Un lugar

Había descubierto el placer que era descansar en un lugar cómodo recientemente, también el llevar alimentos a su boca hasta satisfacerse. Al principio solo comer le dio felicidad, con el tiempo, pudo discernir entre la buena y la mala comida, aunque al final seguía siendo lo mismo para ella mientras su cuerpo se sintiera satisfecho.

Con el paso de los días incluso se había dejado de asombrar con el reflejo de su cuerpo, había mañanas en las que únicamente verse le daba impresión, pero finalmente se estaba estabilizando. En primer punto, ni siquiera tenía idea de cómo debía verse para sentirse extraña con su propio reflejo ¿No era bueno ser bonita físicamente?

El pequeño reino al que había llegado la había recibido con los brazos abiertos solamente por eso, tenía un techo y un trabajo que nada más consistía en entregar flores. Incluso la abuela del niño que le había llevado la había hecho parte de la familia, alabando sus brillantes rulos rubios.

Por alguna razón se sentía incómoda con ello.

— Buenos días, linda.

El saludo siempre venía con una cálida sonrisa y a veces una pequeña reverencia que ella correspondía, seguía sin tener un nombre, pero todo mundo la llamaba "linda" ¿No caía eso ya en lo ostentoso adoptar ese como su nombre?

No se quejaba, era el mejor que había de entre los otros que le decían. El panadero solía decirle "Flor de primavera", el cazador de monstruos "Hermosa" e incluso la dueña de la tienda de telas solía llamarla "Preciosa" por lo que, de entre todos los apodos cursis, prefería linda. Aunque últimamente había otro apodo que...

— Bonita ¿ya entregando flores?

Le incomodaba.

— Si, su majestad —

Era un reino, por lo que lo primero que le enseñaron fue la etiqueta social, y sobre todo, el respeto a la familia real. No conocía a los reyes, pero el príncipe, el único hijo de sus altezas y el héroe más amado por todos, era un hombre sonriente que paseaba a caballo por todo lo ancho y largo del reino cada mañana. Sabía que le debía respeto, y como una simple "sierva" no podía decirle nada grosero.

Aun así, siempre que le veía se inclinaba evitando verle, sintiendo una sensación desagradable en el estómago cada que él le llamaba "Bonita" ¿Cómo un adjetivo tan dulce podía sonar tan desagradable? Culpaba a su falta de recuerdos, a su cabeza vacía de información que poco a poco las descripciones hacía su persona por más lindas que fueran empezaban a sentirse como telarañas en su cuerpo.

— Ven, te llevaré a dónde tengas que ir.

— No quiero importunar a su excelencia, gracias por la atención.

— No es molestia, por favor ¿Vas a ser descortés con el héroe?

El hombre lo decía con una sonrisa y un tono burlón que causaba que los que pasaban se rieran de su "broma" pero ella lo percibía más como amenaza. Había días así, dónde la presión social le obligaba a tomar su mano y montar en su caballo siendo abrazada por el príncipe.

Siempre iba de espaldas, tratando de ignorar las miradas de felicidad y asombro de la gente al verlos, pero le molestaba más la mirada del príncipe tras ella, un rostro orgulloso y arrogante como si fuera exponiendo un trofeo.

La abuela que le había acogido en su casa, incluso empezaba a presumir sobre el favoritismo que el príncipe mostraba sobre ella.

Razón por la cual, con cada día que pasaba, empezaba a pensar que no era tan agradable ser linda.

Fue aproximadamente un mes después de que había despertado en el bosque, que una carta del rey llegó a su dormitorio. Ramos de flores, joyas y una bella tiara que llegó junto a tal papel fue lo que le confirmo el contenido de este sin leerlo.

Incómoda se apresuró a tomar el papel y salir con dirección al palacio real, para rechazar sus intenciones mucho antes de que el resto de gente se enterará.

Aunque podía predecir que en palacio ya todos sabían debido a lo rápido y amable que le atendieron, incluso la sirvienta principal, que usualmente solo servía a la reina salió a darle la bienvenida y le sentó en un gran sillón en uno de las tantas habitaciones que tenía el castillo para recepciones privadas.

Tenía confianza suficiente en su determinación para negarse a su propuesta que no lo había pensado mucho de ante mano para ir. Fue hasta el momento que entró el príncipe vistiendo ropa cómoda y copa en mano que se arrepintió de ir sola.

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