Noche 14: Que la fiesta comience

Espero que después de este trabajo tan arduo, pueda tener una noche tranquila UoU

***

—¡Aceptó! No puedo creer que el estúpido aceptara invitar a un rey del que nunca ha oído.

—Así de arrogante es, señor Ban. —Con su apariencia de Escanor, Arthur veía hacia las puertas de la ciudad con una mirada penetrante y llena de concentración.

—Príncipe Alibaban para ti, mocoso. —Ya todos los aliados del rey estaban adentro, y su desfile de llegada sería el último antes de comenzar las festividades.

—Pues vamos allá —Merlín se inclinó para susurrar algo al oído de un joven de pelo magenta y ojos ámbar—. Gowther, ¿sigues teniendo el control sobre todos en el Séptimo ejército?

—Si mi señora —A pesar de su tranquilo rostro, el misterioso sirviente miraba con reprobación a la genio de la lámpara—. Pero, ¿no le parece muy cruel que después de años de estar fuera, no se les permita reunirse con sus seres queridos?

—Ya habrá tiempo para eso —Merlín sabía que una cosa era alterar memorias y otra, corazones. Tarde o temprano, el ejército del sultán despertaría, y ella esperaba haber podido terminar el trabajo antes de que eso pasara—. ¿Están listos?

*

—Elizabeth, ven a ver esto. —Meliodas le ofreció la mano mientras el resto de las chicas gritaban emocionadas y corrían hacia el balcón.

—¿Creen que el famoso Escanor dé un desfile más impresionante que el del rey King? —dijo con interés la gemela rubia.

—Eso lo dudo mucho —Diane sacó el pecho llena de orgullo mientras Zaneri se reía—. Hay pocos reyes tan generosos con el pueblo como el sultán King. Sin ofender, su majestad. —Por toda respuesta, Meliodas comenzó a besar el dorso de la mano de Elizabeth, ignorando por completo los comentarios de Diane. Cuando sus caricias subieron hacia su muñeca, ella comenzó a reírse y lo distrajo con un beso en la mejilla.

—Venga, no querrá perderse del desfile. Después de todo, es en su honor.

*

La ciudad no volvería a ver un despliegue tan grande de riqueza y generosidad en mucho tiempo. Entró desfilando un gran grupo de guerreros ataviados con turbantes y máscaras que cubrían sus rostros, seguido de una horda de sirvientes y bailarinas vestidos con todos los colores del arcoíris. Luego algunas bestias exóticas, en las que se incluían desde monos raros hasta dragones, y finalmente, los regalos del invitado, que arrojó pequeñas gemas preciosas y monedas de oro a su paso. Todo, con el ritmo de música y trompetas mientras los dos monarcas hacían su aparición sobre la legendaria alfombra mágica.

Aunque toda la familia real veía el evento desde el balcón, cada uno tuvo reacciones diferentes. El verdugo del rey, Zeldris, vio la entrada del invitado con suspicacia, porque le parecían obvias sus intenciones de opacar a su hermano y comprar la confianza del pueblo. El visir Estarossa, por otro lado, había puesto mala cara abiertamente. De todos los invitados del sultán, aquel había sido el más escandaloso, y deseaba con todo su malévolo corazón no fueran a interrumpir sus propios planes para la fiesta. A Meliodas, por otro lado, todo eso le tenía sin cuidado.

Sí, había visto la mayor parte del desfile, pero en ese momento él solo tenía ojos para admirar la belleza de Elizabeth, su cara llena con expresiones de asombro y alegría. No había joya ni alfombra mágica en el mundo que pudiera opacar eso. Cuando el último camello entró por las puertas del palacio, la fiesta comenzó.

*

La cantidad de gente reunida para esa ocasión, hizo que la celebración tuviera que hacerse en la sala del trono. Arthur sintió rabia al ver que su enemigo la haría en un lugar donde podía presumir de su poder, pero eso a Ban le importaba poco. Lo único que hacía era buscar a Elaine con la vista.

—Amigos míos —El sultán salió vestido con sus mejores ropas que, en opinión de Arthur, encajaban bien con él: negras, como su alma, con joyas rojo sangre que lo hacían ver como un auténtico villano. Lo único que no combinaba eran sus ojos, llenos de una serenidad y gentileza que no le conocía. Y eso lo dejó muy, pero muy confundido—, me complace mucho ver que los lazos que ha formado mi familia a lo largo de los siglos no se han olvidado. Además, tenemos sangre nueva para compartir.

Cuando Ban y Arthur voltearon a ver hacia donde señalaba el rey, por poco se olvidan de su actuación: ahí estaban Matrona, Jericho y Guila, junto con más de una docena de los hasta entonces olvidados representantes del pueblo.

—Este cumpleaños es una ocasión especial para mí. Hace unas semanas, estuve en lecho de muerte, contemplando todo lo que mi padre y mis ancestros han hecho —Arthur no acababa de creérselo, pero el sultán tenía una expresión de culpa. ¿Qué era exactamente lo que había pasado? —Por siglos nos hemos dedicado a la guerra y la conquista, acumulando riqueza y poder hasta convertirnos en el reino que somos ahora. Hoy, por fin he visto que esa riqueza es más que suficiente, y ha llegado la hora de compartir lo que tenemos con el pueblo y los amigos.

Los diferentes reyes de la alianza pusieron caras de asombro y júbilo, mientras que algunos representantes tenían miradas de desconfianza.

—Esta experiencia me ha hecho renacer. Sé que no será fácil, pero con su ayuda, estoy seguro que podremos hacer llegar una nueva era —El salón estalló en aplausos—. Bienvenidos a mi casa. Sin más preámbulos, ¡que comience la fiesta!

Todos se dispersaron por la sala, y se fueron acercando por turnos al trono para agradecer al sultán y entregarle sus regalos. Cuando fue el turno de Arthur y Ban, a ambos les sudaban las palmas de las manos.

—Es un honor conocerlo, su alteza.

—El honor es mío, ¿rey Escanor, cierto?

—Así es, jajaja —La risa falsa que Arthur tuvo que mostrar era casi dolorosa en su pecho—. Es un honor ser invitado a esta celebración, aunque mi nación sea pequeña y joven.

—Sí... de hecho, le pido una disculpa. No había sabido de su existencia hasta hace unos días.

—No tiene que fijarse en los detalles —Ban distrajo la atención del sultán para que no se inmiscuyera en temas peligrosos—. Venimos a traerle obsequios.

—Ya ha visto de lo que somos capaces —Arthur decidió aprovechar la estatura de Escanor y sacar el pecho para poner una pose intimidante—. Espero que el desfile le haya dado una muestra de lo que podemos ofrecerle como aliados. Lo que sea que necesite, podremos brindárselo sin problema.

—Es muy generoso, gracias —Ahora Escanor estaba molestándose de verdad. El rey no sólo no parecía intimidado, sino que parecía que se estaba divirtiendo—. Pero me temo que no hay nada en particular que me gustaría solicitarle.

—Insistimos, majestad —Ban tomó por el hombro a su amigo, advirtiéndole que se controlara. Con un chasquido de los dedos, varios sirvientes se acercaron abriendo cofres enteros con oro y joyas—. Puede tomar lo que guste. Si hay algo que le complazca, será suyo.

—¿En serio?, ¿lo que sea? —Ban y Arthur sonrieron mientras Meliodas se mesaba la barbilla pensativamente—. Está bien. Entonces, les tomaré la palabra.

Había caído en la trampa. Merlín había hechizado todo en los cofres para que quien tomara algo con pensamientos codiciosos, recibiera una maldición por la cual su cuerpo se volviera débil. Así podrían derrotarlo en combate. Pero en vez de meter las manos y hurgar en el oro, el rubio dio tres palmadas fuertes, y un grupo de personas se abrió paso para poder acercarse. Los falsos príncipes por poco pierden el control al verlas.

Envueltas en risa y entrando con sus mejores vestidos, venía el harem del sultán en pleno. Ban sintió que casi se le salía el corazón cuando vio a Elaine, y le sorprendió mucho ver que tenía una expresión relajada y feliz. Arthur, por otro lado, sintió que su corazón se rompía, pues su hermana, que estaba más hermosa que nunca, había corrido a aceptar la mano que le ofrecía el sultán.

—Estos caballeros quieren ser generosos, chicas. Nada me complacería más que tomaran algunos regalos en mi nombre y que elijan lo que más les guste de estos cofres.

—¿En serio?, ¿para nosotras? —Los dos pillos comenzaron a sudar cuando la chica de coletas se acercó al oro.

—Si eso complace a nuestro rey... —Elaine se había acercado al cofre más cercano a Ban y ahora lo miraba a él con curiosidad—. Disculpe su excelencia... ¿ya nos hemos visto antes?

—Cierto, no los he presentado —Meliodas tomó la mano de la pequeña rubia y la hizo girar en su lugar, provocándole risa—. Señores, ella es mi prometida, la princesa Elaine —Ban se quedó frío al escuchar esto, y apenas logró disimular el rictus de dolor en su rostro—. Estas son Zaneri, Jenna y Diane, las mejores bailarinas del reino —Las aludidas hicieron cada una sus reverencias con sonrisas coquetas—. Y ella... —El sultán tomó ambas manos de la peliplateada y las beso con adoración—. Es mi hermosa Elizabeth, el tesoro más valioso del reino.

Arthur sintió que se estaba volviendo loco. ¿Cómo era posible que un monstruo como aquel de pronto pareciera haber cambiado tanto? Tenía que ser un truco. Sintió que estaba en lo correcto cuando vio la cara de Ban. Parecía que se había tragado una piedra. Sin embargo, se repuso rápidamente e intentó salvar a las damas de caer en el hechizo que era para su rival.

—En ese caso, tenemos algo incluso mejor para ustedes —Otra palmada, y de la nada aparecieron más sirvientes con telas, dulces, y joyas que no estaban hechizadas. Las chicas gritaron emocionadas y se acercaron como abejas a la miel. Todas menos Elizabeth, que susurraba algo en el oído del sultán de forma afectuosa.

*

Escena extra I: Malas noticias

¿Cómo se lo diría? Monspeet caminaba con expresión cabizbaja hacia los jardines del harem mientras pensaba en el modo más amable de explicarle a su mejor amiga las terribles noticias de las que se había enterado. Primero, el chico estaba muerto. Según los guardias que acompañaron a Estarossa en su viaje y que él interrogó, el hermano de Elizabeth estaba sepultado bajo una tormenta de arena en la región sureste del desierto, y los huesos que había traído consigo eran los de un pobre campesino al que había asesinado para cumplir el extraño capricho del sultán. Ya sería el problema de su señor Zeldris lidiar qué hacer con esa información en particular, pero para el espía, eso no hacía las cosas más fáciles.

Derieri no era buena guardando secretos, y Elizabeth quedaría devastada si se enteraba que su hermano había muerto. Y hablando de hermanos... la segunda noticia que Monspeet debía darles también era terrible. Rajine, la hermana mayor de Derieri, formaba parte del séptimo ejército, los hombres más leales al sultán que habían sido enviados a proteger la frontera del sur. Y también habían desaparecido, todos ellos. Casi mil soldados tragados por la arena sin dejar rastro, un misterio enorme que los hechiceros del rey aún no habían logrado resolver. Rajine no volvería a casa para las fiestas, y ahora era probable que Monspeet tuviera que decirle a su hermana que tal vez no volvería nunca más. Pese a ser una persona que lidiaba con el concepto de la muerte todos los días, esa información no resultó menos dolorosa en su pecho. La tercera noticia era la única que no era del todo mala.

Al parecer tardaría un poco más de lo que pensaba en cumplir las órdenes de la ama Elizabeth, pero si aumentaban los sobornos e intimidaba a las personas apropiadas, lograría cumplir con los preparativos de su regalo para el rey en tiempo y forma. Bien, había llegado la hora de decirles todo eso. Cuando el hombre de bigote traspuso las puertas del jardín y comenzó a buscarlas con la mirada, encontró al par de amigas bajo la sombra de un árbol haciendo algo que él no hubiera considerado posible en personas con ocupaciones tan diferentes: Elizabeth intentaba mostrarle a Derieri cómo bailar.

—... y entonces, doblas ligeramente la rodilla, de esta forma. Eso hace que la cadera opuesta se eleve, y si mantienes el mismo nivel en tus hombros sin moverte, el movimiento sale.

—¡Lo haré otra vez! ¡Te juro que esta vez saldrá perfecto! —La pelinaranja imitó a la albina, logrando una ondulación de caderas que detuvo el corazón de Monspeet por unos segundos, y mientras veía el sensual ombligo de su amiga ondular imitando  los movimientos de Elizabeth... descubrió que no era capaz.

No puedo... no puedo hacerlo... —Nunca había dudado en matar cuando era necesario. Sin embargo, ¿cómo explicarle a aquellas dos personas tan queridas por él que sus respectivos hermanos nunca volverían? No tuvo que seguir cavilando sobre eso, pues sus pensamientos fueron interrumpidos por la dulce voz de la peliplateada mientras se acercaba.

—¡Señor Monspeet! ¿Cómo está? Me alegra que haya vuelto. Dígame, ¿tiene noticias de... ? —¿Cómo podían ser tan adorables esos ojos azules? El guerrero comprendió perfectamente porque el sultán había caído a sus pies.

—Estoy segura de que lo logró —remató Derieri acercándose con una expresión llena de confianza—. Es el mejor espía del príncipe, y siempre cumple sus misiones. —El hombre de bigote se quedó quieto unos segundos, hechizado por la hermosísima sonrisa de su compañera... y entonces decidió que no hablaría.

Lo siento querida —pensó internamente—. Esta vez será la primera vez que deje una misión incompleta.

—Así es, mi señora —dijo en voz alta arrodillándose ante Elizabeth—. Puede que tarde un poco más de la cuenta, pero los preparativos para el regalo del rey estarán listos a tiempo. Cuando llegue el momento, le indicaré dónde está el camino.

Las chicas rieron emocionadas, volvieron a la sombra del árbol, y él fue a sentarse a sus raíces mientras las veía continuar con el baile. Si el precio a la felicidad de ellas era su silencio, estaba dispuesto a callar y a hacer lo que fuera necesario para protegerlas. Aún si eso implicaba sufrir solo.

*

Escena extra II: Esclavos.

Gowther había despertado de su sueño de cientos de años con la sensación de que sólo había tomado una siesta, y en cuanto escuchó las palabras de la genio de la lámpara, pensó que probablemente nunca habían tenido un amo más maravilloso que en ese momento. El joven Arthur era un hombre noble en una misión de rescate, el señor Ban era un ladrón legendario, y la lucha contra un rey oscuro le parecía la mejor misión en la cual verter todo su conocimiento y habilidades mágicas. Sin embargo, algo en todo eso no encajaba.

Él había sido creado por un poderoso genio, maestro de la hechicera de la lámpara, con un corazón mágico capaz de entender las mentes y corazones de todos los seres vivos. Pero pese a eso, no alcanzaba a entender a sus nuevos amos. Conocer las verdaderas intenciones de los humanos era algo fácil, descubrir sus motivaciones y deseos, un juego de niños. Entonces, ¿porqué cuando trataba de leerlos a ellos todo parecía un caos?

Arthur no era tan luminoso como parecía. El deseo de salvar a su hermana competía con una rabia y deseos de venganza poco dignas de un héroe, y esos ataques de ira oscilaban de manera cambiante con arranques de amor por su familia y pueblo. El señor Ban, cual zorro del desierto, era codicioso y violento. Gowther pensó que sus deseos estarían regidos sólo por ambición, anhelando banalidades como oro y joyas. Sin embargo, su mente solo estaba ocupada por la celestial presencia de una joven, tan delicada y pura como los brotes tiernos de una flor de jazmín. La última y más interesante de este trío era su propia ama.

El pelimagenta la había conocido por siglos, desde que fue entregado a ella por su creador para ser entrenado hasta que fuera lo suficientemente fuerte para convertirse él mismo en genio. Por eso fue tan impactante ver las reacciones de la hechicera de la lámpara hacia su dueño. Desde que todos se habían instalado en su palacio, había sorprendido varias veces a la morena observando a su señor con ojos de avidez. Ella, cuyo corazón no había sentido nada por siglos... a veces miraba a Arthur como si lo deseara. Un héroe vengativo, un ladrón bondadoso, una genio hechizada. Gowther pensó que el destino había elegido una situación muy extraña para ser despertado pero, si las cosas en verdad eran así... tal vez al final resultaría que su enemigo tampoco era lo que parecía.

Después de todo, las personas a las que les habían alterado la memoria, gente del antes llamado "séptimo ejército", habían resultado ser guerreros y guerreras de buen corazón, auténticamente leales a su señor. ¿En verdad el sultán sería tan malo como todos pensaban? Mientras sus amos se preparaban para enfrentar al rey demoníaco y luchaban contra sus propias pasiones, la marioneta mágica pensó que, si bien él era el único esclavo, los otros tres se veían aún más limitados que él por cadenas invisibles. Esos tres eran esclavos de sus propios deseos, y al él sólo le quedaba esperar que, al final del misterioso camino, de algún modo todos pudieran encontrar la libertad. 

***

Interesante ^3^ Y ahora, un secreto sobre este capítulo: ¿sabían que antes quería que tanto el Gowther original como el muñeco también fueran genios mágicos? Creo que eso es dar un pequeño spoiler a lo que sería la secuela de esta obra, pero dejémoslo en que, en mi argumento original... Merlín no era la única genio, y se hablaba mucho más del concepto de caos *_* ¿Acaso el hecho de que ya se esté escribiendo la secuela de Nanatsu no Taizai será la señal que esperaba del destino para escribir la continuación de Mil y una noches contigo?

Me despido con esa interesante pregunta ^u^ Les mando un beso y un abrazo, ¡muchas gracias por seguir aquí conmigo! Nos vemos la próxima semana para más, y mañana en otra historia. 

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