Noche 4: Joya en bruto
Último capítulo de esta noche chicos. Esta vez salió especialmente largo y sexy, ya que decidí juntar lo que originalmente había sido "Parte 1 y 2" en una sola. El tablero se está asentando para que se enfrenten amigos y enemigos, y en el mientras, nuestra hermosa bailarina peliplateada está cada vez más enamorada. ¿Quieren saber más? [risita] Ya saben qué hacer...
***
No llegaron a la cama. Apenas cerraron la puerta de la habitación, comenzaron a quitarse la ropa sin dejar de besarse. Elizabeth se tropezó con el velo que estaba en el piso, y ambos cayeron en un caos de manos, ropas y tela. Aun así, el sultán no paraba de reír. En un segundo aprisionó las dos manos de Elizabeth con una de las suyas y las puso sobre su cabeza.
—¿Con que te gustaron los dulces? Yo también puedo jugar a eso... y estos se ven más deliciosos. —El rubio bajó sus labios hasta uno de sus cremosos pechos, y comenzó a lamerlo suavemente.
—¡Ahhh! ¡Espere! —Ahora la lengua de él giraba alrededor de su pezón, y la sensación era tan increíble que inconscientemente Elizabeth se arqueo para recibir más. Soltó un largo gemido cuando él se lo metió todo a la boca y chupó con fuerza.
—Exquisito. —dijo él. Continuó con su camino de besos, lamidas y chupadas hasta que ella sintió arder su piel, y cuando no hubo un solo centímetro que no estuviera húmedo tras su paso, se fue deslizando hacia abajo, haciendo una línea justo por la mitad de su cuerpo. Estómago, abdomen y ombligo, en el cual se detuvo un segundo para meter su lengua. Luego bajó a su vientre, y cuando era evidente que pensaba ir más lejos, Elizabeth intentó cerrar las piernas llena de vergüenza.
—¡Espere, mi señor! ¿Qué está haciendo? —El rubio la miró intensamente mientras acariciaba con ambas manos sus pantorrillas; esto la distrajo el segundo necesario para que él pudiera tomarla de las rodillas y abrirla de nuevo.
—Jamás te avergüences ni me ocultes tu cuerpo. Al fin y al cabo, es mío también. —El camino de besos se reinició, ahora por el interior de su muslo hasta llegar a la rodilla. Luego acercó el rostro a su intimidad.
—Veamos a qué sabes, Elizabeth. —Y ella soltó un fuerte grito cuando su lengua comenzó su exploración. De la misma forma en que lo hizo con el pezón, comenzó a girar y girar alrededor de la perla que era el centro de su placer. Danzaba en su interior, arriba y abajo, dulce y a la vez intenso, y ella no pudo evitar comenzar a mover sus caderas llena de deseo.
Cuando el rubio metió dos dedos en su interior, la sensación por poco la rebasa, generándole espasmos y haciéndola convulsionar su cuerpo. Él se levantó de golpe con los ojos encendidos y con los labios brillantes por la evidencia de su excitación; chupó los dedos que había metido como si se tratara de un néctar delicioso.
—Eres tan dulce como creía.
—Mi señor... —Su voz la sorprendió a ella misma. Hasta ese momento no había sabido lo que era capaz de sentir. Y deseaba mucho más. Elizabeth le extendió los brazos, ofreciéndose voluntariamente a todo lo que él hiciera—. Por favor...
No tuvo que repetirlo. El sultán la penetró de un solo golpe, y comenzó a bombear dentro de ella con tal fuerza que al principio fue doloroso; pronto ese dolor desapareció, y antes de darse cuenta, Elizabeth se descubrió yendo a su encuentro en cada embestida.
—Más, ¡Más! ¡No es suficiente! ¡Elizabeth! —Tomándola fuerte por la cadera, giro con ella en brazos y de pronto los papeles estaban invertidos. Ahora la peliplatedada se encontraba sobre él, dándole una maravillosa vista de su cara sonrojada, sus senos rebotando, y el zafiro balanceándose sobre su pecho—. ¡Cabalga sobre mí!
Enloquecida de placer, ella obedeció a la primera, y pronto se acoplaron en un ritmo que los estaba llevando más allá de lo que habían estado jamás. Él subía sus caderas mientras ella las bajaba, y con cada choque entre los dos se acercaban más y más al éxtasis. La piedra azul colgaba en su cadena, golpeando su pecho y acariciando el abdomen de Meliodas en cada oscilación. Él había tenido la razón, y ahora la gema era un péndulo que media la intensidad de su pasión, rozando las pieles de ambos y contando los golpes que faltaban hasta que se fundieran en el otro.
—¡Mi señor, no puedo más! —Gemían juntos, temblaban juntos, y cuando él estuvo de acuerdo en que había llegado el tiempo, volvieron a intercambiar lugares.
—Sabes lo que quiero.
—¡Sí! —Ella le echó los brazos al cuello y, arqueándose una última vez, dijo la palabra que sería su liberación—. ¡Meliodas! —Y él vertió todo lo que tenía ella, quien lo recibió llena de felicidad.
*
Arthur comenzó a caminar por el lugar, y le pareció en verdad siniestro. La entrada podía ser lo mágica que quisieran, pero el interior parecía poco más que un hoyo en el suelo, y él tenía la impresión de que cualquier movimiento brusco podría desencadenar una avalancha de tierra. Había pasado más de una semana desde que se habían llevado a Elizabeth, y a pesar del miedo que sentía, le horrorizaba aún más la perspectiva de lo que ella estaría sufriendo en el palacio del sultán.
Apretó los puños lleno de determinación, y comenzó a bajar más aprisa, ansioso por encontrarse con aquellos famosos rebeldes que seguían siendo la única piedra en el zapato del tirano. No alcanzó a ir muy lejos cuando sintió que lo derribaban al suelo y le aplicaban una llave que por poco le dislocó el hombro.
—¿Quién eres y cómo hallaste la entrada?
—¡No soy un enemigo! Por favor, le ruego que me escuche. He venido para unirme a su organización, ¡quiero formar parte de los Cuarenta Ladrones!
—¿Y por qué deberíamos creerte? ¿Quién te envió y cómo entraste a este lugar? —Aunque tenían su cara aplastada contra el piso, el joven no pudo evitar sorprenderse al notar que ambas voces pertenecían a mujeres.
—Pude entrar usando las palabras mágicas. Vengo recomendado por Zhivago.
—¡¿Qué?! —Se hizo un silencio extraño entre los tres y luego, lentamente el agarre de la chica se fue aflojando hasta liberarlo.
—Por favor, se los suplico, llévenme con su líder.
—Aunque no lo hubieras pedido, eso haremos. Mantente callado y con la cabeza baja, si te va bien después de verlo, quizá te unas a nosotros. —dijo una chica pálida y de largo cabello negro.
—Síguenos, y más te vale no hacer ninguna tontería. —La mujer peliazul volvió a tomarlo del brazo y lo empujó para que caminara por delante.
Tan rápido como había sido emboscado, el ambiente dentro de la cueva comenzó a cambiar para revelar unas enormes ruinas que parecían muy antiguas. De entre las sombras comenzaron a aparecer más siluetas, y le sorprendió encontrarse con rostros que había visto anteriormente en la ciudad. ¿Qué hacía ahí aquel pelirosa, que además se supone era guardia en el palacio? Y ahí estaban dos de sus compañeros. También reconoció a la competencia de Nerobasta, la señora Matrona; y hasta había un curioso espadachín extranjero que obviamente venía del oriente.
—Vaya, vaya, vaya. ¿Pero qué tenemos aquí, Perico?
—Es Jericho, líder. Este mocoso afirma que vino aquí recomendado por Zhivago para solicitar unirse a nuestra tropa.
—¿En serio? —A un chasquido de sus dedos, decenas de lámparas se encendieron, revelando un gran espacio que se parecía bastante a una sala del trono. Sentado en el centro, se encontraba un hombre peliplateado, de ojos rojos y sonrisa astuta—. El viejo hace tiempo que se ha retirado y no le interesa lo que hacemos. Cuéntame, muchacho, ¿por qué te interesa formar parte de nuestra alegre comunidad?
Arthur se vio bombardeado por el sonido de risas burlonas y, al mismo tiempo, sintió como varios pares de ojos lo fulminaban desde donde estaban. Hombres, mujeres, e incluso un par de niños. De diferentes razas y condiciones sociales. Y en definitiva, todos rebeldes al gobierno de la familia real.
—Por favor, necesito tener las habilidades necesarias, ¡necesito convertirme en el mejor ladrón!
—Claro, claro. Pero verás chico, no nos estás diciendo nada —El hombre se levantó, demostrando ser bastante más alto de lo que esperaba, y también intimidante—. Todos deseamos algo, y la fuerza con la que ambiciones poseerlo es lo que te da el poder. Si eres un ladrón común, puede que ser un rebelde no sea lo tuyo. Pero me caes bien, y si prometes estar calladito, tal vez incluso te deje...
—¡Por favor! —El joven de ojos amatistas cayó de rodillas ante el peliplateado y comenzó a suplicar desde el fondo de su corazón—. ¡Necesito su ayuda! ¡Quiero ser más fuerte para poder asaltar el palacio del sultán! —Un denso silencio inundó la sala, y Arthur casi se infarta cuando fue roto por unas estruendosas carcajadas.
—¡Me encanta! Eso sí que es ambición. Pero mocoso, no todo el oro del mundo está en el palacio del sultán. Si lo que quieres es ser rico, hay formas menos suicidas.
—No señor, no me interesan las riquezas. Lo único que quiero hacer es salvar a mi hermana. —De nuevo silencio, pero esta vez, el castaño sintió cómo todas las personas en la sala cambiaban sus actitudes. Al alzar los ojos de nuevo, se encontró con la intensa mirada de su líder.
—Explícate.
—Verá señor... no compartimos la misma sangre, pero yo la considero la única familia que me queda. Hace años, cuando estaba a punto de morir de hambre en las calles, ella se apiadó de mí y me cuidó aunque se lo tuvieran prohibido. Me crió en una casa de bailarinas, y ya sabe que la tradición dice que no puede haber hombres ahí. Aun así, ella convenció a su patrona de dejarme quedar, ya que era solo un niño pequeño. Me enseñó todo lo que sé, me hizo el hombre que soy. Cuando fui demasiado mayor para seguir en la casa, ella me ayudó a conseguir un empleo decente en los puertos. Pero hace poco más de una semana, después de regresar de un viaje de trabajo, ¡me enteré que la desgraciada de Nerobasta la había vendido al sultán! —Para ese momento, las lágrimas corrían por las mejillas de Arthur quien, al darse cuenta, se frotó furiosamente los ojos y apretó la tela de su camisa con fuerza.
—¿Sabes lo que se dice, verdad niño? La familia real, sobre todo el visir, tiene la reputación de matar a las mujeres que eligen como rameras. No es por destrozar tus sueños pero, ¿estás consciente de que a estas alturas ella podría estar muerta?
—¡No lo está! Usted no la conoce. Eli es la mujer más dulce y más inteligente del mundo. Si hay alguien capaz de evadir la ira del sultán, es ella. Está viva, lo siento en mi corazón, ¡y necesita mi ayuda! —La suerte estaba echada. El joven hermano clavó sus ojos morados en los del hombre frente a él, y esperó.
Lentamente, pero con toda claridad, la sonrisa del líder se fue haciendo más y más ancha, hasta estallar en una sonora carcajada.
—¡Esto si es calidad! Margaret, por favor ven y explícale cuáles son las reglas de nuestra orden. Luego llévatelo con Verónica para que vea en qué nivel están sus habilidades. —Arthur estaba tan feliz que se levantó de un salto y comenzó a reír él también.
—¡¿Entonces me ayudará, señor?!
—Ahora veo porqué fuiste una recomendación de mi padre.
—¿Su... su padre?
—Soy Ban, el zorro codicioso —Su nuevo jefe se acercó a él para abrazarlo por los hombros y llevarlo a la parte de atrás, donde se encontró una pila de objetos valiosos y joyas de todo tipo—. Bienvenido a los Cuarenta Ladrones.
*
Los tonos azules del alba apenas comenzaban a notarse entre la celosía, pero Meliodas estaba fascinado con los efectos que esa luz tan tenue tenía en el rostro de la mujer que estaba abrazando. Llevaba viéndola dormir un buen rato, pegada a su cuerpo mientras le acariciaba la espalda y la curva de su cadera. Era tan hermosa. Tomó un largo mechón de cabello que tenía sobre el rostro y lo colocó atrás de su oreja. Este sutil movimiento bastó para despertarla.
Por un momento, sus bellos ojos azules lo dejaron desarmado. Sentía como si pudieran ver a través de su alma y temió que, si encontraba al monstruo escondido en su interior, se apartara de él horrorizada. Ocurrió todo lo contrario. Elizabeth sonrió llena de ternura, se ruborizó y, lentamente, acercó su rostro para depositar un dulce beso en la comisura de sus labios.
—Gracias, mi señor. —Meliodas frunció el ceño ligeramente y sonrió de lado.
—¿Por qué? —Ella solo expandió aún más su sonrisa y pegó el rostro a su pecho.
—Por todo. —Aún confundido, el rubio retomó sus caricias mientras los dos suspiraban.
—¿Te gustaron tus regalos? —No sabía porque, pero Meliodas simplemente sentía que necesitaba hablar para evitar pensar en lo que sentía.
—¿Hm?
—Es que... yo elegí todo lo comprado, pero lo que en verdad quería era conocer un poco tus gustos. Dime, ¿hubo algo en las mercancías que trajeron que de verdad te interesara?, ¿que desearas en verdad? —Elizabeth se quedó un momento callada y lentamente se separó de su abrazo para mirarlo.
—Bueno... hubo algo que me llamó mucho la atención.
—¡Lo sabía! Nómbralo y es tuyo. ¿Qué será? ¿Un vestido, un perfume, alguna otra joya? —Ella acarició la piedra azul que aún llevaba en el pecho y negó suavemente— ¿Entonces?
—Un libro —Ambos se quedaron en silencio un momento, y luego ella comenzó a hablar con timidez—. Verá, es que vi una edición muy hermosa de los famosos "Cuentos de Scherezada", que es una de mis obras favoritas, y...
—No creí que supieras leer —Ella comenzó a ruborizarse de nuevo, y asintió de forma apenas perceptible. Él la abrazó otra vez y depositó un pequeño beso en su frente—. Pues es tuyo, ¿lo leerías para mí?
Ella miró en sus ojos para asegurarse de que hablaba en serio y, por un segundo, le pareció ver un tenue brillo verde en el fondo de sus pupilas. Lo amaba. No supo cómo, pero más allá del sexo, el respeto y el miedo, ella amaba al hombre frente a ella con todo el corazón.
—Claro que sí.
*
—¡Elizabeth! —La peliplateada cepillaba su cabello sumida en la ensoñación, hasta que Diane llegó y cayó sobre ella como una avalancha—. ¡Elizabeth!, ¡Elizabeth!, ¡Elizabeeeeeeth! ¡Han llegado noticias fabulosas!
—¿Qué ocurre?
—¿Recuerdas lo que te platique ayer que nos pusimos serias? ¿Acerca de que mi corazón pertenecía a alguien que no era Meliodas? ¡Pues ese hombre vendrá pronto a visitar el palacio!
—¿En serio Diane? ¡Es maravilloso! ¿Y quién es? Cuéntame. —La castaña acercó su rostro lo más que pudo al de Elizabeth y susurró con ojos brillantes.
—Su alteza, el gran amigo de nuestro rey, el sultán Harlequin. Vendrá en unos días para celebrar la alianza entre su reino y el nuestro. —Mil emociones cruzaron por el pecho Elizabeth, entre el asombro, la tristeza y la esperanza.
—Entonces, ¿tú también?
—¿Yo también qué? ¡Espera! ¿No me digas que también estás enamorada del rey King? ¡Porque si es así, te advierto que no pienso perder contra nadie!
—No Diane, no es eso. Me refería a que... tú también tienes un amor prohibido. —La castaña entendió a lo que se refería de golpe, y aunque una sombra de preocupación cubrió su semblante por un momento, esta se fue tan rápido como llegó, siendo sustituida por una sonrisa llena de confianza.
—Sí, entiendo que estamos condenadas por reglas estúpidas y tradición. Jamás podremos casarnos con el hombre de nuestros sueños. Pero eso no significa que no podamos divertirnos un poco, ¿no? —Estas palabras llenaron de calidez el corazón de Elizabeth, quien tomó las manos de su amiga y las apretó con fuerza.
—Sí, tienes razón. ¿Y cuándo llega?
—En la próxima luna llena. —Mientras las alegres amigas se reían y abrazaban emocionadas, unos ojos siniestros las estaban observando.
—Estarossa, ya te dije que es peligroso mirarla de esa manera. Es la favorita de nuestro hermano, y si te atreves a tocarla, te meterás en serios problemas.
—El reprimido de Meliodas no merece una mujer así. Debí tomarla cuando tuve la oportunidad.
—¿No dijiste que te pareció era una ramera demasiado cara? Y para comenzar, fuiste tú quien le metió en la cabeza la idea de formar su harem.
—Sí pero, ¿por qué se empecina en estar solo con esa? Te lo digo yo Zeldris, aquí está pasando algo extraño.
—No nos interesa —En ese momento apareció la esclava Gelda, llevando una charola con té y viandas para las bailarinas—. Sí... no nos interesa en absoluto.
***
Y ahora, un dato curioso sobre este capítulo: ¿sabían que el nombre Scherezada pertenece a la mítica mujer que comienza la narración en el verdadero libro de Las mil y una noches? Era una mujer excepcionalmente bella e inteligente, así que decidí poner un poco de ella en Eli, y también mencionarla como un personaje "ficticio" dentro de mi obra. Ese libro es uno de mis favoritos, y ahora, espero que esta versión melizabeth pueda convertirse en uno suyo también [guiño].
¿Alguien más está emocionado por los avances del pequeño Arthur?, ¿y qué me dicen de la envidia de Estarossa? ¿Creen que Zeldris podrá seguir resistiendo mucho tiempo sus sentimientos por la nueva esclava? [Prohibido a los cocoamigos veteranos hacer spoiler] Nos veremos la próxima semana para más, y mañana en otra historia.
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