Noche 3: Juego peligroso
¡Hola a todos! Aquí Coco, feliz de continuar con mi renacimiento, y lista para más noches árabes. Este capítulo es uno de los más maravillosos que he escrito en esta historia [ojos brillantes y sonrisa]. Por fin estamos entrando al juego de seducción entre el sultán y su adorada bailarina, y de esta forma, vemos el proceso en que su amor destinado va madurando a algo más real. El ambiente que describí para ellos es todo un sueño de las noches árabes, y si aún eres nuevo en esta historia y no sabes de lo que estoy hablando, no se diga más. Pasen a leer y... ya saben qué hacer.
***
—¿Estás nerviosa por verlo de nuevo? —Diane iba tomada del brazo de Elizabeth mientras caminaban hacia el jardín de los jazmines, siguiendo la orden del sultán.
—Muchísimo. Siento que ha pasado una eternidad desde que lo vi. —Era algo misterioso, pero en un tiempo relativamente corto se habían hecho muy buenas amigas. Eli sospechaba que eso tenía que ver con lo que ambas sentían por el rey, y ese pensamiento la hizo sentirse triste.
—Diane... ¿cómo conociste a su majestad? ¿Llevas mucho tiempo a su servicio? —La castaña se detuvo abruptamente y la miró con intensidad— ¡Dis... discúlpame! No era mi intención ofenderte, yo solo...
—Nunca me he acostado con él, si es lo que preguntas. Hay alguien más en mi corazón —La joven de ojos morados cuadro el pecho, inhaló con fuerza, y dijo las siguientes palabras con toda seriedad—. Pero le debo mi vida, y le seré eternamente fiel. Muchos lo malentienden, le temen, lo odian, o lo buscan solo por su poder; casi no tiene amigos. Es por eso que estoy tan feliz de que hayas llegado al palacio; tú entiendes eso, y lo más importante, deseas entenderlo a él. Espero que le des la felicidad que merece y que nadie ha podido ofrecerle.
A esas alturas, la peliplateada estaba llorando. Ya no le cabía ninguna duda de quién era su mayor aliada ahí, y se sintió profundamente agradecida de que el destino las hubiera reunido.
—Ya basta, Eli, te arruinarás el maquillaje —La castaña le secó gentilmente sus lágrimas y luego miró a un punto tras ella—. Ajústate ese velo y muestra tu mejor sonrisa, porque aquí viene de quién estábamos hablando. —En dos segundos, Diane había desaparecido y Elizabeth se encontraba volteando para ver al hombre de sus sueños.
*
—Mi Elizabeth...
Al verla, Meliodas sintió como si el sol hubiera salido por primera vez en varios días. Ahí estaba, ese cuerpo perfecto, esa mirada dulce, ese sonrojo natural que él tanto había deseado volver a ver, y que ahora estaba molestamente oculto bajo un velo. Tomó una inhalación profunda y, cuando estuvo seguro de que sus emociones eran imperceptibles, se acercó a ella.
—Buenas tardes, Elizabeth.
—Mi señor —Ella hizo una graciosa reverencia y él sintió que se derretía por dentro. Dioses, si hasta su voz era deliciosa—. Estoy muy feliz de volver a verlo.
—Me gustaría decir lo mismo, pero ese velo no me deja ver casi nada. —Ella lo miró extrañada un momento para después ruborizarse.
—Pe... pero mi señor, es la costumbre. Después de todo estoy fuera de los muros del harem, y me dijeron que no es correcto que me vean sin...
—No pasa nada. Aquí y ahora, solo eres para mí —dijo con voz ronca. Se le acercó lentamente, disfrutando de la reacción en el cuerpo de ella y, con un suave tirón, se deshizo de la tela que cubría su cara—. Mucho mejor.
Meliodas unió su boca con la de Elizabeth, y aunque su intención había sido darle solo un beso fugaz, pronto se transformó en uno apasionado y urgente, como si hubiera pasado varios días sin tomar agua y ahora la estuviera bebiendo directo de sus labios. Sus manos se entrelazaron, sus respiraciones se sincronizaron, y en algún momento se acercaron tanto que sus pechos estaban rozando uno contra el otro. Sabiendo que si seguía ese camino no podría contenerse, Meliodas reunió toda la fuerza de voluntad que le quedaba y se separó de ella.
—A ver, a ver, a ver. Creo que nos estamos adelantando. Primero a los negocios.
—¿Negocios, mi señor?
—Exacto. Cuéntame, ¿cómo han sido tus primeros días en palacio?
Increíble. Estaba completamente extrañado con su propio comportamiento. ¿Cuándo había sido la última vez que se interesó en los asuntos cotidianos de alguien más? ¿Por qué le preocupaba tanto cómo le había ido? No estaba seguro, pero al ver la tímida sonrisa de la peliplateada, decidió olvidar todo lo que se suponía que debía ser, y concentrarse en disfrutar su momento con ella.
*
Meliodas y Elizabeth estaban fascinados el uno con el otro. El sol comenzaba a mostrar los tonos naranjas del ocaso, y ellos sencillamente no mostraban deseos de querer separarse. Ella le había contado sobre su amistad con Diane, el cambio de estilo de vida, y sus avances en el entrenamiento como bailarina, algo en lo que Meliodas se interesó profundamente. Él por su parte, le contó un poco sobre su alianza con una nación vecina, su éxito en ciertas transacciones comerciales, y su preocupación por la relación que llevaba con su visir y su verdugo.
No sabía qué le asombraba más, el hecho de que hablaran como si Elizabeth fuera la persona en que más confiara en el mundo, o el hecho de que ella en verdad comprendía lo que decía. Y no solo lo comprendía, sino que preguntaba y opinaba.
—Pero, si usted piensa que su majestad Zeldris sería mejor visir que verdugo... ¿por qué no simplemente intercambia su puesto?
—No es tan fácil, Elizabeth. La tradición dicta que el primer hijo debe heredar la corona, el segundo ser visir, y el tercero tener un rango militar que le permita ser el ejecutor del reino.
—Ya veo. Pero le confieso que eso me parece algo... ineficiente.
—¿Ineficiente?
—Sí, claro. ¿No le parece que sería mejor que el trabajo se asignara con base en quién lo hace mejor, y no en quién lo ganó por nacimiento? —Meliodas estaba tan impactado por su moción que tuvo que detener su caminar.
—Vaya, no sabía que tenía a una rebelde en mis filas.
—¡N...no! ¡Claro que no, su majestad! Yo solo pensaba...
—Pensabas.
—¡Oh, diosas! —Totalmente asustada, la chica se separó de él y se tiró al piso para arrodillarse—. No era mi intención disgustarlo, alteza. Es solo...
—No me disgusta.
—¿Eh? —El sultán se arrodilló frente a ella y alzó su rostro para que pudiera verle los ojos.
—De hecho es... lo contrario. —Él no supo exactamente cómo o cuando pasó. Solo supo que, cuando reaccionó, la estaba abrazando mientras se besaban apasionadamente, como si el otro fuera el aire que necesitaban para respirar. Cuando efectivamente éste hizo falta y tuvieron que separarse, su primera reacción fue reír a carcajadas, algo que no había hecho en mucho, mucho tiempo. Ese momento fue aprovechado por cierta persona para acercarse.
—Mi señor, lo que usted encargó está listo —Sigilosa y prudente, la esclava Gelda apareció ante ellos con una sonrisa y una inclinación formal—. Los mercaderes esperan.
—Perfecto, vamos para allá. Elizabeth... —Él ya se había parado y ofrecido su mano como ayuda a la dama. En cuanto esta estuvo de pie, el rubio la tomó de nuevo en sus brazos y comenzó a acariciar su largo cabello—, eres una verdadera joya. Y es precisamente con una que concluiremos nuestro paseo de hoy.
—¿Cómo dice? —Meliodas tomó su mano y la llevó a un lado del jardín donde varias tiendas con mercancías se habían colocado.
—¿Recuerdas el tratado comercial del que te hable? Vamos a ver qué tan buenos son sus productos, y tú me ayudarás con eso —A un chasquido de sus dedos, varias chicas se acercaron con hermosas joyas de oro, plata y gemas preciosas—. Elige la que más te guste.
—¿Qué? Oh mi señor, no podría...
—Eso me complacería. Y además así nos aseguramos de la calidad. —Meliodas estaba divirtiéndose mucho, no solo porque le gustaba alterar a la chica, sino porque era más que obvio que ninguno de esos tesoros despertaba su codicia.
—¿Mi señor?
—¿Sí?
—Si el asunto es complacerlo... yo me sentiría muy honrada de que fuera usted quien eligiera algo para mí. —Esa respuesta lo dejó con la boca abierta, seguida de un revoloteo de mariposas en el estómago, y finalizada con un subidón rápido y candente de su libido. Sobre todo, porque había visto el artículo perfecto.
—Entonces, esto —Tomó un largo y delgado collar de oro con un pequeño zafiro en la punta—. Déjame ponértelo.
Elizabeth obedeció en el acto y disfruto de un delicioso cosquilleo al sentir como los dedos de Meliodas rozaban su cuello. Cuando terminó, la piedra preciosa se deslizó por el peso, quedando casi a la altura de su ombligo.
—¿Por... por qué este, mi señor? ¿No es demasiado largo?
—No —Meliodas acercó sus labios a su oído y le habló en un susurro—. Para lo que tengo pensado hacer esta noche, el largo es perfecto para que lo disfrutemos los dos. —Luego mordió suavemente el lóbulo de su oreja, siendo recompensado con un suave gemido. Acto seguido, tiró de ella hacia el siguiente puesto.
—Ahora las esencias. Dime Elizabeth, ¿tienes alguna flor favorita?
—A partir de hoy... —La peliplateada se sonrojó incluso más de lo que ya estaba y también acercó su boca al oído del sultán—: jazmines, mi señor.
Ella estaba devolviéndole la pelota en el juego, y eso a él le fascinaba. Tan inocente y dulce, y al mismo tiempo, tan valiente y atrevida. Al chasquido de sus dedos, el mercader le entregó un hermoso frasco de vidrio que abrió para olfatear y luego asentir satisfecho.
—El secreto está en colocarlo en puntos estratégicos —Sin dejar de mirarla a los ojos, puso un poco en su muñeca, en su cuello, y una sola gota entre sus pechos. Luego acercó su nariz a cada uno de esos sitios e inhalo profundamente—. ¡Mmm! Totalmente aprobado.
Ese era un juego peligroso y ambos lo sabían. Juntos recorrieron varias tiendas con artículos diferentes, desde lámparas de aceite hasta telas finas, pero faltaba el toque final.
—Por último, algo comestible. A mí no me gustan mucho los dulces, pero me han dicho que estos dátiles son maravillosos. —Él tomó la pequeña fruta, que aún escurría miel, y la acercó a los labios de su dama.
Un pestañeo coqueto, una sonrisa, y no solo metió la fruta a su boca, sino que comenzó a lamer el dulce que aún quedaba en los dedos de Meliodas. La respiración del sultán se aceleró, tragó saliva, y no pudo evitar gruñir un poco cuando ella tomó su mano para comenzar a chupar cada una de las puntas de sus dedos.
—¡Basta! —Tan rápido como sus ansiosas manos se lo permitían, cargó a Elizabeth como si fuera una novia, y corrió con ella en brazos en dirección a sus aposentos—. No me culpes de lo que pase ahora.
*
El joven había tardado un poco, pero al fin, después de varios días de buscar, logró dar con la mítica entrada secreta. Esa puerta abría el paso a la guarida de la mayor banda de criminales y rebeldes del reino, los famosos "Cuarenta Ladrones". Sin embargo, ahora que estaba tan cerca, le estaba entrando un miedo tremendo, y ya no estaba tan seguro de lo que iba a hacer.
—¡Vamos Arthur! ¡Vamos! Eli te necesita, y estos sujetos son los únicos que pueden ayudarte a salvarla. —Inhaló profundamente y, armándose de valor, se paró de frente al gran árbol y pronunció las palabras mágicas.
—¡Ábrete sésamo! —La tierra tembló y se abrió a sus pies, mostrándole el camino que era su única esperanza para salvar a la persona que más le importaba en el mundo.
***
Y ahora, un dato curioso sobre este capítulo (aunque bien podría aplicarse a toda la obra): ¿Sabían que gran parte de la calidad de un libro erótico-romántico consiste en describir bien el juego previo y la seducción? Aunque Meliodas y Elizabeth no llegan a tocarse íntimamente aquí, uno puede percibir claramente lo sexy del momento y lo mucho que disfrutan estar juntos. Me encantó escribir la escena porque está llena de pequeños detalles que la hacen mágica, y uno de ellos es muy especial para mi. ¿Sabían que uno de los aromas preferidos de Coco es, precisamente, el jazmín? ¡Es una flor tan exótica y sensual!
Bien, no los distraigo más. Pasemos al próximo capítulo para disfrutar del resultado de este juego de seducción para nuestra amada pareja.
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