Prólogo

No consigo entender por qué estás aquí, delante de mis ojos, como si no te importara verme con esa profundidad azulada tuya y esa expresión de "sin culpa". Han pasado casi siete años y, aún así, tú me estancaste en un dolor increíble, uno que no pareces querer ver cuando alzas una ceja y me preguntas qué hago aquí. No nos conocimos ayer, Morgan, nos conocimos hace más de una década, cuando éramos, por lo menos, inocentes en nuestro accionar. Ahora es evidente que ninguno de los dos lo somos.

—Me habré equivocado —me resigno a responder, esperando que me frenes al darte la espalda. Pero, cómo no, sigues igual que siempre, te mantienes callado y permites que me aleje.

Aunque no lo suficiente, porque escucho que te dan un empujón —es tan notorio cuando te hacen resonar— y me doy la vuelta solo para reírme de tu tonta expresión molesta. Pero tienes la pinta de que nada te afecta... ¿Por qué ahora eres tan frío? Me pone la piel de punta verte tan tranquilo, mirando al chico que acaba de hacerte a un lado. Muévete, Morgan, haz algo, tú mínimamente actuabas como un humano y nada de eso me estás mostrando en estos breves segundos.

Este chico te opaca. Noto por completo que intenta cubrirte todo el tiempo. Quizás no de forma cruel, ya que parece acostumbrado a tratarte como su sombra, o eso siento cuando me frena y te da un golpecito en la cabeza, tratándote de estúpido por dejarme ir. ¿Cómo puedes soportarlo? Bueno, pareciera que se llevan bien, a juzgar de cómo tus ojos giran hacia un costado y evitan mirarme; se llevan mejor que tú y yo.

—Soy yo, Gabrielle —dice el chico, señalándose como si no lo reconociera.

—Sí, me acuerdo... No sabía que él era nuestro compañero.

—Te lo nombré.

—No pensé que justo me lo tendría que cruzar aquí.

Pero tampoco estoy para irme, notando la hospitalidad de este chico que me pide que revise la casa e insiste en que soy la única que le cayó bien de todas con las que se comunicó. Opto por no preguntarle por qué contactó solo mujeres y entro al lugar, notándolo mucho más bello por dentro, rodeado de un ambiente que tiene potencial de ser natural y floral. Cuando caminas por toda la zona, sientes el aire pasar por todo tu cuerpo y cubrirte, pero se corta muy rápido, como si nada lo mantuviera. Es un ambiente antiguo, italiano, quizás de los años 80s, me atrevo a decir, pero faltan las flores y las plantas que puedan llenarlo todo. Es definitivamente un lugar que a mí me toca revivir, más con dos chicos, que, sin necesidad de prejuzgar, no parecen interesados en un cambio.

Oh, el que menos interesado está es Morgan que se mantiene a la deriva, siempre a metros de mí. No puedo dejarlo solo, tranquilo y cómodo. No, tiene que probar un poco de lo que me hizo sentir su ausencia cruel, su burla nocturna en el medio de nuestro duelo. Porque Brandon no era solo alguien a quien amaba, él también lo conocía bastante bien, pero, sin embargo, soy la única sufriente aquí, sintiendo el peso de su fantasma en esos ojos fríos.

Como si yo lo hubiera matado...

—¿Samita?

Escucho mi nombre y siento cómo Gabrielle apoya su mano en mi hombro. Estamos en el medio del living y yo no pude evitar ver con indignación a Morgan, quien me devuelve la mirada con una especie de... no sé qué. Opto por simplemente negar con la cabeza. No sabría que sería tan fuerte volver a cruzármelo.

—Perdona, es que me maree. Aquí huele a vacío, a tristeza. Hay que renovar un poco.

—Por algo te elegí a ti. ¿Firmarás los papeles?

—Sí —respondo con calma recibiendo una sonrisa de este chico atractivo y solo me toca devolvérsela, incluso si me duele la cabeza—. Pero con una condición.

—Dime.

—Que Morgan me mire a los ojos al hablar conmigo.

Puedo palmar su tensión, incluso en esta lejanía que no podrá mantener por mucho tiempo. Y, de repente, se siente como si estuviéramos en el fondo del mar. Él con su miedo a la profundidad y yo con mi tranquilidad al saber que no me voy a ahogar. Qué caótico va a ser esto.

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