200 grullas de papel.

A pesar de que se esforzaba por no perder de vista el tiempo, lo cierto era que con facilidad olvidaba en qué día vivía. Así que, cuando se quiso dar cuenta, ya tenía el invierno casi encima y aún no había sacado la ropa abrigada del fondo del armario.

Todo a su alrededor se estaba complicando y no tenía tiempo para pensar en cosas tan triviales. Había empezado en otro trabajo a medio tiempo para poder pagar la matrícula del siguiente semestre y los gastos del hospital de su madre así que, entre una cosa y la otra, por primera vez en casi tres años, aquella semana había faltado al hospital.

- Eh.

El tono serio y ronco de Tyler lo sacó de su ensoñación. Le tocaba lavar los platos así que no era muy difícil perderse en sus pensamientos.

- Creo que estás sobrepasando los límites de tu cuerpo, Dylan.

Se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano y se permitió relajar los hombros un segundo.

- Me ayudaste a conseguir este trabajo, Tyler, no voy a desperdiciarlo holgazaneando.

El más alto lo miró arqueando una poblada ceja negra, sus ojos gritaban que no estaba de acuerdo. Tyler nunca gritaba, así que lo hacían sus expresiones faciales por él.

- ¿Qué tal llevas el proyecto de fin de grado?

Al procesar la pregunta, la reacción de Dylan fue instantánea, se dejó caer hacia delante de tal forma que su frente dio un golpe contra los armarios donde guardaban la vajilla. Tyler no se sobresaltó, estaba más que acostumbrado a los actos involuntarios de su amigo.

Si se paraba a pensarlo, Dylan siempre había sido así: involuntario, impulsivo e imprudente. Desde pequeño siempre fue tímido, se escondía detrás de él cada vez que podía y nunca fue capaz de hablar delante de toda la clase hasta que estuvo en segundo año de carrera, cuando se enteró de la enfermedad de su madre. Entonces, el dulce e inocente niño que una vez fue desapareció por completo. Tyler tuvo que hacer un esfuerzo por no sonreír. Dulce e inocente niño. Ja. Quién lo diría viéndolo ahora.

- ¿Y bien, Dylan?

Era consciente de que tenía dos trabajos, la universidad y el hospital de lunes a domingo durante los trescientos sesenta y cinco días del año, incluyendo festivos, sin excepciones. La verdad, nunca pensó que Dylan pudiera ser tan fuerte. Aún no se había derrumbado a pesar de todos los motivos que tenía para hacerlo: su madre y todo lo que ello significaba, algo que él no había podido elegir, y Britt, algo que sí había elegido y había salido mal.

La respuesta de Dylan se vio interrumpida por el sonido de su móvil. Tyler notó cómo se ponía pálido y podría jurar que escuchó cómo su corazón daba un vuelco.

- ¿Si? - respondió con un leve temblor en la voz.

> Dylan - reconoció la voz de la enfermera de ojos cafés, siempre sería la enfermera de ojos cafés, no era capaz de recordar su nombre.

- Sí, soy yo - suspiró, aliviado por el tono de voz de la mujer, no parecía que fuera a darle la peor noticia del mundo.- ¿Ha pasado algo?

> Llevas una semana sin venir y ha preguntado por ti - respondió con cautela.

Dejó que su frente fuera de nuevo contra el armario mientras se mordía el labio inferior tratando de que el dolor fuera mucho más grande que el remordimiento que había intentado silenciar aquellos días, pero que la enfermera acababa de reavivar.

- Lo sé, lo siento, es solo que...

> No tienes que pedir perdón ni dar explicaciones, sólo quería informarte de que lleva varios días seguidos bien. Deberías volver en cuanto puedas.

- Bien. Muchas gracias.

Colgó.

Pero no hizo nada más, sólo se quedó quieto con la vista perdida en los platos llenos de jabón que debía enjabonar, hecho que sorprendió a Tyler que ya se estaba preparando para el atropello de maldiciones que solían surgir del joven cada vez que lo llamaban del hospital y se los ponían de corbata sin ninguna necesidad.

- Deberías irte a casa - dijo por fin, rompiendo el silencio.

Una risa escapó de la garganta del contrario. No era una risa alegre. Era amarga como el cacao puro, pero sin el sabor agradable al final. Era amarga y estaba teñida de una tristeza infinita.

- No hay nada que me espere en casa, Ty. Nada ni nadie - respondió, continuando con su trabajo.

Tyler se rindió sin remedio al escuchar que lo llamaban de fuera, debía hacerse cargo de una de las mesas recién ocupadas porque había llegado un grupo de instituto. Suspiró, echándole un último vistazo a su amigo y viéndolo más hundido que nunca, pero extrañamente firme.

¿Cómo lo hacía? ¿Cómo era capaz de mantener la postura recta y erguida, elegante, intimidante a pesar de que por dentro se estaba rompiendo cada vez en pedacitos más pequeños y difíciles de reparar? Tyler estaba seguro de que, si escuchaba bien, podía oír cómo caían y se rompían aún más.

Al levantar la vista no solo vio al grupo de secundaria, sino también a Britt. Detuvo un chasquido que estuvo a punto de hacer con la lengua de puro desagrado. Nunca estuvo de acuerdo cuando Dylan comenzó a salir con ella, pero él era bastante mayorcito para hacerse responsable de sus acciones, era solo que... menudas consecuencias.

- ¿Qué haces aquí? - preguntó, sin tapujos cuando fue ella quien se acercó a él.

- Pues verás, pasaba casualmente por aquí... - los brillantes ojos de la rubia recorrieron todo el local.

- Corta el rollo.

- Disculpe - uno de los chicos del grupo se acercó a él con cierta timidez.- ¿Dónde puedo encontrar el...?

Estaba a punto de atenderlo cuando Britt se le adelantó.

- ¿No ves que está ocupado, niño? Vete a molestar a otra parte.

- Britt, ¿qué...? - se viró hacia ella, escandalizado, trabajaba en una cafetería de muy alto estatus y no podía permitirse un cliente descontento y mucho menos por culpa de alguien externo.

Pero el niño, como Britt lo había llamado, subió la vista, que hasta el momento había permanecido agachada con timidez ante él, y la miró directamente sin ningún tipo de pudor o temor.

- Creo que el verdadero incordio no soy yo - contestó, mordaz, dándose la vuelta y dirigiéndose a algún lugar de la cafetería.

- Britt, vete a tu mesa y deja a mis clientes en paz - pero la rubia no se movió del sitio.- Joder. Está en la cocina, hoy no le toca atender las mesas - vio cómo ella cambiaba el rumbo de su cuerpo.- Yo que tú no lo molestaba, hoy no.

Los pequeños golpes que seguía dándose contra el armario mientras terminaba de fregar resonaban por la pequeña habitación. Le iba a estallar la cabeza, no había manera humana de poder callar todas las voces que sonaban una tras otra. Era definitivo, iba a volverse loco y lo peor es que no podía ni quería hacer nada para evitarlo. Tan sólo quería que aquello terminara de una vez, si solo pudiera desconectar del mundo por un momento...

- Oh, vaya, creo que me he equivocado.

Aquella voz lo sacó de su estupor. La conocía. Estaba completamente seguro de ello. Tal fue la sorpresa y el deseo de no estar teniendo una alucinación que un plato resbaló entre sus manos hasta el suelo cuando se dio la vuelta.

- ¡Oh, dios! - el muchacho se llevó las manos a la boca, asustado ante el ruido del plato roto y fue hasta él.- Perdón, ¿le he asustado? Lo siento, no era mi intención...

- Eres tú - dijo, simplemente, reconocía aquellos ojos. Por alguna razón, en el hermoso iris había algo de aquel fuego casi extinto y eso lo hacía inconfundible.- El chico de las grullas de papel.

- ¿A qué se...? AH, el antipático del parque.

- Oye, niño, hasta hace un segundo me estabas tratando con respeto - murmuró con una nota divertida en el tono de voz, pero sin sonreír.

- No te había reconocido - aclaró él, con una sonrisa burlona.- Lo siento por esto - señaló el plato.- Estaba buscando el baño. No pude preguntarle al camarero de turno y me he perdido.

- ¿Eh? ¿Tyler no estaba fuera? - se extrañó.

Sabía que debía recoger los pedazos del plato roto. Los pedazos del ruido. El ruido. ¿Qué había pasado con todo aquel ruido que antes no le dejaba pensar? De repente, todo estaba en silencio. De repente, solo estaba el chico rubio. Y se aseguró de grabarlo a fuego esta vez. Lo más impresionante eran sus ojos: preciosos, vivaces, expresivos a muerte...

- Sí estaba. Pero...

- Oh, el niño molesto ha llegado hasta aquí.

Entonces, volvió el ruido, como una punzada dolorosa en su sien. No, no era posible que se tratara de Britt, no ahora que por fin lo había encontrado. O el desconocido a Dylan. De nuevo.

- Oh, la vieja incordio de antes.

- ¿Qué me has llamado, niñato?

Pero el aludido la ignoró, se viró de nuevo hacia Dylan y clavó sus ojos en los masculinos. Cuando él se viró ante su intromisión en la cocina lo notó, notó aquella desesperación y tristeza que prácticamente estaba dibujada por todo su rostro. Y, en un segundo, sintió algo cálido, un sentimiento nuevo, un extraño instinto.

- Toma, esto es para ti - sacó algo del bolsillo de su uniforme y lo depositó en una de las manos de él.

Dylan se estremeció ante el roce, aunque fue leve, muy leve, prácticamente efímero.

Él recordaba la primera vez que se encontraron. Dylan parecía menos perdido que ahora, de repente el desconocido tuvo miedo... ¿qué sucedía en la vida de aquella persona para tener el aspecto de llevar cien cruces sobre sus hombros?

- Nos vemos - sonrió y salió de la cocina sin hacer caso de Britt que había llegado hasta el lado de Dylan.

- Los niños de hoy en día no tienen respeto ninguno hacia sus mayores.

Él no podía escucharla, a pesar de que sabía que estaba moviendo los labios sin parar, no era capaz de procesar todo lo que estaba diciendo. Su mirada seguía clavada en la puerta por la que había desaparecido el menor. Sabía, sin necesidad de confirmarlo, qué era lo que le había regalado.

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