Noche 10: La esclava de la lámpara
Se acerca el momento de la magia, fufufu *u* Posdata: prohibido a los cocoamigos veteranos hacer spoiler XD
***
—Chico. Chico, despierta, ¿estás bien? —Arthur recobró la conciencia lentamente. Todo estaba oscuro como boca de lobo, la cueva se había derrumbado sobre ellos, y lo único que sabía con seguridad era que su amigo estaba al lado de él, sosteniendo su hombro.
—¡Ese desgraciado hijo de...!
—Hey, calma. Me alegra ver que tienes la energía suficiente para gritarle a ese chacal, pero eso no nos ayudará a salir de aquí. —Ban lo ayudó a incorporarse y, con la poca luz que había, comenzaron a caminar.
—¡Ese desgraciado intento matarme!, aun cuando hice todo lo que me dijo. ¡Resultó ser peor que su hermano! ¿Es que todos en esa familia son monstruos?
—Probablemente.
—Hice todo lo que dijo... hice... un momento. Yo no toque el tesoro, ¿esa era la única regla no? Si no robe nada, ¿entonces por qué...?
—Espera, ¿no teníamos que tocar el tesoro? —Entonces Ban sacó algo de su bolsillo: una flor artificial, con pétalos blancos hechos de marfil, tallo de esmeraldas y corazón de rubí.
—¡Ban! —Arthur se pegó con fuerza en la frente, y comenzó a tironear su cabello con desesperación—. De todas las cosas... ¡¿y para qué demonios necesitabas una flor enjoyada?!
—No era para mí. —Por un momento, ambos ladrones permanecieron en silencio, pero los pensamientos de los dos habían vuelto al mismo lugar: el palacio del sultán.
—Bien, de todos modos no importa. Estamos aquí, atrapados, con prácticamente ninguna posibilidad de salir, y sin una maldita lámpara para alumbrar esta oscuridad.
—No todo eso es cierto —Arthur volteó a ver a su amigo, y pudo distinguir claramente su sonrisa astuta incluso en la penumbra—. ¡Tarán! —En sus manos llevaba el objeto origen de sus desgracias.
—¡Ban!, ¿le robaste la lámpara al visir?
—Ladrón que roba a ladrón. Parecía muy importante para él. Pero no te emociones, este cacharro no tiene aceite, así que seguimos en las mismas.
—Debe ser un tesoro sagrado. —Los ojos de Arthur resplandecieron en la oscuridad, mientras se acercaba al único y tenue rayo de luz que salía de una grieta en el techo.
—Es basura, chico. Aunque igual podemos pulirla, y la venderemos por unas monedas en el mercado cuando volvamos.
—Si es que volvemos. —Aún así, el joven estaba emocionado por tener aquel objeto en las manos. ¿Y si era como aquél cuento que le leyó su hermana cuando era pequeño? Solo había una forma de saberlo. Inhaló profundo, comenzó a frotar la lámpara... y nada.
—¿Lo ves? Basura. Ahora ven y ayúdame a... —Un nuevo temblor sacudió la cueva, y entonces, el viento comenzó a arremolinarse a su alrededor como si estuvieran en el ojo de un huracán. Se encendieron llamas en un círculo que los acorraló, objetos de oro volaban por todos lados, y justo cuando creyeron que morirían acribillados o enterrados en la arena, de esta emergió la enorme figura de una mujer. Era realmente hermosa, con cabello negro y corto, ojos ambarinos, y sonrisa inteligente.
—¡Mi amo! Eres aquél que frotó la lámpara, el elegido, aquel que será más glorioso que todos los reyes del desierto. ¡Pida lo que su corazón anhele! Pero cuidado, que yo solo puedo conceder tres deseos, ¡los que sean! Dígalos, y serán órdenes para mí —Tras esta increíble presentación, todo quedó en silencio. Al ver que nadie respondía, la mujer puso una mano en su cintura y comenzó a analizar a los dos amigos con una mirada intensa—. Ya veo, no están acostumbrados a la magia. Es una buena señal, significa que no me esperaban, y por tanto, que lo que nos ha reunido es el destino y no su codicia. Permítanme iluminar la situación. —Con un chasquido de sus dedos, la dama se fue encogiendo hasta una estatura normal.
De la arena que flotaba creó una bella carpa, unos cómodos divanes, lámparas y mesas con bebidas. Luego se sentó ella misma en uno de los enormes cojines y tomó una copa con sus delicados dedos. La alfombra voladora llegó deslizándose y se acomodó a sus pies.
—Oye mujer, ¿se puede saber qué cosa eres? —Ban miraba a la pelinegra con desconfianza, y aunque se moría de sed, no se atrevía a sentarse y tomar algo de lo que ofrecía. La pelinegra lo miró con disgusto, y estaba a punto de responder cuando Arthur la interrumpió.
—Es una genio, señor Ban —Con la mirada absorta en ella, el joven se sentó y sostuvo un vaso entre sus manos—. Y es muy hermosa... yo no me esperaba que fuera así.
—Así que tú eres mi amo. Que alivio —La dama cruzó sus piernas seductoramente y guiño el ojo al muchacho, quien se ruborizó violentamente y decidió ocultar su rostro en la copa—. Soy la esclava de la lámpara, y como dice la leyenda, concederé a quien la haya frotado tres deseos, los que sean, siempre y cuando no implique jugar con el alma o el corazón de una persona.
—¿O sea? —Ban se sentó, pero aún veía a la mujer con suspicacia.
—No matar a nadie, ni revivir muertos, ni obligar a alguien a amarte. Fuera de eso, lo que sea.
—Ya veo...
—Pero me temo que no a ti —Ban hizo un puchero desdeñoso mientras la atención pasaba toda a Arthur—. Y bien, ¿qué desea, mi joven amo?
—¿Me dices su nombre por favor?
—¿...Cómo? —La genio estaba impactada. Nunca, en tres mil años de servicio, un amo le había preguntado eso tan gentilmente; su corazón ancestral, que no había latido por nadie en siglos, se conmovió por un momento mientras observaba a su futuro señor.
—Merlín, querido. Y soy tuya para concederte tus deseos. —El ojimorado estaba rojo como granada, se sentía intimidado por la dama. Pero su hermana lo había educado para decir la verdad y ser amable, así que decidió ser franco con la genio y decirle lo que pensaba.
—No tengo idea, señorita Merlín —La pelinegra abrió los ojos con sorpresa, tomando nota de cada detalle de las facciones de su amo—. Verá, nací como persona humilde, pero gracias a las diosas siempre he conseguido lo que me hace falta, y nunca había tenido aspiraciones grandes en la vida.
—Ya veo.
—¡¿Es en serio Arthur?! —Ban había saltado en su asiento—. ¿Y qué hay del deseo de salvar a tu hermana?, ¿qué pasa con la familia real?, ¿y las injusticias del reino?, ¡maldición, debí ser yo quien puliera esa cosa!
—Lo siento señor Ban, no era mi intención hacerlo enojar. Sé que me gustaría tener todo eso... pero no hay forma de que podamos cubrirlo todo con tres deseos. —Arthur era inocente, pero no tonto. Sabía que los problemas del reino eran más complicados que solo lidiar con la familia real, además de que no podían matar a nadie; además, pagarle al líder de los cuarenta por su apoyo también se había convertido en uno de sus objetivos principales.
—Tal vez yo pueda ayudar —Los dos ladrones se le quedaron viendo a Merlín quien, con otro chasquido puso en las manos de Ban una botella completa y acomodó al joven en almohadones el doble de grandes—. Cuéntenme su historia.
Y así lo hicieron. Arthur le contó todo, desde el momento en que se llevaron a Elizabeth, hasta que entró en la Cueva de las maravillas. Merlín estaba absolutamente embelesada. Su nuevo amo le parecía un ser maravilloso por dentro y por fuera, y quedó hipnotizada por el movimiento de sus labios mientras las palabras fluían. Aun así, estaba prestando toda su atención, y cuando el relato terminó, Arthur incluyó un detalle en su lista de preocupaciones que le sacó una risa a la mujer e hizo que Ban escupiera su vino.
—Sumado a eso, me gustaría agradecerle al señor Ban por todo lo que ha hecho por mí. Pero lo que él más desea es el amor de la princesa Elaine, y esa es una de sus reglas infranqueables, ¿no?
—¡Mocoso entrometido! ¿Tú qué sabes de mis deseos? —El peliblanco le aplicó una llave a su pupilo, quien intentaba disculparse y tomar aire al mismo tiempo. Cuando se logró zafar, Arthur se puso serio de golpe y se sentó de rodillas frente a la mágica mujer.
—De cualquier manera, más que algo material, lo que deseo es su sabiduría. Usted probablemente lo ha visto todo y lo sabe todo. ¿Hay alguna forma de hacer justicia?, ¿de conseguir darle a todos lo que merecen? Por favor dígame, señorita Merlín.
—Sí hay una forma.
—¡¿En serio?! —La pelinegra se acercó al de ojos violeta y lo tomó por la barbilla. Acerco su rostro al de él lentamente, haciéndolo ruborizar, y cuando parecía que estaba por unir sus labios, sus ojos comenzaron a brillar y habló con voz de ultratumba.
—Puedo convertirte en rey. —El silencio que siguió a esas palabras fue roto por el sonido de la botella de Ban rompiéndose contra el piso. Estaba tan asombrado que se le había resbalado de las manos.
—¡¿Qué?!
—Escuchen con atención —Merlín se incorporó haciendo sonar sus pulseras de oro y tomando una pose seductora—. Si Arthur se convierte en rey, tendrá el poder necesario para entrar al palacio, no como ladrón, sino como invitado; incluso podría comprar de regreso a su hermana. También, podrá nombrar a Ban príncipe, posición con la cual puede aspirar a la mano de la princesa. Con su gran poder, pueden intimidar al sultán para que cambie sus políticas crueles, y si se resiste, pueden llevar un ejército hasta sus puertas y destronarlo por la fuerza. Ya tienen una unidad de cuarenta, ¿no es así? —Era posible. Todo lo que dijo la genio era cierto, ¡y eso solo les costaría un deseo! La sonrisa de Ban fue expandiéndose poco a poco, mientras el nuevo amo de la lámpara comenzaba a temblar de emoción.
—¡Sí! ¡Rápido, pide el deseo!
—¿No cree que primero debería desear salir de aquí?
—¡Mocoso!
—Descuiden —Merlín se acercó a Arthur y comenzó a jugar cariñosamente con su cabello—. Eso va por mi cuenta —Un chasquido de los dedos, y el remolino de arena los transportó a los tres a un oasis con palmeras y agua, con la luna llena brillando sobre ellos—. Veamos, ¿Qué tipo de rey serás?
—¡Es cierto! Señorita Merlín, el sultán y el visir ya han visto mi rostro, ¿no habrá problemas si me reconocen?
—¿Lo dudas? Pensé que a estas alturas era obvio que el celoso de tu cuñado no dejará que vivas.
—No hay problema. Te daré un anillo mágico para que puedas cambiar de apariencia —Un chasquido de los dedos, y este apareció en su mano—. Al girarlo te cambiará, y tendrás la forma de uno de mis antiguos amos, un rey tan temido como venerado.
—¿En serio? —El chico castaño miraba la joya con asombro.
—¡Pruébalo! —dijo Ban; y así lo hizo. Giró el anillo, y las arenas se arremolinaron alrededor de él un momento, para luego apartarse y revelar su nueva cara—. ¡Es enorme! —Cabello castaño claro, ojos azules, más de dos metros, y una musculatura poderosa apenas contenida por su elegante túnica. Lo único que arruinaba su apariencia intimidante era el mostacho.
—¿Y cuál será mi nombre?
—¡Obviamente Aladdin!
—¿En serio, señor Ban? ¿Cómo el nombre del cuento?
—Tu nombre será Escanor. —corrigió Merlín.
—A ver listilla, ¿y el mío? – la pelinegra sonrió astutamente antes de contestar.
—Obviamente, Alibaban. —Arthur se partió de la risa, lo cual se veía cómico con el cuerpo enorme que tenía, y aunque por un momento se resistieron, tanto Merlín como Ban terminaron por reírse a carcajadas con él.
—Bien, basta de juegos. Vamos a ponernos en marcha, que este es solo el comienzo. —Merlín alzó ambas manos a la luna como si estuviera a punto de ponerse a bailar, y tras un par de chasquidos, comenzó una tormenta de poder en el desierto como no se había visto en siglos.
*
Escena extra: Dátiles
—Entiendo, gracias.
—De... ¡de nada, señorita Derieri! Siempre es un placer servir a los guerreros del rey. —La joven pelinaranja se alejó de la repulsiva presencia de Peronia, la esclava del visir, y siguió caminando por el elegante pasillo de celosías entre suspiros y quejidos de frustración. En cuanto llegó al jardín donde la esperaba su camarada, este la miró con expresión de gentileza y la consoló por su evidente fracaso.
—Nada útil, ¿cierto?
—Esa bruja asquerosa no me dijo nada que no supiera ya. Y eso que la intimidé dándole a entender que la envenenaría si no hablaba. Parece que definitivamente no podremos encontrar a ese crío.
Fue el turno de Monspeet para suspirar, y acarició con cariño la cabeza de alocados cabellos de su mejor amiga mientras pensaba en lo frustrante que debía parecerle que el único favor que había hecho en su vida por alguien más estuviera resultando tan mal. Eran pocas las cosas que ella hacía sin necesidad de que el sultán las ordenara, y aún menos las veces en que confesara que deseaba algo. Era por eso que esa misión se había convertido en algo tan importante para los dos.
—Cuando el visir vuelva, lograremos sacarle algo de información a los guardias que lo acompañaron. Tranquila. Estoy seguro de que el hermano de Elizabeth sobrevivirá.
—¿Estás seguro? Se veía tan... flacucho. Y débil. Y además, lo golpearon mucho —El hombre de bigote sonrió de lado con una expresión misteriosa, y la pelinaranja abrió sus ojos de par en par ante la obvia evidencia de que él tenía más información—. ¿O no?
—No exactamente linda. Logré averiguar algo de las mucamas que prepararon el viaje para el señor Estarossa. Contrario a los deseos del visir, el sultán había ordenado con anterioridad que tras el interrogatorio le llevaran al chico una sanadora. Si en verdad entró al desierto, lo hizo en perfecto estado de salud.
—¡¿Cómo?! ¿De qué carajo estás hablando Monspeet? Si el sultán estaba deseando que ese muchacho muriera, debió dejarlo ir así, sangrando y todo. Entonces, ¿por qué...?
—Sospecho que el favor no era para el joven. —Más silencio, pero entre ellos no había necesidad de muchas palabras para entenderse perfectamente. La feroz chica sonrió, dulcificando su expresión antes de hablar.
—Lo hizo por ella —dijo con convicción—. El sultán quería que el mocoso sobreviviera para que Elizabeth no se pusiera tan triste. Después de todo, sí se arrepentía de lo que hizo.
—Pero no podía demostrarlo públicamente. Hubiera sido tomado como signo de debilidad.
—Al diablo con eso —dijo Derieri con una expresión entre alegre y molesta—. Sigue pareciéndome un imbécil. Bueno, ya no importa. Tal vez ese niño sí sobreviva al desierto pero, ¿cómo carajos lo vamos a encontrar ahora? —El tono de urgencia en su voz era adorable, y sabiendo que lo que ella en verdad deseaba no era encontrar al joven en sí, Monspeet le sonrió aún con más ganas y le puso una mano en el hombro.
—Sabes que no necesitas forzosamente hacer eso para que Elizabeth sea tu amiga, ¿verdad? No creo que ella esté deseando obtener nada de ti, no es así como funcionan los regalos.
—Yo... bueno... —Un insólito y maravilloso rubor se extendió en la cara de la feroz guerrera del rey, y el hombre de pelo castaño se deleitó al verlo mientras ella evadía el tema con balbuceos—. Quería hacer algo por ella... es que, la engañé con lo del veneno y... la estuve espiando y luego... pues, que ahora no tengo nada para darle y...
Eran muy parecidas. Mujeres de clase baja que fueron compradas, entrenadas para complacer y servir, poseedoras de un corazón valiente, y también de una lealtad ciega al sultán, pese a los errores de este. Tenían fe en que se redimiría para convertirse en un gran soberano. Tal vez la principal diferencia eran sus oficios, una bailarina y una asesina, pero Monspeet entendió perfectamente el porqué Derieri quería tener a esa mujer como amiga. Tal vez la misión había fracasado, pero aún podían obtener su verdadero objetivo.
—Creo que le bastará con una disculpa. Además, ahora que ha vuelto con el sultán, pronto será colmada de regalos y tesoros dignos de una princesa, así que esa parte no debe preocuparte —Ella sabía que tenía razón, pero aún así, no parecía satisfecha. Al borde de la risa y de un ataque de ternura, Monspeet recurrió a un último consejo para ver si la convencía—. También, podrías llevarle baklava. Está muy delgada por su ayuno, y si le llevas comida que a ti te guste, tal vez...
—¡Es una estupenda idea! —dijo ella con los ojos brillantes—. Podría llevarle carne, y pan, y esa fruta pegajosa que me diste el otro día...
—¿Dátiles?
—¡Dátiles! Y leche, y más carne, y... —Derieri decía todo eso mientras caminaba, pero justo cuando parecía que se iría, se detuvo de espaldas a él para volver a hablarle—. Monspeet...
—¿Si querida? —Dos segundos de silencio, y entonces ella le manifestó otro de sus deseos.
—Si yo te dijera que quiero unirme a los guardias del harem... ¿irías conmigo? —Otra sonrisa que ella no vio, y sus labios volvieron a abrirse para decir lo obvio.
—Por supuesto.
—¿Y crees que ella...? ¿Que quiera ser mi amiga pese a lo que hice?, ¿pese a ser una asesina? —El silencio fue aún más largo esta vez, pero la respuesta era igual de obvia.
—Claro que sí. Perdonó al sultán, ¿no? —Ella se dio la vuelta para sonreírle, y entonces salió corriendo a disculparse con la única persona que le recordaba que aún era solo una chica.
***
Awwwww °w° Y ahora, un secreto de este capítulo: ¿Sabían que, en las originales historias árabes, todos los genios son malvados, inteligentes y astutos? No se podía confiar en ellos, siempre retorcían tus palabras, y rara vez ayudaban a los humanos si no tenían un plan tras ello. Pero también, no existían las restricciones en los deseos. Mmmm... [pensando] No, creo que me gusta más mi versión, que además se parece a la de cierta película maravillosa que a todos nos gusta, ¿no? ^u^
¿Qué opinan de la Merlín genio de la lámpara?, ¿y de nuestro genial Alibaban?, ¿y que tal esta adorable versión de Derieri? ¡Me encanta hacer escenas extra con ella y con Monspeet! <3 Ahora, antes de irnos, me gustaría pedirles su opinión sobre algo °3° Verán, en mi versión original de Mil y una noches contigo, los diez mandamientos, la elite guerrera del sultán, ya incluían un vistazo a Drole y Gloxinia, pero sin darles mucho papel. ¿Creen que debería sustituirlos por Aranak y Zeno? ¿o dejo las cosas como están?
Con esa duda existencial, Coco se despide <3 Nos vemos la otra semana para más, y mañana en otra historia °3^
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