800 grullas de papel.
Thomas coge aire para armarse de valor porque por fin está allí, en el instituto que ha escogido para realizar las últimas prácticas de la carrera antes de ponerse a fondo con el TFG y obtener por fin su título universitario.
Han pasado 7 años, 7 largos años desde la última vez que vio a aquel hombre tan triste. Lo buscó por todos lados después de aquello, arrepentido por haberlo dejado solo cuando parecía que más lo necesitaba, pero tenía que ir a buscar a su hermana pequeña así que no podía quedarse por mucho que lo deseaba. Pero no lo encontró. Un día decidió ir a la cafetería donde trabajaba y, aunque no hubo suerte, sí se encontró con Tyler.
- ¿Cómo está él? - preguntó con timidez.
- Estará bien - aseguró.- No vendrá por aquí durante un tiempo, pero lo estará.
Un tiempo se convirtió en largos años.
Thomas ya no es un niño, tiene 22 años. Ha crecido en todo el amplio sentido de la palabra: es alto, delgado, quizás sus rasgos faciales comienzan a madurar un poco... o quizás no, pero sigue llevando allá donde va pedazos de papel de colores.
Bueno, es hora. Sacude la cabeza con la esperanza de que eso aleje los recuerdos del hombre que no pudo salvar. Decide ponerse en marcha rumbo a la sala de profesores. Es antiguo alumno de ese colegio así que para él moverse por las instalaciones es tan fácil como respirar. Lo único que desconoce es quién será su tutor en prácticas, por lo visto se trata de un profesor nuevo que empezó hace unos años. Su nombre, sin embargo, no le dice nada: Dylan O'Brien. Empuja la puerta con el hombro, distraído mientras lee el informe evaluación que tiene que entregarle.
- ¿Thomas? - lo llaman, levanta la cabeza para ver a una de sus antiguas profesoras.- ¡Eres tú! ¡Bienvenido! - al instante se ve envuelto en un abrazo que pasa de esa mujer a otras dos más.
- Hola, siempre es un placer volver - asegura con una sonrisa.- ¿Sabéis a dónde tengo que ir? - porque no ve ningún hombre y está seguro de que Dylan es nombre masculino.
- ¿Quién te ha tocado como tutor? - Thomas le deja la hoja de datos y la mujer sonríe de una forma que el rubio conoce muy bien, ¿por qué esa picardía?-. Oh, nuestro querido O'Brien - suspira.- Te encantará, un poco serio, pero es un profesor increíble. Los críos lo adoran.
- ¿No será por lo bueno que está?
- Mujer, que ya tenemos una edad.
- Los ojos no son viejos, querida.
Thomas ríe mientras le apuntan la clase a la que tiene que dirigirse. Quedan al menos 15min. para que suene la campana, tiempo suficiente para reconocer el terreno. Por mucho que las viejas profesoras se hayan deshecho en halagos, él tiene que verlo por sí mismo. Después de todo, estarán juntos un mes entero. Más vale que haya buena química. Llega a la puerta y, a través del cristal, puede ver la figura de un hombre que está de espaldas escribiendo algo en la pizarra. Casi sin querer, sus ojos se deslizan por los fuertes hombros hasta las manos que sostienen la tiza. Va a tener que hacer un esfuerzo enorme por no distraerse. Abre la puerta decidido a entrar, el poco ruido que hace es suficiente para llamar la atención del mayor que se gira confuso, probablemente no acostumbrado a que abran la puerta antes de que suene la campana.
Thomas se congela en el sitio cuando los ojos pardos, más claros de lo que recuerda, se clavan en su figura.
Dylan, sin embargo, tiene que sostenerse de su mesa cuando su mente procesa quién acaba de entrar por la puerta pues, aunque es consciente de que han pasado varios años (demasiados) el chico de las grullas apenas ha cambiado.
No puede ser él, no puede ser el mismo...
Thomas traga saliva y desliza su mirada por el cuerpo ajeno, reparando en las cosas que llenan la mesa y entre las que hay una figura de origami bastante desgastada por el tiempo: una grulla de color azul con estrellas. La última que le dio antes de ser consciente de que lo estaba perdiendo.
Sí que lo es.
Siente que se queda sin aliento.
Así que tu nombre es Dylan O'Brien.
Quien también tiene que conocer por fin su nombre porque ha recibido una ficha con sus datos. Lo que Thomas se pregunta es si está flipando tanto como él o es el único en la habitación. Dylan está diferente. No sabe qué edad tenía cuando lo conoció, pero los años que han pasado le han sentado bastante bien aunque lo que más ha sufrido cambios son sus ojos: antes tan llenos de fantasmas y dolor, ahora reflejan sorpresa y curiosidad. Dios. Curiosidad por él, por Thomas, por su presencia allí, de nuevo en su vida. Entonces, se mueve y el menor da un respingo. No se da cuenta de que está llorando hasta que Dylan alza las manos y acaricia sus mejillas con los pulgares para secar las lágrimas.
- Te busqué - admite, cuando recupera la voz.
- Lo sé, Thomas.
No está preparado para la excitación que se despierta en su vientre al escuchar su nombre salir de los labios de Dylan.
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