Capítulo II: Un faro en la oscuridad
Levent y yo tomamos un ferry hacia una población cercana y de allí un tren a la capital, donde permaneceríamos hasta que yo consiguiera tener todos mis papeles en regla para poder salir del país, trámites en que él amablemente se ofreció a ayudarme, así como en el costear de mis gastos que yo, por supuesto, me comprometí a devolverle ni bien me estabilizara.
Él no cuestionó mis momentos de silencio, ni mis pensativas miradas perdidas en el vacío desde que abordáramos el taxi que nos alejó del edificio hasta que llegamos a nuestro nuevo esporádico destino. Le agradecí por ello. Simplemente respetó mi privacidad pero al mismo tiempo se demostró siempre pendiente de mí o que estaba allí para dialogar y ayudarme a desahogar cuando quisiera; como ocurrió durante la primera noche en la suite del hotel que rentara, en que aun estando alojados en cuartos separados, al oírme llorar sin poder soportar más mi desdicha, tocó a mi puerta y como tendida en la cama no abrí, por sí mismo ingresó para comprobar que estuviese bien.
-...Lo siento- expresé incorporándome cabizbaja, extrañando las épocas en que podía refugiarme en el abrazo de mi madre de mis dolores del alma, y como entendiéndolo él se acercó para sentarse a mi lado y estrecharme fuerte, consiguiendo que de a poco parecieran volver a reunirse los miles de pedacitos en los que creía que en esos momentos se había roto mi corazón.
-Descuida, es mejor si lo dejas salir, llora- me aconsejó reconfortándome como sólo él podía y le hice caso y luego me sentí mejor, reforzándose así mi teoría de que era lo único que me quedaba en la vida, el ancla que no permitía que mi barca se perdiera en el inmenso océano.
Aquella fue como una semana de vacaciones en la que en medio del trajín de la obtención de mi pasaporte y visa de turista para entrar a Estados Unidos, tuvimos tiempo para pasear, para conocer los lugares más emblemáticos de Ankara, a donde siempre soñara ir pero no se me dieran las posibilidades, y el explorar los vestigios de la antigua Constantinopla, como a él le gustaba, me permitió entretenerme y olvidarme por momentos de mis preocupaciones y de lo que estaba dejando atrás. Así mismo fuimos también a visitar a algunos de sus parientes o amistades que allí vivían, a quienes estimaba mucho. Quienes fueron en su totalidad muy gentiles conmigo y en ningún momento me trataron mal, preguntaron mi condición social o me hicieron sentir de menos; al contrario me trataron en extremo bien al creer que Levent, el siempre rebelde y aventurero según me contaran, se encontraba por fin sentando cabeza.
Con todo, reconozco que fueron días divertidos aún en medio de mi amargura, en los que gracias a él pude dibujar de tanto en tanto una sincera sonrisa en mi rostro, volviendo a creer de a poco en que alguna vez conseguiría alcanzar de nuevo mi felicidad. Días en los que me sentí por fin libre de ataduras o convencionalismos, en los que salimos en grupo habitualmente de noche como tantas chicas de mi edad solían hacer, en los que me desinhibí, atreviéndome inclusive a usar por primera vez traje de baño en una reunión sin tener que ponerme una camiseta o vestido encima. Confesé que no sabía nadar pero Levent que era un hombre de mar, me dijo que eso no era problema y sosteniéndome en sus brazos al yo entrar a la inmensa alberca de una de sus propiedades familiares, él mismo se encargó de enseñarme. Me di cuenta asombrada así en aquellos lujosos lugares, que según me compartiera desde que se independizara muy poco solía frecuentar, de lo grande que era también su fortuna y sin embargo con todo ello no dejaba de ser un tipo sencillo y tranquilo, algo realmente digno de admirar.
Una tarde me encontró en el balcón con vista al mar de la casa de la señora Nebahar, su madre, donde al final nos estábamos quedando, y se me unió al notarme pensativa.
-Tenemos que hablar Feriha Yilmaz- me notificó colocando los brazos sobre la mesita de jardín a la cual estábamos sentados, dándome a notar que abordaríamos un asunto serio
-¿Qué sucede?- Quise saber, prestándole toda mi atención.
Yo a esas alturas ya tenía todo listo para viajar, además de la conciencia medianamente tranquila respecto a mi decisión de partir luego de haberme comunicado con mi madre, que aunque no estaba de acuerdo conmigo tampoco me lo impedía sabiendo que tenía mis razones... No le conté a mi mamá en esa ocasión donde me encontraba para que no les dijera sobre mi paradero al resto de mi familia, a quienes planeaba dar señales de vida de nuevo una vez pisara suelo americano, aunque bien sabía que no estaban tan desesperados buscándome como hicieran en otros tiempos hasta el punto de entablar una demanda, a no ser por una sola llamada recibida de Gulsum preocupada por mis pasos; tal vez porque en esta ocasión había huido con Levent, quien nunca les cayera mal después de todo, o porque comprendían por fin que ya era mujer hecha y derecha capaz de tomar las riendas de mi propia vida... y en cuanto a Emir... Mi Emir, mi fallido gran amor a quien con dolor en mi corazón bloqueé en el celular, con él en cambio decidí sólo comunicarme de ser necesario cuando tocara emprender el trámite del divorcio, que Levent y sus conocidos me comentaron se podía realizar por poder desde el extranjero.
-Hoy voy a comprar los pasajes de avión por lo que necesito que estés segura de que quieres hacer esto. A partir de aquí se acaban las vacaciones y tendrás que vivir realmente lejos de tu familia y de todo lo que amas, ya no habrá marcha atrás- me explicó, más, aunque admito sopesé sus palabras con pesar durante unos instantes, no di mi brazo a torcer permitiendo que mis miedos y nostalgias se reflejaran, y permanecí firme en mi resolución.
-Lo sé y no he cambiado mi decisión. Estoy preparada- manifesté. Levent guardó silencio durante unos instantes mientras se arrimaba al respaldar de la silla, previo a proseguir
-Aunque no me agrada mencionarlo, debes de tener en cuenta Feriha que el paso que estamos a punto de dar va generar todo tipo de habladurías que pueden manchar para siempre tu reputación debido a que te vas conmigo- soltó al fin y yo bufé de enterarme que le preocupaba aquello
-¿Y crees que no había pensado en eso?- respondí, burlándome prácticamente de mí misma al imaginar una vez más la reacción de Emir al volver al departamento la noche en que me fuera y no encontrarme, así como las de mi papá, Memeth y el resto en la casa, declarándome de forma irresoluble como la oveja descarriada de la familia; eso sin contar con los chismes que para entonces debían correr por el pueblo de mis ancestros afectando a mi mamá y a Omer, sobre la hija/hermana pecaminosa que abandonó a su marido para irse con otro hombre o los rumores que se estarían esparciendo en la escuela sobre el que por fin la más afamada mentirosa había dejado al chico más guapo y deseado por el interesante profesor con el que en secreto mantenía un affaire... -Si me importara no estaría aquí- le dejé saber tajante, mirándolo de frente.
-Lo digo porque siendo el mayor aquí es mi deber cuidarte y esto incluye protegerte de circunstancias que luego puedan hacerte sentir mal- Levent no obstante argumentó, respecto a lo que yo me reí con sarcasmo de buena gana
-¿Cuidarme? Por favor, soy una mujer separada, no lo olvides- le hice ver -Además no me interesa para nada el qué dirán porque tú y yo tenemos presente lo profunda que es nuestra amistad- expuse. Él tomó entonces algunas de mis palabras para recordarme otra cosa.
-Quiero que tengas presente lo que siento por ti, pero no por eso que te sientas presionada. Sabes que jamás te haría daño- me dijo
-Lo sé y confío en ti- reafirmé atreviéndome a tocar su mano, momento que aprovechó para retener la mía entre las suyas.
-Te esperaré lo que sea necesario en busca de que me brindes esa oportunidad que anhelo y mientras tanto procuraré ayudarte a sanar y que vuelvas a sonreír. Te prometo que haré que todos los días juntos valgan la pena- expresó mirándome a los ojos y confieso que logró se suscitara en mí un sonrojo, que estoy segura que notó, más para no hacerme sentir mal o que me cohibiera, prefirió cambiar de tema -Y bueno, ya se acerca la hora de cenar, ¿a dónde quieres ir, a alguno de los restaurantes que hemos estado visitando o algún sitio nuevo?- consultó
-Creo que prefiero por esta vez comida casera- proferí, causándome gracia de inmediato la notoria curiosidad en su rostro mientras me veía levantarme dispuesta a prepararla yo misma -...Y creo por lo mismo que ya es tiempo de darle uso a esa cocina abandonada- propuse de buena gana
Levent me siguió de tal modo adentro hacia mi objetivo, mostrándose interesado al verme enseguida comenzar a buscar utensilios y ollas, al igual que ingredientes dentro del refrigerador para poder elaborar alguna de las mejores recetas tradicionales que me enseñara mamá.
-En serio no tienes por qué hacer eso, si bien hoy la cocinera tiene libre puedo pedirle a alguna de las mucamas que prepare lo que desees- expuso él pero me negué rotundamente.
-De verdad quiero hacerlo- afirmé -No es ninguna molestia- Nunca me había pedido que cocinara para él cuando laboraba realizando la limpieza en su yate pero por la forma en que se acercó al mesón observándome en mi quehacer con interés y ternura, supe que no estaría en contra de probar mi sazón.
-Va a ser maravilloso vivir contigo- profirió al final, haciéndome de manera inevitable sonreír.
Levent puede leer dentro de mi alma como si fuese un libro abierto y sabe cuánto necesito de él aunque no se lo diga. Quizá puede notarlo dentro de mis ojos cuando lo miro. Con su madurez es capaz de comprenderme cuando ni yo misma puedo y con sus palabras consigue guiarme de vuelta a la claridad cuando me encuentro en completa penumbra. Por todo ello, aunque en el fondo de mi ser todavía sepa que amo a otro, reconozco que de a poco se volvió para mí (una navegante perdida en los océanos de su propia existencia) como un faro brillando en la oscuridad... y me volví adicta a su luz.
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