Noche 11: Decretos reales

Hola a todos, aquí Coco, en un martes lluvioso y relajante que aún no puedo disfrutar del todo por exceso de tarea XD Sin embargo, logré preparar esto desde la semana pasada, y hoy, tocan un par de capítulos llenos de dulzura y amor épico, fufufu ^3^ Ya saben qué hacer. 

***

—En serio, señor Meliodas, no es necesario que lo haga.

—Yo insisto. Además, se siente muy bien hacerlo. —Elizabeth se volteó de nuevo, ruborizada, mientras el rubio le untaba una pomada a lo largo de la espalda y la cadera.

Después de su apasionado encuentro en el baño, los poderes de Elizabeth habían regresado de golpe, y todas las marcas de su cuerpo, incluso las cicatrices, habían desaparecido. Aun así, él había insistido en atenderla, y ahora estaban en su cuarto con un cofre lleno de medicinas que Meliodas le aplicaba cuidadosamente.

—Listo, todo cubierto. —El sultán dejó el frasco perfumado a un lado, y se quedó en silencio un momento. Extrañada, Elizabeth giró su cabeza para mirarlo, y se topó con unos ojos llenos de dolor y remordimiento.

—Mi señor, no se torture. Ya no me duele nada, y...

—Nunca más.

—¿Qué dice? —Meliodas comenzó a deslizar sus labios sobre la espalda de Elizabeth, dándole suaves besos que formaban líneas en su piel. Era asombroso, pero a pesar de haberlas visto una sola vez, su amado recordaba exactamente dónde habían estado cada uno de los verdugones hechos por su látigo.

—Nunca más dejaré que algo te lastime. —El rubio comenzó a intensificar sus besos, para luego deslizar su mano al frente y apretar uno de sus senos con suavidad.

—¡Ahhh! ¡Señor Meliodas!

—Mira Elizabeth —El chico subió la otra mano para acunar ambos pechos en sus palmas—. Caben perfectamente. Parece que estamos hechos el uno para el otro, ¿no crees? —La peliplateada soltó una risita juguetona que hizo vibrar su cuerpo, y luego Meliodas la abrazó desde atrás por la cintura—. Ese es mi sonido favorito —Un momento después, recargó la mejilla en su hombro y dio un largo suspiro—. Elizabeth, perdóname.

—Ya lo he hecho, señor.

—Pero no es suficiente. Te daré el mundo, haré hasta lo imposible para que seas la mujer más feliz de la tierra.

—Para lograr eso, me basta con estar con usted. —Él apretó más su abrazo, y ambos permanecieron un rato en apacible silencio. Lentamente retomó sus caricias, pasando las yemas de los dedos por sus caderas y vientre; sin embargo, y a pesar de que ella estaba disfrutando mucho de esas atenciones, ambos se tensaron cuando llegó a las costillas. Aún estaba muy delgada.

—Tu hermano tenía razón. Soy un monstruo.

—¡No diga eso! —Ella se giró por completo para verlo a la cara y lo regañó con toda la firmeza que pudo—. No diga cosas tan crueles, ¡yo lo amo todo de usted! De la forma en que tenga que ser, así que... ¡Ah! —Ella recapacitó en lo que estaba diciendo de golpe, y guardó silencio para ruborizarse aún más de lo que estaba. Mientras, él sonreía de una manera que la hacía sentir como si se derritiera por dentro.

—Está bien. Necesitaremos al monstruo para hacer los cambios que quiero. Además, tu hermano se equivocó respecto a lo segundo.

—¿Lo segundo? —Antes de que pudiera reaccionar, Meliodas estaba sobre ella besándola, y lo hacía de una forma tan apasionada y tierna que era como si la estuviera alabando. Cuando se separaron por falta de aire, él le sonrió de nuevo y le regaló una mirada llena de confianza.

—Sí puedo convertirme en un hombre que te merezca —Se puso de pie, y le ofreció una mano para ayudarla a salir de la cama—. Ahora vístete. Tendremos un día agitado.

*

El visir estaba enojado. No solo enojado, sino furioso. Al fin había conseguido la lámpara, y ésta le había sido arrebatada en el momento final. La muerte había sido un destino amable para aquel ladronzuelo. Ahora se encontraba en la misma posición que antes, y su sangre hervía ante la perspectiva de tener que soportar a su hermano por el resto de su vida. Al menos tendría el consuelo de que al llegar, lo encontraría en cama, loco de dolor por haber perdido al amor de su vida. Quien sabe, con un poco de suerte, tal vez se moriría de tristeza.

Con estos alegres pensamientos entró por las puertas del palacio, y apenas había terminado de quitarse el polvo de los zapatos cuando el sirviente más fiel de su hermano, Chandler, fue a recibirlo con la noticia de que el rey lo necesitaba. Eso era muy extraño, pero tal vez lo único que quería era saber los detalles escabrosos de la muerte del supuesto amante de su mujer. Cuando abrió las puertas de la habitación donde iban a reunirse, casi se va de espaldas ante lo que presenció.

El rey estaba realmente ocupado: sirvientes y escribas iban y venían con registros, papeles y decretos en las manos, había más de media docena de los representantes del pueblo, a quienes Estarossa detestaba, algunos de los generales más fuertes estaban leyendo pergaminos con atención, y el verdugo real, Zeldris, escribía un texto que su hermano le dictaba mientras su esclava rubia lo abanicaba con una hoja de palma.

—¿Qué sucede aquí?

—¡Oh, bienvenido hermano! —Meliodas se apartó un momento de Zeldris y recibió a Estarossa con un abrazo—. Me alegra mucho que hayas vuelto.

Cuando se separaron, el visir estaba estupefacto ante tal trato. Aún así, decidió obligarse a si mismo a calmarse, y se relajó un poco al ver que el sultán aún tenía los ojos de color negro. Pero algo no estaba bien. Había un extraño brillo verde en el fondo de sus pupilas.

—Dime, visir —Él se relajó cuando percibió el tono oscuro y sombrío en la voz del rey—. ¿Cumpliste mis órdenes al pie de la letra?

—Sí, mi señor —pensó que no pasaba nada si mentía—. Después de dárselo a la sanadora, fue abandonado en el desierto con tres días de agua, y advertido de que si sobrevivía jamás regresara al reino. En mi opinión, le diste demasiadas oportunidades de sobrevivir.

—¡Estupendo! Eso quiere decir que tú también tendrás una oportunidad, nishishi.

—¿Opor...? ¿De qué está hablando, mi señor?

—De traerlo de vuelta. —A pesar de que la habitación estaba llena de gente, Estarossa sentía que era como si estuvieran los dos solos. Cuando el silencio no podía ser más opresivo, por fin unas palabras se escaparon de sus labios.

—¿Cómo dice?

—Muy simple —Un sirviente se aproximó para ofrecerle a Meliodas algo que firmar, mientras este seguía hablando con la mayor naturalidad—. Se ha descubierto nueva información. Él no solo podría tener la clave para saber más de los famosos cuarenta ladrones, sino que también tiene datos vitales sobre los llamados "movimientos rebeldes".

Un escalofrío recorrió la espalda del peliplateado. Lo que él en sus informes había llamado "movimientos rebeldes", en realidad eran los reclamos del pueblo por los impuestos, el hambre y los inmigrantes en las calles. Si el sultán empezaba a hurgar en esos asuntos, vería una serie de inconsistencias que no convenía que supiera.

—No tiene que prestar atención a asuntos tan triviales, mi señor. Sabe que contamos con el ejército para repeler cualquier...

—Ese es otro punto —Ahora Meliodas estaba estampando el sello real en algo que parecía una carta—. ¿Recuerdas las últimas indicaciones que se le dio al séptimo ejército? —El séptimo ejército. Esos eran los hombres más fieles al sultán. Él mismo se había encargado de sacarlos del reino para quitarle poder a su hermano, alegando que solo sus mejores guerreros podrían repeler las hordas de salvajes y monstruos que atacaban sus fronteras.

—Mi señor, falta una firma aquí.

—Claro, Zeldris —El visir ya ni siquiera podía moverse—. Bueno, ya que vas a ir al oeste, te encargo que les des la orden de regresar de inmediato a la ciudad. Tengo planes para ellos. —Su sonrisa malévola le recordó al visir los días de gloria cuando ambos se dedicaron a la conquista militar. ¿Acaso su hermano planeaba iniciar una guerra otra vez? Eso a él le complacería mucho, pero lo ponía nervioso pensar en cuáles serían los planes para el ejército personal del rey.

—Iría con gusto, mi señor, pero tengo deberes como visir que...

—No te preocupes por eso. Estoy seguro de que nuestro hermano Zeldris podrá ayudarte con todos esos detalles —Estarossa miró al pelinegro con incredulidad, pero este solo tenía ojos para su esclava, quien ahora le ofrecía un vaso con agua—. Solo confío en ti para realizar esta misión. Partirás ahora mismo. —Estarossa sentía que sudaba frío, pero como nadie parecía poner en duda lo que el sultán estaba diciendo, no le quedó más opción que inclinarse en una reverencia para obedecer.

—Lo haré, mi señor... aunque le advierto que hay pocas probabilidades de que encuentre al muchacho.

—Estarossa —Era la primera vez que su hermano decía su nombre en mucho tiempo, y lo dijo con un tono de voz que hizo que el visir temblara de miedo—, haz de su búsqueda tu única prioridad. Tu misión será traérmelo, vivo o muerto. No me importa si tienes que buscar sus huesos por meses. Deberás traerlo ante mí, ¡¿oíste?! —Por un momento todos en la sala se callaron, y aunque para ellos era normal escuchar a su oscuro y poderoso monarca hablar así, Estarossa sabía la verdad: algo había cambiado profundamente en el interior de Meliodas.

—Así se hará, mi señor.

—Perfecto. Respecto a los detalles para tener listo mi ejército, te alegrará saber que he arreglado que Chandler vaya contigo.

—¿Qué? —El regordete y barbudo anciano salió de entre las sombras totalmente equipado para el viaje. Ahora no solo era obvio que lo estaban desterrando, sino que además lo tendrían vigilado.

—Espero que encuentres al muchacho a tiempo de volver. No me gustaría que mi hermano se perdiera los eventos para la celebración de mi cumpleaños el mes que viene.

—Disculpe, ¿mi señor? —Si el visir ya estaba helado de la impresión, cuanto escuchó esa voz femenina comenzó a sudar frío.

—Tienen sus órdenes. Buen viaje. —Todos en la sala se dispersaron mientras el sultán se dirigía hacia la persona oculta por las cortinas. Entonces, una suave brisa onduló la tela, y Estarossa pudo comprobar que todos sus temores eran ciertos. Allí estaba aquella bailarina de pelo plateado y ojos azules que había robado el corazón de su hermano.

Elizabeth sostenía una bandeja de aperitivos mientras Meliodas se la comía con la mirada. Pero no solo la miraba. La adoraba con los ojos. La sangre del visir comenzó a hervir cuando vio cómo el rubio abría la boca para ser alimentado directamente de la mano de la doncella.

Así que esa perra es la causante de todo esto. —Pero él no podía hacer nada más que obedecer. Lleno de furia, se arrebujó en su capa de viaje y salió de la habitación decidido a que, cuando regresara, daría a su hermano una fiesta de cumpleaños que jamás olvidaría.

***

Escena extra: Papiro y tinta

Gelda escribía con lentitud y pulcra caligrafía en su improvisado diario mientras registraba en él todas las cosas milagrosas que habían pasado ese día. Un rey de rodillas. Un visir en el exilio. Una asesina redimida. El mundo que ella conocía estaba cambiando, y esa transformación estaba dándose de la mano de la persona que menos hubiera esperado. De la persona más importante en su vida. Su nuevo amo había resultado ser una persona maravillosa. El verdugo del rey, el príncipe Zeldris, había tenido un cambio radical de actitud en los últimos días, más o menos el mismo que su hermano mayor estaba teniendo hacia sus súbditos y pueblo largamente desatendidos.

Los seres más oscuros del reino estaban mostrando compasión, gentileza, y una clara intención de redimir sus pecados del pasado. Prestaban oídos a la voz de los humildes, desde una simple bailarina, hasta una esclava como ella. Su amo la escuchaba, y aquel simple acto era tan asombrosamente grande que la chica con cadenas apenas podía contener la emoción en su pecho. Siempre había sido invisible para todos, poco más que una sombra o un objeto que no merecía ser tomado en cuenta, y por lo mismo, nunca había tenido nada que en verdad quisiera decir. Aunque lo veía todo y lo oía todo, el resto de la gente pensaba que era una escoria a la que no valía la pena ni mirar.

Pero no era así para él.  No era así para su magnánimo y poderoso amo, que no solo la escuchaba, sino que además la miraba a los ojos y le daba el mismo trato que a una persona digna, la misma cortesía con la que trataba a sus demás sirvientes. Sin látigos, ni gritos, ni dolor. Anotó cada una de esas palabras en sus notas y, contrario al tipo de cara seria que hacía habitualmente, se permitió sonreír. El amo le hablaba con su voz pausada, grave y serena. Jamás gritaba. Jamás la golpeaba, sino que daba órdenes con firmeza y claridad, con paciencia infinita. Pese a ser el ejecutor del reino, no sentía miedo en su presencia. Y eso era, en sí mismo, otro milagro.

—El amo es un hombre justo, y noble, y digno, y... —La chica siguió escribiendo alabanzas a su dueño mientras se manchaba las manos de tinta y sonreía aún más. Pronto su papiro dejó de ser una relación de hechos, y antes de darse cuenta, se convirtió en una especie de poema para el menor de los hermanos del rey—. Es inteligente, y valiente, y... —Pero no escribió la última palabra.

Había estado a punto de escribir "hermoso", y eso la hizo detenerse en seco al darse cuenta del rumbo que estaban tomando sus pensamientos. Su corazón había estado cerrado por tantos años que, en ese momento, la esclava no entendió exactamente qué era ese sentimiento extraño que había prendido al fondo de su pecho. ¿Sería admiración?, ¿reverencia?, ¿lealtad? Sí, se parecía mucho a todo eso, y podría decirse que hasta lo englobaba. Sin embargo, parecía ser más, y aún seguía cavilando sobre qué podría ser cuando fue súbitamente interrumpida por la persona a la que había estado dedicando sus palabras.

—¿Gelda?

—¡Amo! —La chica cayó de rodillas ante el joven que sostenía la lámpara de aceite en la penumbra, y todos sus antiguos hábitos se reactivaron dejándole la mente y el corazón vacíos, listos para servir.

—¿Qué haces aquí? Es tarde, deberías estar descansando.

—Discúlpeme. Mis últimas órdenes fueron terminar de limpiar, y... —Presurosa, la joven de trenza intentó ocultar los escritos que había estado redactando, preguntándose asustada si aquella acción molestaría a su amo y señor. Después de todo, el papiro era un material caro—. Amo, ¿puedo servirle en algo?, ¿me necesita?

—¿Estabas escribiendo? —La chica se estremeció de miedo al oír aquello, ya que aunque el tono de su dueño por lo general era indescifrable, había percibido con toda claridad una nota de sorpresa en su voz. Y eso siempre le había acarreado sufrimientos con su ama anterior.

—Le ruego perdón, mi señor. No he usado sus papiros, sino las tiras recortadas de papel que pensaba desechar. Yo misma hice la tinta con carbón, y... —Pero él seguía sin hablar, y con cada segundo de silencio que pasaba, la joven de ojos rojos iba sintiendo más y más angustia—. Tal vez, ¿lo que le disgusta es mi presencia? Me iré de inmediato, disculpe mi atrevimiento por quedarme más de la cuenta en su despacho.

—Gelda... —Aquel sonido la dejó paralizada en el acto. Pero esta vez, no se debió al miedo o a la ausencia de emociones. Tímidamente, la rubia se atrevió a alzar levemente la mirada, y lo que vio en el rostro de su señor comprobó lo que había percibido en su voz. El amo estaba sonriendo—. Calma, no estoy molesto. Estoy gratamente sorprendido. Ignoraba que supieras leer y escribir, y ahora me doy cuenta de que eso es un enorme desperdicio.

—Des... ¿desperdicio? —La ojiroja ocultó lo más rápido que pudo su dolor ante tal comentario, pero como no lo hizo a tiempo de evitar que el príncipe notara la expresión de su rostro, este se apresuró a rectificarse dejando la lámpara de lado y poniéndose en cuclillas para mirarla al rostro.

—No es lo que piensas. No me refiero al hecho de que no sirva que una esclava sepa leer, sino al hecho de que soy un tonto por no aprovechar a una sirviente con esa habilidad. Ya me parecías inteligente, pero ahora que sé que tienes ese talento, creo que te volverás indispensable para mi —Cada una de esas palabras inundaron el corazón de Gelda como un manantial de agua fresca en medio del desierto y de nuevo, antes de poder contenerse, sonrió. Y eso complació tanto a su amo que incluso le devolvió la sonrisa de una forma aún más espléndida—. Así está mejor. Tu rostro es agradable cuando sonríes. Levántate, y ve a descansar a tus aposentos. A partir de mañana, dejarás de trabajar en labores domésticas y vendrás a ayudarme aquí. Puedes tomar el papiro y tinta que necesites, pero sé moderada, y no te quedes trabajando hasta tan tarde —Acto seguido recogió los papeles que ella había estado escribiendo, se los devolvió... y le ofreció la mano para ayudarla a ponerse de pie. En cuanto ambos estuvieron parados y el silencio duró un segundo más de la cuenta, él se dio la vuelta y tomó un rollo de pergamino y la lámpara que había dejado sobre el escritorio—. Yo solo vine por algo para leer. Buenas noches Gelda.

—Bue... buenas noches, amo. —Entonces Zeldris salió de la habitación, y ella pudo observar por un segundo los detalles que componían su apariencia. Pelo negro como como la noche, ojos oscuros como la tinta, piel blanca y sedosa, con la tersura del papel más fino que había. Antes de obedecer la orden que había recibido de él, la esclava desplegó una última vez el papiro en el que había estado trabajando y escribió, con la letra más elegante que tenía, la palabra que en un principio había dudado en colocar.

Hermoso. Mi amo es un ser hermoso.

***

[Suspiro] :D Y ahora, un secreto de este capítulo: ¿sabían que la primera vez que escribí esta obra no sabía qué personalidad ponerle a Gelda? Es que en aquellos días ella aún no salía mucho en el manga, y aunque todos sospechábamos que era dulce y serena, algo en el fondo me decía que era más fuerte de lo que parecía. Ahora sabemos que, en realidad, está casi rayando lo tsundere XD Jajajajanxajsnjxs. Bromita. Pero definitivamente tiene un temperamento fuerte, incluso diría que es la personalidad dominante en su pareja, ya que Zel al final resultó ser alguien de temperamento tranquilo e incluso tímido, dándole a ella un papel mucho más dominante del que sospechábamos. Por razones de antispoiler, no diré más sobre cómo va  a ir cambiando mi personaje en esta obra, pero para ponerlo en términos simples... dejémoslo en que no me quedé lejos de la verdad ^u^ fufufu.

No se vayan a despegar. Nos vemos en la siguiente página en unos segundos. 

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