450 grullas de papel.
Entre las clases, las idas y venidas del hospital, el trabajo en la cafetería donde de vez en cuando podía ver al chico de las grullas... ¡Navidad! ¡Por fin! No se dio cuenta de cómo, pero de repente estaba rodeado de luces de todos los colores, hombres gordos vestidos de rojo y mucha, mucha nieve. No es que la navidad signifique algo para Dylan después de tantos años, pero sí había algo que le interesaba de ella: trabajo. Los comercios colapsaban por aquella época debido a la falta de personal y gracias a ello había conseguido ocupar prácticamente todo su tiempo libre desde el principio hasta el final de las fiestas sin que ello afecte a su horario para estudiar. Al menos, esos eran sus planes iniciales.
Hasta aquella mañana del 23 de diciembre, cuando descolgó el móvil al ver el número del hospital. Estaba en la biblioteca de la universidad con Tyler, e inevitablemente con Britt, haciendo el trabajo de fin de grado, cuando recibió lo que probablemente se convertiría en la peor noticia de su vida. Su mejor amigo observó el rostro de Dylan quedarse pálido poco a poco mientras sus ojos se precipitaban al vacío. Tuvo que detener a Brittany cuando Dylan se incorporó y salió corriendo del lugar.
- ¿Qué haces, Tyler?
- Déjalo en paz - masculló, recogiendo las cosas de su amigo para ir a llevárselas al único lugar donde sabía que lo iba a encontrar.
- Siempre te estás metiendo en medio - chasqueó la lengua, molesta.
Tyler no se explicaba cómo podía existir una persona tan egoísta sobre la faz de la tierra ni mucho menos por qué Dylan tuvo que conocerla, así que se limitó a reunir toda la paciencia posible y respirar profundo.
- Tú no eres buena para él.
Si pudiera, la rubia lo habría asesinado con la mirada.
Dylan corrió. Y corrió. Y siguió corriendo hasta que llegó al hospital. No se detuvo en ningún momento y pudo llegar a tiempo para ver cómo un equipo de médicos trataban de reanimar a su madre sin mucho éxito. Dejó de pensar y de sentir cuando un pitido continuo se escuchó en todo el lugar. Su madre había muerto y él, simplemente, dejó de respirar. El ataque de ansiedad no fue una sorpresa para nadie, menos para las enfermeras que tan acostumbradas estaban a él.
Sigo vivo, por desgracia. Piensa, nada más abrir los ojos.
Sabe que hay gente que muere debido a la incapacidad de respirar, se preguntó por qué razón no ha sido su caso. El destino debe amar que sufra, no hay otra explicación. Se talló los ojos y se dio cuenta de que estaba mirando el techo de su apartamento.
¿Qué?
Y no era eso lo único raro, sino la cantidad de papeles que había esparcidos por el suelo de la habitación: arreglos sobre el funeral de su madre, unas cuantas tarjetas de esas que se hacen para entregar a los asistentes, una corona de flores...
¿Qué?
Buscó su móvil con rapidez, con ansiedad, casi no le quedaba batería, pero alcanzó a ver la fecha antes de que se apagara por completo. Buscó con distracción el cargador mientras pensaba en por qué habían pasado tres días desde aquel fatídico momento en el hospital y él no los recordaba. Lo conectó cuando consiguió dar con el cable, su pierna moviéndose de arriba abajo mientras esperaba que todo el sistema operativo cargara. Ignoró las llamadas y mensajes de Britt, incluso todos los mensajes de condolencias del grupo de clase y saltó directamente a la conversación que tiene con Tyler para buscar con más rapidez su número entre la lista de contacto y llamar.
< ¿Dylan?
- ¿Qué ha pasado?
Escuchó un suspiro al otro lado de la línea.
< Sabía que algo no iba bien.
- Tyler...
< Organizamos juntos el funeral de tu madre que se celebró ayer - dijo con cuidado, midiendo sus palabras. Dylan odiaba que hiciera eso, pero lo entendía.- Y el día anterior estuvimos las 24h. en el tanatorio - termina.
- ¿Por qué no me acuerdo de nada? - susurró más para sí que para su mejor amigo y se pasa las manos por el pelo, frustrado.
< Cuando te localicé después de que salieras corriendo de la universidad estabas en el mismo estado que el día que me contaste que tu madre estaba enferma, ausente. Muy ausente. Estabas allí, pero al mismo tiempo no y supe que esto terminaría pasando, tu perdida de memoria a corto plazo por la ansiedad.
Ah, cierto.
- ¿Y todo fue... bien?
< Todo lo bien que puede ir algo así, supongo, fue tranquilo - respondió.- No te voy a preguntar cómo estás, Dylan, pero sabes que si me necesitas estoy aquí.
- Gracias, Ty.
Y colgó.
El dolor de cabeza que se escondía detrás de sus sienes era tan fuerte que apenas le permitía pensar. No sabía cómo sentirse: si culpable por haberse abstraído tanto de la realidad o aliviado porque no recordaba nada de nada.
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