15. Tercera oportunidad

En una noche de reunión, la caballería de los Leone indicaba la ubicación de los nuevos territorios de la hermandad. Era inminente un traslado de gente y tropas, la familia sociedad vampírica crecía más de lo conveniente, y tras la visita de Beltrán y Livia, Vlad consideró la posibilidad de distanciarse sin levantar sospechas.

—Dividiremos las tierras de forma equitativa para cada familia —indicó Bladis—, tenemos que controlar las tierras y agrandar los ejércitos.

—Preferiría quedarme Vrampirya —pidió Klaus—. Tengo intenciones de establecer mi linaje aquí. No pretendo mudarme otra vez. No quiero conocer gente nueva que moleste a Victoria.

—Pues yo quiero el castillo de la colina. —Griselda mostró su entusiasmo en una sonrisa—. La caballería dijo que hay un lago escondido en un pequeño bosque, e incluso un jardín de rosas. Podré crear un espacio propicio para instruir a los príncipes de nuestra hermandad.

—Me parece bien. —Vlad sonrió—. Yo prefiero establecerme cerca del puerto, allí puedo desarrollar mejor el intercambio de mercaderías con otros reinos, ¿y tú, Bladis?

—Creo que ya es hora de un cambio —comentó Bladis—, tomaré el palacio del norte, justo en el centro de nuestro nuevo territorio. Administraremos mejor nuestro dominio y podremos fortalecernos en nuestras aptitudes personales sin dejar de lado la hermandad.

—Leone ya ha decidido sus puntos estratégicos para habitar —explicó Bladis—, habrá que designar un sitio para los Belmont y el negocio de la carne; luego, los palacios menores se otorgarán a familias mestizas o puras de segunda categoría.

Una vez consumada la reunión se organizó la peregrinación a las nuevas tierras. Cada familia con su propio hogar, cada estirpe entrelazada con la hermandad por intereses en común. Por fin, luego de más de cien años, podían decirse que eran independientes, dueños y amos de su raza, de sus tierras y sus riquezas.

Los interminables carruajes se preparaban para abandonar el gran castillo. Vlad suspiraba, una etapa nueva comenzaba en la hermandad, pero aún tenía preocupaciones. Bladis no se había recuperado por lo de Madeline, lo sabía bien. El asunto se había cerrado con los demás, pero dolía en su interior.

Por eso mismo, antes de que se fuera, pasó a verlo a su habitación.

—¿Qué harás con Madeline? —preguntó.

Bladis daba vueltas recogiendo su equipaje, fingiendo no darle mucha atención.

—Vendrá conmigo.

—¿Cuánto más la harás sufrir? —indagó Vlad, casi como un reproche—. No le ha quedado nada, ¿no puedes siquiera ponerte en su lugar?

—¿Por qué te importa tanto? —Bladis se detuvo—. Ya lo hablamos, solo es una humana.

—Un corazón roto puede repararse, pero sus hijos no regresarán a la vida. —dijo Vlad, esperando algún cambio de actitud—. Bladis, no hagas tonterías de las que puedas arrepentirte. Ella jamás te perdonará.

—¡Está bien! —gritó Bladis—. ¡No busco venganza, simplemente no puedo matarla! Sé que lo que hice es imperdonable, pero si no tomaba represalias, nosotros seríamos tomados como la farsa que somos. ¡Todo se caería por mi debilidad! ¡La extinción sería mi culpa!

—No fue debilidad, te enamoraste y está bien —dijo Vlad—, pero ahora deberías dejarla ir.

—Si la dejo se suicidará.

—Quizás así encuentre su paz. —Vlad le colocó la mano en el hombro—. Bladis, ya no estaré a tu lado para aconsejarte, por eso te pido que pienses bien en tus decisiones. Tampoco tienes que cargar con el peso de esta hermandad, más allá de la historia que inventaste para salvarnos, todos decidimos ser cómplices para sobrevivir.

—Haré lo correcto —respondió Bladis.

Esas habían sido sus últimas palabras antes de tomar caminos separados. ¿Cómo tomar las decisiones correctas? Bladis no tenía idea que hacer, pero algo tenía en claro, que Madeline muriera no era la solución. Tenía que otorgarle una retribución a aquella mujer para que la culpa no la carcomiera como a él.



El palacio en el que se instalaría la familia Arsenic aguardaba tras un extenso viaje de clima tempestuoso. Si bien era enorme, su estilo carecía de la imponencia de un castillo amurallado. La arquitectura contaba con cúpulas de estilo romano, fuentes y extensos jardines, la iluminación era exagerada para los inmortales, los ventanales y tejados dorados reflejaban más sol del que pudieran soportar. Era como una casa de princesas, cuyo dueño era un conde y sanguinario vampiro que no tardó en enviar a sus trabajadores a tapiar cada mirador con una gris pared.

Quienes portaban su apellido, aquellos hijos con vampiresas puras de la tercera generación, se acomodaban en sus habitaciones ante la mirada analítica de Bladis, quien apenas podía reconocerlos o recordar sus nombres. Sus hijos, sus herederos, habían sido cuidados por las criadas, educados por las institutrices. Por un instante se sintió ajeno a ese mundo que él había creado para los suyos. ¿Cómo había sucedido? El disfrute y la tranquilidad eran los tesoros que jamás tendría para sí mismo. ¿Qué sentido tenía todo si seguía sin tener nada?

Si moría cualquiera de sus descendientes le daría igual, del mismo modo ellos se sentirían así con su muerte. No tenía lazos más que con Vlad o Griselda, ni siquiera era tan cercano a Klaus y los demás miembros. Él había marcado la distancia, manteniéndose rodeado de soldados, mirándolo todo desde su palco.

Quizás ahora que tenía su lugar, para su familia, tendría la oportunidad de establecer nuevos lazos, hasta podría relajarse.

La gente del antiguo castillo seguía arribando al palacio; sirvientes, soldados y entre todos estaba Madeline, aún atada a cadenas, presa, sin respiro. Pero esta vez, en vez de ser llevada a un calabozo, fue trasladada a una ostentosa habitación de decoración principesca. Sin entenderlo, esperó en la cama, imaginaba que Bladis planeaba abusar de ella.

—Madeline —llamó el vampiro al entrar—. ¿Te gusta la nueva casa? ¿Tu habitación?

—¿Qué quieres de mí? —Ella lo miró con desdén, los intentos de Bladis por conseguir una migaja de su amabilidad le repugnaban.

—Un consenso —admitió él—. No quiero que mueras, ni voy a torturarte. Ya hemos tenido suficiente con eso.

Madeline rió a medida que sus ojos se empapaban de lágrimas.

—¡¿De qué mierda me hablas, demonio?! —escupió—. ¡¿Qué más quieres de mí?! ¡Ya me arruinaste! ¡No hay mayor tortura que haberlo perdido todo! ¿Acaso no te das cuenta que todo lo nuestro fue falso? Desde el primer momento mi intención fue engañarte y arrebatarte tu inmunda saliva.

—Lo sé, pero ¿crees que no hay ninguna forma de aprovechar esta tercera oportunidad? —indagó Bladis, tomándola de las cadenas para romperlas en añicos—. Más allá de tu engaño y de mi venganza, ¿no hay nada que me quieras pedir?

Madeline observó sus brazos libres, y luego frunció el rostro haciendo un gesto de odio.

—Si piensas que obtendrás algo de mí, a cambio de esta vulgar ostentación, estás equivocado. —Madeline apretó sus dientes y los puños—. Aunque si hay algo que debo pedir es que no me conviertas en alguien como tú, ¡nunca!

—Está bien —musitó Bladis—, eres libre, pero si te vas no te suicides. Será otra tontería, no habrás solucionado nada.

—Tienes razón, monstruo. —Madeline sonrió tan frustrada como nunca—. Me quedaré aquí y seré tu peor pesadilla. No sé qué tramas, pero da por hecho que cada día de mi mortal existencia será para intentar matarte, de ahora en más solo ese es el propósito de mi vida.

Bladis rió con la voz enronquecida.

—Si así lo quieres, da por sentado que no seré pasivo. —Bladis dejó las cadenas a un lado y se cruzó de brazos—. Si intentas matarme me defenderé. No dejaré que tires por la borda todo lo que me ha costado construir, creo que ya sabes lo que estoy dispuesto a hacer por los míos. Mientras tanto, siéntete como en casa.

—No te preocupes, Bladis Arsenic —masculló Madeline—, yo también estoy dispuesta a hacer lo que sea por los míos, incluso si ya no están.

Ni venganza, ni perdón. Bladis no buscaba ninguna de esas dos cosas, era consciente que no podía redimirse de sus pecados, por lo que iba a dejar a Madeline ser, con la condición de que él no la convertiría en vampiresa, ni que ella se suicidaría. No podía negarlo, todavía le importaba, aunque fuera estúpido pretender algo. Ella no lo entendía, seguía sin asumir que Bladis no era un demonio, solo otra clase de hombre. Se imaginaba que no había posibilidad de matarlo, considerando su regeneración e inmortalidad, pero lo intentaría, era lo menos que podía hacer con esa tercera oportunidad.

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