Capítulo V: Asuntos inconclusos
No supe bien cómo en medio de la creciente tentación de estar a cada rato besándonos, conseguimos llegar a casa. Mucho después de broma en broma él me diría que nuestras calles de siempre en el centro de Los Ángeles se le volvieron entonces el trayecto más difícil que le tocara conducir en su vida.
Siempre recordaré el ímpetu a causa de su fogosidad, con el que se bajó del auto una vez parquearlo, para abrirme caballerosamente la puerta y el claro deseo que pude notar luego en sus ojos y en su tacto cuando acepté tomar su mano en su ofrecimiento de ayudarme a salir.
Intentamos de allí permanecer lo más calmados que pudimos, disimulando nuestros asuntos, al ingresar al edificio, más la pasión volvió a desatarse de manera inevitable entre nosotros al abordar el ascensor y luego continuó consumiéndonos en el pasillo que llevaba al apartamento en el que residíamos, donde en algún momento terminamos arrimados a una pared hasta conseguir alcanzar nuestra puerta.
Empero en la sala una vez entramos, cuando Levent volvió a buscarme para retomar nuestras muestras de afecto, ya en la privacidad adecuada, me sentí al final de cuentas sucia, como si estuviese traicionando a Emir aunque ya no tuviésemos nada y se me hizo imposible continuar.
-¿Qué sucede?- me consultó Levent entonces al percibir mi actitud fría y me dio pena el pensar que siempre había sido un conquistador y ahora por estar en mi compañía, era como un ave rapaz al que le hubiesen cortado las alas
-Discúlpame Levent, es que no estoy lista- le confesé con sinceridad sin poder sostenerle la mirada. Él con todo, comprensivo, levantó despacio mi cara sonrojada necesitando verme a los ojos
-No te preocupes, no te presionaré, el siguiente paso será cuando tú lo decidas y yo estaré siempre dispuesto cuando tú quieras-
En esta ocasión fui yo quien en voz bajita le agradecí y él correspondiéndome me dio un tierno beso en la frente para que estuviera tranquila al respecto, demostrándome de tal modo una vez más que su afecto por mí no era algo sólo pasajero y que hasta respecto a eso como un buen protector se preocupaba por mi bienestar.
Le vi luego caminar silbando y sin complicarse como de costumbre hacia la cocina, por un vaso de agua helada, según dijo, pero no supe lo frustrado que lo había dejado con mi negativa hasta esa madrugada.
Sucedió al levantarme con necesidad de ir al baño, por suerte contábamos con dos en la casa y mi habitación tenía uno de ellos. Fue desde allí que escuché el sonido del televisor encendido en la sala aunque eran las tres de la madrugada, por lo que decidí salir con la intención de arroparlo en caso de que se hubiera quedado dormido en el sofá, como ya ocurriera en otras ocasiones, más me llevé una sorpresa al descubrir que no estaba allí como supusiera. Un ruido como un suspiro me delató entonces que se encontraba en el otro servicio, en el cual para variar, quizá creyendo que a esas horas yo difícilmente me levantaría, ni siquiera se había tomado la molestia de cerrar la puerta.
Mi curiosidad respecto a lo que me pareció también un gemido me hizo acercarme aun sabiendo que no debía hacerlo y que ante todo debía respetar también su espacio. Quizá si le hubiese hecho caso a mi conciencia no me habría sentido tan abochornada después al escucharle ya de más cerca entre susurros proferir mi nombre. Comprendí de tal modo aún detrás de la puerta sin llegar a verle que estaba satisfaciéndose a sí mismo, pensando en mí. Quedé estupefacta y cuando reaccioné opté por correr enseguida de vuelta a mi habitación, esperando a que no se diera cuenta de mi presencia, más yo misma me delaté en mi apuro debido a mis nervios y la oscuridad y tropecé con una mesita que teníamos arrimada a una pared, de donde cayó al suelo alfombrado un pequeño adorno que por suerte no se rompió y tampoco tardé en recoger pero que igual hizo ruido, para mi vergüenza. No me quedó la menor duda de eso.
Ya al llegar al cuarto me encerré despacio y me senté en la cama buscando tratar de pensar con madurez y claridad, repitiéndome para justificar esa lujuriosa acción que casi presenciara que ante todo él era un hombre enamorado en el colmo de la alegría por haber conseguido de parte mía un atisbo de esperanza, que durante tanto tiempo había anhelado y que por lo tanto no tenía derecho a juzgarlo. Levent para mi alivio no llamó a mi puerta pero con todo no pude dejar de preguntarme hasta quedarme dormida en qué sucedería al día siguiente, cuando tuviéramos que vernos las caras y recordar el asunto.
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