Capítulo 8

Samita Jaziri

Creí que la única sorpresa que me llevaría hoy sería encontrarme a Morgan regando, pero no, también tenía que recibir a una visita completamente desconocida para mí. Se trata de una chica de ojos celestes, cabello rubio atado con un moño rojizo y un vestido bordó corto, bien pegado al cuerpo o, quizás, solo tenga proporciones grandes. Vaya guapa.

—Hola —digo con duda en mi voz, sintiéndome entorpecida por el poder de su mirada y esos rasgos delicados que me recuerdan bastante a alguien.

—Hola... ¿Me dejas pasar?

—Sí, claro, pero ¿quién eres?

—¿En serio no te suena mi rostro?

Bien, me retracto, lo guapa se vuelve en horrible por su actitud. ¿Quién es? ¿Una de las chicas famosas que trabaja con Gabrielle? Tal vez solo debería dejar que él se encargue, ya que no tengo tanta paciencia.

—Espera que llamo a Gabrielle y...

—Sí, llama a mi hermano.

Bien... Es la hermana. Ya entiendo por qué me preguntaba eso. La próxima solo la dejo pasar y ya, pero ¿qué? Apenas conozco nada de su familia. Tendríamos que dar una charla de quiénes son desconocidos y quiénes son conocidos, definitivamente.

Me corro a un costado y veo en su rostro una especie de sonrisa alegre. «Haces bien, guapa» escucho su tono engreído y la veo entrando a casa con total confianza. Genial, la desubicada soy yo ahora.

Pero ¿cómo suponía que su hermana iba a llegar a la hora de la comida? Además, los otros dos están jugando a la play, probablemente al Resident Evil 1, claramente poco interesados en todo. Y esta chica no duda en tomar asiento. Justo hoy tenía que venir que cociné solo tres costeletas.

—Pégales un grito, porque por mucho que toques la puerta tienden a hacerlo pasar como un "toquecito" —me indica desde la lejanía con un tono claramente audible.

No quiero llevarle la contraria, así que le hago caso.

—¡Ya está la comida!

Y me sorprende notar que a los segundos ambos salen, como si fueran niños pequeños. Me cubro la boca para no reír y se me escapa la risa cuando Gabrielle me dice cerca del oído «ruda». Él es demasiado simpático para ser normal. Ni siquiera soy tan fácil de ganar, pero aquí estoy, aceptando su excusa de «siempre suele venir los domingos», pero advirtiéndole que a él le tocará compartir su comida; al final yo también le doy de mi parte, inevitablemente llevada por sus actos.

Al parecer, todo se llena de colores con Joana cerca, hablando con un tono más animado y arrogante que su hermano, provocando a Morgan, quien no parece de lo más alegre con su presencia, pero lo disimula bastante mejor que conmigo, ya que de vez en cuando se ríe de alguno de sus chistes o le tira miraditas raras que nos dejan tanto a Gabrielle como a mí desencajados. Evidentemente son muy buenos amigos y, si es cierto que aquel no estaba muy feliz en un inicio, ella logra cambiar eso. Vaya...

Me rasco un poco el cuello, incómoda ya con la escena y procedo a levantar los platos, aún sabiendo que es el turno de Morgan de hacer eso y lavarlos. Mejor si me ocupo yo.

—¿Huyes? —la voz de Joana me detiene justo cuando estaba agarrando el suyo.

—¿Perdona? —pregunto con la mayor amabilidad posible.

—Parece que huyes, ya que no te vi soltar ni una sola palabra y estaba a punto de hablarte.

—No lo noté.

—Pues ahora sí, sería bueno que te sientes y hablemos un poco. No te estuve prestando mucha atención.

Esta mujer tiene mucho valor como para decir eso con una expresión tan sencilla, llena de honestidad y lejana a la calidez; incluso noto que menea su copa de vino, la que yo le serví mientras señala con los ojos la botella. No, me lo debo estar imaginando.

Pongo su plato junto a los demás y los llevo hasta el lavabo, pero me vuelvo rápido, porque no quiero generar mal ambiente justo con la hermana de Gabrielle. Pero me encuentro de nuevo con un gesto suyo que indica la botella. Aprieto un poco el ceño.

—¿Me sirves? Oí que eres moza.

Vaya descarada. Tiene la botella a unos centímetros, ¿por qué no se la pide a alguno de los otros? Oh, claro, es porque soy moza y tengo que servir.

Tomo la botella y la dejo al lado de su copa con una sonrisa mucho más falsa que la suya. A mí no me gusta que me traten inferior y mucho menos en mi, ahora, casa.

—Vaya...

—Puedes servirte sola, creo yo.

—Sí, pero tú también podrías haberme hecho el favor, ya que soy la invitada.

—Estás usando un tono muy condescendiente, Joa —resalta Gabrielle y me agrada que no sea tan tibio como su amigo, que evita todo mirando su celular.

—No es cierto.

—Pues al menos nota a quien tienes adelante. La incomodaste.

—Que yo sepa no tengo un superpoder para incomodar a las personas. Al revés, se incomodan solas.

Insisto, qué mujer tan arrogante, ¿qué le pasa? Ni siquiera le hice nada como para que reaccione con esa frivolidad.

Pero algo que he aprendido justamente trabajando de moza, es no permitir que me traten como una mierda. No, no estoy para eso. Razón por la que dejo los platos en su lugar, porque a mí no me toca lavarlos ahora, y me retiro de la mesa, dándole la espalda a la chica esta. Me da igual quién mierda sea, no voy a permitir que me ninguneen o me hagan sentir una extra en mi propio lugar.

—Creo que sí la incomodaste —es lo último que escucho de Morgan y por fin se digna a posicionarse de un lado.

Salgo de la casa, con una mano que me tiembla al apretar el celular, y me recuesto contra la pared. Es mi tercer día y ya siento que me estoy llevando lo peor posible con todos.

¿Será que este no es un lugar apropiado para mí? Pero si ya me he imaginado todo el diseño natural, la forma en la que se podría comprar más plantas para decorar el hogar y la nueva pintura.

Prendo mi teléfono, buscando un poco de consuelo y me llega una llamada de mi mamá. Siempre con tan buen instinto para saber cuándo está yendo todo mal. Y supongo que ella confirma cualquiera sea su teoría cuando contesto rápido.

—¡Hija! Dios, me tuviste preocupada, no me dijiste más nada después que me aclaraste que firmaste los papeles del hogar.

—Sí, ma, está todo bien. Perdona, estuve muy ocupada intentando adaptarme.

—¿Y cómo salió eso?

Se me forma un nudo en la garganta. No puedo decirle que está Morgan, se va a preocupar por mí. Mejor sería que no le diga nada de eso todavía. Puedo sobrellevarlo.

—Bien, aunque no es fácil. Los otros dos se conocen desde antes.

—¿Son respetuosos? Mira que tu hermano insiste en que irá a golpearlos si te hacen algo.

Bilal es mi hermano menor, de dieciséis años, pero se comporta como si ya fuera todo un adulto. Aunque no lo parezca en un inicio, es muy sobreprotector y nunca me lo da a entender de forma tan directa, razón suficiente para que mi madre se ría detrás de la línea con sus posibles caprichos.

—Sí, con uno no me hablo mucho, pero el otro es todo un caballero. Fue criado por mujeres —insisto en voz baja, consiguiendo una risita de ella.

—¡Con que así es! Vaya, ¿y es guapo?

—Mamá, no me voy a meter con ninguno de los dos.

—Cierto que tendrían que verse las caras como por tres años.

—Ya ves... ¿Y cómo les va a ustedes?

—Pues, a mí como siempre, sigo siendo ama de casa, tu padre pasa cada un mes para verlo a Bil y este... tiene notas cada vez peores, pero si le preguntas de rugby verás cómo tumba a más de veinte.

—¡Esa no es la idea del rugby! —escucho de fondo y me entretengo bastante.

—Déjalo irse del colegio —bromeo y ella reacciona indignada.

—Quiero que tenga un trabajo, al menos.

—¡Ay, mamá! —me quejo, escuchándolo también a Bil. Extraño tener estos momentos donde mamá finge ser conservadora y nosotros nos indignamos. Extraño de por sí lo que significa estar con ellos en nuestra casa.

Pero ese lugar ya no es a donde pertenezco. Nada de Hyall es propio. Solo es una zona de tristeza, un pueblo sin razón.

—Hija... ¿Sigues ahí?

—Sí, mamá, aquí estoy —murmuro con un tono triste y supongo que ella se da cuenta.

—Vaya, hija, te extrañamos... ¿Hace cuánto no te vemos? ¿Tres meses?

—Sí, pero me dijiste que a Bilal no le dan muchos días libres.

—¡Oh, ahora está de vacaciones! Ni te preocupes.

—¿No adeuda materias?

Por un momento solo escucho a un pajarito piando detrás del teléfono y no sé si de repente su conexión volvió a andar mal o si solo están callados.

En cuanto abro la boca para largar alguna palabra, escucho el grito de mi madre nombrando a Bil y preguntándole qué materias adeuda; me va a odiar, ahora no me va a escribir por dos semanas. No sabía que no le había dicho a nuestra madre aún.

—¡No eres un gánster, maldito demonio, eres un hindú que se hace el maleante!

Silencio la llamada y me río sin poder parar. Dios, mamá es extremadamente cruda y chistosa con las cosas que dice. Claro que estando en el lugar de mi hermanito yo estaría afectadísima, defendiendo mi postura como «¿qué se cree? ¿Ganster?»

Hablo un par de veces para comprobar si sigue ahí, pero parece que dejó el celular, así que me quedo en la línea. Allá la conexión es un poco complicada, siempre tienen problemas con el internet y la señal. Quizás por esa razón nunca hablé mucho con personas fuera de Hyall, porque es muy difícil contactarse.

—¿Sola aquí afuera con alerta naranja?

Me sobresalto al escuchar esa voz y noto que se trata de Gabrielle. Sé que siempre será él, es muy claro que el otro jamás se acercará con una intención real de hablar.

—¿Qué? ¿Cuándo saliste?

—Recién... ¿No me escuchaste?

Niego con la cabeza y él se ríe un poquito. Se posiciona en el otro extremo de la puerta mientras mira a la calle. Sí que hace calor...

—¿Te hizo sentir incómoda mi hermana? —pregunta y no sabía que era capaz de sacar un tema como ese; apenas lo conozco de hace uno o dos meses por cuestiones del hogar.

—Me hizo notar que tendría que haber buscado bien su perfil en Instagram y memorizarme su rostro y su forma de ser.

—Qué específico.

—Soy un poco escéptica.

—Claro, de eso no me que quepa duda. Pero no lo digo a mal, es tu magia.

El silencio entre ambos es raro, más con el viento que apenas sopla y al notar que la gente está afuera de su casa solo para preparar un asado, debido a que esa es la única razón por la que sale humo. Supongo.

Noto que la mirada de Gabrielle se posa en mí, es muy intensa como para no darte cuenta, pero yo prefiero no seguirle la corriente. Me gusta más cuando no hablamos de temas incómodos. Cuando todo se mantiene cordial y común.

Aunque está claro que él no conoce mi forma de sentir.

—Mi hermana se comporta sin filtros, en serio me avergüenza su forma de ser a veces.

Suena tan tranquilo que hasta podría pasar por una mentira lo que está diciendo, pero juzgando su forma de ser, en serio debe afectarle cuál es mi pensamiento al respecto.

—Honestamente creí que me trataba como una sirvienta.

Vaya... Se siente raro ser tan honesta si me mira así expectante, como si estuviera alucinando. Que yo sepa mi mente sigue estando sana.

—Ella solo es bruta, pero no lo dijo en un mal sentido. Perdona, bonita, no creo que haya sido así de mala.

Tampoco es que tenga gracia que critique a su hermana con él, así que solo asiento con lentitud y vuelvo mi mirada hacia mi celular. ¡Mi mamá! Dios, ni siquiera sé si escuchó algo de todo lo que estamos hablando...

—¿Ma? —pregunto poniéndome el celular en el oído.

—¡Vaya! Con que ese chico te dice "bonita".

—Ay, mamá, por favor. Es solo mi compañero.

Lo miro de reojo, completamente avergonzada y hasta empezando a sudar, pero él se mantiene simpático, preguntándome en un tono bajo si está hablando de él. Debe estar super acostumbrado a esto. Incluso se acerca un poco a mí, como si pudiera escuchar más de lo que dice.

—Hijita, déjame escuchar su voz de nuevo.

—Basta, mamá, que está cerca...

—Hola, señora —saluda él, como si estuviera aquí en frente.

—¡Su voz! ¡Sí, hija, es el de "My blue eyes can see you"!

Lo observo, arqueando una ceja y él murmura «es mi programa de radio». Así que puede escuchar la voz emocionada de mi madre desde esta distancia, qué horror, me quiero hundir bajo las sábanas y que este chico deje de sonreír así.

Empiezo a cortarle la charla a mi madre con rapidez, aclarándole que él está ocupado, que yo también lo estoy y que, por sobre todas las cosas, no estamos saliendo. Ella insiste en que debo buscar a un chico así como Gabrille y yo corto rápido, notando que realmente el calor se apodera de mí, como si fuera una chiquilla avergonzada porque su madre la empareja con el chico más guapo del salón. Dios, quizás alguna vez lo hizo. Ella no sabe lo que implica la vergüenza para mí. Ahora el que debe soportar eso debe ser Bil. Pobrecito.

Guardo mi celular y lo noto a él, aún ahí, riéndose un poco de mi expresión.

—Qué vergüenza —murmuro rascándome el cuello y mirando hacia el suelo. Estoy transpirando incluso, es horrible esto.

—Así que tu madre es toda una casanova. —Siento su acercamiento, tanto que me siento torpe ante su altura y su sonrisita.

—Me quiere emparejar a toda costa. Ey, no me aprisiones contra la pared.

—No voy a hacer eso. —Levanta ambas manos como un gesto inocente y yo no puedo evitar rodar los ojos con un dejo de sonrisa—. ¿Y a qué se debe esto del emparejamiento precoz? ¿No terminaste hace poco con tu novio?

Bien, ya sé por donde quiere llevar esta charla y yo no voy a participar. Sí, Gabrielle, eres guapo, pero yo no voy a dejar que me conquistes con esa actitud de hablar del pasado, despecharnos un domingo y terminar en la cama. Ya me pasó con Jung... Dios, no necesito volver a algo así. Estoy bien sola.

—Te dejo con la duda.

Le doy una palmadita en el hombro y vuelvo a entrar a casa, encontrándome a Morgan en la computadora, seguro de nuevo con sus cosas de programación. Y su amiga tiene las palmas apoyadas en sus hombros, viendo lo que hace. Qué loco, él odiaba que alguien se le apoyara de esa forma porque le daba escalofríos, ahora veo que lo permite. Sí que cambiamos.

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