400 grullas de papel.

Estaba tan absorto en sus pensamientos que el encargado de la cafetería lo mandó de nuevo a fregar los platos. En el descanso se dirigió a su taquilla para cambiarse de ropa y tratar de analizar la situación en la que se encontraba. ¿Cómo había terminado así de nuevo? Por más que intentaba encontrar una explicación no lo conseguía. Su móvil vibraba y vibraba, Dylan trató de ignorarlo todo lo que pudo hasta que los nervios pudieron con su fuerza de voluntad y salió a la calle aprovechando que aún le quedaban cinco minutos.

- Britt, no puedes llamarme en horas de trabajo - dijo, nada más descolgar.

> Es que quería saber si nos podíamos ver después - el tono meloso de voz casi lo hace suspirar.

- Hoy tengo que ir al hospital.

> Pero si fuiste hace tres días.

Levantó los ojos al cielo cuando siente las lágrimas picar en las cuencas.

Dylan no había respondido nada sobre darle otra oportunidad o no, así que su error principal fue no apartarla y dejar que lo abrazara. Aunque fuera de la universidad solo tenía que aguantar su acoso telefónico, en clase era agotador. Cada vez que miraba a su auto-proclamada novia (aunque no hacían vida de pareja en absoluto) recordaba los ojos reprobatorios de Tyler y cada vez que la miraba estaba bastante seguro de que se trataba de otro error garrafal, pero... ¿qué hacer? Britt no dejaba de acosarlo desde aquella vez que coincidieron en el hospital. Y él estaba muy, muy cansado...

Iba a replicar cuando sintió un toque en su hombro. Ya no tenía ni la capacidad de sobresaltarse, que era lo que debería haber pasado ya que se suponía que estaba solo en la calle, así que giró la cara con lentitud para encontrarse con unos ojos achocolatados que le devolvieron la mirada.

- Hola, destructor profesional de grullas de papel.

Las palabras que Dylan tenía preparadas murieron en su garganta y simplemente bajó el móvil, colgando en el proceso. A la mierda Britt y a la mierda todo lo que ella significaba.

- Hola, chico grulla.

El rubio arqueó una ceja ligeramente divertido.

- Supongo que me lo merezco - ríe y Dylan sintió que el mundo es un poco menos gris.- Perdón por haber interrumpido, espero que no fuera nada importante - Dylan tuvo que hacer un esfuerzo enorme para saber a qué se refería hasta que siguió la mirada ajena hasta su móvil que no dejaba de vibrar por los mensajes ofendidos de Britt.

- Para nada - lo guardó en el bolsillo del delantal.- ¿Qué haces por aquí?

- Me apetece un café y adoro este lugar - señaló la cafetería donde Dylan trabajaba como si fuera la cosa más evidente del mundo.- Así que aquí estoy.

- ¿Vienes muy a menudo?

El rubio ríe.

- Oh, sí que lo hago, pero comprendo que no te hayas dado cuenta - se encogió levemente de hombros caminando hasta la barra.- Sueles estar muy distraído, no pasa nada. Observarte en silencio también tiene su encanto.

El corazón de Dylan dio un vuelco y sintió sus mejillas picar por el sonrojo.

- Prometo que a partir de ahora estaré más atento - sonrió levemente, el rubio lo miró satisfecho con su reacción.- ¿No quieres sentarte en una de las mesas? Son infinitamente más cómodas.

El chico se dio la vuelta en el taburete giratorio, pero su gesto aburrido le indicó a Dylan que no le parece tan buena idea.

- Prefiero quedarme aquí - apoyó su rostro en una mano para mirar al mayor.- Estás tú y tengo muchas ganas de hablar.

Thomas, que así se llamaba el desconocido chico de instituto, no podía decirle a su recién encontrado crush que venía a la cafetería prácticamente desde que lo encontró por casualidad lavando platos en la cocina, el día que vio los cielos abiertos pues cada mañana pasaba por el parque donde se habían visto por primera vez con la esperanza de verlo de nuevo y juntar un poco de valor para saludarlo. La cafetería sirvió como plan B y como excusa definitiva para entablar conversación aunque, definitivamente, el atractivo moreno había tardado muchísimo tiempo en darse cuenta de que rondaba por allí, pero bueno... algún defecto tenía que tener.

- Entonces, ¿cómo te llamas? - la pregunta de Dylan lo sacó de sus cavilaciones mentales, dándose cuenta de que ya tenía su capucchino servido lo rodeó con sus manos recreándose con el calor que expulsaba el vaso.

- No, destructor de grullas, esto no funciona así.

Dylan arqueó una ceja sin entender y Thomas tuvo que resistir el impulso de morderse el labio cuando lo vio apoyarse contra la barra, con los fuertes y musculosos brazos en tensión acariciando el leve rastro de barba que tiene en la barbilla.

Si Thomas estaba allí un día tan frío como aquel era, definitivamente, porque las dos veces que se habían encontrado el moreno parecía tan perdido... y él no podía dejar solo a una persona así. No teniendo nada que ver lo rápido que le había latido el corazón cuando lo miró por primera vez a los ojos en el parque, unos ojos tan vacíos que pedían ayuda a gritos para quien estuviese dispuesto a escuchar. Para nada.

- ¿Y cómo funciona?

- Según mi teoría tú y yo estamos destinados - soltó, sin más, consiguiendo que Dylan parpadeara sorprendido.

- ¿Qué...?

- El día que nos conocimos - dijo, simplemente, pero el moreno seguía igual de perdido.- Yo estaba pidiendo un deseo cuando caíste sobre una de mis grullas.

- Pensaba que el deseo sólo se pedía cuando las tuvieras todas.

A Thomas le gustó saber que había estado investigando.

- Tiene más fuerza si piensas en él mientras las haces - dio un sorbo a su café, estaba realmente bueno.- El caso es que tú apareciste y, según creo, tú también estabas pidiendo algo.

Un cambio.

- Tal vez - admite con precaución. No desconfiaba del todo de la probabilidad de que el chico grulla se estuviera riendo de él, pero su vida estaba tan oscura, tan vacía... que dudaba mucho que confiar un poco le pasara más factura.

- Pues ahí está - se encogió de hombros.- No sé de qué forma, pero tú y yo estamos vinculados. La pregunta es, ¿te interesa descubrirlo? Si no simplemente me levantaré, me iré y probablemente en esta ciudad tan grande no nos volveremos a encontrar.

Thomas se esforzó porque su tono de voz sonara despreocupado y desinteresado, pero no era así. Había crecido rodeado de aquel tipo de historias, su abuela se encargó durante todo su crecimiento de ello. Y Thomas, en el fuero interno de su propia ingenuidad, siempre había creído que conocería a su persona especial de aquella forma. Igual que sus padres y sus abuelos.

- ¿Deduzco entonces que crees en la magia y esas cosas? - Dylan se puso recto, cruzando los brazos delante de su pecho para liberar la tensión que tenía acumulada en los hombros.

- Por supuesto que sí.

- ¿Y cómo se supone que descubrirás si estamos vinculados o no si ni siquiera me dices tu nombre? - sonrió de nuevo con suavidad.

- El destino, destructor de grullas, el destino.

Y Dylan no confiaba en ninguna de esas tonterías, no después de todo lo que había sufrido en su vida y lo que estaba seguro que le faltaba por sufrir pues la enfermedad de su madre tenía un final claro y él no sabía qué haría con ese dolor cuando llegara el momento, tampoco cómo podría seguir adelante con Britt pegada a su espalda, pero el chico grulla le estaba dando una oportunidad... y no pensaba desperdiciarla.

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