Un amanecer, una esperanza

La figura amenazante del Sol comenzaba a alzarse por el horizonte del mar. Tan imponente, tan inalcanzable, tan poderoso. Se alza hacia lo más alto del cielo cada día, y así, observa la miserable vida que llevaban los seres humanos. Finalmente, tras haberse burlado de toda aquella multitud, se vuelve a esconder detrás de aquel horizonte, tan lejano.

Una niña de apenas unos 8 años se encontraba en lo alto de un acantilado, observando como aquel ser envuelto en llamas comenzaba su ascenso y ver como se reía de su miserable vida. Solo llevaba un vestido blanco desgastado que le llegaba hasta las rodillas. Con sus pies descalzos podía sentir el frío suelo que dejaba la noche, y como entraba en contraste con el calor del Sol, que comenzaba a colarse a través de los pequeños rayos que se podían vislumbrar en el horizonte.

No tenía familia, ni padres, ni hermanos, estaba sola en aquella miserable vida. Vivía en un orfanato con otros niños en su misma situación. A ella no le gustaba estar encerrada en aquel lugar, le hacía recordar que estaba sola en el mundo, por eso se había escapado para poder ver el amanecer desde aquel solitario lugar.

Alzó la vista hacia arriba y observó lo que quedó de la luna llena. Apenas se podía vislumbrar. Con la llegada del sol se veía totalmente eclipsada por él. Sonrió ante aquel hecho.

-Sabía que te podría encontrar aquí-una voz a su espalda la hizo girar.

Pudo observar a un peliazul con unos ojos color miel oscuro y con una extraña marca en su ojo derecho de color rojo.

-Ah, Jerall eres tú-contestó aquella niña de nombre Erza.

-Te dije que me avisaras la próxima vez que vinieras, yo también quería ver este amanecer.

-Oh, sabía que se me olvidaba algo, lo lamento mucho pero es que me apresuré a venir.

-Si, si, te perdono-dijo él avanzando mientras se rascaba la nuca y sonreía alegremente.

-Vamos, acércate rápido que así podrás verlo conmigo-dijo Erza agitando su mano indicándole que se acercara.

Jerall llegó al lado de la pelirroja y los dos dirigieron su mirada hacia el Sol.

-Desde aquí, la vida no parece tan dura, ¿verdad?-comentó Jerall.

-Sí, contemplar el amanecer es impresionante y emocionante, te paras a pensar lo pequeños que somos nosotros y nuestros problemas.

-Erza, no sé si estaremos juntos para siempre, pero quiero disfrutar de estos amaneceres a tu lado todo el tiempo que pueda- murmuró el peliazul melancólico.

Erza apartó la vista del Sol y la clavó en su compañero. Siempre estuvo con él, no se acordaba de algún momento que se haya sentido sola completamente, todo el tiempo le hizo ver que él estaba con ella, que siempre estaría junto a ella, apoyándola y secando las tristes lágrimas que alguna vez pudieran derramarse de esos hermosos ojos.

-No quiero que te vayas lejos, no quiero irme a ningún lado, eso significaría que no podría ver más amaneceres junto a ti, yo quiero ver más de mil amaneceres junto a ti. Así que... disfrutemos todo el tiempo que estemos juntos-dijo Erza conteniendo las lágrimas que se acumulaban en sus ojos mientras volvía a dirigir su vista al horizonte.

Jerall vislumbró aquel tono triste en su voz, detectó aquellas ganas de llorar que tenía Erza y lo que menos quería era ver lágrimas salir de sus ojos.

-Erza, da igual donde nos encontremos o cuán lejos podamos estar el uno del otro yo siempre te buscaré por cielo mar y tierra hasta que podamos volver a vernos-le dijo volteándose a verla con una sonrisa en la cara.

-Sí, Jerall, yo también lo prometo, aun si...si nos separan, te buscaré-declaró Erza soltando aquellas lágrimas que pretendía arduamente guardar.

Jerall se acercó a su rostro y con sus manos secó las mejillas de aquella pelirroja.

-No llores, no estés triste, recuérda que si no, no podrás ver a las hadas-le dijo él con una sonrisa.

-Hadas...-rio suavemente cerrando los ojos-, ya no me acordaba, siempre soñé con ver una-le comentó con una sonrisa grandiosa y resplandeciente.

-Así está muchísimo mejor, con una sonrisa en tu rostro puedes iluminar la oscuridad que al Sol le es imposible alcanzar.

-Prometámoslo. Sellemos en una promesa que siempre nos buscaremos-dijo Erza alzando su dedo meñique en dirección del peliazul.

-Claro, para poder ver mil amaneceres junto a ti-exclamó Jerall entrelazando su meñique con el de Erza.

Medio año después

En la entrada del orfanato se encontraba un peliazul con una pequeña maleta desgastada. A su lado se encontraba lo que sería su nueva familia.

-¡Jerall!-el grito agudo de una niña mezclado con lágrimas le hizo voltear.

-Erza, al fin llegas, creí que no podría despedirme de ti-le comentó con una sonrisa forzada.

-No quiero que te vayas, no te alejes de mí, por favor-le suplicaba con miles de lágrimas saliendo de sus ojos.

-No llores, siempre te lo digo, no podrás ver un hada.

-Me da igual no ver un hada, yo solo quiero ver mil amaneceres junto a ti, solo quiero que estés conmigo-dijo mientras seguía llorando.

Jerall dejó su maleta a su lado y se acercó a su amiga.

-Acuérdate de nuestra promesa, la que hicimos hace medio año, ¿te acuerdas?

-Si...me acuerdo-dijo ella mientras sorbía su nariz.

-Pienso cumplirla, nunca me rendiré, así que esto no es un adiós, es un hasta luego.

-Pero...pero si te vas...¡YO ESTARÉ MUY SOLA!-volvió a exclamar mientras miles de lágrimas volvían a brotar de sus ojos.

-Nunca estarás sola, aunque yo esté lejos, siempre estaré aquí, en tu corazón-le confesó señalando el pecho de la pelirroja.

-¿Seguro que no te olvidarás de mí?¿Qué me buscarás?-susurró limpiándose las lágrimas de sus mejillas.

-Te lo prometo, nunca te voy a olvidar en la vida, mi meta es y será volverte a encontrar.

Jerall observó detrás suyo y supo que ya era hora de su partida.

-Ya me tengo que ir, Erza. No estés triste, por favor.

-No lo estaré, porque como has dicho, siempre estarás en mi corazón-dijo Erza con un ligero sonrojo en sus mejilla.

Jerall volvió a coger su maleta y se encaminó hacia su actual familia. Erza lo vio alejarse de ella, y no pudo evitar pensar en el vacío que sentirá en aquel acantilado viendo aquellos amaneceres sin él a su lado, o cuando se desanimara era inevitable pensar que él ya no estaría allí dándole ánimos para poder sonreír.

10 años después

Ciudad de Magnolia, en el reino de Fiore. Aquí es donde a Erza le llevó el destino. Acababa de cumplir 18 hace algunas semanas y por fin pudo salir de aquel orfanato. Se alojó en un apartamento que rentó y allá pudo pasar la noche.

Su sueño, su objetivo era encontrar a su amigo de la infancia, a Jerall. Solo se acordaba de su nombre, su pelo y aquel símbolo en el ojo derecho. Nunca lo olvidaría del todo, porque, ahora, estaba totalmente segura. Ella estaba perdidamente enamorada de él.

Las pistas que tenía le habían llevado a aquella ciudad. Fue lo único que pudo averiguar en el orfanato sobre el lugar donde vivía Jerall en esos instantes. No consiguió una dirección exacta, pero esto era mejor que nada.

Exploró la ciudad, era inmensa y bellísima. Desde que pudo salir fuera de aquel orfanato y pudo observar lo grande que era el mundo, vio que pequeña era ella misma comparada con el inmenso mundo. Pudo observar un pequeño acantilado que se encontraba encima del vasto mar. Se acercó y pudo observar como las olas rompían entre las rocas que se encontraban cercanas a él.

Allí, mirando aquel vasto mar, decidió que aquel sería el lugar donde observaría los amaneceres desde ese momento en adelante. Se giró y volvió hacia su departamento, no sin antes comprar su delicioso pastel de fresa. Tras llegar se puso a cocinar y posteriormente a cenar mientras veía una serie cualquiera de la televisión.

Cuando terminó de cenar se adentró en el baño y se relajó en la caliente agua que la rodeaba. Se tranquilizó mientras los recuerdos de aquel niño y ella le volvían a la mente. Definitivamente cumpliría su promesa, no podía romperla, de ningún modo. A media noche se adentró en las mullidas colchas de su cama quedándose dormida casi en el acto.

Antes de que amaneciera ella se despertó, ya estaba acostumbrada, así que involuntariamente siempre se despertaba a la misma hora. Se levantó y se vistió. Cogió algo para poder comer y se fue a aquel acantilado, para así poder ver el mismo amanecer desde otro lugar totalmente distinto de donde lo observaba todos los años anteriores. Era irónico, era algo parecido a su situación actual. Tenía el mismo objetivo del que albergó en su orfanato pero ella se encontraba en ese instante en otro lugar.

Siempre se mantuvo risueña desde que Jerall se fue, aunque estuviera destrozada y lo que quería realmente era llorar, ella nunca se rendió y se mantuvo firme.

Llegó finalmente y se sentó al filo dejando colgar sus piernas hacia abajo. Observó el mismo Sol de siempre y contempló cómo se alzaba lentamente el imponente ser envuelto en llamas en el vasto cielo. Sonrió melancólica, cuánto le recordaba a aquellos días de su infancia.

-Sabía que te encontraría aquí.

Esa voz...era algo más grave, más madura, pero era la suya, nunca la podría olvidar. Se giró, poco a poco, sin podérselo creer. Él estaba allí plantado, de pie, observándola. Sus ojos no la engañaban, era él. Aquel peliazul con los ojos miel oscuro y aquella marca roja en el ojo derecho. Lágrimas se juntaron en sus ojos y se levantó del frío suelo quedando a escasos metros de él.

-Por fin...-susurró apenas audible Erza.

-Te dije que no lloraras, con una sonrisa estás mucho más guapa-le dijo mientras se acercaba a ella y le secaba aquellas lágrimas.

-Es verdad, si lloro no podré ver un hada, ¿verdad?

-Claro, y encima la cara se te pone muy fea.

-Olle, eso no hacía falta-le comentó un poco molesta.

-Finalmente hemos cumplido nuestra promesa.

-Sí, al fin nos hemos vuelto a encontrar tras estos años-siguió ella con una sonrisa.

-Y así podremos ver mil amaneceres juntos-concluyó el peliazul mientras sellaba aquellas palabras juntando sus labios con los suyos bajo el precioso amanecer que se cernía ante ellos, brindándoles una nueva esperanza, una nueva ilusión, un nuevo futuro juntos.


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