3. El capitán vampiro
Cinco años desde el encuentro con Livia habían servido para expandir la fraternidad Dragen a unos cuarenta vampiros, sumado a la servidumbre, caballeros y soldados que allí moraban. Para entonces, Bladis estaba más que listo para perforar a sus presas y acompañar a los más viejos en las campañas. Su sueño de acompañar a su mentor en las expediciones, y pelear codo a codo por sus tierras, era un hecho. Todavía faltaba mucho, se oían rumores de fuertes ejércitos humanos, de miles de hombres expandiéndose por el mundo, pero no se dejarían intimidar. Los vampiros eran más fuertes que cualquier mortal.
—Nada... —suspiró Vlad desde su caballo, viendo el campo de batalla con los cuerpos desperdigados. Ellos dos habían acabado con unos cuarenta soldados del reino vecino.
—Desde llegada del milenio, las guerras no dan tregua. —Bladis dejó escapar un bufido, su joven rostro poseía rasgos perfectos, sus clarísimos ojos resaltaban con su cabellera negra—. A veces creo que los que estamos en casa, somos los únicos que quedamos. Luego de Livia no hayamos a nadie más.
—A no perder las esperanzas, Bladis. —Vlad dio algunas vueltas en su corcel—. Nos hemos expandido y pronto vendrán a nosotros sin que tengamos que buscarlos.
—De nada nos sirven los territorios si no tenemos un pueblo. —Bladis rodeó la destrucción con sus ojos—. Lo siento, pero pierdo las esperanzas. A lo mejor fuimos un error de Dios y ahora estamos pereciendo como debería ser.
—No, Bladis. —Vlad lo miró a los ojos—. El Dios de los humanos no tiene nada que ver con nosotros. No somos un error, los humanos lo son.
Bladis descendió de su caballo y se acercó hasta un rosal al lado de una pequeña casucha, cortó las flores y las envolvió en tela.
—Al menos no llegaré a casa con las manos vacías —dijo Bladis—, Rhoslyn me apuñalará, ya ha pasado un mes.
—También debería llevarle algo a Beltrán. —Vlad rió—. Lo dejé al cuidado del castillo. Ahora hay muchos jóvenes que necesitan un buen instructor, y tú necesitabas unirte a mis expediciones.
—¿Cuándo será la próxima vez? —Bladis se subió al caballo—. Oíste la historia del barco que solo navega en la noche a toda velocidad. Estoy seguro que el capitán es un vampiro.
Vlad rodeó sus ojos.
—Sería un gran peligro que un vampiro estuviese en medio del mar.
—Pero hay que seguir todas las pistas —dijo Bladis—, así encontraron a Livia, siguiendo las historias que contaban en los pueblos ¿o no?
—Supongo...
Era difícil aplacar el entusiasmo a un joven vampiro, pero con las persecuciones religiosas y las expansiones de los grandes imperios sus posibilidades se veían reducidas. Cada vez era más difícil dejar el castillo a solas y adentrarse en aventuras, guiándose de mitos y cuentos de fantasía.
Con el paso cansino y el llegar del amanecer, Vlad Dragen y Bladis, regresaban a la fortaleza de su castillo, pero las llamas ya se veían desde lejos. Bladis se detuvo de un modo abrupto, el castillo parecía el maizal del su infancia. El humo negro se espesaba hacia el cielo, la destrucción era inminente.
Los caballos relincharon. Unos pocos solados salían de la fortaleza, avanzando hacia ellos con claras intenciones de atacar.
En su ausencia, su morada había sido atacada hasta reducirse a escombros, ¿cómo? Sin duda era algo premeditado y cobarde, de otra forma no podrían haber sorprendido a un nido de vampiros. La devastación era total, y los humanos no pararían hasta asesinarlos a ellos también.
Vlad y Bladis arremetieron con esos pocos que habían logrado su cometido.
En solo unos segundos, los vampiros de pie atacaron contra sus sicarios, creando un torbellino de sangre. Ningún hombre, que había osado posar sus pies sobre la fortaleza Dragen, saldría con vida luego de tal catástrofe.
—¡No puede ser, no puede ser! —Corriendo entre los cadáveres, Bladis fue hasta el castillo con la esperanza de que aquello que tanto les había costado no estuviera perdido.
Cuerpos mutilados entre un fuego que se consumía en cenizas. El incendio habría iniciado durante el día, y por la noche se apagaba dejando los rastros de la masacre, los cuerpos calcinados, desmembrados. Una estrategia absoluta a fin de eliminarlos por completo.
Las manos de Bladis temblaban, su corazón latía con fuerza. No podía perderlo todo, no otra vez. Podía sentirlo en su piel, otra vez era un indefenso niño de cinco años, viendo su esperanza reducirse a la nada.
Un grito desgarrador lastimó su garganta cuando cayó de rodillas al suelo. Lágrimas brotaron como no habrían brotado jamás.
Un ramo de rosas cayó, esparciendo sus pétalos al lado de una delgada mano adornada de los volados de un vestido de sedas en color rojo. Ni siquiera se distinguían sus rasgos, el fuego la había consumido por completo, ahora Rhoslyn solo podría tener rosas rojas en su lecho de muerte, y era injusto.
—¡Bladis! —Vlad corrió hacia su protegido, debía ser fuerte en la completa derrota.
—¡No es posible! —gritó Bladis—. ¡No quedó nadie en pie! ¡Lo sabían, sabían todo de nosotros! ¡Atacaron como cobardes!
Vlad apretó sus puños, ninguna palabra serviría para dar consuelo. Solo ellos dos, luego de años de arduo trabajo. ¿Por qué? No había respuesta. Lo poco que tenían ahora era polvo. Las tierras conseguidas sin un pueblo no eran nada.
Bladis se sentó en el suelo, a su lado, alrededor de los cuerpos y las ruinas. Era probable que los suyos habían dado batalla, pero cuarenta contra miles era mucha diferencia por más vampiros que fueran.
—Lo siento, Bladis. —Vlad cubría su rostro avergonzado, dolido—. Es inútil, tenías razón. Ni siquiera puedo reconocer a Beltrán entre los cadáveres.
—Fue un engaño —dijo alguien saliendo de los escombros, era Beltrán.
Vlad corrió a él y lo abrazó con fuerza.
—¡Estas vivo!
—Planearon hasta el más mínimo detalle. —Beltrán se separó del abrazo y miró a un lado—. Sabían que yo cuidaba del castillo, me enviaron una carta haciéndose pasar por ti, diciendo que me necesitabas. Nos emboscaron en el camino, mataron a mis soldados y yo los maté a ellos, pero cuando llegue era tarde. Un ejército entero acabó con todo y todos.
Vlad dio algunas vueltas, tomando su cabeza. Si su naturaleza quedaba expuesta, tal como Livia decía, podían perder mucho más que sus vidas.
—Debemos huir —dijo Vlad—, vendrán más.
—Iré por otro camino —murmuró Beltrán, la culpa lo consumía—. Esto es un alto para mí. Sé lo que pasará después.
—¿De qué hablas? —preguntó Vlad.
—Nada bueno se construye de la sangre y las cenizas. —Beltrán miró a los ojos de los vampiros—. A lo mejor somos animales solitarios y solo así podamos sobrevivir. Mi madre solía decir que por cada pueblo nacía un vampiro. Quizás es un mensaje de la naturaleza. Esto no podía ser posible.
—No puedes abandonarnos ahora —dijo Bladis, con el rostro mojado.
—Lo siento, niño. Este es mi adiós —dijo el viejo vampiro—, quizás el destino nos vuelva reunir.
Beltrán se alejó y Bladis quiso ir por él, pero Vlad lo detuvo.
—Déjalo, él sobrevivirá —dijo Vlad.
—Entonces sepultemos a los nuestros —dijo Bladis.
—No podemos sepultarlos —respondió Vlad—. Hay que reducir todo a cenizas, terminar lo que empezaron. No hay que dejar ninguna pista de lo que es capaz nuestra sangre, nuestra saliva y nuestra naturaleza.
Si bien las voces corrían rápido, la naturaleza de los "vampiros" era algo incierto. Se sabía que bebían sangre, morían con el fuerte sol de verano y eran tan fuertes como resistentes, más de eso no. Era mejor así, que los creyeran bestias demoniacas; era mejor ocultar las propiedades curativas, sus facultades inmortales y los manjares de sus elixires. Tal como Livia advertía, era mejor que los humanos no supieran de los provechos que podían quitarles o todo sería peor.
Con solo que traían encima, Vlad Dragen y Bladis se alejaron de lo que había sido su hogar. Tras una eterna noche de viaje, ambos llegaron a un pequeño poblado rural en el monte y pararon en una casa con alojamiento.
Una vez que Bladis tomó asiento, en una cama de paja, rompió en llanto.
—Lo construiremos de vuelta —dijo Vlad, comprimiendo su rostro para no llorar.
—No, Vlad. —Bladis se levantó y limpió su rostro con el puño—. Tus métodos siguen siendo demasiado pacíficos para un mundo que no nos tiene piedad. Tu plan no funciona, ¿no te cansas de perder?
—¿Qué... qué quieres decir?
—¡¿Por qué acabaron con todos los nuestros?! ¡¿Por qué nos persiguen?! —bramó Bladis, esta vez desbaratando su porte sumiso—. ¡Tú lo dijiste! ¡El Dios de ellos no tiene nada que ver con nosotros! Somos los malos que necesita su historia. ¡Si eso es lo que piensan, debemos usarlo a nuestro favor! Basta de diplomacia, ¡somos más fuertes! ¡Tomemos lo que nos pertenece!
—¡Bladis! —Vlad lo enfrentó con la mirada—. De todas formas, si hay más vampiros, ya no sé por dónde seguir buscando. Solo quedamos nosotros dos. Beltrán se ha ido y Livia... ni siquiera podría verla a los ojos. Será cuestión de días para que venga una horda a matarnos.
—No busquemos vampiros —expresó Bladis, sin tapujos—, busquemos perseguidos, entonces, te darás cuenta que podemos ser más.
—¿Perseguidos?
—¡Perseguidos, marginados! —explicó Bladis, dando vueltas a la pequeña habitación—. Gente que no tenga un lugar en esta historia.
Vlad no quería cometer tal pecado. Convertir humanos siempre era un problema, incluso Livia se lo había advertido. Se volvían más violentos de los que eran, arrogantes y traicioneros. Un vampiro de nacimiento sabía de los pesares que acarreaba tener su poder; en cambio, un humano solo lo veía como una posibilidad para seguir pasando por encima de los demás. No obstante, la desesperación hizo tambalear sus ideales, en ese instante parecía la única alternativa antes de perecer por completo.
Vlad Dragen escucharía al niño que había instruido para que fuera capaz de acompañarlo, a ese niño en el que había depositado sueños y esperanzas. Bladis, después de todo, no decía nada descabellado, debían dejar su presunción y caer en cuenta que estaban al borde de la total extinción.
Resolviendo hacer un viaje a las tierras que rodeaban el Mar Negro, tomaron lo poco que les quedaba y partieron. Vrampirya ya no era un lugar seguro. No importaba cuantas muertes hubieran ocasionado, cuantas banderas de la fraternidad hubieran izado, puesto que ahora eran dos desdichados al borde del olvido.
El fresco comenzaba a sentirse, la noche caía al fin. En un pueblo cerca del puerto, había una vieja taberna a punto de caerse a pedazos. Ambos ingresaron, beberían algo fuerte y pensarían su próximo movimiento. Ni Dragen ni Bladis darían el brazo a torcer. No era justo, su misión consistía también en hacer memoria por todos los suyos.
En una mesa de madera podrida, apartada de los pueblerinos, los vampiros que bien vestidos estaban, llamaban la atención de más de un pirata maloliente. Después de todo, la gente limpia siempre resaltaba entre la inmundicia en la que todos vivían.
Más que reyes, los vampiros parecían semidioses.
Sin embargo el oído fino de los susodichos podían distinguir algunos susurros: "¿los conoces?", "deben tener monedas", "sus ropas algo deben valer".
—Maldita sea, vamos a tener que matarlos —rumió Bladis, no tenía ganas de una batalla, tan solo deseaba beber su aguardiente y ponerse a trabajar.
—Tengo algunas monedas con que conformarlos. —Vlad buscó en sus bolsillos—. Tampoco tengo ganas de pelear.
—Es todo lo que nos queda —murmuró Bladis.
Los sucios piratas ya comenzaban a levantarse de sus asientos. Sin disimulo, apretaban las empuñaduras de sus dagas. Unos veinte, todos juntos, quizás recién habían anclado al puerto en medio de la noche, mal momento para llegar.
Uno de ellos rió, golpeando la mesa de los vampiros con su puño.
—Esas son ropas muy elegantes, y esa espada que lleva es muy fina.
Vlad tomó sus monedas y las dejó sobre la mesa.
—No buscamos pelea, esto es todo lo que traemos.
Las carcajadas de los piratas estallaron en la tensión.
—¡Nos llevaremos sus armas y sus corceles también!
Bladis rodeó sus ojos. No había caso, la insolencia de los humanos era detestable, no quería hacerlo, pero lo obligaban a querer matarlos.
Vlad blandió su arma, Bladis también. Los piratas los apuntaron, y antes de que el primer corte acabara con la vida de alguien, las puertas de la taberna se abrieron de un azote.
—¡¿Qué estás haciendo, idiotas?!
—¡Capitán! —chillaron todos al unísono, bajando sus armas, reverenciándose ante él.
<<¿Capitán?>>.
No podían concebirlo, ¿"Ese" era su capitán? No tenía ni veinticinco años, y su cara de niño generaba más gracia que miedo. Aunque era claro que se hacía respetar, en sus ojos verdes había un profundo vacío, y en sus labios morados algo de sadismo; su cabello cobrizo, como el fuego, era un rasgo característico de los piratas vikingos del norte. Sin embargo, él no era corpulento, más bien un delgaducho de aspecto enfermizo.
—Vampiro... —susurró Vlad con la emoción en su mirada. No podía creerlo, el primero en años, estaba seguro que ese chico, quizás anciano, ¡era un vampiro! Podía olerlo, saberlo, era como él, como Bladis.
—¡Vuelvan al barco, zarparemos! —señaló el capitán.
Todos hicieron caso, los marineros abandonaron el recinto y el cantinero es escondió tras las bebidas, quedando los tres vampiros a solas.
—¿Quiénes son? ¿Qué hacen aquí? —preguntó el capitán, con su mirada inquieta—. ¿Acaso no saben de la caza de vampiros?
—Eres uno de los nuestros —expresó Bladis, parecía un milagro—. ¿Cuál es tu nombre?
—Klaus Nosferatu; y sí, pensé que era el último —confesó entre dientes, queriendo irse de allí, pero Vlad lo detuvo.
—¡Nosferatu! No eres el último. ¿Te hiciste pirata por eso?
—¡El mar es más seguro! Mis súbditos me respetan a cambio de que cure sus heridas —dijo, apretando sus puños—. Aquí solo encontrarán la muerte, el pueblo otomano se expande, asimismo el cristianismo, también los califatos al sur, las dinastías al oriente, los sultanatos de no sé qué. ¡No me quedaré en tierra firme a morir!
—¡Debemos unirnos! —clamó Bladis.
Pero Klaus Nosferatu rió con pena.
—Lo siento, no —negó sin más—. Ya vi morir a los míos una vez. Puedo admitirlos en mi barco, o conseguirles un navío, no más.
Vlad y Bladis no pretendían esconderse, ni en una cueva ni en un "barco fantasma", no había nada más que hacer con Nosferatu.
—Mi nombre es Vlad Dragen, iremos a probar suerte al norte —dijo éste—. Klaus Nosferatu, si algún día necesitas ayuda, búscanos. Ahora lo sabes, no estás solo.
Klaus sonrió haciendo una reverencia amable, y con ello se retiró. Vlad y Bladis le parecían ingenuos, nada podía hacerse, era lamentable. Su vida en el mar le gustaba y allí se sentía seguro. Navegaba por las noches y de día dormía, nadie lo cazaría, puesto que se estaba volviendo en un pirata temido y respetado, era mejor dejarlo todo así.
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