13. En casa
Bladis Arsenic, el primero de su apellido, tenía miles de cosas que pensar. La hermandad debía ir mutando hasta convertirse en un sitio digno al que pertenecer. Los métodos de control sobre su gente debían volverse más sofisticados, de modo que todos supieran la verdad en algún momento, pero que los hilos que los sujetaran fueran tan fuertes que aceptaran su dominación por los puros. Más tarde o temprano debía regresar a su orígenes, debía permitirse volver a ser alguien normal, y en parte ese repentino cambio que sentía podía atribuírselo a aquella doncella a la cual veía cada noche, sin cansancio.
Bladis se asomó a su balcón, justo cuando el sol caía con el atardecer. Madeline se encontraba sentada en un banco, admirando la vegetación seca, descolorida. Sonrió con solo contemplarla y se sintió estúpido por ello. Luego de tantos años su corazón latía por primera vez, y lo hacía por una simple humana, tan simple como hermosa.
El cabello ondeado y oscuro de Madeline se mecía con la brisa del invierno, sus grandes ojos cafés y melancólicos repiqueteaban cada vez que veía un ave posarse a su lado y sus labios rojos sonreían, sus mejillas se alzaban y se ruborizaban, resaltando el esplendor de su tersa piel.
<<Falta menos>>, pensaba Madeline, feliz porque salvaría a su clan y a su familia de la peste negra. Por fin abandonaría ese castillo y a sus demonios.
—¿En qué piensas? —Bladis se acercó a ella y susurró en su oído.
Madeline se sobresaltó, temiendo qué él pudiera oír sus pensamientos.
—Na-nada especial. —Madeline mordió su labio—. Me pareció que estos jardines son algo lóbregos. Imagino que no es el estilo de los vampiros, pero imagino un gran campo de rosas.
Bladis tragó fuerte, por un instante recordó a Rhoslyn, su triste muerte y como solo había podido obtener flores en su lecho de muerte. Tras más de cien años, el vampiro no olvidaba a ninguno de los suyos.
—Podrías tener tu campo de rosas. —Bladis se situó a su lado y la miró a los ojos—. Podrías tener todo lo que quisieras.
—¿De qué hablas? —Madeline rió y desvió su mirada de él.
No podía ser posible, ese vampiro demoniaco actuaba como cualquier hombre tonto al enamorarse. Tenía que ser una broma, una trampa, aunque esas dudas se disiparon cuando Bladis arremetió contra su rostro para besarla de un modo devastador, dulce y suave.
—Cada día me gustas más, Maddy.
Madeline se quedó estática, viendo a esos ojos blanquecinos que parecían querer atravesarla por completo.
—Bladis, eres un demonio. —Madeline se apartó algunos centímetros de su lado.
—Soy un vampiro —recordó Bladis—, un demonio terrenal, puedo amar. No te mentiría, lo sabes. No sacaría ningún provecho con ello.
<<No puede ser, mierda>>.
Madeline lo sabía, podía verlo en la mirada suplicante de Bladis. No veía a un demonio, veía a un hombre que jamás había sido amado, y suplicaba por algo de ternura.
—¿Qué estás diciéndome? —preguntó Madeline.
—Que te quiero hasta el final de mis días a mi lado y haré lo que sea para que me creas.
Madeline rió nerviosa.
—No juegues de esa forma, Bladis. —Ella lo miró—. Te doy todo de mí, no tienes que mentirme.
—No me crees. —Bladis se levantó—. Mañana te espero aquí a la misma hora. Esta noche no vengas a mi habitación. Estaré ocupado.
El vampiro se alejó, dejándola sin aliento. Madeline sintió un sudor frío recorrer su espalda: estaba en problemas.
Bladis recordaba sus días con la odalisca, su visión sobre los humanos y su proseguir cambiaban de manera rotunda. Quería permitirse ser feliz, quería estar relajado, quería sonreír, quería amar. Por ello, caviló y caviló hasta encontrar la respuesta al cambio que se debía y que le debía a toda la gran hermandad vampírica.
—¿Casamiento? —inquirió Vlad, un tanto sorprendido.
Bladis reunió a Griselda, Klaus y Vlad para contar su resolución. Quería mantenerse junto a Madeline, y la forma en la que ella creyera en su amor sería mediante el casamiento, mediante una entrega total de su poder. No tenía miedo ni vergüenza al admitirlo. Podía sentirlo en todo momento, le gustaba, amaba pasar el tiempo con ella, verla sonreír, bailar, hablar, compartir una cena o verla dormir entre sus brazos.
—¡Qué belleza! —exclamó Griselda con una sonrisa—. Al final lo admites.
—¿Y qué hay con la división de las estirpes? —preguntó Klaus, serio—. Si conviertes a Madeline, sus hijos serán mestizos. Si las bajas castas se enteran que ascendiste a una humana tu familia perderá respeto y el linaje no tendrá sentido.
—De eso se trata —dijo Bladis—. Lo veo como una oportunidad para todos, para ir desenredando este nudo, para humanizar más a los vampiros, para demostrar que, quizás, algún día, podemos estar bien entre razas.
—¡Bladis! —rió Vlad—. Me parece una maravillosa idea, y de verdad creí que nunca lo oiría de tu boca. Si ustedes dos se aman, tienen que ser felices.
—Te apoyaré —dijo Griselda, tomando a su amigo de las manos—. Tengo mucha fe en que tu relación con ella sirva como una pequeña llama de esperanza. Las cosas empezarán a ser más brillantes ahora que disfrutaras del amor.
—No tengo nada que agregar. —Klaus se cruzó de brazos—. Se supone que eres un demonio y haces lo que quieres, ¿no?
—Todo mejorará —respondió Bladis—, estoy muy ansioso por ello, de hecho pensé en forjar una alianza yo mismo.
Esperanza, ese era el sentimiento que los reinaba. Tras cien años de guerra y sangre podían depositar su fe en una humana. Bladis estaba seguro de su decisión, de sus ganas de abrirse y mejorar eran tan inmensas como su castillo, pero sobre todo tenía ganas de amar, y de hacer sentir amada a Madeline.
Al día siguiente, Madeline aguardaba por la cita con Bladis. Todavía no anochecía, mas el cielo encapotado cubría cualquier rastro del sol, eso era una ventaja para Bladis, podía caminar por el jardín sin problemas.
—Llegaste temprano —dijo él, besándola al instante.
—No tengo nada que hacer más que atenderte.
Fue inevitable para Madeline contestar de un modo cortante.
—No lo digas así —sonrió él, tomándola de las manos—. No eres una esclava y eso es más que obvio. Puedes hacer uso de todo el castillo en plena libertad, puedes hacer lo que más te guste hacer.
Madeline lo miró ceñuda, lo único que quería era regresar con su esposo y sus hijos, pero de ellos Bladis no sabía nada.
—No te entiendo, Bladis —dijo—. No tienes porqué engañarme, sé que eres un demonio y que detrás de ti las intenciones no son buenas.
Bladis puso los ojos en blanco, pero luego rió. No podía juzgarla, él se había encargado que esa historia fuese convincente.
—Voy a contarte un secreto, Maddy —dijo él, y ella sintió su cuerpo estremecerse—. No soy un demonio y te amo con locura.
—¿Me amas?—Madeline trastabilló hacia atrás.
A cada instante la convencía más de su amor. Bladis la trataba con cuidado y con ternura, incluso cuando se acostaban. Quizás era alguna trampa demoníaca. Quizás el pretendía enamorarla para robarle el alma.
Bladis asintió, y con esto se puso de rodillas, quitando de su saco una alianza de diamantes y oro.
—Cásate conmigo, Madeline, conviértete en mi reina.
<<¡¿Qué?!>>.
El aliento abandonó el cuerpo de la humana.
¿Casamiento? ¿Él le proponía casamiento? Sus piernas temblaron. Madeline iba a desmayarse, él la había sacado de su eje por completo. El vampiro mostraba una mirada suplicante, necesitaba una respuesta urgente, y esa respuesta no debía ser negativa.
—Yo... —musitó Madeline antes de ver su plan desbaratarse—. Yo acepto, Bladis —afirmó fingiendo una emocionada sonrisa.
Bladis mordió sus labios, intentando no turbarse por demás, aunque sintiera unos nervios sin precedentes. Él tomó la mano de la joven y colocó la alianza sobre ella, le quedaba a la perfección.
—Esta noche —dijo él, poniéndose de pie—. Hagámoslo esta noche, casémonos, te convertiré. No tenemos que esperar.
—Es muy repentino —siseó ella, aún con los temblequeos—. Podemos esperar, elegir un vestido, no lo sé.
—No es necesario —bramó él—. Cuanto antes mejor, quiero darte todo de mí.
Era mejor no negarse a su petición.
Madeline no iba a contra reloj, el reloj la aplastaba por completo. Contaba con algo a favor: tenía elixir de sobra, pero si quería salvarse de ser convertida, debía huir antes de la boda, antes del anochecer. De otro modo, no habría forma de regresar al clan con un cuerpo de demonio, no quería eso. No quería ir al infierno.
Frente a un espejo, la humana veía su cintura ceñirse. Las doncellas le ajustaban su vestido de bodas, era de sedas blancas y piedras preciosas, y en su cabeza llevaba un velo largo hasta el suelo. Las cintas y moños eran de un plateado, el color del arsénico. La noche llegaba, y con ella el casamiento.
Madeline aguardaba hasta el último momento, era precavida. Sabía bien que el único punto ciego sería en ese momento, el momento de su entrada triunfal al altar.
—Suficiente —masculló Madeline, echando a las doncellas—. Vengan a llamarme cuando tenga que salir, pero golpeen antes de entrar, estaré meditando.
Las doncellas se fueron refunfuñando, ¿quién se creía? Ya se la imaginaban dando órdenes a la par de los jefes, sin imaginarse que lo único quería era huir de ahí.
Todos aguardaban en el gran salón, mientras ella iba anudando las sábanas para descender por la ventana. Lo tenía todo listo. Tomaría un caballo y saldría a todo galope. Antes, no olvidó guardarse el elixir, el único motivo por el cual había soportado a Bladis.
Los vampiros se encontraban ansiosos, expectantes. Un casamiento era algo inusual, ellos tenían hijos y se los repartían entre las familias, no más. Pero toda la ceremonia que habían preparado, en un día, conllevaba otro mensaje, un mensaje de amor, de cambios.
Vlad Dragen se mantenía firme en el atril, él los casaría. Bladis ya se había ubicado a su lado, luciendo su mejor traje en tonos negros y rojos.
Restaba esperar a la flamante novia.
Y la esperaron... la esperaron.
Y la novia nunca llegó.
Montando un caballo a toda velocidad, cuando la tormenta se desataba furiosa, Madeline abandonaba el castillo, abandonaba a Bladis en el día de su boda. Ella se dirigía con sus preciados hijos y su verdadero amor, ese amor que había escondido por miedo a que lo dañaran, pues era un inocente licántropo en un mundo de demonios sanguinarios.
Contra todo pronóstico, la humana lograba su objetivo. Nadie lo habría imaginado, ella había huido. En el medio del bosque dejaba al corcel, mientras se hundía más y más en la maleza de los pantanos.
Desde su partida habían pasado varias semanas, con cada segundo se acrecentaban las ganas de abrazar a sus niños. Más aún se preguntaba si Russell había logrado recuperarse del todo.
Antes que amaneciera y la lluvia cesara, Madeline atravesó el lodazal teniendo que destrozar su vestido de novia, ¡y con muchas ganas! A lo lejos, comenzó a ver los precarios techos de las cabañas.
Allí corrió, y corrió. Las lágrimas le brotaban solas, la felicidad la invadía: en casa al fin.
—¡Madeline! —bramó la voz de uno de los hermanos de Russell.
Ella corrió a él.
—¡Aren! —Él la atrapó en un abrazo.
—¡Volviste! —exclamó él—. No tienes idea cuanto ha sufrido tu familia.
—¿Y Russell? —preguntó ella.
—Llegaste a tiempo para despedirte —dijo él, amargo.
—¡¿Despedirme?! —exclamó ella, sin entenderlo—. Yo le envié la pócima para su enfermedad.
—No ha funcionado del todo —explicó Aren—. Russell recayó esta última semana, y no ha querido beber el remedio que enviaste, te extrañaba demasiado, ha estado muy furioso porque no dejaste que te fuera a buscar.
—¡Lo hice para que sanaran todos!
—Lo sé, pero lo que mata a un lobo es estar lejos de su amor.
Madeline apretó sus puños y revisó su bolso, tenía decenas de frascos con elixir, así que corrió hacia su cabaña. Russell ya no abría los ojos, su pulso se apagaba. Sus extremidades estaban ennegrecidas, tenía ampollas y fiebre. Ya no había luna que lo salvase, o eso creía. Madeline había vuelto del infierno y ahora se precipitaba contra él. Ella tomó los frascos y le abrió su boca para verter el líquido, de uno y de otro... y de otro frasco.
De no funcionar, podía sentirse tranquila de haber hecho todo lo que estaba a su alcance y más.
Tras unos instantes, el elixir actuó. Ese líquido brillante era magia embotellada, la magia del Diablo, y ante sus ojos hacia el efecto sin prórrogas.
Las llagas, las manchas negras, la fiebre y la palidez desaparecían como arte de magia.
Russell se salvaba. Su felicidad perduraría un tiempo más.
Por otro lado, la humana no escatimaba en detalles, no pretendía ir con falsedades a los seres más sinceros de la tierra. Lo había dicho todo, cada acción hecha para salvar a su amado. Russell se sentía apresado por la angustia, lo entristecía todo el riesgo que ella había tomado, el hecho de no haber podido ser más fuerte y estar a su lado. Ahora no quedaba más que seguir con sus vidas tal y como lo habían sido hasta entonces.
Ella se deshacía del vestido, y se dejaba la alianza para empeñarla más adelante, valdría una fortuna. Por el momento regresaría con la crianza de sus pequeños y los trabajos de la manada: tejer o cocinar.
La pesadilla terminaba allí.
El panorama feliz del clan contrastaba con el castillo de la hermandad. Las sábanas colgaban desde su ventana, un caballo negro faltaba, sus solas huellas se habían hundido en el barrial.
—Te engañó —apuntó Nosferatu, en medio de una reunión de los jefes de familia—. No debiste dejarla viva, esa mujer entró con la convicción de sustraerte el elixir y tú le diste una segunda oportunidad.
—De nada sirven los reproches —musitó Vlad, considerando lo que ese golpe significaba para Bladis—. Que esto no nos haga caer. Hay que aprender de los errores. Todos creímos en Madeline, pero no ha causado un daño mayor. Solo ha tomado la cura para su familia. No la podemos castigar por ello.
Bladis inspiró fuerte, sus ojos parecían haberse vuelto rojos.
—No lo sé —farfulló Klaus—. Ahora saben que nos pueden sacar provecho, ¡y qué también somos unos ilusos!
Griselda carraspeó su voz y miró con pena a Bladis. La única vez que en su vida mostraba debilidad, terminaba por destrozarlo.
—Debo buscarla y ponerla en su lugar —masculló Bladis—. Madeline conoce nuestras debilidades, será cuestión de tiempo para que los humanos las usen a su favor y nos destronen.
—No es necesario —dijo Vlad, previendo una catástrofe—. Si la amaste la entenderás. Ella quería salvar a los suyos y lo ignoraste. La convertiste en su esclava, es posible que no se negara a ti por miedo. No vio opción ni salida.
Nosferatu carraspeó su voz para hablar:
—Eso no importa —replicó—. Nos arrebató el elixir y nos puso en vergüenza. Si no tomamos acciones perderemos credibilidad. Por salvar a su familia puso nuestro mundo en riesgo.
—Es una exageración —dijo Griselda.
—No lo es. —Bladis elevó su mirada hacia Vlad—. Livia te había dicho eso, si los humanos conocían nuestros dones sería nuestro fin.
—Sí, ella dijo eso —asintió Vlad—, pero estamos en una situación distinta.
—¿Por cuánto tiempo? —inquirió Klaus, poniéndose al lado de Bladis—. No podemos dejar pasar esto. Es serio.
—¿Saben qué? —prorrumpió Griselda, levantándose para irse—. Hagan lo que quieran. Tenía fe en que ese matrimonio cambiaría nuestra situación, pero la acción de Madeline lo ha empeorado, es verdad. No creo que exista otra manera de vivir que la que tenemos, y los humanos siempre buscarán la forma de aprovecharse.
Una cosa era cierta, en ese efímero romance los vampiros habían hecho más apuestas. Por un instante todos se habían sentido timados, humillados, como esos infelices vampiros expulsados de su propio mundo, a punto de la extinción. Sin embargo, ninguno podía sentirse más defraudado que Bladis, se preguntaba cómo no lo había visto. Madeline actuaba de un modo dulce y natural como inteligente. Pero ahora debía asumirlo, desde el principio ella había sido clara, y él, obnubilado por su danza, se había cegado a un sentimiento mundano y destructivo: el amor.
Al presente lo sentía, ese agudo malestar en su pecho, esas ganas de llorar como niño, esas terribles ganas de ir por ella y darle cualquier cosa que pidiera a cambio de su compañía. Pero ya no podía hacer eso; someterse frente a una humana, que lo había manipulado, sería la ruina total de sus hermanos y su feudo. Tan solo la venganza le traería algo de paz, le retornaría algo de dignidad y le aseguraría la perpetuación de su mentira. Debía asegurarse que su torpe desliz no trajera consecuencias calamitosas.
Los pasos firmes de Griselda se dirigían a la terraza del castillo, necesitaba algo de oxígeno luego de tanta decepción. Vlad Dragen corrió tras ella, en un intento por animarla.
—Griselda, ¿a dónde vas? —inquirió el viejo vampiro.
—No me voy a lanzar al vacío. —Ella lo miró a los ojos—. Si es que eso te preocupa.
—Quizás Bladis te parezca drástico, sí —dijo Vlad—, pero esto no es venganza, él ha vivido con la idea de extinción en su mente, no puede dejarlo pasar. No es lo que quiero, de ninguna manera quería llegar a esto, pero la gente ya lo murmura. Si esta sociedad del mal cae en anarquía, y si nos quitan de la cúspide, el mal será mayor.
—Lo sé. —Griselda se apoyó sobre la muralla y miró hacia arriba, podía ver a Victoria Nosferatu encerrada en su torre, mirando por la ventana—. Nosotros provocamos este incendio, es nuestra responsabilidad controlarlo.
—Me hubiese gustado que esa humana se enamorara de Bladis —expresó Vlad—, así como él de ella. Nunca antes lo había visto tan feliz. Hubiese sido ideal para generar alternativas, ir deshaciéndonos de los cuentos y aplacar las vibras demoníacas.
—¿Aplacar las vibras demoníacas? —Griselda no dejó de ver hacia la joven Victoria—. Para ello deberíamos asesinar a personas tan detestables como Klaus.
—No asesinaremos a otro de los nuestros —afirmó Vlad—. Si la violencia entre nosotros aumenta traerá más problemas; además Klaus es el mejor en manejar los tratados comerciales, ha sido un navegante por más de cien años, tiene demasiados conocimientos. No podemos tirar su legado a la basura.
—Lo dices porque no eres aquella niña en la torre.
Griselda le dio la espalda a Vlad, quien, en cierta medida, le apenaba ver a uno de los suyos sufrir, Victoria Nosferatu era la única pura en ese mundo que tenía la desdicha de no ser dueña de su vida, de vivir bajo los designios de un padre demente; sin embargo, en los tiempos que corrían, lo que hacía Klaus era algo que carecía de importancia, Victoria era su hija y su propiedad.
En ese instante, que Griselda estaba a punto de irse, la caballería comenzó a formarse para ir en busca de aquella humana traicionera.Era momento de partir.
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