Prólogo
Siento que le debo a Levent muchas cosas que no podrían medirse en valores monetarios. Montones de favores, consejos y por qué no decirlo hasta mi propia vida. Horas de escucharme cual si fuese un psicólogo o mi confesor personal, siendo el amigo y apoyo que siempre en mi corazón anhelé pero que nunca me permití imaginar encontrar, y mucho menos en aquel yate en el que de pocas ganas iba a trabajar en un principio, tan sólo para ayudar a mamá. Quién me hubiera dicho que hallaría a mi mayor confidente, un pañuelo de lágrimas, un hombro en el que llorar, un padrino, en el hombre aventurero y mujeriego al que entonces prefería tratar de lejos.
Recuerdo bien cómo llegamos a tener confianza, la película que me prestó de la cual sólo mucho tiempo después al verla juntos y completa en Estados Unidos, pude entender su significado en analogía a mis problemas y recomendaciones de cómo superarlos, también su aventón a la universidad para evitar que llegara tarde a entregar un trabajo decisivo para pasar una asignatura, siendo la primera vez que me movilizaba en moto, y posterior a ello toda su camaradería en mis irresponsables mentiras que al final me jugaron tan mal a mí misma. De todo el mundo a mi alrededor él fue el único que no me juzgó, tendiéndome al contrario una mano para poder salir de mis sombras.
Su preocupación por mi causa al punto de volverse profesor en mi escuela para no dejarme sola en mi complicada vida, cambiando su amado mar por un domicilio en la ciudad, o sus peleas con mi eterno dulce tormento por defender mi honor, en algún momento hizo que se volviera parte indispensable de mi existir, uno de mis pilares fundamentales.
Levent estuvo conmigo en mi dicha, durante la cúspide de mis sueños y luego en mi vertiginosa caída; cuando mi gran amor en lugar de escucharme decidió darme la espalda, cuando comenzaron a hacerme bullying en la universidad al enterarse de mi pobre condición económica, también cuando mi familia por problemas personales comenzó a resquebrajarse o cuando deudas inesperadas nos cayeron encima intentando asfixiarnos, y permaneció así mismo junto a mí mucho después cuando creyendo que podía volver a vivir, esta vez en completa felicidad, junto a la persona que más amaba, éste empezó a centrarse en sus proyectos y a dejarme sola... Yo en cambio estuve a su lado confortándolo cuando se abrió ante mí y me contó sobre las dificultades que acontecían dentro de su familia, sobre el rechazo de su hermano, la ausencia de su padre, y cuando su madre falleció dejándole el cargo de conciencia de no haber sido un buen hijo.
Estuve allí sosteniendo su mano, intentando devolverle tan solo un poco de todo lo que me había dado y recordándole que era un gran hombre, mi mejor amigo y que Allah se encargaría de bendecir su camino.
Por todo ello, cuando acepté por fin el declive sin retorno de mi matrimonio que sintiéndome perdida me llevó a tomar la decisión de marcharme sin rumbo fijo pero sin dar vuelta atrás de aquel edificio en el que viviera desde niña y que conociera como la palma de mi mano, y él apareció en mi puerta justo como por un juego del destino con la intención así mismo de empezar un nuevo capítulo en su vida; acepté su impulsiva propuesta de perdernos juntos por el mundo.
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