Noche 38: La alfombra voladora
Pequeña advertencia: seguro los veteranos notarán más fuerte los cambios ^w^ Pero no se alarmen, las noches árabes melizabeth siguen igual de deliciosas, fufufu. Ya saben qué hacer <3
***
Después de desmayarse en brazos del rubio, Elizabeth se había despertado dentro de una carpa color rojo como las de los nómades. Hendrickson y sus hombres los habían rescatado, guiados por Jenna y Zaneri, que estaban intactas. Las gemelas les habían explicado todo sobre la situación del reino y, tras confirmar la traición de Estarossa, se habían dado a la misión de buscarlos por el desierto. Fue una bendición encontrarlos juntos al borde de la frontera pero, pese a que habían tenido suerte en eludir al sultán oscuro, su situación aún era ominosa. Estarossa parecía haber empezado una guerra contra su propio pueblo y, pese a su resistencia, parecía que los sometería.
—Necesitamos algo que nivele el tablero —dijo Diane a los pies de su amiga—. Necesitamos armas, ¡algo para defendernos! —Ban, King y Meliodas intercambiaron miradas, y luego el último miró a la albina como pidiendo disculpas.
—Perdona que el consejo de guerra sea en tu cama, querida.
—Descuida. —dijo ella sonriendo. No le molestaba tener a aquella gente reunida en su carpa. Pese a estar realmente débil por el excesivo uso de su magia, le alegraba poder estar rodeada de todos ellos. Los Siete Pecados Capitales no habían querido apartarse de su lado hasta que se recuperara, y ahora, discutían sentados alrededor de su lecho.
—Volviendo a eso... me parece que cada uno de nosotros tiene algo que decir al respecto. —El silencio que siguió no duró mucho tiempo, pues Ban se puso de pie con la expresión de quien ha decidido algo.
—Sí. Creo que ha llegado el momento. Parece que, por primera vez en la historia, los Cuarenta Ladrones van a abrir sus arcas.
—En cuanto a mí —dijo su cuñado—, abriré las puertas de mi reino. Hay muchas personas que no están hechas para la guerra, habrá cientos de refugiados. Pues bien, allí los resguardaremos.
—Sí, todo eso suena muy bien —añadió Zeldris pragmático—, pero dinero y espacio no solucionan todos nuestros problemas. Nuestra desventaja es enorme. Y no podremos ganarle a Estarossa huyendo. —Entonces Arthur supo que había llegado el turno de que hablara. Y también, de revelar su último secreto.
—La cueva de las maravillas. —Aquella sola frase provocó que el resto se quedaran mudos.
—¿Qué? ¿De qué hablas? ¿Qué se supone que hagamos con eso?
—Hace tiempo —comenzó a explicar tras un suspiro—, pregunté a Merlín por qué yo había podido entrar a la cueva, y no Estarossa. Ella me dijo que un tesoro sagrado sólo respondía ante su legítimo dueño, y que la cueva me habían dejado pasar porque yo estaba destinado a poseerla. Pero la lámpara no era lo único que estaba escondido. Estoy seguro que, si logramos entrar de nuevo, algunos de esos tesoros responderán a nuestra llamada.
—¿Es eso posible? —preguntó Meliodas esperanzado—. ¿De verdad sería tan fácil?
—Y un cuerno —respondió Ban—. Sé lo que le pasó antes a quien quiso intentarlo. Además, ese lugar está perdido en el desierto, ¿cómo lo vamos a encontrar?
—No lo haremos. Al menos, no nosotros. —respondió el de ojos amatista con expresión pícara.
—¿Enloqueciste chico? Ya explícate, ¿de qué estás hablando?
—La cueva de las maravillas es un lugar mágico, y no está fijo. Nunca aparece dos noches en el mismo sitio, pero sé que llegaremos. Tenemos justo lo necesario para hacerlo.
—¡Pero si entregaste la lámpara!
—No me refiero a eso. Me llevé otro tesoro de la cueva —Todos lo miraron incrédulos al oír esto y, al ver sus rostros tan cómicos, Arthur soltó una risa—. ¡La alfombra voladora! Fue capaz de encontrar a mi hermana en pleno desierto. ¡Seguro encontrará la cueva! —En ese momento la tela estampada de gatos entró revoloteando, y descendió sobre la albina hasta cubrirla como una manta.
—No quisiera arruinar sus planes —Zeldris se había puesto súbitamente pálido, y tenía expresión de estar enfermo—, pero aún tendríamos un grave problema. Si la leyenda es cierta, y trata de pasar quien no sea elegido, esa persona podría acabar muerta. ¿Cómo saber quién de nosotros puede hacerlo? —Todos guardaron silencio, nuevamente abatidos. Entonces Elizabeth sonrió a su hermano, y besó con cariño la punta de la alfombra.
—Que nos diga ella. —Como obedeciendo la orden de la diosa, la tela flotó y fue posándose sobre sus elegidos. Meliodas. King. Ban. Diane. Luego se posó sobre Arthur y quedó inerte.
—Pues está decidido —dijo el rubio, para acto seguido tomar la mano de la albina y besarla devotamente—. ¿Me esperarás, Elizabeth?
—Siempre. —La noche siguiente los héroes partirían sin saber que, al regresar, sería convertidos en personajes de leyenda.
*
El sultán Estarossa se encontraba aburrido en la sala del trono, viendo como los mercaderes le traían diversos obsequios. Había alcohol, mujeres, y riquezas como nunca antes se habían visto en el palacio. También había artículos mágicos y antiguos libros de hechicería. Sin embargo, nada de eso le importaba. Ya nada le satisfacía. El reinado de oro que esperaba no era más que gris piedra fría, y despreciaba a cada uno de sus súbditos, porque sabía que ellos lo despreciaban. Todas las personas en esa habitación le tenían miedo, y él simplemente no lo entendía.
Habían pasado casi tres lunas llenas desde que él había derrotado a su hermano y tomado el trono pero, pese a ser el legítimo rey, nada había resultado como esperaba. Era absurdo. No entendía porqué no podían adorarlo como a Meliodas. Había hecho las mismas cosas, e incluso otras aún más grandiosas. Era un guerrero temido, el hechicero más poderoso. Gobernaba el reino con mano de hierro, hacía cumplir las leyes antiguas. Había renovado el ejército, y ahora, hasta criaturas mágicas formaban parte de sus filas. El comercio era próspero, e incluso conservó las leyes que Zeldris había dictado. Entonces, ¿por qué no lo amaban?
Él no entendía por qué pero, a pesar de todas las cosas que les había dado, cada día más personas escapaban del reino. Monstruos creados por él terminaron reemplazando a los sirvientes del palacio. Los caballeros nombrados por su hermano que habían desaparecido fueron sustituidos por quimeras. Pero no era lo mismo. Tuvo que utilizar aquellas bestias para atrapar a quien huyera y, cuando le preguntó a cierto miembro de la nobleza por qué lo hizo, este le dijo que era porque no veía futuro para el reino. Por supuesto, tuvo que cortarle la cabeza, pero lo que había dicho le quedó sonando.
—¡Ejem! ¿Su majestad? —Chandler venía llegando con unas notas en la mano, y el nuevo rey sintió el impulso de decapitarlo. Sin embargo, no podía. Él aún era una de las pocas personas útiles en palacio, además de la única que aún era fiel a la corona—. Nuevos reportes, mi señor. A pesar de los esfuerzos de sus quimeras, han desaparecido otras cincuentas personas del barrio de la seda.
—¡¿Qué?! ¡¿Cómo es posible?!
—Los rastreadores no lo lograron a tiempo —dijo el anciano secamente—. Es como si se los hubiera tragado la tierra.
—¡Montón de inútiles! —gritó el soberano desplegando una onda de energía oscura. Para cuando su rabieta terminó, todo el lugar estaba hecho añicos. ¿Y qué pasaba con la expresión burlona del peliverde? Se suponía que estaba a su servicio. Al parecer, su adoración por Meliodas había sido más genuina, y poco importaban otros juramentos—. Como sea. ¿Fueron ellos?
—Así es mi señor. Fueron los Cuarenta Ladrones.
Tenía que haberlos destruido cuando pudo. No habían dejado de incordiar desde que comenzó su reinado, y ahora, ni siquiera sabía dónde quedaba su guarida. Era como si esta cambiara de lugar constantemente, como una serpiente deslizándose bajo la arena. ¿Por qué no simplemente arrasaba el desierto? Ya no podía. En su corazón no quedaba fuerza, a nada de lo que hacía le veía sentido. Cada vez que reunía el ánimo para hacer algo, este se le escapaba como agua entre los dedos, y si en la noche se planteaba un objetivo, a la mañana siguiente lo olvidaba. Estaba solo, lo único que tenía era su amargura y las voces en su cabeza, y una lámpara mágica, la cuál aparentemente ya no le servía de nada.
—¡Merlín! —De inmediato la genio apareció haciendo una reverencia.
—Ordene, mi amo.
—Necesito tu consejo —Levantándose de su trono dorado, el sultán oscuro se acercó a la ventana para contemplar su reino. ¿Debía desear que destruyera a su enemigo? Absurdo. La genio de la lámpara no mataba y, si bien odiaba a los Cuarenta, sabía que sólo descansaría si los acababa él mismo. Pero, ¿y si tras vencerlos a ellos nuevos enemigos surgían? ¿El resto de su vida sería una inútil batalla?—. Me siento vacío —dijo finalmente el albino—. Si ya tengo todo cuanto he deseado, ¿por qué no puedo estar tranquilo? ¡Dime, Merlín! ¡¿Por qué no puedo ser como mi hermano?! —Un silencio opresivo se instaló tras decir aquello, y la maga sintió una pizca de compasión por la criatura miserable que era su amo.
—Los imperios no se construyen en un día, mi señor. Es el precio de la grandeza.
—No estás dándome una respuesta —El sultán le dedicó una larga mirada a la esclava, y ella sintió repulsión por la forma en que lo hizo. La veía lascivamente, la desnudaba con la mirada. Clavó los ojos en sus piernas, sus pechos, y temió que su último deseo fuera que se le entregara. Sin embargo, no fue así. La miraba, eso era cierto. Sin embargo, era como si al verla recordara otra cosa—. ¡Eso es! —gritó triunfal—. ¡Que tonto soy! ¡Tuve la solución ante mí todo el tiempo!
—¿Mi señor?
—¡Necesito una esposa! —El silencio fue tan grande como el escalofrío que sintieron los presentes.
—¿De qué está hablando, majestad? —dijo su siervo—. ¿Acaso su harem no le satisface?
—¡¿Qué no lo entiendes, viejo gordo?! —El peliplateado agarró a Chandler del cuello y comenzó a sacudirlo con violencia—. No rameras, ¡una esposa! A mi hermano no lo amaban hasta que esa mujer llegó. Y ese bastardo al que decapité el otro día me dijo que la gente se iba porque no veían futuro conmigo. Si me caso, habrá herederos, habrá un mañana, ¡ya no me sentiré solo! —El pobre anciano comenzó a sudar frío, y Merlín sintió que se ahogaba.
—¿Eso desea, mi señor? Si gusta, puede usar su tercer deseo para que busque a la candidata perfecta.
—No querida, eso no hará falta. —Por un momento Merlín temió que quisiera desposarla a ella pero, al ver que su mirada se dirigía al orbe mágico que uno de los mercaderes le había ofrecido, supo que había tenido una idea aún más terrible y peligrosa.
—Mi señor, no... —No hubo manera de detenerlo. Arrebatándola de las manos del aterrado hombre, Estarossa tomó la esfera mientras invocaba magia siniestra y poderosa. Tras crear un pedestal de arena y sombras, el mago depositó el cristal con el que pensaba buscar a su mujer predestinada.
—Muéstrenmela —susurró a los espíritus oscuros que habían respondido a su llamado—. La más hermosa, la que puede compararse a mí en fuerza. Denme una compañera gloriosa, ¡muéstrenme a la mujer destinada a ser reina! —El orbe mágico se revolvió por dentro como si estuviera conteniendo una tormenta y, al aclararse, la imagen mostrada hizo que la maga casi se desmayara. Era Elizabeth, sola en el desierto, sacando una cubeta de un pozo de agua—. ¡Está vivaaaaaaa! —gritó el sultán oscuro preso de la euforia. Su risa demente resonó en todo el castillo y, cuando finalmente paró, sus siguientes palabras fueron para el anciano—. Chandler, es tradición en nuestra familia que, si el hermano mayor muere, el que le siga se quede con la viuda. ¿O no?
—Pues... sí. Así es mi señor. Pero... —Chandler, que había odiado a Elizabeth en un principio, se negó a la idea de entregarla. Su rey había muerto, pero eso no quería decir que hubiera dejado de amarla—. Verá, ellos nunca se casaron. No es su viuda y, de hecho, no es nada. Solo es una mujer de baja ralea, poco más que una esclava. Por favor mi señor, olvídela. Hay damas mucho más dignas de... ¡raaaaaagh!
Se asfixiaba. Estarossa estaba por romperle el cuello al creer que lo que hacía era insultar a su reina. Porque ya se le había metido en la cabeza que lo era, y su obsesión por ella se estaba convirtiendo en parte integral de su demencia. Chandler había fallado al protegerla, y ahora, la pobre estaba condenada a ser perseguida por un demonio que creía amarla con locura. El peliplateado lo soltó, riendo aún en su delirio, y le dio órdenes de preparar su cacería.
—¡Mi mejor corcel! ¡Y mis rastreadores! ¡Y regalos para mi prometida! —Miró en dirección al horizonte, radiante de felicidad, y se deleitó ante la idea de burlarse de su hermano muerto quitándole su último y más invaluable tesoro.
*
Escena extra: Diosa
Elizabeth veía como Meliodas entrenaba su técnica con la espada mientras ella se le acercaba con una bebida. Hacía calor a pesar de ser noche y, bajo la resplandeciente luna llena, aquel lugar estaba casi tan iluminado como si fuera de día. Rodeados de ese hermoso paisaje, la albina se sintió como si estuviera en un sueño. Sin embargo, no lo era. Su amado en verdad estaba ahí con ella, recuperándose para volver a convertirse en el guerrero que era. En cuanto vió que daba el último mandoble y se detenía, se acercó presurosa a ofrecerle agua.
—¿Terminaste?
—Sí. Gracias, Eli. —De inmediato el sediento rubio llevó sus labios al tarro y, mientras bebía, Elizabeth no pudo evitar pensar que se veía extremadamente guapo. Con su pecho desnudo, el cuerpo perlado de sudor y su pantalón rojo cayendo por su cadera, parecía ser su definición personal de sensualidad. Alarmada por el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, sacudió la cabeza y acercó un lienzo a secarle el sudor.
—Lo estás haciendo muy bien.
—Hay esperanza —dijo él con una sonrisa de lado—. Aún no he recuperado casi nada de mi antiguo poder, pero me siento más fuerte con cada día que pasa. Y honestamente, lo único que me importa es que ahora al menos soy capaz de sostener un arma. Así podré protegerte de ser necesario. —Insoportablemente contenta por escuchar esas palabras, la albina tomó a Meliodas del brazo y lo apretó para transmitirle todo el amor que sentía.
—Te preparé un baño. No es como el de casa, pero te ayudará a refrescarte antes de que vayamos a descansar, ¿quieres? —Él giró para mirar a su mujer y, de pronto, la intensidad de sus ojos fue tal que la hizo ruborizar. El corazón de ella dio un salto, ¿qué era lo que planeaba? Al instante siguiente su hombre apartó la vista, y la expresión en su rostro se volvió seria y reflexiva.
—Elizabeth, ¿podemos hablar un poco?
—Claro —respondió intrigada—. Vamos, todo está listo en nuestra tienda —En el momento en que entraron, la joven percibió cómo el ambiente rápidamente cambiaba. Algo intenso, importante estaba pasando entre ellos. ¿Las paredes de su carpa siempre habían sido tan rojas? ¿Siempre habían olido a incienso? Reprimiendo nuevamente un sentimiento que seguro solo imaginaba, Elizabeth se arremangó para mojar las telas con las que pensaba limpiar su cuerpo—. Siéntate cariño. Te escucho. —La frescura del agua cuando sumergió la tela, el goteo que escuchó al exprimirla. Todos sus sentidos parecían haberse agudizado, y fue por eso que dio un respingo cuando Meliodas la tomó de las manos para detenerla y hacer que lo mirara.
—Yo soy quien debería servirte de este modo.
—¿Qué?
—Elizabeth, aquel día... yo estaba muerto, ¿cierto? —Un escalofrío recorrió la espalda de la peliplateada tras esas palabras y, alarmada, clavó los ojos en su rostro para analizarlo.
—¿De qué estás hablando?
—He estado pensándolo mucho. Desde que hablé con Ban sobre las leyes de los genios, no pude evitar sentir que no me habías contado todo. Dijiste que Merlín había venido en tú ayuda. Pero Elizabeth, ella no podría haberme traído de regreso. Porque morí. Antes no estaba seguro pero...
—Por favor. No sigas —Aquellas palabras le escocían, y el recuerdo de haberlo tenido inerte en sus brazos por poco la rebasa. Apartó el rostro concentrándose en la cubeta a su lado, y se puso a sumergir de nuevo sus trapos—. ¿A dónde quieres llegar?
—¿No entiendes lo que digo, mi amor? —El rubio levantó la barbilla de su mujer para que lo mirara de nuevo, y se llevó sus manos mojadas a los labios para besarlas—. Me trajiste de vuelta desde el mundo de los muertos. Literalmente, mi vida te pertenece.
—Meliodas, yo...
—Llegaste a mi como una esclava —susurró apasionadamente—, y al cabo de unas noches descubrí en tí a una reina. Te volviste dueña de mi mente, mi cuerpo y corazón, y reviviste mí alma, que creía muerta —La hermosa peliplateada estaba temblando para ese momento, pero él simplemente no se detenía—. Me has salvado incontables veces, pero eso... fuiste al cielo y al infierno por mí. Te has convertido en mi diosa.
—¡Basta! —La albina lo cayó echándole los brazos al cuello y besándolo—. No sé por qué dices esas cosas. Pero poco me importa si soy diosa, reina o esclava. Para mí, ¡lo más importante es que soy tuya!
—Elizabeth... —El beso continuó y, con cada segundo que pasaba, iba subiendo en intensidad. Meliodas la sujetó del cuello mientras abría más la boca y comenzaba a moverse de manera sinuosa. Antes de perder la cordura, la joven logró separar un momento sus labios para hacer una pregunta.
—¿Por qué querías hablar de esto? ¿Por qué ahora? —La sonrisa del rubio se hizo aún más ancha y le dió un beso fugaz antes de apartarse.
—Porque hoy por fin me siento lo suficientemente fuerte.
—¿Fuerte para...? —Todo pasó en un segundo. Él sobre ella, abriendo su túnica para dejar expuestos sus pechos. Sus manos ansiosas, la lengua que deslizaba su cálida humedad sobre su piel erizada. Gemidos. Días de abstinencia preocupados sólo en recuperar su salud por fin hicieron mella, y ahora, la pareja sentía arder tal deseo por el otro que fue como si se incendiaran.
—Me gustaría decir que quiero tenerte ésta noche, pero soy yo el que te pertenece. Elizabeth, ¿me concederías el honor de...?
—Meliodas, entiéndelo de una vez —Se le restregaba en él, completamente embriagada por su calor y esencia—. Nos pertenecemos. Por siempre y para siempre.
—Entonces —le respondió mientras se quitaba la ropa—, déjame adorarte como reina y diosa. ¡Y ámame de vuelta como mujer!
—¡Aaaaaaah! —Se dejaron caer entre los almohadones que les servían de cama, y ya ninguno pudo parar.
El rubio se echó al piso para besar sus pies y subir por el interior de sus muslos. Deslizó los labios por sus piernas hasta llegar al vértice de ellas. Cuando finalmente alcanzó su flor ardiente, la devoró con hambre lujuriosa. Convulsiones de placer contorsionaron el cuerpo de la albina mientras él gemía complacido y, cuando dejó descansar aquel punto palpitante, continuó su banquete llegando a sus senos. Morder, lamer, acariciar. Era como si nunca se fuera a saciar de ellos. Siguió avanzando hacia el cuello y, para cuando llegó a su boca, ella estaba más que lista.
—Tómame.
—Sí, mi diosa. —Entró en ella de manera lenta y profunda, llenándola en toda su longitud y llevándola al paraíso.
—Aaah. ¡Aaaaaahhhhh! —Sus caderas ondularon con sincronización perfecta, de la misma forma que sus respiraciones y latidos.
—Elizabeth —Meliodas giró llevándola en brazos, intercambiando lugares con ella—. Tú. Tómame tú, te lo ruego —Su amada obedeció en el acto. Antes de darse cuenta, estaba montándolo mientras sonreía y lloraba. Lo había extrañado demasiado, y ahora, era como si comenzara la vida de nuevo. Fue el turno del rubio para contorsionarse de dicha y, estando a punto de liberarse, miró a su dueña a los ojos para proclamar lo que ambos sabían—. Te amo.
—Y yo a ti Meliodas. Por más de mil vidas. —Sus cuerpos volvieron a hacerse uno y, al hacerlo, se fundieron también con la luna y las estrellas. Aún quedaban muchas pruebas por delante, pero ya no tenían miedo. El lazo que los unía había resistido incluso la muerte y, pasara lo que pasara, sabían que ya nada los separaría.
***
¡Shaaaaaa! *0* <3 Eso fue todo por ahora cocoamigos ^u^ ¿Qué les pareció? ¿A que los cambios les gustan? Y para los que son nuevos, ¿qué opinaron de la escena extra? Siento que ya casi todo está en su lugar, pero por supuesto aún falta un par de vueltas antes de llegar al clímax 7u7 (ahra, doble sentido XD). Bueno. Antes de irnos, me gustaría comentar algunas cosas, comenzando por el secreto de este capítulo, y rematando con unas preguntillas.
¿Sabían que adrede este capítulo (la parte que corresponde a Estarossa) se parece al capítulo uno de esta obra? ¡Así es! ^u^ El sultán en el trono, aburrido, y la urgente necesidad de conseguir esposa. Todo es igual, porque de alguna forma esto marca el cierre de un ciclo UwU [suspira feliz, satisfecha de lo que hizo] ¡Pero que diferentes hermanos! >w< Incluso Meliodas cuando era malo no había hecho tantas cosas horrorosas. Y hablando de eso, me gustaría comentar algunos detalles sobre el reinado de Estarossa °3°
Mi lector beta me dijo "Oye Coco, ¿y porqué si Estarossa es un gran mago no simplemente encuentra a sus enemigos con magia y los mata?" La explicación a eso es muy sencillo UwU Por un lado, Estarossa ya está loco XD puede que hubiera llegado a pensar en hacer eso, pero luego de inmediato se le olvidaba la idea. Y la mano negra de Gowther solo empeoró su situación *w* Por otro lado, en el fondo no quiere destruirlos porque de alguna forma pelear contra ellos le da un sentido a su vida. Recuerden que antes era un guerrero, y como ahora que lo tiene todo siente su vida completamente vacía, teme que al eliminarlos ya no le quede nada. No lo sé, pero a estas alturas me la un poquito de lástima U_U
Otra pregunta que me hizo mi beta fue "Y a todo esto, ¿qué son las quimeras? ¿Cómo lucen?" Les explico ^w^ Una quimera es un ser vivo creado artificialmente por medio de magia, y que está conformado por partes de otras criaturas (los que hayan visto Full Metal Alchemist seguro me captan perfectamente XD). Como ahora Estarossa es un mago, puede crear estos esbirros para que lo sirvan en lugar de las personas. En cuanto a cómo se ven, es algo más o menos así:
Nuestros amados pecados la van a tener difícil luchando contra esas cosas *o* Una quimera alquímica también puede tener formas de otros animales, materiales, e incluso apariencias más humanas. Había pensado que sus sirvientes fueran algo así como mitad gente, mitad serpientes, o animales raros como buitres y chacales *w* Mejor no me hagan caso XD Dejaré que la imaginación de cada uno les diga cómo deben lucir las quimeras del mago Estarossa, fufufu <3 Mejor pasemos al siguiente dato.
Este va sobre la alfombra mágica *w* En la primera edición de mi obra, el mágico objeto que Arthur había conseguido casi no tiene importancia. Había metido tantas cosas que no pude abarcarla XD Pero ahora, ¡vaya! ¡vaya! *_* Ha tenido un papel primordial, ¡¿quien diría que Cath sería tan bueno en esta forma?! Por que de hecho es así XD la alfombra mágica no es otra que la forma plana de nuestro conocido amigo gatuno, que ha decidido ayudar a su amo cueste lo que cueste <3 Nota: recuerden que este libro se escribió en la época en que Cath aún parecía bueno, así que aquí no lo veremos ni a él ni a Arthur cayendo en magia del caos XD La alfombra mágica luce así, solo cambien las caras de tigre por las de gato XD
Ahora, vamos a la sección de preguntas *w*
Verán, como de seguro habrán notado, hay un salto de tiempo de tres meses entre la parte que habla de los siete pecados a punto de ir en busca de la Cueva de las Maravillas, y la sección que habla del sultán Estarossa. Se supone que durante este tiempo nuestros héroes encuentran sus armas y entrenan cómo usarlas. He aquí la cuestión. No sé si pasar directo a la batalla, o si poner un material extra que narre lo que hicieron en la cueva *w*
¿Ustedes qué piensan? Debería hacer un capítulo extra describiendo cómo nuestros pecados obtuvieron sus tesoros sagrados? ¿O nos saltamos directo al asunto para que se encuentren con Estarossa? Déjenme sus opiniones aquí en los comentarios, y para agradecerles por su apoyo, les tengo una pequeña sorpresa ^w^
Recordarán que hace tiempo también había hablado de otras escenas las cuales terminé adaptando al texto (habló sobre los regalos de cumpleaños de Eli a Meliodas). Pues bien, la próxima semana tendremos one-shots sobre eso *w* Ya tenemos el arete de compromiso, ya tenemos el oasis. Pero nos falta un shot bien candente relacionado con "masaje" 7u7 y también... bueno, digamos que voy a hacer que Meliodas use la habilidad de clones de su Lostvayne para "cierta cosa", fufufu [ríe malevolamente].
¡Ahora sí sería todo! XD Muchas gracias por haber estado aquí y, si las diosas lo quieren, nos vemos la próxima semana °u^
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