Noche 29: Lo haré por ti
Gracias a dios es viernes XD Hola a todos, aquí Coco, con otro sexy capítulo de las noches árabes, y con la agradable sorpresa de que esta noche hay limón doble, fufufu *w* Les confieso que me fascinó editar el texto, noté que antes (2019) escribía las escenas sexuales muy burdas, aunque definitivamente puedo reconocer mi estilo de escritura. Ahora que he podido llenar de carne esos huesitos de mi borrador anterior, estoy segura de que disfrutarán muchísimo más de estas sexys escenas <3 ¡Ya saben qué hacer!
***
—Elizabeth, no.
—Meliodas, por favor. Lo necesito. —Cuando el sultán llegó a la habitación que compartía con su amada, descubrió que ella no estaba dormida. Había estado esperándolo toda la noche, y ahora, la peliplateada luchaba para desvestirlo mientras él se resistía. Dormir no era precisamente lo que la traviesa bailarina deseaba.
—Entiende, estás muy débil todavía —Un gran puchero se formó en los labios de la albina, y miró a su pareja hasta que lo hizo bajar los ojos apenado. Había una razón más por la cual no se atrevía a tocarla—. Me da miedo lastimarte. Por favor, estate quieta y descansa, sólo serán unos cuantos días más. —La joven bufó y deslizó un dedo por la faja del rubio decepcionada. La había estado tratando como si fuera de cristal. Tal vez habría apreciado más el detalle, e incluso sido obediente, de no ser por lo ocurrido esa noche.
Después de hacerle su tónico, Elizabeth se había quedado sola en el cuarto, permitiendo que los recuerdos de sus momentos juntos la envolvieran y viéndolo a él en cada detalle de la habitación. Acarició el velo que llevaba puesto la primera vez que la hizo suya, olfateó el perfume de jazmines que le regaló durante su primera cita, y admiró la belleza de la alfombra donde la había tomado una y otra vez. Recordó cuando se reconciliaron en el baño, cuando bailaron por primera vez, y cuando probó el vino a través de sus labios. Todo eso llenó su corazón de alegría pero, al mismo tiempo, encendió una lujuria y un deseo que temió no poder apagar. Intentó consolarse a sí misma, pero eso solo empeoró la situación.
En cuanto él llegó, prácticamente le había saltado encima. Pese a la negativa de su amante, la joven de ojos azules no estaba dispuesta a rendirse, así que pestañeó llena de coquetería, provocándolo con sus generosas curvas y tratando una vez más de sacarle la toga por los hombros. Meliodas apenas lograba resistirse, estaba por ceder, pero justo cuando Elizabeth creyó que había ganado, sintió un agudo pinchazo en su pecho que la hizo gemir de dolor.
—¡¿Lo ves?! Aún no has sanado, no estás lista para que juguemos.
—Pero... —Estaba al borde del llanto. Sus ojos eran tan brillantes y suplicantes que Meliodas no sabía qué hacer. Se quedó ahí de pie, dividido entre lo que su mujer necesitaba y lo que deseaba, cuando de pronto tuvo una idea.
—Está bien —dijo, haciendo que ella levantara la mirada emocionada—. Lo haré por ti, ¡pero tienes prohibido moverte de cualquier manera! Debes dejar que yo haga todo, ¿entendiste?
—¡Sí! —Elizabeth se veía tan emocionada como una niña pequeña a la que le hubieran dado dulces, pero Meliodas sabía que en realidad no era ninguna inocente.
—Acuéstate. Y relájate mientras yo hago lo demás. —Un poco confundida, la albina obedeció mientras lo veía apagar todo y correr las cortinas para quedar a oscuras. De forma casi contradictoria, encendió unas velas e incienso que los envolvieron en una nube de esencias florales absolutamente embriagadoras, así como en una tenue y cálida luz. Luego, finalmente hizo su movimiento. Caminando con la elegancia de un felino hasta pararse frente a ella, comenzó a quitarse la ropa lenta y sensualmente.
—Meliodas... —Ansiosa, la peliplateada trató de estirar los dedos para poder tocarlo, pero él tomó fuerte su mano y volvió a colocarla sobre la cama.
—Te dije que no te movieras, ¿tendré que amarrarte para que hagas caso? —Aquella resultó ser una pregunta retórica, pues su siguiente acción fue agarrar el velo que ella había estado contemplando unos minutos antes y amarrar sus muñecas—. Ahora sí. No puedes moverte, y es una orden, ¿me oíste? —Ella hizo un leve mohín, no muy convencida, pero él jaló de la tela para impulsarla directo hacia sus labios, callando cualquier protesta o rebeldía con un beso. Cuando finalmente la soltó, su respiración ya estaba agitada y sonreía—. ¿Me oíste?
—Sí señor. —El rubio sonrió maliciosamente y, tras darle otro beso, se dirigió al punto entre sus piernas que ella había intentado aliviar sin éxito.
Elizabeth quiso mover sus caderas, levantarse, pero esta vez Meliodas la tenía bien sujeta, y no tenía escapatoria de lo que estaba por hacerle. Cuando llegó a la perla de su placer, comenzó a acariciarla con la lengua, rodeándola y masajeando en círculos. Ella sentía que se derretía, eso es lo que había querido toda la noche. Era mucho más excitante porque estaba inmovilizada, él tenía su cuerpo dominado por completo, y no había posibilidad de escapar. Lo único que pudo hacer fue recibir todas aquellas sensaciones mientras temblaba y gemía sin parar. Cuando la humedad terminó de cubrir los pétalos de su flor ardiente, súbitamente él se separó y junto sus rodillas para luego acostarla de lado. Entendió porque lo había hecho cuando él deslizó la mano por encima de sus caderas, acarició su trasero, y enterró un dedo en su intimidad.
—¡Sí! ¡Ahhhhh! —Lo sintió sonreír mientras la penetraba con aquel sensual invasor, y soltó un grito cuando su otra mano se deslizó bajo su cuerpo para volver a atender aquel punto que la catapultaba al cielo. Ella quería agitarse, quería retorcerse en sus brazos y comenzar un vaivén frenético, pero simplemente no podía. Cuando él metió un segundo dedo en su interior, no pudo evitar gritar—. ¡Por favor! ¡Lo deseo!
—¿Y qué es exactamente lo que mi diosa desea?
—A ti. Solo a ti. Te lo suplico, ¡te quiero dentro de mí! —La sonrisa de Meliodas se hizo aún más amplia mientras retiraba la mano y tomaba posición detrás de ella. Su miembro ya estaba completamente duro por todo lo que le había hecho, así que no dudó en apuntar aquella asta palpitante hacia sus entrañas ansiosas.
—Lo que mi Diosa desee. Arquea tu espalda, encoge tus rodillas, y por lo que más quieras, no te vayas a mover.
Ella obedeció en el acto con la respiración agitada, pudo sentir la virilidad de su amado rozándola, pero había prometido obedecerlo, así que espero pacientemente a que la llenara como solo él sabía hacerlo. Comenzó por deslizarse entre sus nalgas, y luego rozó sus labios sin tomarla aún. Friccionó sus intimidades mientras la acariciaba, y besó cariñosamente la parte de atrás de su cuello y espalda hasta hacerla enloquecer. Todo fue lenta y suavemente, aquel juego de roces los llevó al límite y, cuando los dos finalmente alcanzaron el umbral de su resistencia, él le colocó los brazos cruzados sobre el pecho y la abrazó para sujetarla bien.
—Te amo Elizabeth. Quiero que nunca olvides que así es —Entonces pasó. La fue penetrando despacio, con profundidad, y en una postura tan placentera que ella no pudo hacer otra cosa que gemir. Justo como él en ese momento—. Es el paraíso. ¡Estar en tu interior es como yo me siento en el cielo!
—Yo también te amo... ¡Ahhhhh! ¡Meliodas!
—Nggg... —Se concentró por completo en su misión: abrazarla para no lastimar su pecho, mantenerle las piernas en su lugar y, lo más importante, llegar lo más profundamente dentro de ella que pudiera.
—¡Ahhh! ¡Ahhhhh! ¡Más rápido por favor, más rápido!
—Solo un poco. Ahhh... ¡agh!... ¡Elizabeth! —Requirió de toda su habilidad, pero logró acelerar el ritmo sin perder la postura y casi sin apretar el abrazo.
—¡Estoy llegando! Meliodas, ¡creo que voy a...!
—Hagámoslo juntos. —Tres embestidas más, dos gritos, una celestial explosión líquida se dio dentro de ellos, haciéndolos caer en una espiral de placer que los dejó boqueando y deliciosamente satisfechos. Meliodas intentó salir de ella con suavidad, pero la albina apretó las piernas y le habló entre jadeos con prisa.
—No por favor. Mi señor, quiero que siga dentro de mi... un poco más.
—Elizabeth... —Aquel líquido blanco había sido tan abundante que en ese momento se desbordaba entre los dos, lo que provocó una sonrisa aún más grande en la bailarina y en él un ligero rubor.
—Usted también se había estado conteniendo, ¿verdad? —No hizo falta escuchar su respuesta. Meliodas soltó su peculiar risita mientras le daba una pequeña embestida, y volvía a besar su espalda.
—¿Tú qué crees? —Por fin se separaron, y el rubio los cubrió a ambos de seda mientras se acurrucaba contra ella. Justo cuando parecía que ya no dirían nada más y se entregarían al descanso, la dulce peliplateada preguntó una cosa más.
—Señor Meliodas, ¿por qué no quiso tocar... aquí? —Entonces tomó su mano y la colocó sobre uno de sus pechos con toda naturalidad. Él la quitó rápidamente y la abrazó por la cintura.
—Porque está muy cerca de la herida. Esa que te hiciste por salvarme y que ahora representa mi deuda eterna contigo —Le besó el hombro y suspiró despacio—. Estoy muerto sin ti Elizabeth, no existe nada si tú no estás. Así que cuida mejor de ti misma para que yo pueda seguir teniendo una razón para vivir, ¿sí? —Un par de lágrimas se derramaron por los ojos de la albina y, cuando estuvo segura de que él ya se había dormido, tomó su mano y traviesamente la colocó sobre su pecho otra vez.
*
—Muy bien Arthur, ¿qué sucede?
—No sé de qué habla, señorita Merlín.
—No me has visto a los ojos ni una vez en un todo el día, ni siquiera cuando me estás hablando. —Lo había atrapado. Desde que el joven amo había tenido aquel "sueño" donde la morena intimaba con él, Arthur no se había atrevido a mirarla directamente, aunque aquello no se debía a la vergüenza o a la timidez. En realidad, lo que en serio le aterraba era la posibilidad de que la genio descubriera sus nuevos y confusos sentimientos asomándose desde sus pupilas. Tratando de apartarse de una manera un poco más sutil, el joven castaño rió y se desplazó al otro lado del cuarto como si tuviera intención de tomar un vaso de agua.
—¿En serio? No lo había notado, disculpa. No pasa nada, solo estoy distraído, es todo.
—Hmmm... —La astuta morena se inclinó para analizar su rostro mejor, y el gigante de mostacho sintió como una gota de sudor se deslizaba por su cara. Sin embargo, la genio no dijo nada más, solo suspiró con cansancio y siguió caminando hasta donde estaba la jarra.
—Está bien, si usted lo dice. Vamos a descansar. Quítese el anillo, y yo le prepararé un tónico para la resaca. —El ojimorado se sintió aliviado al oír aquello, y de inmediato se quitó su disfraz para reemplazarlo por unas cómodas ropas de algodón. Luego, se acercó a la mesa para tomar el vaso que ella le ofrecía.
—Gracias señorita Merlín. A su salud. —La mujer le sonrió tranquilizadoramente mientras le daba la espalda y él pudo disfrutar del sabor dulce de la bebida con toda calma. Sin embargo, en cuanto la terminó y dejó el vaso, la maga se giró con velocidad y golpeó la mesa con la mano.
—Muy bien, ¿qué ocultas? ¿Qué es lo que te pasa Arthur?
—¡Nada! —dijo él aterrado, para después sentir cómo su mente se debilitaba y sus labios se aflojaban con la verdad—. Yo solo... solo... —La magia de la pócima que había bebido sin saber surtió efecto en toda su potencia y, sin poder evitarlo, salieron las palabras que había evitado decir—. Estoy enamorado de ti —El chico abrió los ojos como platos y cubrió su boca completamente horrorizado por lo que acababa de pasar. Merlín también se había quedado sin palabras, aunque por una razón muy diferente a la de él; de hecho, se emocionó tanto que algunos objetos levitaron y los mandó a volar con su poder.
—¡Cuidado! Merlín, ¿usaste tu pócima de la verdad conmigo?
—Eso no es importante —dijo ella dedicándole una mirada tan penetrante que lo hizo sentir como si lo estuvieran cortando en partes—. Ahora contéstame... ¿recuerdas el beso? —Con las manos aún sobre la boca y muerto de miedo, Arthur asintió. ¿Cómo podía saber aquello? ¿Acaso no había estado de verdad dormido cuando esa fantasía lo invadió? La verdad lo golpeó de tal manera que lo hizo tambalear.
—Creí que había sido un sueño. Eso quiere decir que... ¿no lo fue? —Ambos guardaron silencio sopesando lo que eso significaba y, entre más demoraban en volver a hablar, más obvio era para ambos que sentían lo mismo. Comparado con el alcohol, aquella revelación sí que lo hizo sentirse mareado. Merlín, entre tanto, se le acercó con pasos firmes y se inclinó un poco para tener los ojos a la misma altura que él.
—¿Qué es lo que deseas?
—¿Eh? ¿A qué te refieres Merlín? —La genio apoyó las manos sobre sus rodillas y acercó sus caras aún más.
—Soy tu esclava, tu maestra, y me gustaría pensar que tu mejor amiga. Pero eso a mí no me basta. Yo sé lo que quiero, ¿y tú? —El corazón del muchacho latió a toda velocidad, sus mejillas se encendieron furiosamente y, cuando además sintió un misterioso y exquisito cosquilleo en todo el cuerpo, supo que no tenía caso resistirse más. Lenta y tímidamente, cerró la distancia que los separaba y besó a Merlín con ternura. Luego se separó e hizo a un lado la cara, completamente ruborizado.
—Perdón. No lo entiendo del todo, y sé que probablemente no es correcto, pero... —No pudo terminar, porque en ese momento la pelinegra se lanzó sobre él para besarlo salvajemente. Lo levantó de la silla donde estaba, lo arrastró con ella, y le fue quitando la ropa mientras lo llevaba hacia la enorme cama.
¿Aquello en verdad estaba pasando? Arthur no lo sabía pero, si era un sueño, en definitiva no quería despertar. Era la primera vez que una mujer se comportaba de esa forma con él, y jamás creyó que una tan hermosa lo haría. La dama de la sonrisa misteriosa dejó de besarlo para arrojarlo sobre las sábanas y, ante sus asombrados ojos, también comenzó a quitarse las prendas con movimientos limpios y elegantes. Sus pechos desnudos le parecieron maravillosos al joven amo, sus aureolas de tono oscuro le apuntaban a la cara como cerezas pendiendo de un árbol. Su sonrisa se curvó con satisfacción, se relamió ante la idea de ser la primera en probarlo como hombre y, entonces, finalmente se quitó la falda, quedando de pie frente a él, que la miraba entre fascinado y aterrado. Trató de contener la emoción cuando hizo a su pupilo la siguiente pregunta.
—¿Nunca habías visto a una mujer desnuda?
—S...sí señorita Merlín. Solo que... bueno, no tan de cerca. Es que me crie en una casa de bailarinas y... fue cuando era muy pequeño, ¿sabe? Nos bañábamos todos juntos, pero en realidad yo no...
—Silencio —dijo la de ojos ambarinos entre la risa, el deleite y la ternura. Lo empujó hasta acostarlo, contempló su desnudez de varón, y luego se montó en su regazo, aprisionándolo entre sus piernas y besando su pecho mientras él trataba de seguirle el ritmo.
—Será un placer enseñarte eso también. Los secretos del amor son temas muy interesantes. —Al decir eso, la pelinegra tomó la virginal hasta de su pupilo para después comenzar a masajear de la forma sensual que cientos de años de experiencia le habían dado. Si él ya estaba duro momentos antes, aquellas atenciones lo llevaron a un nivel de firmeza que nunca antes creyó posible.
—¿Qué...? ¡Ngh! ¿Qué estás haciendo?
—Te enseñaré todo poco a poco. Pero por hoy, lo que quiero es iniciarte. No has tomado a ninguna mujer, ¿verdad? —El trato que le daba a aquella hipersensible parte de su ser se iba haciendo más rudo y, aunque en realidad no quería que parara, Arthur se vio deseando poder tener tiempo para hablar.
—¡Uff! Merlín, duele un poco... y no, nunca había... ¡Ahhhhh! —Ahora la genio lo tenía en la boca, y el rey lo único que podía hacer era gemir y retorcerse entre sus hábiles manos. Su lengua dio vueltas sobre la punta, sus manos jugaron cariñosamente con sus esferas, las vibraciones de su garganta procuraban hacerlo perder el control de la misma forma en que lo estaba perdiendo ella. Cuando finalmente la fogosa maestra consiguió que alcanzara el grosor que la complacería, soltó al tembloroso muchacho para hacerlo suyo definitivamente.
—Mmmm... ya estás listo. Ahora te mostraré cómo debes poseer a una mujer. —De nuevo se le colocó encima, balanceando sus pechos y caderas a un ritmo que de nuevo le hizo recordar al joven su infancia con las bailarinas. Aplastando por completo la inocencia de niño que había tenido hasta ese momento, puso su miembro en su entrada para enterrarse en él.
—¡Espera! —gritó el joven y, con gran esfuerzo de su parte, la morena lo hizo a pesar de estar deseosa. Al ver sus ojos brillantes y enormes, le remordió la conciencia. Estaba tomando la virginidad de un muchacho que apenas se había convertido en hombre, estaba rompiendo todos los protocolos al seducir al amo de la lámpara, y estaba a punto de copular con un mortal. Ella, quien tenía miles de años de magia y sabiduría. ¿Debería detenerse? ¿Debería renunciar y usar su magia para borrar aquella noche que cambiaría el curso de sus destinos? Todos los temores y dudas la abandonaron al escuchar las siguientes palabras de Arthur.
—Solo... solo quiero que recuerdes esto antes de que sigamos. Merlín, no hago esto porque seas mi genio, o mi esclava, o mi mentora. Lo hago porque eres tú. Yo por ti siento... mucho. Mucho más de lo que creí que podía, mucho más de lo que debería, y espero poder demostrártelo algún día como se debe. Pero, por ahora... por favor, toma mi virginidad. Quiero ser tan tuyo como tú eres mía. —Aquellas palabras hicieron que entregara su corazón por completo. Sonrió con ternura acariciando su rostro, soltó un suspiro que había estado ahí por cientos de años, y volvió a colocarse sobre él, lista para llevarlo más allá del placer.
—Ya lo has demostrado. Soy tuya, amo... no, ¡soy tuya, Arthur! —Y de un salto lo llevó por completo a su interior.
Ambos gritaron de placer, convulsionaron de pasión, y la genio comenzó a balancear sus caderas llevándolo al éxtasis a una velocidad de vértigo. El joven rey trataba de corresponder el algo a sus sublimes enseñanzas, pero aún era demasiado torpe y demasiado ansioso como para lograr nada. Eso a ella, en cambio, poco le importó. Con la paciencia de una gran amante, llevó sus tímidas manos hacia su trasero para que lo apretara, y aumentó el ritmo de sus ondulaciones poco a poco para no lastimarlo. Por supuesto, en algún punto eso no fue suficiente para ninguno de los dos, y terminó por darle fuertes sentones mientras él seguía su instinto y elevaba las caderas para embestirla a la vez que gemía sin control. Ella bajaba, él subía, y el choque de sus cuerpos los llevó sin retorno a un paraíso creado solo para ellos.
—¡Merlín! Siento algo... dentro de mí... ¡Aaaaaah! Creo que voy a...
—¡Hazlo Arthur! ¡Dámelo todo! ¡Kyaaah! —Y con esas palabras, él vacío su primera leche dentro de la genio, que estalló en un orgasmo al sentirla. Unos minutos después, lo tenía acostado en su pecho mientras acariciaba sus cabellos y tarareaba una canción de cuna con miles de años de antigüedad—. Lo has hecho muy bien, estoy orgullosa de ti. Estuvo excelente para la primera vez, Arthur —Por respuesta, su estudiante de erotismo se llevó uno de sus pezones a la boca y comenzó a chuparlo como si fuera un bebé—. Te sale natural. ¡Ahhh...! —gimió para después reír sospechosamente—. Va a ser muy divertido enseñarte todo lo que sé.
***
Viéndolo en retrospectiva, aquí es donde el Arthur de mi historia comienza su camino al lado oscuro, fufufu ^w^ Y ahora, un secreto sobre este capítulo: ¿sabían que antes detestaba el Escarlin, y defendía a capa y estada el Merlarthur? Bueno, es que en aquella época que lo escribí aún no era consiente de lo importante que era Escanor. Él la merecía, ¡aunque ella no a él! TnT No supero que tanto Merlín como Arthur se pasaron al lado tenebroso, pero bueno, no digo más (no sea que algún cocoamigo nuevo aún no este al tanto de todas las noticias.
¡Eso sería todo por ahora chicos! Nos vemos el lunes para más, y el domingo en otra historia <3
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