Noche 13: Planes y venganzas

Hola a todos, aquí Coco, quien llora amargamente por exceso de trabajo, y no puede saludar como se debe porque tiene mucha prisa ToT Pero aún así, lo prometido es deuda, y como ya no puedo permitirme ni una deuda más XD pues aquí les traigo con todo mi amor un par de capítulos de nuestras hermosas noches árabes estilo melizabeth. Ya saben qué hacer, fufufu <3

***

—¿Cuánto tiempo más tendremos que entrenar, señorita Merlín?

—¿Qué pasa Arthur?, ¿ya te diste cuenta que no puedes vencerme ni con esa apariencia musculosa? —Ban reía burlonamente mientras bajaba la espada.

—No es eso, solo que yo...

El joven estaba muy intranquilo. Por varios meses, la genio de la lámpara los había estado educando a él y a Ban en todo lo necesario para ser buenos reyes, diciéndoles que aún no había llegado la hora de enfrentar a su oscuro rival. Pero es que ya lo tenían todo: un palacio, riqueza, ejército, conocimiento y habilidades de combate. Arthur no entendía porque aún no habían marchado de vuelta al reino.

—Ya es hora —Estas dos palabras pusieron a los amigos en alerta—. La recompensa llega para quien la espera, mi señor.

—Entonces, ¿en verdad crees que estamos listos?, ¿ya podemos derrotar al rey en batalla?

—No —Arthur se fue de espaldas por lo cruel de esa respuesta tan simple—. No por nada esa dinastía elige a sus líderes con base en la fuerza. No tendrían oportunidad en un enfrentamiento uno contra uno. Deberán usar la inteligencia para derrotarlo, y justo ahora, se está presentando una oportunidad única.

—¿Y cuál sería esa, mi estimada bruja? —Ban estaba feliz de saber que, aunque no pelearan, al fin se pondrían en movimiento.

—En una semana, será el cumpleaños del sultán —Esta noticia provocó un silencio expectante en la habitación—. Es nuestra oportunidad de entrar como invitados y destruir su imperio desde dentro.

—Sí pero... —Arthur detestaba la idea de entrar al palacio pretendiendo que quería hacerse amigo del rey. Con solo recordar su cara cruel y ojos oscuros, el resentimiento volvía. No estaba seguro de poder con la actuación que Merlín estaba planeando.

—Sé que pueden —Estas palabras detuvieron los pensamientos sombríos del joven y le volvieron a dar la confianza que necesitaba—. Haré los preparativos para marchar enseguida.

*

—¡Al fin! —El visir le arrojó su capa a un pobre sirviente que estaba en la delegación que lo recibió.

—Bienvenido, mi señor. ¿Tuvo un viaje fructífero al desierto oriental? —Melascula le ofreció al peliplateado un vaso con agua y pestañeo seductoramente.

—¡Y un cuerno! Me costó mucho trabajo encontrar un muchacho del tamaño del ladronzuelo para poner sus huesos a blanquear; además, ¡solo el diablo sabe qué le pasó al ejército oriental! Cuando llegué, no había uno solo de los hombres del rey para traer de regreso. Tendrá que contentarse con mercenarios, ¿no cree, mi señora? —Ambos villanos sonrieron como serpientes ante la afortunada casualidad que les había traído más hombres para su malvado plan.

—Será una sorpresa que su majestad nunca olvidará.

—Entonces, ¿ya está convencida de apoyarme para que haya algunos cambios en el trono? —La sonrisa de la pelimorada se volvió amarga y resentida.

—Sí. Pienso vengarme por la gran ofensa que me hizo. —Y la recordaba muy bien.

*

—Te toca, Diane. —La dama serpiente aún recordaba la horrible expresión que tenía el sultán mientras participaba en un juego de mesa con su harem. Parecía un mocoso emocionado con dulces.

—Listas o no, ¡aquí voy!

—Su alteza —Todos en la mesa voltearon y ella barrió con la mirada a sus insignificantes rivales—, si pudiera dedicarme un segundo de su tiempo... —De mala gana, Meliodas se levantó de su lugar y siguió a la delgada mujer hasta un rincón apartado—. Es adorable que quiera hacer sentir a estas zorras que aún tienen oportunidad, ¿pero no cree que sería mejor ponernos serios? —Melascula se deleitó en la cara furiosa que puso el rey al escucharla, y tomó una de sus manos para llevársela al pecho—. Sabe que yo soy la mejor opción para convertirme en su esposa. ¿Por qué no declara abiertamente cuáles son sus intenciones para que sepamos cuál es el lugar de cada una? —Por un momento la mujer temió haberse excedido, ya que una marca oscura estaba apareciendo en la frente del rey. Luego, tan rápido como había salido, desapareció.

—Tiene toda la razón, mi señora —El rubio tomó gentilmente su mano y la llevó hasta la mesa de juego—. Chicas, parece que la amira Melascula no está al tanto de lo que pasa en el harem, así que, ¿tendrían la bondad de explicarle las nuevas reglas del juego?

—Con mucho gusto —Diane le hacía muecas, mientras disfrutaba poder escupirle las noticias a la cara—. A partir de ahora, no eres superior a nadie aquí: todas somos iguales. Podemos ir y hacer lo que queramos, con la protección del sultán, siempre y cuando no lo mo-les-te-mos. —La chica de coletas contoneaba las caderas con cada sílaba y pestañeó seductoramente en lo que obviamente era una imitación de Melascula. Esta solo alzó una ceja de desprecio, mientras trataba que no se le notara la confusión.

—¿Y con molestar te refieres a...?

—Déjeme explicarlo de una manera más clara. —Elizabeth iba llegando en ese momento con una bandeja de fruta, que Meliodas le quitó con un movimiento de las manos, para sentarla en sus rodillas con las piernas abiertas de frente a él. Para deleite de todas y horror de la dama serpiente, el rey comenzó a besar a la bailarina con pasión, mientras deslizaba las manos por todo su cuerpo y ella le echaba los brazos al cuello. Cuando al fin se separaron para tomar aire, Elizabeth ocultó la cara en el hombro de Meliodas, y él le sonrió perversamente a la pelimorada.

—Solo pienso acostarme con Elizabeth —Melascula estaba roja de ira, vergüenza y excitación—. Si aún cree que tiene algo que hacer en mi harem, es bienvenida a jugar con nosotros. Si no... ya puede mudar sus cosas a otra habitación. —La sala se llenó con las risas burlonas de todas esas mujeres odiosas. La gota que colmó el vaso fue cuando aquella asquerosa peliplateada comenzó a besar el cuello del sultán. Melascula agarró la orilla de su vestido y salió hecha una furia, prometiéndose que algún día se vengaría de los dos.

*

De regreso al presente, contemplando la siniestra expresión del príncipe peliplateado, la despechada mujer supo que la oportunidad de venganza estaba al alcance de su mano. Pero aún se estremecía de miedo ante la idea.

—Visir, ¿está seguro que su plan funcionará? Si el rey sobrevive...

—¡Claro que funcionará! Después de todo, mi hermano siempre baja la guardia cuando se trata de bailarinas.

*

—¿Qué le gustaría como regalo de cumpleaños?

—¿Hm? —Meliodas estaba tan adormilado después de hacer el amor con Elizabeth, que prácticamente no entendió la pregunta. Por respuesta, tomó un largo mechón de su cabello, y se lo llevó a la nariz para inhalar profundamente.

—Señor Meliodas, hablo en serio. ¿Hay algo que le gustaría hacer ese día? ¿Algo especial?

—Ya tengo lo que más deseo en el mundo —El rubio comenzó a acariciar el rostro de su amada y acercó el suyo para frotar cariñosamente sus narices—. Y respecto a lo que quiero que hagamos...

Meliodas se mordió el labio sugerentemente, y comenzó a deslizarse por la cama hacia abajo hasta que quedó a la altura de los grandes pechos de ella. Después, hundió la cara en ellos y suspiró satisfecho. Elizabeth no pudo evitar suspirar también mientras lo envolvía en un abrazo y comenzaba a jugar con su pelo. Aun así, no le parecía suficiente.

Ese hombre maravilloso merecía algo especial para su cumpleaños, pero ella sabía que era difícil darle un obsequio a alguien que lo tenía todo. La semana entera estaba llena de eventos para conmemorar, y hasta los representantes del pueblo habían anunciado que los ciudadanos comunes prepararon festividades y bailes en su honor.

Ella tenía razón. En solo unas semanas, Meliodas le había dado la vuelta a la terrible situación que oprimía a los pobres, y se había puesto en el camino de ser amado en vez de temido. Aún había demasiadas cosas que hacer, pero el hecho de que hasta los cuarenta ladrones hubieran cesado su hostilidad... eso le recordó a Elizabeth que aún no había hablado con Meliodas sobre lo que pasó con Jericho y Guila.

Pero se veía tan adorable abrazado a su pecho que no se atrevió a despertarlo para contarle. Ya lo haría mañana. Siguió pensando en qué podría hacer para que fuera especial para los dos, y en cuanto la idea comenzó a tomar forma en su mente, se ruborizó de cuerpo entero. Después de todo, había una cosa que al sultán le gustaba mucho hacer... tal vez dos cosas. Y para lo que tenía pensado, se podían hacer ambas.

*

Escena extra: El regalo perfecto

—¿Y los pozos de agua? ¿Verificaste por segunda vez que todas las fuentes estén funcionales para la llegada de nuestros invitados?

—Sí mi señor. —Gelda caminaba detrás del visir sustituto con una gran sonrisa y una tablilla de arcilla sujeta entre las manos.

Su amo era perfeccionista, una persona exigente y severa que se complacía en ver que los protocolos se cumplían al pie de la letra. Gobernaba a sus sirvientes con mano firme, sus soldados lo reverenciaban, e incluso los líderes del pueblo lo consideraban un personaje temible. Pero para ella, él era el hombre más maravilloso del mundo. Sus demandas no eran nada comparadas a las de la caprichosa y cruel ama Nerobasta, y pese a ser exigente, ¡también era sencillamente adorable!

Él, por su parte, también estaba encantado con ella. Su esclava era en extremo eficiente y lista. Siempre cumplía sus órdenes al pie de la letra, era buena líder para otros sirvientes, y su nivel de intuición se había agudizado tanto en los últimos días que a veces le daba la impresión de que era capaz de leerle el pensamiento. Decidió probar esa habilidad nuevamente y comenzar un pequeño juego que ambos habían ido realizando de forma inconsciente desde que le permitió convertirse en una de sus asistentes.

—Dime Gelda, ¿las frutas para el banquete ya están...?

—Contabilizadas, conservadas, y los cocineros tienen orden de cortarlas en el momento que se vayan a servir en forma de flor de loto. Les recomendé afilar los cuchillos de nuevo la noche anterior. —Una sonrisa cómplice, y el pelinegro volvió a ponerle otro reto.

—¿Y el incienso... ?

—Importado, doce medidas por habitación, solo en los pisos superiores y el jardín, distribuido en cuartos impares. Y en su punto de vigilancia debe tener un toque de menta. También está listo, mi señor. —Era fascinante. Su memoria era un prodigio, tanto como su propia habilidad para mantener el control y el orden. Sin embargo, aún había una habilidad que se le escapaba a su rubia. La miró con una expresión desafiante, y ella le devolvió el gesto con los ojos brillantes esperando las nuevas indicaciones con las que lograría satisfacer sus deseos.

—Bien, bien. En cuanto a...

—El regalo para su majestad el rey, usted dijo que me notificaría después para que me encargara de todos los detalles de su preparación. Pero aún no me ha revelado nada más mi señor. Dígame, ¿ya tiene órdenes que darme?

—Me temo que no, Gelda. En cambio... quiero pedir tu consejo. —Ahí estaba. La esclava perdió un poco la sonrisa mientras abría los ojos con sorpresa, se ruborizó, y luego bajó la mirada avergonzada. Esa era la única habilidad que se le escapaba: aún era incapaz de pensar y sentir por sí misma. Solo hacía lo que se le ordenaba, se esforzaba mucho en cumplir cada cosa, pero cuando se trataba de abrir su corazón, lograr que hablara era casi tan difícil como vencer a su hermano con la espada.

—Lo que yo piense no cuenta para nada, amo.

—No estoy de acuerdo. Y como sé que respetas mi opinión y mi voluntad, estoy seguro de que harás un esfuerzo por darme el consejo que te pido. Eso me complacería mucho. —Y de nuevo, esa expresión. Una mezcla de alegría y avidez con alerta y atención. La joven siempre estaba hambrienta de conseguir que él le sonriera.

Zeldris era una persona extremadamente seria, rara vez sonreía, y menos por cosas tan triviales como una fiesta u obsequios. Sin embargo... ver la reacción de ella cada vez que lo hacía le aceleraba el corazón de una forma que no acababa de entender, pero que le gustaba mucho. Si el precio por sus pensamientos era una sonrisa, el verdugo estaba dispuesto a relajar un poco su estricta vigilancia de sí mismo y regalarle una ocasionalmente. La vio hacer el esfuerzo de pensar en algo mientras luchaba contra su arraigado y mal hábito de creer que su opinión no importaba, y cuando tuvo su respuesta, volvió a mirar al pelinegro a los ojos para hacerle una pregunta.

—Mi señor, ¿sabe si el rey necesita algo en especial?, ¿algún objeto útil o herramienta?

—Me temo que no. Tenemos sirvientes asignados para que los artículos indispensables no falten.

—Comprendo. Y... ¿qué tal algo que le guste? Debe tener preferencias por objetos o habilidades.

—Mi hermano es una persona muy hermética, Gelda. Casi nunca muestra sus preferencias personales. Con todo, solo sé que le gustan mucho las espadas y las bailarinas. Tiene suficiente de lo primero, y en cuanto a lo segundo... —El verdugo del rey se quedó callado un momento, y la rubia miró emocionada como su amo iba ruborizándose lentamente mientras desviaba la mirada—. Bueno, dejémoslo en que no es un deseo que yo deba satisfacer. ¿Alguna otra idea?

Pero de momento Gelda tampoco podía pensar. Estaba embelesada contemplando el color rosa de las pálidas mejillas del pelinegro, que tenían la tersura y color de los melocotones maduros que tanto le gustaban. Por un breve segundo tuvo la fantasía de acariciar aquella tersa superficie, pero cuando su amo volvió a hablar, regresó a la realidad de golpe y fue su turno de ruborizarse.

—Lamento estar siendo tan difícil. Normalmente tengo bajo control todos los detalles, pero... bueno, es difícil darle un obsequio a una persona que lo tiene todo en el mundo. —El príncipe había creído que la mirada dispersa de Gelda se debía a que se encontraba perdida en sus pensamientos, y como no quería forzarla más, se dio la vuelta para volver a caminar y seguir con los demás preparativos de la fiesta. Entonces, a la esclava se le ocurrió una idea.

—¿Mi señor?, ¿y qué opina de darle algo que usen los dos?

—No te comprendo.

—Usted... usted aprecia mucho a su hermano mayor, ¿no es así? —El verdugo alzó las cejas con sorpresa y estuvo a punto de dejar escapar una sonrisa.

—Es un magnífico rey, un buen líder, y tiene mi respeto como guerrero.

—Pero usted le quiere, ¿verdad? —Era una forma muy rara de expresarlo.

A lo largo de todos los años de su educación como miembro de la realeza, a Zeldris nunca le habían permitido admitir cosas como el cariño o el amor. Consideró muy seriamente si los sentimientos que tenía por su hermano podían ser explicados en esos términos, y al darse cuenta de lo fácil que era la respuesta, no pudo evitarlo: le sonrió a Gelda, y un levísimo destello verde osciló en sus ojos mientras hablaba.

—Pues sí, le quiero. ¿Pero eso qué tiene que tiene que ver con tu propuesta?

—¿Qué le parece si compra algo que puedan usar al mismo tiempo?, ¿o algo con lo cual puedan realizar alguna actividad juntos? —Era una idea un poco vergonzosa. La única vez que se habían puesto algo sincronizado fue cuando eran unos bebés y su madre les colocó idénticas tobilleras de oro en los pies. Y no contaba la ropa ceremonial que usaron durante su coronación. En cambio, la otra idea era bastante más atractiva. Cuando la rubia vio que la sonrisa de su amo se extendía, sus ojos brillaron y continuó exponiendo su argumento—. Debe haber algo que disfruten hacer en compañía del otro, ¿tal vez luchar?, ¿ir a beber? ¿o... la compañía de mujeres?

—Me confundes con Estarossa, querida —El príncipe le dio la espalda a la rubia mientras deslizaba un dedo por sus labios y pensaba con intensidad, sin notar que la simple cortesía de llamarla "querida" la había puesto al borde del desmayo. Nadie le había hablado con tanto respeto y cariño. La esclava siguió mirando con adoración a su amo mientras este se sumergía en sus pensamientos, y cuando volvió a surgir de ellos con una respuesta, la joven se obligó a volver al presente para atender a sus palabras—. Para beber tendremos el banquete, y ya no tengo interés en que me enseñe a blandir la espada, puesto que sé perfectamente cómo matar —Aquel comentario era triste, pensó ella. A veces se le olvidaba que su dueño era el verdugo del rey—. Sin embargo... sí hay otra cosa que me gustaría hacer con él.

—¿Y qué es, mi señor?

—Montar a caballo —dijo el joven con los ojos perdidos en la distancia—. Él fue el que me enseñó a cabalgar desde que era pequeño, y solíamos hacer carreras cada que nuestros tutores no nos vigilaban. Todo eso terminó cuando padre murió y lo coronaron rey, pero... Gelda, el sultán tiene muchos caballos, ¿qué más da que le compre otro? ¿qué lo haría diferente?

—Que se lo daría usted —Se hizo un extraño silencio entre los dos mientras el peso de esas sencillas palabras caía sobre ellos, y esta vez, el rubor se incrementó en ambos al mismo tiempo. Gelda volvió a hablar para huir de aquel intenso y misterioso sentimiento—. A veces lo importante de un regalo no es el objeto en sí, sino la persona que lo da y sus intenciones. Es verdad que el sultán tiene muchos corceles, pero todos son para ir a la guerra o para cazar. ¿Para qué usaría él un caballo que usted le diera?

—Para viajar —dijo él sin dudarlo—. O por el simple placer de una cabalgata.

—Y ambas cosas las haría con usted. —La esclava por fin obtuvo su recompensa. La sonrisa del príncipe Zeldris fue tan espléndida que ella no pudo contener un gemido de deleite.

—Tomaré tu consejo, y además, llevaré a mi hermano a elegir al animal él mismo. Gelda, gracias. Ahora he conseguido el regalo perfecto. —Y mientras la rubia lo seguía a paso veloz para dirigirse a cumplir con todos los demás planes que tenía, pensó que ese momento juntos había sido un regalo también. 

***

Awwwww, que momento tan dulce, fufufu ^u^ Y ahora, un secreto de este capítulo: Creo que han notado que me encanta shipear a los 10 mandamientos con su pareja de combate pero, ¿sabían que aquí no sabía que hacer con el papel de Galand? Ya saben, con eso de que Melascula era parte del harem de Meliodas, y no podía ponerlos juntos de esa manera. La primera vez que escribí esta historia creo que no le di la importancia que debía, ni a él ni a los diez mandamientos. Y es curioso, porque el Galascula es de mis parejas favoritas, ¿qué opinan que debería hacer? ¿Me sigo concentrando en el Monspeeri y Geldris?, ¿o meto un poco de historia sobre el resto de la orden demoniaca? Con esas preguntitas en mente, vámonos a la siguiente página ^3^

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