Noche 8: La verdad
La redención se acerca UwU posdata: ¿listos los pañuelos y el chocolate?
***
Meliodas estaba destrozado en más de mil formas. Habían pasado doce días desde su arrebato de ira, pero no había un solo segundo en que no se preguntara si lo que había hecho era lo correcto o no. Había seguido el castigo que imponían las leyes y la tradición. Le habían enseñado toda su vida que un rey nunca se disculpa, y que reconocer los errores mostraba debilidad. Sin embargo... un buen rey y juez siempre oía los testimonios, ¿no? Después de todo, no escuchó ninguna explicación por parte de ellos. Pero, ¿quería oírla? La rabia volvió a subir por su pecho y se dio cuenta de que no. Su orgullo no se lo permitiría, y la perspectiva de descubrir la verdad era tan dolorosa que no podía soportarla.
Aun así, no podía evitar preguntarse, ¿cómo estaba ella?, ¿sus heridas ya habrían sanado?, ¿aún lloraba por el joven que él había arrojado cruelmente al desierto? Le estaba dando jaqueca, pero justo cuando creyó que su cabeza iba a explotar, sintió una mano suave sobre su hombro que lo trajo de regreso al presente.
—Alteza, ¿se encuentra bien?
—Sí, discúlpeme, princesa Elaine. Es solo que tengo muchas cosas en la mente.
—Tranquilo. —La gentil rubia le sonrió amablemente y le ofreció un poco de agua. Tras un breve silencio, él soltó un suspiro cansado y volvió a hablar.
—Esto no está saliendo bien, ¿cierto?
—¿Qué excelencia?
—Nuestra cita. Es obvio que ninguno de los dos quiere estar aquí, ¿o me equivoco? —La princesa abrió la boca un momento, pero casi de inmediato la volvió a cerrar. Luego soltó una alegre risita.
—Tiene toda la razón mi señor. Es obvio que los dos tenemos a alguien más en el corazón. —Meliodas se asombró al escuchar esto e, ignorando por un momento las leyes y la tradición, dedicó a Elaine una sonrisa de lado antes de preguntar.
—¿Acaso usted está enamorada, princesa? —Ella se llevó las manos a las mejillas y comenzó a ruborizarse lentamente. Ese gesto le trajo tantos recuerdos a Meliodas que sintió apretar un nudo en su garganta.
—Espero que no le parezca escandaloso, mi señor, pero creo que me he enamorado de un simple cocinero.
—¿Un cocinero? —Contrario de lo que pasó con Elizabeth, escuchar que Elaine estaba interesada en alguien más no le despertó ninguna emoción negativa. De nuevo se preguntó el porqué.
—Solo estuvo unos minutos conmigo la noche del asalto, pero me protegió. Él, que pudo haber huido para salvarse, lo arriesgó todo y permaneció cerca mío sabiendo que lo único que lograría sería poner su vida en juego. Porque eso es lo que pasa cuando alguien humilde se atreve a amar a alguien con poder, ¿no lo cree, mi señor?
Meliodas estaba mudo de la impresión. ¿Qué era lo que Elaine estaba tratando de decirle? El que la princesa le hubiera abierto su corazón había hecho que él comenzara a abrir los ojos. ¿Qué tan importante era en verdad para él las leyes y la tradición? ¿Preferiría seguirlas ciegamente antes que conocer la verdad? No. Quería, tenía que escuchar esa explicación. Debía haber una. El sultán se levantó e hizo una reverencia a la hermana de su amigo, que desde ese momento comenzaría a considerar su hermana también, y se preparó para hacer aquello que destruiría todas las enseñanzas de su padre.
—Gracias princesa. —En cuanto le dio la espalda, se dirigió hacia el lugar que más le aterraba en el mundo: de vuelta al harem.
*
—¡No, no, no, no y no! ¡Jamás dejaré que vuelvas a verla!
—Diane, perdona que lo diga de este modo, pero tú no puedes negarme ese derecho. Será mejor que lo hagas por las buenas o...
—¡¿O qué?! ¿Me darás unos azotes? Por mí está bien, pero te advierto que yo aguanto mucho más que ella —La mirada de la castaña tenía una intensidad feroz, pero también se podía ver que sus ojos estaban brillosos por las lágrimas contenidas—. ¿No le has hecho el daño suficiente? Ya ha pasado el momento de las explicaciones. Además, ¿con qué cara vienes a pedirle otra oportunidad cuando el otro día tenías a Melascula sentada en tus piernas?
Él recordaba bien ese suceso. Fue tan solo cinco días después de su separación con Elizabeth; se encontraba tan despechado y herido, que decidió comenzar un juego de seducción con aquella otra solo por venganza. Se había arrepentido casi de inmediato, y antes de que pasara algo más, había mandado a la dama serpiente a dormir sola.
—Diane, yo no vine a pedirle a Elizabeth otra oportunidad. Solo vine a pedir una explicación.
—¡¿Qué?! ¡¿Cómo te atreves?!
—Por favor, Diane... por favor. —El sultán tenía tal expresión de dolor que por un momento la furia de la castaña quedó olvidada. Pero no dijo nada.
—Esperaba encontrarte aquí tarde o temprano, hermano —Meliodas se dio la vuelta justo en el momento en el que el verdugo y su esclava se acercaban hacia donde estaba él—. En cuanto me informaron que habías regresado a este lugar, me pareció el momento propicio para contarte toda la verdad. —Aquellas palabras le secaron la boca al monarca, que miró con estupefacción a su hermano menor y a la rubia que lo acompañaba.
—¿La verdad, dices?
—La verdad. Gelda, por favor...
*
Ahora la bailarina castaña sollozaba abiertamente con las manos sobre su rostro, mientras Meliodas caminaba de un lado a otro jalándose el cabello con desesperación.
—Su hermano. ¿Estás diciendo que torture y prácticamente ejecute a su hermano menor?
—Así es, mi señor —Gelda tenía las manos apretadas sobre el regazo y cerraba los ojos en un esfuerzo por contener sus propias lágrimas—. Dentro de esa vida de abuso y sometimiento que recibió a manos de la señora Nerobasta, ese pequeño se convirtió prácticamente en toda su alegría. Ella lo crío y lo cuido hasta que tuvo edad para irse, y tiempo después, él aún regresaba para cuidarla en contra de los deseos de la patrona.
—¿Pero dónde estaba cuando la trajeron al palacio? Si ya tenía un hombre de familia para que tomara responsabilidad por ella, ¿por qué no se negó a que la vendieran?
—Él trabajaba en el puerto, mi señor. Debió estar de viaje.
—Eso no es todo. Aunque las técnicas que utilizó en su intento de escape son similares a las de cierto ladrón legendario, resultó que sus antecedentes criminales hasta antes de ese momento son nulos. Y en cuanto al interrogatorio, al final, no dijo nada que lo incriminara. No podemos relacionarlo directamente a los Cuarenta Ladrones. —Pero Meliodas ya no estaba escuchando a Zeldris.
Su hermano. El ladrón que él había tomado por amante de Elizabeth no era más que su hermano pequeño, que había llegado de un largo viaje con la noticia de que vendieron a la única familia que le quedaba, y a la persona con peor reputación del reino: él mismo. Incluso recurrió al desesperado intento de asaltar el palacio, con tal de salvarla de lo él creía era muerte segura. Eran solo una familia pobre, donde el menor había sacrificado todo para salvarla, y ella lo había perdido todo por dárselo a él.
—¿Dónde está ese muchacho? Necesito que lo liberen de inmediato y...
—Es muy tarde —Meliodas miró a su verdugo con el rostro totalmente pálido—. Estarossa se lo llevó, y es probable que hoy no sea más que huesos blanqueados en el desierto. Por favor cálmate, necesitas descansar, tal vez luego podamos...
—¡Ahhhhhhhhhhh! —El grito de Meliodas se escuchó por todo el palacio, y era tal el dolor que lo consumía, que cayó de rodillas y luego se desmayó sobre el piso.
—¡Hermano! —Zeldris se aproximó al cuerpo de su rey y, en cuanto lo tocó, sintió que estaba ardiendo en fiebre—. ¡El sultán está enfermo! Gelda, manda a traer un doctor, ¡rápido!
*
Meliodas despertó rodeado de almohadas blancas y con una compresa fría sobre la frente. Percibía vagamente una presencia a su lado, y en cuanto notó el aroma a jazmines, todo embotamiento mental desapareció e intentó aferrar a su cuidadora por la muñeca.
—¡Elizabeth! —Pero la mujer frente a él no era ella. Era una de las gemelas, Zaneri, que lo miraba con unos ojos llenos de compasión y tristeza.
—No mi señor. Pero no sabe cuánto me gustaría poder serlo. —La bailarina pelinegra retiró el lienzo húmedo y comenzó a acariciar suavemente su rostro; él apartó la cara de su contacto, y le preguntó por la causa del fuego que lo consumía.
—¿Dónde está?
—Se fue, mi señor —Meliodas volteó a verla lentamente, sintiendo cómo toda la sangre se helaba en su cuerpo—. Estaba enferma. Será mejor que la olvide —El rey no contestó, y simplemente se quedó mirando al techo mientras sentía como la chica le pasaba una mano sobre el pecho—. Yo lo he estado cuidando por días. Yo siempre, desde el primer momento, he estado vigilándolo y cuidándolo —Entonces la ojiverde se subió con él a la cama y empezó a besar su cuello y pecho—. Yo solo estaba esperando el momento para servirle, el momento de complacerlo, pero usted... nunca me llamaba. ¿Por qué sólo podía ser ella? La menor, la más inexperta de nosotras, cuando a mi podría haberme tenido en cualquier momento. ¿Por qué, mi señor?
—Mátame —Zaneri detuvo su asalto al cuerpo del rubio y miró aterrada cómo en sus manos se formaba una daga hecha de oscuridad. Luego la tomó por la cintura y la subió a su regazo para colocarle el arma en las manos—. ¿Querías servirme no? Ahora es el momento. Mátame, y haz de este reino un lugar mejor.
—¡¿Qué hace?! ¿De qué tonterías está hablando?
—Ella era mi oportunidad —Había recuperado la sonrisa, pero esta era una llena de dolor y desesperación—. Era mi esperanza de ser mejor hombre, mejor rey; iba a ser la compañera con la que recorrería el mundo. Sin ella, yo... —Zaneri no dudó más. Se aferró con fuerza a la daga y la colocó justo sobre el corazón del sultán.
—Que estúpidos son los hombres.
—¿Eh?
—Dilo. —Meliodas no entendió lo que la pelinegra pedía y, al ver ella que tardaba en su respuesta, comenzó a enterrar la punta del cuchillo en su carne.
—¡Ahhh!
—¡Dilo! ¡Di lo que sientes por ella! ¡Dilo, o te juro por las diosas que ni siquiera este cuchillo te traerá la paz que tanto buscas! —Un poco más del filo se adentró en él, el dolor era casi insoportable, y cuando la sangre comenzó a manchar las sábanas, supo a qué se refería.
—La amo. —Su voz era apenas un susurro, e insatisfecha con eso, la pequeña bailarina retorció un poco más el arma en su herida.
—¡Más fuerte! —La daga estaba cada vez más hundida en su pecho.
—¡La amo! ¡Te amo! ¡Elizabeeeth! —En el momento en que lo dijo, una enorme calidez se apoderó de su cuerpo y, aunque en un primer momento creyó que se debía a la muerte, pronto se dio cuenta que era por la luz verdosa proveniente de las manos de Zaneri. Al parecer, ella también descendía de las diosas.
—¿Qué estás haciendo? ¿Por qué...?
—A esta hora, Elizabeth debe estar en los baños. No hay nada mejor que las abluciones para expiar los pecados —Cuando retiró sus dedos, no había ninguna herida en el pecho de Meliodas—. Ella se culpa, ¿sabe? Se culpa por todo. Se culpa por la suerte de su hermano, por la enfermedad de usted, y también por todos los sufrimientos de las mujeres en el harem, especialmente los míos...
—Zaneri...
—Yo la odiaba —La joven derramó gruesas lágrimas sobre las sábanas ensangrentadas, y su pequeño cuerpo comenzó a temblar—. La odiaba, solo por el hecho de que usted la hubiera elegido en vez de a mí. La odiaba por haberse vuelto tan buena bailarina, dejándonos a Jenna y a mí atrás. Y la odiaba, porque a pesar de todo lo que le hice, a pesar de todo el veneno que derrame, ella aún me quería, y rezaba a las diosas para que yo pudiera encontrar eso que ella había hallado en usted.
—Pero...
—¡Y aun ahora! Ahora que ella ya no tiene nada, ahora que perdió toda esperanza con usted, sigue culpándose por haberme robado al amor de mi vida, ¡que tonta es! ¿no cree? —Ya no pudo más. La sanadora se derrumbó sobre el pecho de Meliodas y comenzó a llorar desde el fondo de su corazón. Él solo pudo hacer lo que creyó que Elizabeth haría en una situación así: acariciar su cabeza hasta que se calmara.
—Zaneri... gracias. Todo va a estar bien.
—¡Más le vale! —Por fin, la chica se separó de él y sorbió un poco por la nariz antes de levantarse—. Si fuera yo, probablemente no lo perdonaría por golpearme en la forma en que lo hizo con ella. Si arruina su oportunidad, no habrá otra, eso se lo puedo asegurar. —Meliodas sonrió con honestidad por primera vez en días, seguro de que ahora ellos dos podrían ser buenos amigos, y de que haría todo lo posible por aprovechar la oportunidad que ella le brindaba.
—Gracias, lo tendré en cuenta. Ahora, sobre el lugar donde se esconde Elizabeth...
—No se esconde. Todas las mañanas y las noches, va a los baños turcos y se lava con agua caliente hasta prácticamente despellejarse. Es un ritual de purificación, ya sabe, por el luto y todo eso. El resto del día, se la pasa orando en el templo de las diosas, de donde le ruego que la saque, si no quiere que se muera de inanición. Ha bajado mucho de peso.
—Elizabeth... mi Elizabeth. —Ahora lo tenía todo muy claro. Gracias al valor de Zaneri, Meliodas pudo admitir sus sentimientos libremente, y estaba dispuesto a defenderlos con su vida si era necesario.
—Muchas gracias. No olvidaré lo que has hecho por nosotros, y procuraré hacer que tú también tengas una vida muy feliz. —Dicho esto, tomó la bata que tenía más cercana y salió corriendo en dirección al pasillo. Al quedarse sola, la bailarina se sintió tan absolutamente feliz como libre, y susurró unas últimas palabras al amor que dejaba ir.
—Más te vale que lo logres, o todo lo que hemos sufrido los tres habrá sido en vano.
*
Escena extra: Vino de ortiga
Tenía el frasco en la mano. Podía hacerlo, sería demasiado fácil. Unas gotas de la poción que había preparado aquella mujer, y el hombre que le arrebató todo estaría muerto en cuestión de minutos. Elizabeth estaba paralizada frente a la jarra de bebida que sabía que iría para la mesa del sultán, indecisa, sufriendo por un sentimiento que ella jamás había tenido que experimentar. El odio era un veneno que le corroía las venas, pero pese a sentirlo tan intensamente, no se atrevió a estirar la mano para matarlo. Así que trató de recordar porqué lo haría.
Vio con claridad la cara de su hermano, ensangrentada y con el fantasma de su último gesto desafiante. Vio el odio en los ojos negros de aquel monstruo. Volvió a sentir de nuevo los golpes de su látigo, que aún ardían como líneas de fuego en su espalda. Y recordó la forma tan brutal en que fue tomada. Y ahí es donde su odio falló, completamente reducido a cenizas. No podía explicarlo, no sabía cómo, pero para ellos, el sexo era un lenguaje sin palabras, uno con el cuál él trató de comunicarse en ese momento. Entendió que, mientras aquello sucedía, el sultán estaba intentando acabar consigo mismo. Se estaba castigando al castigarla a ella. Se estaba despidiendo, con tanto dolor como el que le provocó. ¿En verdad lo odiaba?, ¿tanto como para querer matarlo?
Recordó su caricia, su beso, su abrazo y su sonrisa. Recordó cómo se esforzaba por su gente, su gentileza, su alegría. Y entonces recordó lo que en verdad había deseado para él todo ese tiempo, lo mismo que en su momento había deseado para Arthur: quería que fuera feliz, que viviera, y de ser posible, que la recordara. Lo amaba. Y por eso, ambos tendrían que pagar. Él, con la soledad y oscuridad eterna que era tradición en su familia. Ella... con el olvido y la tristeza, la idea de una existencia sin él por el resto de su vida. Esa idea quebró todo dentro de ella: el odio, y el amor, e incluso sus motivos para vivir. No pudo soportarlo más.
Con lágrimas en los ojos, se apartó de la mesa del sultán, destapó la botella... y bebió su contenido de un solo trago con los ojos cerrados. Mientras el líquido le recorría la garganta, una cálida luz prendió en su pecho, y se dio cuenta de que el odio no existía. El dolor y la ira solo eran equivalentes a su amor. Se quedó en silencio, esperando paciente el momento final, y mandando en un suspiro lo que aún quedaba en su alma para las personas que significaban todo para ella.
Pero no murió.
Abrió los ojos con sorpresa, pues resultó que aquel veneno no era tal. Había resultado ser solo vino de ortiga, y al darse cuenta de lo que eso significaba... sonrió por primera vez en días. Su alma había sido salvada. Ser consciente de que prefería morir antes que matar, amar en vez de odiar, y perdonar en vez de vengarse, hizo que el terrible dolor de su corazón se fuera desvaneciendo, y volvió a ser ella misma, avergonzada de su momento de cobardía, y dispuesta a pagar el precio de vivir a cambio de redimir su pecado.
Su hermano... estaba segura de que su hermano sobreviviría a la prueba del desierto. Tenía fe en él, porque ya había sobrevivido una vez, y aunque no volvieran a verse, estaba segura que encontraría su destino. Aunque no volvieran a estar juntos, siempre lo amaría. Igual que al sultán. Su castigo ya estaba en manos de las diosas, y en cuanto a ella, su penitencia por amar al hombre que le hizo eso a su hermano sería seguir viviendo sin él, y rezar por su bienestar, tanto como por el de la familia que había perdido. Tendría fe en que, de alguna forma, ambos hombres se salvarían. Con los ojos llenos de lágrimas, la chica empezó su misión espiritual dejando esa ala del palacio para ir a rezar a la ermita.
Justo cuando sus pasos dejaron de oírse en el corredor, la mujer que había preparado el falso veneno salió de su escondite, el sitio desde donde la había estado observando mientras realizaba su prueba.
—¿Viste eso Monspeet? —dijo la joven guerrera con admiración—. Mi señor Zeldris tenía razón.
—Ella en verdad lo ama —replicó asombrado su compañero—. Prefirió morir antes que vengarse de lo que le hizo el sultán. El rey estará muy complacido de saber que...
—¡Es imposible que una mujer así lo haya engañado! ¡Si acaba de morir por él, por todos los infiernos!
—No está muerta, querida —dijo riendo el hombre de bigote—. Recuerda que le diste simple vino de...
—¡Sabes a lo que me refiero! Ella creía que eso era veneno, y tuvo la opción de matarlo a él, pero prefirió acabar con su vida antes que traicionarlo. —El par de espías se sonrió mutuamente como no hacían en años, y pensaron un momento en lo que aquello significaba. Eran asesinos. Eran especialistas en averiguar quién era leal a la familia real y quién no, y habían servido a aquella misión toda su vida. Si alguna vez alguien había superado la prueba y demostrado sin lugar a dudas su devoción al rey, esa persona era la chica que acababa de beber vino de ortiga.
—Debemos avisar a mi señor Zeldris de inmediato. En cuanto él tenga la prueba que quería, podrá decirle al sultán que...
—No, no le digamos todavía. —dijo con fiereza la chica, dejando muy confundido a su amigo que, pese a todo, decidió que iba a obedecerla.
—De... de acuerdo. Pero, ¿por qué?
—Se lo merece. El sultán se merece el sufrimiento de perderla. Se merece arrepentirse de lo que ha hecho, revolcarse en la culpa de sus crímenes, y no volver a verla. Merece creer que bebió veneno y no ortiga.
—Pero querida, esa no es nuestra decisión.
—Lo sé. Pero ayer lo vi con Melascula, y ahora que sé la historia de la chica, simplemente no puedo dejarlo como está. Tomaré venganza por ella, así sea solo con un par de días más de sufrimiento para aquel que de ellos dos en verdad se lo merecía. —Monspeet sonrió complacido y, dispuesto a ayudar a su amiga en la ejecución de la justicia, volvió a cubrirse el rostro con una máscara imitando lo que ella hacía.
—Muy bien. Entonces será mejor que vayamos a espiar a su alteza. En cuanto el sultán comience a mostrar signos de auténtico arrepentimiento...
—Iremos con su majestad Zeldris y veremos si el rey merece siquiera la sonrisa de esa santa. Vámonos ya.
***
Así es amigos UwU Eli es tan buena que, aún sumergida en ira, es incapaz de odiar. ¿Alguien más amó a la Derieri espía? Yo sí, y me encanta la idea de profundizar aún más su personaje ^w^ ¡Yei! Y ahora, un secreto de este capítulo: ¿sabían que este es uno de los pocos fanfics melizabeth en español donde Zaneri es buena y apoya la pareja de Meliodas y Elizabeth? En casi todos los que he leído la pintan como la mala (okay, como toda una zorra XD), y aquí, por fin, tiene un poquito de redención. Ella también parecía venenosa, y resultó tan buena como el vino de ortiga, ¿sabían que dicho vino tiene unas propiedades medicinales asombrosas? Fufufu.
Bien, eso sería todo por ahora melilovers. Les mando un beso, un abrazo. Nos vemos la próxima semana para más, y mañana en otra historia <3
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top