Noche 35: Luz en el desierto - Parte 1
Hola a todos, aquí Coco, quien testifica la eficacia de las vacunas anticovid, y esta feliz de anunciar que salió bien librada de la experiencia ^w^ ¡Sigo viva! <3 No les miento, pasé unos días bastante difíciles, pero con su amor y mucho tecito medicinal, esta humilde escritora se ha recuperado lo suficiente y anuncia su regreso en este domingo veraniego >3< Quiero aprovechar para agradecer a aquellos que se preocuparon por mí y estuvieron preguntando. Ya estoy bien, de veras, solo me queda una tocecilla de perro y muchos antojos de cítricos XD Pero para confirmarselos... fufufu, hoy les traje un capítulo doble de noches árabes *w* ¡Voy a terminar esta obra antes de que acabe el verano, lo juro! XD Bueno, no los demoro más, y mejor los dejo con este par de sexys capítulos. Después de todo es una obra erótica, fufufu <3 Ya saben qué hacer.
***
Zeldris tenía la mirada vacía clavada en las infinitas dunas del desierto ante él. Sentado, totalmente quieto y en silencio, sostenía en brazos el cuerpo sin vida de la única mujer que había amado e intentaba desesperadamente no reaccionar a lo que estaba pasando. Las estrellas titilantes contemplaron su esfuerzo vano mientras sus propias heridas goteaban pequeños rubíes que se tragaba la arena y que se unían a los de la joven en su regazo. Todo el entrenamiento para matar sus emociones se desmoronaba en su memoria mientras las terribles escenas de su pasado reciente caían sobre él como una marea de miedo y de dolor.
Gelda estaba muerta. Aún la veía luchar en contra de su enemigo, sin que hubiera podido hacer nada por salvarla. Su hermano también estaba muerto. Verlo despedazado en aquel remolino de energía fue como si a él también lo destrozaran. Su rey, su mejor amigo, la última familia que le quedaba, había perecido ante sus propios ojos. Y como firma al final de esta lista de tragedias, el reino también había caído. Ahora estaba en manos del terrible Estarossa, junto con uno de los objetos mágicos más poderosos del mundo. Hacía muchos años que había jurado no sucumbir jamás al llanto. Luego el viento le trajo el recuerdo del aroma frutal de un huerto, y aquello fue más de lo que su promesa y su corazón pudieron soportar.
—¡Aaaaaaahhhhh! —Su grito resonó en la distancia, y se dobló de dolor mientras gruesas lágrimas desbordaban sus ojos.
Lloró como nunca lo había hecho, por todos los años de no hacerlo, por todo lo que acababa de perder. Sentía que ya jamás podría detenerse y, cuando el dolor fue demasiado, volvió a ver el arma que había extraído del pecho de su mujer. La daga seguía ahí, podía terminar su sufrimiento. Podría seguir a sus seres queridos al más allá, ya no había nada que lo uniera a este mundo. La tomó con dedos temblorosos, preguntándose si tendría la fuerza suficiente para terminar su vida con un solo golpe, pero justo cuando había creído reunir la suficiente para hacerlo... algo lo detuvo.
—No —susurró una voz—. No, amo, no lo haga. Es más fuerte que eso.
—¿Qué...? —Zeldris no podía creer lo que veían sus ojos, lo creyó un espejismo de su desesperación y anhelo. Pero era cierto: su amada acababa de despertar, y ahora, lo miraba mientras detenía la empuñadura del arma—. ¿Gelda? —La sonrisa de su compañera respondió a aquella pregunta, y la mano que lo había salvado subió hasta alcanzar su rostro y enjugarle las lágrimas—. ¿Cómo...?
—Jamás te dejaré —dijo ella con firmeza—. Soy tuya. Viva o muerta te pertenezco, y no hay lugar al que me manden del que no pueda volver para llegar a ti.
—¡Gelda! —Creyendo que si no se aferraba a su cuerpo desaparecería, el antiguo verdugo envolvió a la joven en sus brazos y continuó su llanto, que esta vez era de gratitud y alivio. Gelda correspondió a su gesto débilmente y, al sentir como luchaba por sentarse, la cordura volvió al pelinegro de golpe—. ¡Gelda, no te muevas! ¡Estás herida!
—No amo, yo...
—Necesito vendarte, rápido, haz presión aquí. Por las diosas, ¿donde podré obtener ayuda si...?
—¡Zeldris! —gritó la rubia poniéndo las manos sobre su rostro y así obligarlo a mirarla—. Por favor, escucha. No estoy herida. Mira. —Con un ligero sonrojo en sus mejillas, Gelda fue quitándose los girones de tela sanguinolenta que aún cubrían su cuerpo. Cuando tuvo el pecho desnudo, el pelinegro casi se desmaya de la impresión. En verdad no tenía nada. De la herida mortal en el estómago, tan solo quedaba una finísima línea rosada sobre la piel blanca, la cuál palpó sin importarle el creciente rubor de su mujer.
—¿Cómo es posible? ¿Acaso es porque tú eres...? —La respuesta a la teoría que aún no había pronunciado fue que Gelda se inclinara para lamer la gota de sangre que escurría desde su mejilla, haciendo que sus ojos brillaran como ascuas, y que expandiera aún más su sonrisa.
—Tu sangre me ha hecho más fuerte que cualquiera de mis ancestros. Mi señor, no moriré a menos que tú me lo digas —Sus labios húmedos recorrieron los pequeños cortes en su hombro y en su cuello, luego los de su pecho, y cuando parecía que bajaría más, la hermosa rubia se detuvo—. Amo, si estás feliz, ¿por qué sigues llorando?
—No puedo evitarlo. Gelda, pensé que te perdería. Tuve mucho miedo.
—Yo también tuve miedo —Al ver a su amado tan vulnerable, la vampiro lo abrazó intentando contenerlo—. Había pedido a los dioses que me dejaran estar contigo en mis últimos momentos pero, no creí que estos llegaran tan pronto. Zel, perdóname por haberte dejado solo.
Nuevamente se hizo el silencio pero, en vez de sentir con ello la paz que trae el reencuentro, la rubia sintió con un escalofrío que algo terrible estaba sucediendo. Su amo no parecía serenarse, al contrario. Cada vez eran más fuertes los temblores que recorrían su cuerpo, su respiración se agitaba y casi podía escuchar rugir su sangre en las venas. Pero no se trataba de dolor o miedo: estaba furioso. Con cada segundo que pasaba su pena parecía estar convirtiéndose en odio, y sus suaves rasgos se estaban transformando en la máscara de un demonio que no hallaría descanso hasta destruir el objeto de su ira.
—Me vengaré —susurró con un siseo igual al de una serpiente—. Voy a matarlo. Voy a encargarme de que cada vida que tomó se convierta en cien días de dolor y agonía para él. ¡Voy a destruirlo! —Los ojos del pelinegro se tiñeron de negro, y marcas como tinta aparecieron por su cuerpo mientras se apartaba de los brazos de la rubia—. Le ofreceré las torturas más crueles que conozca, y someteré al mismo suplicio a cada persona que se interponga en mi camino. La muerte no basta. No habrá piedad, no descansaré hasta que pague por lo que... —No pudo terminar su frase.
Gelda no iba a permitir que la oscuridad contaminara su corazón y, desesperada por salvarlo, se arrojó sobre él para sellar aquellas amenazas con sus labios. Lo besó. Lo besó como nunca lo había hecho, derramando en su interior todo el amor que sentía por él y, aunque al principio Zeldris se resistió, con cada segundo iba ahogándose más y más en aquel poderoso sentimiento. Luego le correspondió. Sus alientos se mezclaron, sus lenguas se entrelazaron. Cuando ella sintió que él volvía a ser suyo, lo mordió suavemente, provocando un gemido que se convirtió en llanto a los pocos segundos. Sin separarse de él, comenzó a tocarlo, acariciándolo por todas partes para hacerle sentir que ella en verdad estaba ahí. Le quito la ropa con manos febriles y, a pesar del frío de la noche en el desierto, el calor de sus pieles al tocarse los hizo sentir como si estuvieran a pleno sol. El vapor de sus exhalaciones formaba pequeñas nubes plateadas, la piel pálida de su hombre brillaba nacarada bajo la luna; al derramarse las lágrimas de Zel hasta el suelo, la joven no pudo evitar pensar que probablemente eran las primeras gotas de agua que aquella arena probaba. Cuando Gelda deslizó la mano hacia su intimidad, el príncipe soltó un grito que era una mezcla entre dolor y placer; luego intentó apartar su mano.
—No Gelda, por favor. Estarossa... tengo que... —Ella volvió a silenciarlo con sus labios, y comenzó un agresivo asalto a su miembro, generándole espasmos de placer y gemidos incontrolables. No estaba dispuesta a soltarlo. Sabía que si lo hacía, si le permitía ser dominado por su ira, podría perderlo para siempre.
—Me perteneces, Zel. No dejaré que ese maldito te tenga. No te conviertas en algo que no eres. —La rubia lo empujó con todas sus fuerzas y, ya sometido, montó sobre él tratando de ponerlo en su interior. Su firmeza palpitante apuntaba directo a sus entrañas, temblaban juntos de necesidad, pero pese a que moría por unirse a ella, la oscuridad seguía clamando sangre.
—¿No quieres su cabeza? —preguntó con los ojos aún negros—. ¿Tú no deseas venganza?
—No —proclamó la esclava con firmeza—. Porque lo único que deseo y jamás desearé en este mundo es a ti —Entonces lo introdujo de golpe a lo más profundo de ella, y su príncipe soltó un grito ahogado mientras arqueaba todo el cuerpo. Su boca abierta, los ojos dilatados y la intimidad ardiendo, el pelinegro apenas podía respirar mientras su mujer ondulaba las caderas frenéticamente, cabalgando sobre él hacia la redención de sus almas—. Eres mío, ¡mío!
—¡Gelda! —No podía parar y, sin embargo, la oscuridad en él aún se resistía. Entonces ella supo exactamente qué tenía que hacer para liberarlo.
—Zel. Quédate conmigo. Seamos uno solo. —La rubia enterró profundamente sus colmillos en la suave piel del cuello de su amado, disipando todo miedo o dolor y moviéndose juntos hacia un mar de placer. Él comenzó a mover sus caderas al ritmo de ella, deslizó las manos por su cintura y su espalda, y cuando le soltó el cuello, Zeldris la acercó de inmediato a su boca para devolverle un beso donde le entregaba el alma. Luego sujetó la parte de atrás de sus rodillas y, con toda su fuerza, giró con ella en brazos, quedando arriba y asumiendo el papel dominante en su encuentro.
—Te amo Gelda. Te amo, y te juro que nunca dejaré de ser tuyo —Comenzó a embestirla como si le fuera la vida en ello, como si supiera que esos eran sus últimos momentos y quisiera vivirlos estando en su interior. Fue el turno de ella para llorar. Lo abrazó para acercarlo aún más a su cuerpo y, cuando las pulsaciones alcanzaron su punto máximo, ambos se liberaron dentro del otro con un grito. Por largos minutos, solo se escuchó la quietud y el susurro del viento sobre las dunas—. Gracias.
—¿Por qué?
—Por seguir viva. Por amarme. Por salvarme esta noche e impedir que me convirtiera en un monstruo.
—Zel. —Suavemente para no lastimarla, él se fue retirando hasta salir de ella y sentarse en el lecho arenoso. Pese a que las lágrimas habían dejado de caer, la joven pudo ver pequeños arcoiris de luz de luna en las gotas que pendían de sus pestañas. Acarició su rostro con dulzura y, tras soltar un largo suspiro, el príncipe volvió a mirar el desierto con la expresión de estar perdido.
—Pero eso no cambia nuestra situación. Mi hermano se ha ido. Él y su mujer eran la única esperanza del reino, y ahora...
—Zel —dijo ella de modo vacilante. Luego vio de nuevo el brillo verde en sus pupilas, y el valor para hacer su confesión volvió —, no puedo estar segura pero... no creo que tu hermano este muerto.
—¡¿Qué?! ¿De qué hablas? Vi con mis propios ojos cómo toda su energía era arrancada de su cuerpo. ¡Estaba demasiado herido!
—Lo sé, pero no creo que eso haya sido suficiente para derrotarlo. Y no lo digo solo por sus propios poderes. Estoy viva, pero tampoco creo que lo haya hecho sola. La señorita Elizabeth... —En ese momento una brillante luz azul alumbró el desierto, seguida de una calidez llena de paz que les dio la certeza de a dónde ir.
*
Arthur miraba al cielo estrellado del desierto mientras respiraba con dificultad y lágrimas se deslizaban por su rostro. Ninguna era por él, ni por las muchas heridas de su cuerpo. Lloraba por sus amigos y familia, que habían sacrificado todo por ayudarlo, y que ahora estaban completamente derrotados. Meliodas estaba muerto. Debía estarlo después de que el deseo de Estarossa fuera cumplido. El señor Ban seguramente estaría furioso en algún lugar apartado, y quién sabe si habría logrado rescatar a la princesa Elaine a tiempo. King y Diane debían estar destrozados ante tanto horror, Gowther debía sentirse muy solo y Merlín... Él ni siquiera quería imaginarse los horrores que estaría pasando a manos de su nuevo amo. Sin embargo, sabía que la persona que más estaría sufriendo era su hermana.
—Eli...
Ella acababa de perder al hombre que amaba, a sus amigos, su primer hogar auténtico. Y había descubierto que él la engañó. Reveló su disfraz en el peor momento, y seguramente sintió como una traición que él entregara la lámpara. Sí, debía odiarlo. Pero pese a eso, Arthur no se arrepentía de nada. Con tal de que ella viviera, habría hecho cualquier sacrificio necesario. Y estaba seguro que si Meliodas siguiera con vida, estaría de acuerdo.
—Lo siento. Siento mucho haberte juzgado mal, lamento no haberte dicho la verdad. ¡Aahhh! —Hablar hizo que el dolor volviera con toda su fuerza y, cuando levantó la mirada, comprobó que su situación era mortal: la daga de Estarossa le había dado en el vientre y sabía que, en cuanto la sacara, sería cuestión de minutos para alcanzar a Meliodas en el más allá. Solo tenía que hacerlo, retirar el arma él mismo, y de esa forma, todo terminaría. Sin embargo, no se atrevía.
—Hermana, perdóname —pensó con los labios temblorosos—. Tal vez soy solo un cobarde pero... no quiero morir. Quiero verte otra vez, disculparme contigo, ir a tu boda... volver a ver a Merlín —El rostro de la morena apareció flotando ante él, y estiró débilmente la mano tratando de alcanzarla. Recordó el primer beso que se habían dado, así como su primera noche juntos, y algo de rubor volvió a sus mejillas—. ¿En qué demonios estoy pensando en este momento? Hermana, de haberla conocido mejor, ¿habrías aceptado lo nuestro? ¿Crees que ella hubiera aceptado mi propuesta? —Los párpados cada vez le pesaban más, y tuvo la seguridad de que en cuanto se quedara dormido, no volvería a despertar. Todo se oscureció ante sus ojos. Solo reaccionó al darse cuenta de que no se debía a la muerte.
—¡Alfombra! ¿Qué haces aquí? —De la nada, la alfombra mágica con estampado de gatos apareció flotando ante él—. Hola amigo. Me temo que es muy tarde. No podré montar, estoy... —Antes de terminar de hablar, la alfombra se coló suavemente bajo su cuerpo y se elevó con él en el aire. La suave brisa acarició su rostro, y fue cayendo en un sueño apacible mientras volaba sobre el desierto. Lo último que vio fue una hermosa luz azul, y estuvo seguro de que, si la seguía, seguramente entraría al paraíso.
***
Uuuuuuh *_* ¿Qué será esa luz misteriosa? ¿Meliodas podría seguir vivo? ¿Arthur sobrevivirá? [prohibido hacer spoiler a los veteranos XD] ¡La cosa se puso interesante! Una disculpa por hacer el capítulo tan corto, pero me temo que la narrativa lo exigía, y además no se quedaran con ganas, pues aún queda uno más para este día ^u^ Pero antes de pasar a la siguiente página, vamos al secreto de este capítulo: ¿sabían que el Geldris es mi segunda pareja favorita? >3< Sí, un dato muy random, solo una cosa chiquita que quería comentar antes de que se me olvidara XD Ahora sí, vamos a la siguiente parte de la historia.
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