Noche 33: Estrellas
Hola a todos, aquí Coco, a quien se le fue la luz en su casa y ahora conoce la verdadera oscuridad XD Pero quien no está dispuesta a permitir que eso le impida actualizar hoy. Este domingo tenemos (por cierto, feliz Día del Padre ^u^), el retorno de esta obra tan querida por todos.
Así es <3 Con motivo de las vacaciones de verano y de mi ferviente deseo de volver a subir esta historia completa, todo junio y julio estará dedicado a las calurosas y sexys noches de Arabia, fufufu. Se que lo que les preparé hoy les va a gustar, van a sonreír, van a llorar, van a enojarse y querer leer más *w* Así que mejor no los detengo y los dejo continuar con su lectura de hoy ^u°
Los quiero mucho, espero les guste y, como siempre digo, ya saben qué hacer UwU
*
Una cálida brisa soplaba desde el desierto, suave y gentil como las dunas de arenas del paisaje lejano. Aquel viento distribuía el aroma de los jardínes llenos de jazmín de la reina por cada rincón del palacio, mezclándose con el gentil rumor de pasos de sus habitantes, y con las fuentes de agua que ella misma había mandado hacer funcionar para serenar el corazón de todos. Sí, aquella era una noche pacífica en verdad. No obstante, Elizabeth simplemente no podía sentirse tranquila. Miraba por el balcón, suspirando mientras contemplaba el horizonte, acariciando la hermosa gema en su oído que simbolizaba su compromiso con Meliodas, sin poder conciliar las energías de miedo y amor que se mezclaban caóticas en su pecho.
Estaba muy preocupada. El reino corría peligro, las amenazas del terrible Estarossa se cernían sobre ellos como una serpiente oculta lista para morder. Sin embargo, no podía evitar estar radiante de felicidad. Sus dedos soltaron la hermosa esfera azul que tintineó como una campaña junto a su cuello, y una risa temblorosa salió de sus labios entreabiertos. Pronto sería suya, completamente suya. Pronto se convertiría en la esposa del hombre que amaba y, ante todo el reino, se unirían de forma sagrada y permanente. Ella aún recordaba cómo Meliodas se lo había propuesto, y al evocarlo de nuevo no pudo evitar que unas lágrimas traicioneras se escaparan de sus ojos.
*
—¿A dónde me llevas, Meliodas? —El rubio rió mientras tiraba de ella, arrastrándola a un lugar desconocido en la zona más aislada y silenciosa del palacio.
—Es una sorpresa —Contestó, emocionado como un niño—. Sé que amarás este lugar. Es mi refugio secreto. —Ambos rieron con ganas ante lo que parecía una travesura infantil, y la albina no pudo evitar pensar que tal vez en cierto modo lo era.
Quien la llevaba de la mano en ese momento no era el poderoso sultán de Liones, el azote del desierto y terror de los Siete Reinos. Era solamente Meliodas, su Meliodas, y eso hizo acelerar los latidos de su corazón tanto como el esfuerzo de subir las escaleras de la torre a la que habían llegado. Prácticamente no quedaba nada de aquel ser sombrío que ella conoció. La guerra, la muerte y la violencia habían ido desapareciendo del hombre a su lado al mismo ritmo al que su amor crecía. Ahora, con cada día que pasaba, sentía que ese sentimiento se hacía más y más fuerte, y cada vez había menos espacio para la oscuridad. Elizabeth apretó su mano, deseando poder seguir a su lado para siempre, y cuando al fin llegaron al último peldaño, el rubio cubrió sus ojos con un paño.
—Confía —susurró suavemente en su oído mientras abría la puerta. Ella se dejó guiar dócilmente hasta llegar al centro de la habitación, y en cuanto él la soltó, unos extraños sonidos metálicos comenzaron a sonar por todas partes. Cuando volvió a sentir a Meliodas a su lado, se estremeció de emoción y alegría—. Te hice una promesa, ¿lo recuerdas? —Un asentimiento leve por su parte, un beso en su hombro, y entonces él volvió a hablar—. Eres mi todo, Elizabeth, y juré que pondría el mundo a tus pies con tal de tenerte. Hoy cumpliré esa promesa. —Acto seguido le quitó la venda y, en cuanto lo hizo, ella tuvo que cubrirse la boca con las manos para ahogar un grito de emoción.
Estaban en un observatorio. Un asombroso cielo como un mar de estrellas se alzaba sobre ellos, y podían ver todo el reino con claridad desde el puerto hasta la frontera con el desierto. La luna llena se alzaba mágica sobre los dos, y estaba enmarcada por arcos metálicos que se movían sobre el techo de cristal. Meliodas se le acercó por atrás y rodeó su cintura en un abrazo intentando que ella dejara de temblar.
—Este aparato sirve para poder medir el movimiento de las estrellas. Fue el último regalo de mi madre para el reino... y me atrevería a pensar que también para mí. ¿Te gusta?
—¿Su madre? —Era la primera vez que Elizabeth se la oía mencionar. Nadie hablaba nunca de la anterior reina. Su abrazo se estrechó aún más, y continuó la confesión de un secreto que ahora solo compartirían los dos.
—Nos dejó demasiado pronto. Éramos solo unos niños cuando ella se fue, y sin embargo, ni a mis hermanos ni a mí se nos permitió mostrar nuestro dolor. De pequeño, solía esconderme aquí cuando la extrañaba demasiado. Este lugar es tan alto que nadie me oiría llorar.
—Meliodas... —Ella se dió la vuelta en sus brazos y acaricio su rostro con dulzura. Él tomó una de sus manos y se la llevó a la boca para imprimirle un beso en la palma.
—Aprendí muchas cosas aquí —comentó mientras comenzaba a andar por la habitación circular—. Sé leer prácticamente cualquier tipo de mapa, y podría ubicarme en cualquier lugar solo con mirar el cielo. Podría viajar por el mundo y saber en todo momento a dónde voy. Pero... tal viaje no tendría sentido, si no tengo con quien compartirlo. —El comentario hizo que a la joven se le erizara la piel, y aún de espaldas a él, le dio su respuesta con la mayor firmeza que pudo.
—Yo te seguiría más allá de las estrellas —El rubio sonrió mientras su perfil era enmarcado por la pálida luz lunar, y sus ojos verdes destellaron en la oscuridad al mirarla. Se acercó unos pasos para quedar frente a ella y, con una expresión nerviosa en el rostro, tomó sus manos nuevamente.
—Lo sé. Pero quiero que el mundo entero lo sepa —Entonces se arrodilló y, al hacerlo, Elizabeth sintió como si su alma se fuera volando hacia la bóveda celeste—. Quiero que me acompañes en este y en todos los viajes de mi vida. Quiero que seas la madre del niño que traeré aquí, y quiero que seas la reina que guíe tan firmemente a mi pueblo como lo hacen los astros. —De su manga sacó un hermoso par de pendientes con el emblema del reino y, al entender su significado, la albina cayó de rodillas junto a él. Era una gema de compromiso.
—Meliodas, yo...
—Eres todo para mí, Elizabeth. Mi vida te pertenece, y por eso, quiero entregártela de tal forma que todos lo sepan. Mi reino, el mundo, hasta las estrellas deben saberlo. Por eso... ¿aceptarías ser mi esposa?
Como cuando se reconciliaron en el agua, como cuando bailaron bajo la luna, ella se arrojó a sus brazos. Comenzó a besarlo con pasión, acariciando su rostro, su cuello, sus manos, su cuerpo. Reía y lloraba queriendo fundirse en un abrazo que no terminara nunca, y él le correspondía con tanto amor que ella no sabía si sería capaz de soportarlo. Cuando al fin se separaron, Elizabeth se sentía como hecha de polvo estelar, etérea y frágil; sin embargo, reunió la fuerza necesaria para responderle con una sola palabra.
—Sí. —Reanudaron el beso aún con más intensidad que antes, y cuando las ropas les estorbaron, prácticamente se las arrancaron el uno al otro. Su lengua ansiosa recorrió su rostro, su cuello, sus pechos, y al meterse su rosado pezón a la boca, el placer fue tan intenso que la futura reina se dejó caer al piso. Lo abrazó atrayéndolo más, y hundió la mano en sus cabellos rubios mientras gemía sin control. Él acariciaba su cintura, su amplia cadera, la suave curva de su trasero y, cuando tampoco pudo resistirlo, le abrió las piernas para poder entrar en ella.
—Di mi nombre, mi amor. Júrame que estaremos juntos para siempre.
—Lo juro. Meliodas, te amo. —Finalmente sucedió. De una sola estocada, su amado llegó a lo más hondo de su ser, tan profundo como nunca había estado, y comenzó a embestirla como si fuera la última vez que lo hiciera. Era como si fuego solar corriera por las venas de ambos, como si hubiera meteoros chocando contra sus cuerpos, y su placer se volvió tan sincronizado que parecía como si esa noche hubiera sido marcada por los planetas. Elizabeth abrió los ojos para observar el firmamento mientras hacían el amor, y cuando él finalmente vertió su semilla en ella, estuvo segura de que las estrellas ya lo sabían desde hacía mucho tiempo.
*
Estaba llorando de nuevo. La prometida del sultán había terminado de enjugarse las lágrimas, cuando el recuerdo del momento más feliz de su vida fue interrumpido por unos golpes en la puerta.
—¿Quién es? —No hubo respuesta. Un escalofrío la recorrió de cuerpo entero, y un presentimiento funesto se instaló en su pecho. Cuando se dió la vuelta para tratar de huir, una onda de energía destruyó la puerta arrojándola al piso. Perdió la conciencia mientras el mayor enemigo del reino se abría paso al último lugar del castillo que le faltaba por conquistar.
*
Meliodas cabalgaba en dirección a la mítica guarida de los Cuarenta Ladrones con las indicaciones que le dieron sus aliados en el palacio, sintiendo una extraña inquietud en el pecho y un nudo en el estómago. Había intentado encontrar ese lugar por años, su batalla contra los bandidos legendarios había sido muy larga. Ahora se dirigía hacia allá para poder salvarlos, y no pudo evitar una sonrisa ante lo agradable de esa ironía. Su hermano Estarossa debía estar esperándolo ahí, y esa ironía era mucho más siniestra, ya que el antiguo "guardián del pueblo" ahora se enfrentaba a él para amenazarlo. La maldad del ex visir contaminaba todo como un veneno, y el rey no podía hacer otra cosa que apurar su cabalgadura.
—Rápido chicos. ¡Rápido! —Su guerrero más fuerte fue el primero en ponerse junto a él a la cabeza. Por primera vez desde que lo conocía, Ban había perdido su sonrisa llena de confianza. Tenía el ceño fruncido de preocupación y, aunque Meliodas no lo supiera, por dentro lo carcomía la culpa. ¿Por qué no había hablado con el sultán cuando tuvo la oportunidad? ¿Por qué no había sido honesto con quien consideraba su amigo? Tal vez de haberlo hecho no habría terminado por poner las vidas de todos en peligro, y él hubiera tenido más tiempo para maniobrar. Ahora era demasiado tarde para volver atrás. Estaban por llegar a la entrada, el gran árbol de sésamo debería poder verse en cualquier momento junto con el ejército del príncipe oscuro. Cuando finalmente llegaron ante el portón, ninguno pudo entender lo que veía.
—¿Qué significa esto? ¿Acaso este no es el lugar? —dijo Zeldris escrutando las dunas con sus ojos. Nada. No había nada ahí, ni árbol, ni ejército, ni señales de batalla alguna. El rubio se volteó a ver al ojirrojo sin obtener respuesta de él.
—Yo lo descubriré —exclamó Merlín adelantándose a los demás y, al terminar de susurrar el hechizo, todos pudieron presenciar como la figura del árbol aparecía momentáneamente, ondulante como un espejismo del desierto, y desaparecía un momento después—. Es un encantamiento de ocultación. Alguien dentro no nos quiere dejar entrar.
—¡Ábrete sésamo! —exclamó Escanor con voz imponente, y demasiado tarde Ban le lanzó una mirada de advertencia, ya que Meliodas había escuchado perfectamente como uno de los que consideraba sus aliados conocía la clave secreta que nadie jamás había oído. ¿Era eso traición? ¿O destino? No tuvo tiempo para pensarlo, pues en ese momento la entrada se abrió y un hombre de cabello y ojos azules apareció atravesando la imagen titilante del árbol.
—¡¿Quién eres tú maldito?! —gritó el peliblanco perdiendo los nervios.
—Ban —dijo Meliodas deteniéndolo mientras se adelantaba ante el embajador—. Creo que las cosas comienzan a tener sentido. Usted es Hendrickson, el sacerdote principal de las tribus nómades.
—Buenas noches, majestad —respondió el aludido en una reverencia rígida—. Es un placer conocerlo por fin.
—No hace falta mentir —dijo Meliodas en un tono de voz tan bajo como claro. Un aura de poder lo rodeaba, y al bajar de su caballo para ponerse al mismo nivel de su interlocutor, todos lo sintieron. Quien hablaba en ese momento era el verdadero rey, y cada uno de los presentes no pudo evitar guardar silencio para escucharlo—. Tampoco hace falta alargar las cosas. Vienes a negociar en nombre de mi hermano, ¿no es así? ¿Qué has hecho con nuestros aliados? ¿Cuáles son las demandas de Estarossa? —Pese a ser él mismo un hombre de gran autoridad y respeto, el ojiazul no pudo evitar temblar. Seguro de que aquella sensación tenía que deberse a la maldad del sultán, recuperó el aplomo y decidió hablarle sin tapujos.
—No vengo como súbdito del príncipe, sino como su aliado. En cuanto a las negociaciones, las haré por mí mismo: a cambio de las vidas de los Cuarenta Ladrones, me deben ser cumplidas tres demandas. Si se niegan a cumplir una sola de ellas, mantendré el conjuro y sus hombres morirán en el encierro. —Tanto Ban como Escanor parecían dispuestos a saltar sobre el sacerdote, pero a un movimiento de la mano de su líder, nuevamente se hizo la paz.
—¿Y tales demandas son...?
—Primero, solicito que me entreguen el cadáver de Griamor, primogénito del jefe Dreyfus, para que se hagan los ritos funerarios apropiados. Segundo, demando nos sean devueltas las tres mujeres sagradas que mantiene cautivas en su harem, para que vuelvan con su pueblo como corresponde. Y finalmente, le exijo que abdique en favor de alguno de sus hermanos, ya que para nosotros es obvio que usted no es digno de ser rey. Si no cumple con esto, no solo acabaremos con los Cuarenta, sino que tanto los hombres de la frontera como los nómadas nos lanzaremos a la guerra contra usted. Es todo. —Meliodas no sabía si reír o enojarse, pero decidió no hacer ninguna de las dos cosas. Obviamente Hendrickson había sido usado por su hermano, quien había cavado su propia tumba al mentir sobre cosas que no sabía.
—Verá, me temo que no puedo hacer nada de lo que me pide, Eminencia. No puedo entregarle el cadáver de Griamor, porque él está vivo, y es el principal teniente de mi capitán de la guardia del palacio. Tampoco puedo entregarle a esas mujeres, ya que dos son asesoras reales de alto rango, y la tercera está apunto de convertirse en mi esposa y reina. En cuanto a abdicar, lo haría con gusto, pero en tal caso el trono sería para mi hermano Zeldris, y no para ese traidor con quién se está confabulando y quien obviamente lo engañó. Ahora, ¿sería tan amable de replantear sus demandas? ¿O prefiere acabar con todo esto y liberar a los Cuarenta de una vez por todas? —El sacerdote estaba tan impactado que no podía moverse. Sólo volvió a hacerlo cuando el sonido de cascos acercándose los puso a todos de nuevo en alerta.
—¡Señor! ¡Hemos sido traicionados! —exclamó un hombre musculoso con la cara desencajada de preocupación.
—¡Theo! ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Dreyfus?
—¡Fue capturado! El príncipe Estarossa se volvió en su contra, y ahora, él y sus hombres están secuestrados en el castillo, ¡junto a todas las personas que habitaban en él! —Cada uno de los presentes lo entendió al mismo tiempo, y sintieron cómo la sangre se les helaba en las venas.
—Fue una trampa —susurró Ban—. Era una distracción para que saliéramos de las murallas. —Eso no explicaba cómo es que Hendrickson había encontrado la guarida de los Cuarenta Ladrones, cómo Dreyfus se coló en el palacio, o cómo es que Escanor había sabido la contraseña para pasar. Sin embargo, más allá de cualquier traición o sospecha, a Meliodas solo le importaba una cosa.
—Elizabeth... —No había nada qué pensar. Tan rápido como el pánico se lo permitió, montó de nuevo en su caballo y se lanzó en una carrera de regreso, seguido de cerca por el escuadrón de los Siete Pecados Capitales, su hermano, y lo que quedaba de sus guerreros leales. La verdadera batalla estaba a punto de comenzar.
*
Escena extra: Trickstar
—Ugh...
—Quieto, si no quieres prolongar tu sufrimiento. Ahora zorra, abre las puertas, o si no verás como este bastardo llega más rápido al infierno. —Derieri estaba paralizada en su lugar, contemplando una escena que le hacía hervir la sangre y, al mismo tiempo, la tenía helada de miedo. Estarossa tenía sujeto a Monspeet en una llave tan poderosa que en cualquier segundo podía partirle el cuello, y lo único que ella podía hacer era observar con impotencia mientras la vida del hombre que amaba se le escapaba. Sin embargo, Elizabeth estaba a salvo, y eso le daba un poco de esperanza. Antes de irse, el Pecado de la Gula había puesto un conjuro a las puertas internas del palacio para que estás solo se abrieran si se giraban dos cerraduras ocultas al mismo tiempo. Y ni siquiera ella sabía dónde estaban.
—Pierdes tu tiempo —le respondió con sudor perlando su frente—, no sé cómo abrirlas. Ni siquiera sé cómo encontraste las entradas secretas.
—Oh, no te menosprecies, querida —dijo el ex visir con una sonrisa siniestra mientras apretaba más el agarre de su brazo—. Claro que lo sabes. Lo primero me lo dijo mi espía, y lo segundo... bueno estoy seguro de que pronto lo entenderás.
—¡¿De qué hablas?! ¡¿Qué espía?! No dejamos vivo a nadie dispuesto a ayudarte.
—En eso tienes razón —replicó el peliplateado desplegando una sonrisa tan amplia que pareció partirle el rostro—. Nadie... vivo.
—¿Qué...? —Y entonces, ella lo sintió. Percibió como el poder de una temibles sombras se manifestaban en el cuerpo de Estarossa, y al comprender de dónde salían, supo de golpe a qué se refería. El poder de los Mandamientos caídos ahora residía en una sola persona.
—Maldito... —gruñó el hombre atrapado que apenas podía respirar—, te atreviste a hacerlo.
—¿Cómo desperdiciar el poder de una bruja, tres generales, y un ejército de muertos ansiosos por vengarse de mi hermano? —dijo burlón, relamiéndose ante el atroz crimen que acababa de confesar—. Se acabó la charla. No me sirven con vida, y ahora, se unirán a las filas de mis sirvientes, lo quieran o no. —No había marcha atrás.
—¡Monspeet! —gritó su amiga desesperada. El nudo aplicado a su víctima ya no tenía retorno, y Estarossa se había decidido a matarlo. Estaba por romperle el cuello y entonces... la magia finalmente se activó.
—¡¿Raaaaagh?!
—Ahora comprendo todo —dijo el hombre de bigote serenamente mientras estrangulaba a su enemigo, con quien de pronto había intercambiado lugares—. Usaste la técnica prohibida. Claro, ya sospechaba que la muerte de la amira no fue ejecución, sino asesinato. Fue un encubrimiento.
—Estupido Estarossa —dijo Derieri viendo al príncipe oscuro con asco—. ¡Has estado comiendo las almas de los muertos! Lo has hecho desde que mataste a Melascula, y al parecer, no has parado desde entonces. Su fantasma es tu espía, ¿verdad? No debimos enterrar a esa perra aquí en el palacio —El peliplateado no pudo responder, se ahogaba sin remedio, así que las aclaraciones que ella tanto necesitaba no las volvió a pedir a él, sino a su compañero, a quien veía con alivio y una mezcla de reproche—. ¿Cómo fue posible, Monspeet?
—Si te refieres a la forma en que pude cambiar lugares con él, se llama Trickstar. Mi magia más poderosa y secreta. Si te refieres a cómo Estarossa pudo obtener el poder de los muertos... —Los ojos oscuros del guardián del harem relampaguearon con furia, y apretó aún con más fuerza mientras hacía la confesión por él—, solo pudo hacerlo con Nigromancia. El arte prohibido de nuestro pueblo —Unos gargarismos parecidos a risa salieron del hombre moribundo, quien trató de zafarse una última vez mientras los ojos se le salían de las órbitas por falta de aire—. Sin embargo, Estarossa, te has equivocado. Tú no puedes controlar un poder así. Solo el primogénito del rey tiene la fuerza suficiente para soportar las tinieblas más profundas del inframundo. Una sabandija como tú solo sería devorada por ellas. Destruirás tu mente, las almas de los muertos corroerán tu espíritu y corazón hasta que no quede nada y pierdas el juicio. Pero tranquilo. Te mataré antes de que eso pase, y entonces, te unirás a los ejércitos que intentabas comandar. —Justo en ese momento un estruendo de pasos se escuchó en la distancia por uno de los pasillos que daba a ese vestíbulo y, desesperada por vencer al enemigo que antes de que llegaran sus refuerzos, la guerrera se lanzó espada en mano para darle el golpe final.
—¡Rápido Monspeet, debemos...!
—¡Derieri, nooooo!
Todo pasó en un segundo. El aparentemente derrotado Estarossa revivió súbitamente, listo para empalar a Derieri con sus dagas de oscuridad. Monspeet y ella intercambiaron una mirada, una especie de risa contenida en él mientras activaba nuevamente Trickstar. Luego hubo silencio. Y finalmente, el sonido del arma al atravesar limpiamente un cuerpo, seguido del goteo de sangre que acompañaba la derrota del vencido. El guerrero cayó al suelo empalado por el arma destinada a matar a su amada, quien en medio de un grito recibió un nuevo ataque del príncipe oscuro, que la dejó mortalmente herida a lado de su compañero.
—Vaya, con que ahí estaban —Sin proponérselo, Estarossa había encontrado las dos cerraduras mágicas que abrían las puertas de los lugares del castillo que le faltaba por conquistar. Los sellos mágicos de seguridad puestos por el Pecado de la Gula estaban ante sus ojos, ocultos en los corazones de las dos personas que acababa de derrotar—. Veamos... —Sus dedos aún llenos de materia oscura y de sangre giraron sin problema en las perillas, y mientras las puertas a su espalda se abrían con un sonido chirriante, todas las otras puertas del castillo se abrían también.
—¡Señor! —La voz de Dreyfus resonó con eco mientras llegaba ante la presencia de quien creía su aliado—. Señor, las puertas...
—Lo sé. Vamos. —dijo Estarossa tratando de ocultar su molestia. Ahora había demasiados testigos. Tendría que posponer el ritual con que devoraría el alma de Monspeet y Derieri para luego y, como no quería que la expresión en su rostro delatara lo que había estado a punto de hacer, dio la espalda a los cuerpos y sonrió mientras atravesaba las puertas del harem, acompañado de los fantasmas de Melascula, Galand y los demás generales vencidos, que le susurraban los secretos de la victoria y de la magia oscura que necesitaba para poder ganar.
*
Chan Chan chaaaaaaan 0_0 Todo fue una trampa (una trampa maldita XD), y ahora, el mal acecha a nuestros héroes desde las sombras, listos para atacar. ¿Qué dicen? ¿Les pareció un retorno interesante para esta historia? *w* La primera vez que la publiqué sentí que no había explicado bien cómo es que Estarossa había llegado al palacio, como se infiltró y eso, más allá de sus engaños. Sí, es verdad que es un príncipe y que debía saber los pasadizos secretos, pero no decía nada sobre las dificultades que tuvo para apoderarse del lugar o vencer a los guardias. Bueno, ahora saben cómo lo logró :') y aunque sé que muchos me odiaran por hacer que Monspeet y Derieri repitan su tragedia aquí, créanme, no será la última vez que aparezcan en mi obra, fufufu.
Y ahora antes de irnos, un secreto de este capítulo: ¿sabían que estaba tentadisima de traer de regreso a Melascula y Galand para el gran final de Mil y una Noches? *w* Ya saben, con eso de que han vuelto en la secuela como agentes del caos, fue una gran tentación hacer que ella regresara como momia y él como demonio escarabajo (guiño a sus skins egipcias de 7DS Grand Cross). Pero al final decidí que no >w< Pensé que cambiaría demasiado el guión, y además... había otra forma de justicar la locura de Estarossa. ¡Así es! *w* En lugar de tomar los mandamientos como en el anime, este príncipe retorcido se comía las almas de sus compañeros caídos. Así todos sus conocimientos y fuerza se incorporaban a él, y de esa forma supo del hechizo de Merlin y los planes de los pecados. Los fantasmas son buenos espías, y ahora, el malvado villano cuenta con la ventaja, ¡BUAJAJAJA! *0*
Bueno, eso sería todo por ahora mis queridos. Nos vemos la próxima semana para más, y por supuesto, muy pronto en esta historia ^3°
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