir antes, y lo besó con toda la pasión de la que era capaz. Él se derritió entre sus brazos, pero no se atrevió a moverse o a tratar de tocarla. Entonces ella lo tomó de las manos, se colocó una en el pecho, y puso la otra sobre su cadera, justo sobre la marca de piel morada.
—Elizabeth... ¡ahhh! —Ella le había dado algo que estaba a medio camino entre beso y mordida en el cuello—. Dime lo que quieres —Su súplica se estaba mezclando con sus gemidos, y la ropa que llevaba se pegaba al suelo, empapada—. ¿Qué puedo hacer para expiar mi pecado?, ¿qué puedo darte a cambio de tu perdón?
Ella se incorporó de golpe al escuchar esto. Una simple bailarina, poco más que una esclava, tenía al sultán suplicando de rodillas. Se había sentido tan indigna de todo, tan culpable... y ahora, él venía a entregarle el mundo. Las lágrimas comenzaron a caer sin control por sus mejillas, y no sabía si tendría el valor de decirle la única cosa que deseaba.
—No llores, por favor —Él comenzó a secar dulcemente sus lágrimas con los pulgares—. El mundo, lo que quieras, a cambio de tu perdón.
Elizabeth decidió ser egoísta, decidió ser tan codiciosa como podía y pedir justo lo que deseaba. Se acercó a él para quitarle la bata, dejando su torso desnudo, y luego lenta, delicadamente, colocó sus labios sobre el rubio, a la altura de su corazón.
—Esto es todo lo que siempre quise. —Besó su pecho con ternura, provocando en él un largo gemido. Comenzó a dar una serie de besos como el picoteo de un pájaro, y luego fue subiendo de intensidad hasta que terminó por lamerlo y chuparlo. El sultán no pudo resistir tanto placer, y terminó dejándose caer al piso por completo. Pero ella no lo iba a dejar ir.
Se montó sobre él a horcajadas, y continuó besando su pecho mientras movía las caderas, rozando su intimidad con la de Meliodas. Él gruñía bajo sus caricias, y en cuanto una mano tímida comenzó a hacer su camino sobre ella para acariciarla, la albina se levantó de nuevo para mirarlo.
—Siempre quise esto —Elizabeth colocó la palma de su mano abierta sobre el corazón de Meliodas y le clavó las uñas con fuerza—. Perdóneme. Aún sabiendo que no estaba destinada a tenerlo, yo... lo único que deseo es tener su corazón. —Meliodas puso sus dos manos sobre la de ella y presionó con fuerza. Luego, sin soltarlas, se sentó quedando frente a frente.
—Es tuyo. Lo has tenido desde el momento en que te vi. Tal vez no lo sabía entonces, pero... ahora estoy seguro —Sus ojos se clavaron en los de ella quien, maravillada, vio claramente como pasaban de un negro profundo a un brillante color verde—. Te amo Elizabeth. —Por un segundo el mundo se detuvo, y cuando volvió a girar, todo había cambiado para ellos.
¿Podría ser que aquel hombre ofreciéndole el mundo fuera el mismo que primero había intentado destruirlo? ¿Aquel orgulloso rey era la misma persona que ahora se postraba de rodillas para pedir su perdón? ¿Quería perdonarlo, aún pese al pecado que cargaban juntos? Decidir dar el siguiente paso era como saltar al vacío. Creer que juntos podían cambiar el destino... era un salto de fe. Clavó sus ojos azules en él, quemando lo que quedaba del antiguo sultán, y decidió renacer mientras le dedicaba una sonrisa.
—Y yo a ti... Meliodas. —Sus bocas se encontraron nuevamente en un beso, pero esta vez era uno lleno de luz y esperanza. El beso se fue profundizando mientras él se dejaba caer de espaldas nuevamente. Elizabeth no supo en qué momento lo hizo, pero la tela que los había estado cubriendo de la cintura para abajo fue quitada, y ahora su miembro se encontraba justo en su entrada.
—Tómame tú. —Con deliciosa lentitud, ella obedeció, y ambos soltaron un grito cuando él llegó a lo más profundo de ella. La sensación era fabulosa, Elizabeth sintió su interior totalmente colmado, y tal vez solo fuera por la sensibilidad de su piel, pero le parecía que el palpitar entre sus piernas sonaba igual de fuerte que el latido en su pecho. Luego empezaron a moverse.
—¡Ah! ¡Ngh! ¡Ahhhhh!
—¡Ahhh!, ¡Elizabeth!
Ella comenzó a mover la cadera en círculos, igual que en su danza, y la sensación fue tan poderosa que Meliodas se arqueó por completo y tuvo que aferrarse a sus caderas. Elizabeth se deleitaba viéndolo, aumentando el ritmo más y más, mezclándolo con tiernas caricias a lo largo de su pecho y abdomen. Cuando ambos llegaron al límite, fue ella la que habló entre jadeos.
—Por favor, Señor Meliodas... dígamelo una vez más... —Él sonrió con una calidez que derritió todas las dudas que quedaban, y gritó unas últimas palabras antes de dejarse ir dentro de ella.
—¡Te amo, Elizabeth! —Y ambos se fundieron en el otro, en un charco de lágrimas, sudor, y agua para expiar sus pecados.
***
:'D [suspiro] Y ahora, un secreto de este capítulo: ¿sabían que el ritual de bañarse con agua helada o hirviendo sí se consideraba una forma de purificación espiritual en el pasado? Se llama "ablución", y no solo pertenece a las costumbres árabes, sino a muchas otras culturas del mundo UwU Mi dulce Eli... baños fríos, oración, ayuno y penitencia. Creo que logré transmitir el sentimiento de que ella se estaba volviendo una santa. Y a partir de ahora, Meliodas deberá hacer una conversión total para merecerla, fufufu. No se vayan aún, nos vemos en la siguiente página.
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