Capítulo 4
Samita Jaziri
Despierto hecha sopa... Literalmente toda transpirada y con el aire cálido entrando por la ventana, haciéndome sentir muchísimo peor.
¿Por qué nadie me dijo que aquí hacía tanto calor y que, además, el ventilador no funciona? Creí que podría adaptarme, pero... me despierto sintiéndome pegajosa y con el cabello mojado.
Salgo de mi habitación con lentitud, sintiéndome totalmente desmotivada y me muevo directamente hacia el baño, ignorando por completo que Gabrielle esté justo ordenando su habitación. Solo quiero darme una ducha fría y empezar de forma diferente mi día.
Lo malo es que olvido que este no es mi baño y debo de traer conmigo mi jabón, champú y acondicionador... Vuelvo a caminar hacia mi habitación, traigo de nuevo mis cosas y finalmente abro la ducha fría. Disfruto recostándome en la tina y sumergiéndome por completo.
¿No es hermoso no escuchar nada mientras se retiene la respiración y se observa un fondo diluido, raro por las ondas dentro del agua? Al menos a mi parecer, me estoy volviendo pate del agua y no necesito más nada.
Tengo un mal presentimiento. Salgo para tomar aire y miro a mi alrededor. Está todo bien, tranquilo. Y, aún así, tengo mis razones para dudar en cuanto veo la puerta del baño abrirse de a poco.
—¡Está ocupado! —grito antes de poder ver quién es, pero de inmediato me doy cuenta que se trata de Morgan. Es el único que no preguntaría antes de pasar.
Mi relajo se va por las alcantarillas y no me sumerjo más en el agua, solo me lavo el cabello rápido, me enjabono con rapidez y salgo rápido de la tina. De todas maneras, tengo cosas que haces en estos días y no puedo pasármela bien en un baño que todos usan; qué poco práctico tener un solo baño.
Aprieto los labios al ver que me falta la toalla. Tengo dos opciones: corro hacia mi habitación que está a seis pasos del baño y ruego justo no chocarme con alguno de esos dos o... ¡¿Cómo se me va a ocurrir la estúpida idea esa?! ¡Solo tengo que pedirle a Morgan que me alcance una toalla! Ah, pero no quiero que entre a mi habitación, no terminé de esconder las cosas de Brandon y dudo que se lo tome a bien si las ve ahí, en esa caja abierta.
Usaría descaradamente una de sus toallas, pero ninguno las deja aquí, claramente la cuelgan en el jardín que me falta explorar aún. Bien, increíble, tengo que correr.
—Ey, Samita...
—¡No abras!
—No voy a abrir.
—¿Y entonces qué?
Escucho cómo Morgan suspira y ya me siento incómoda intentando cubrirme con mis propias manos, así que solamente me acerco a la puerta y asomo un poco la cabeza al abrirla, lo suficiente para que me diga lo que necesita viéndome la cara. ¿Para qué tanta consideración de mi parte?
—Dejaste tu toalla en la habitación.
—¿Y por qué entraste?
—Porque limpio las habitaciones y ayer no te pude ayudar mucho.
Habla como si nada, como si la vida se le hubiera escapado de la voz. Eso me molesta de él, que no parece tener ningún tipo de sentimiento y hasta no le interesa en darme así nomás la toalla, sin mirarme a los ojos, ni tampoco evitándome; simplemente no le importo. Entonces, ¿por qué todo sigue siendo tan difícil para mí? Si esto es lo mejor para ambos.
—No te acerques a mi habitación.
—Solo los ayudo porque soy el que menos responsabilidades tiene.
—No necesito tu ayuda.
Sigo sobrepensando todo lo que tiene que ver con él cuando puedo pasar con mi toalla hacia mi habitación y trenzarme el cabello que me he dejado crecer hasta la espalda. Tengo un espejo bonito bien colocado para observarme a la perfección. Y aún sigo viendo partes de Morgan en mí, en mis gestos.
Soy la peor superando, la más tonta y confiada de que algún día las cosas serían diferentes. Pero es imposible pensar en que él siquiera pueda cumplir con su palabra. Ni siquiera trata de verme a los ojos. No quiere notar lo que pienso o lo que no pienso porque me mata la incertidumbre.
Dejo de lado mi nostalgia al vestirme con una camiseta de tirantes con un logo bastante tonto de un sol sonriendo —es vieja y muy de entrecasa— y un short de jean, tampoco muy nuevo. Es cómodo cuando me calzo con mis ojotas y meneo mi cabello. Me gusta estar sin un estilo refinado. Mis dos trabajos me acostumbraron a usar ropa muy para salir o para verme impecable. Pero en realidad disfruto mucho andar sin darle importancia a mi aspecto.
Salgo de mi habitación con varias plantas en brazos, todas pequeñas para ir adaptando al jardín. Me cruzo rápidamente con Gabrielle apoyado en la puerta principal, lo saludo con la mano y él me devuelve el saludo, pero parece estar hablando por teléfono.
—No, Stacie... Ya te lo dije... Sí, es agradable... Qué molesta eres... Sí, sí, lo que digas.
Supongo que debe estar hablando con su hermana a juzgar de cómo se ríe y la forma en la que corta la llamada cuando paso por adelante. No tarda en acercarse con su curiosidad y ofrecerme llevar algunas de las plantas. No me hace un interrogatorio, él aceptó que yo iba a llenar este lugar de vida y este es un comienzo.
Aunque algo no me cierra de su simpatía y de que no me haya dicho que mi ventilador estaba roto... Pero bueno, quizás no tenía idea, a fin de cuentas. Lo malo es que no me callo nada, incluso si me acompaña al jardín pequeño y bien cuidado.
—Ayer no me dijiste que estaba roto el ventilador.
Me mira con notoria sorpresa y por un minuto me parece que se queda como un robot cuando le echan agua: completamente en pausa —no cuando se mueve como loco y deja de funcionar—. Por suerte le dura hasta que le toco el hombro y me río de cómo vuelve a la vida.
—Lo siento, lo olvidé por completo. Eso era lo que realmente quería decirte ayer. ¿Fue muy duro?
—No te voy a mentir, la verdad es que me calciné.
—Sí, Dios, lo siento... Morgan lo tuvo que mandar a reparar, pero seguro lo tendremos en dos o tres semanas.
—¿Entonces? ¿Dónde dormiré?
Sí, mi descaro es gigantesco, pero mi padre siempre me enseñó a no dejarme pisotear, a siempre que no se me diera algo, pidiera otra cosa a cambio; y, lo siento, pero es verano y no pienso dormir en el techo, porque hasta ahí me calcinaría.
Él se sigue sosteniendo de las plantas, como si estas lo quitaran de la incomodidad. No está acostumbrado a que alguien le reclame, eso es lo que noto por la forma tan tardía que tiene de responder, como si yo fuera a descruzarme de brazos y mirarlo con más calma.
—Está el sofá, Sami.
Ni porque me diga "Sami" voy a aceptar eso, cuando dentro de sus palabras y del contrato entraba "tener ventilador o aire acondicionado en los sectores más calurosos del hogar".
—No piensas que dormiré en el sofá, ¿cierto?
—No... ¿Sabes qué? Yo tampoco quiero dormir en el sofá, es incómodo para acostarse. ¿Por qué no duermes conmigo?
Arqueo una ceja ante su propuesta y cómo la formula con una sonrisa, pero lo veo cambiando de expresión rápido, porque eso no sonó muy bien, eh.
—Es decir, en mi habitación. Tengo un colchón de más, creo.
—Llevamos mi colchón, no te preocupes.
—Claro... Sí, perfecto. Entonces, ¿está arreglado?
—Sí, además ya conoces a mi ex, sabrías que no puedes ponerme una mano encima.
—Me inspiras más respeto tú que tu ex, Samita.
—Haces bien.
La verdad no está nada mal recibir halagos de un chico tan guapo. Además, es respetuoso, tengo que admitir que mi tipo siempre fueron los buenitos como él. Pero me mantengo al margen por ahora. Quién sabe qué clase de defectos pueda tener.
Pasamos un buen rato organizando el jardín, escuchando un poco de Harry Styles o Taylor Swift y también me da una mano para poner algunas enredaderas en las escaleras o en zonas puntuales de la casa como la lampara del comedor. Es impresionante lo predispuesto que puede estar a escucharme hablar sobre plantas y espiritualidad. A los chicos suele aburrirles esos temas, pero él parece a gusto con cualquier cosa que pueda decirle; debe ser alguien muy fácil de convencer.
Cuando terminamos de acomodar, en el medio teniendo que limpiar y pensar zonas agradables para donde poner las plantas, me doy cuenta de que Morgan sigue en el hogar. Está en frente de la computadora, haciendo... No sé qué. Me acerco solo porque yo tengo que usarla también para hacer mis trabajos de diseño gráfico —lo siento por él, ya que mi notebook no me resulta del todo cómoda—. Pero me freno al encontrarme con una ventana negruzca rodeada de un lenguaje técnico que no estoy segura de conocer.
Hay tantas palabras de distintos colores y con signos puntuales... ¿Está estudiando programación?
—Sabes que es incómodo escucharte respirar en mi oído, ¿no?
Pregunta y me doy cuenta que estaba acercándome de más. Noto mis orejas arder cuando hace esa expresión de molestia y no me queda de otra que contestarle.
—Es mi horario para usar la computadora.
—¿Según quién? Además, vi que tenías una notebook.
—No me resulta práctica.
—Pues lo lamento, pero estoy en el medio de una clase ahora mismo.
"Morgan, apaga el micrófono, por favor" escucho claramente y él de inmediato se disculpa, volviendo a su mundo de programación. La verdad es que me esperaba algo completamente diferente de él. No sé, que estudiara ingeniería o algo relacionado a la física; al fin y al cabo, tenía muy buenas notas en eso y su madre es científica.
Supongo que todo ha cambiado para nosotros, demasiado, más de lo que podría creerme. ¿Él sabrá siquiera que soy modelo? Con lo vergonzosa que era antes, lo dudo. Sin duda no soy alguien de quien me enorgullecería en mi pasado.
Suspiro cuando me noto en el pasado. No tiene sentido ubicarme en ese contexto. Además, mi celular está vibrando con insistencia.
¡Dios! Había olvidado por completo la sesión de hoy. Estuve entre tantas idas y vuelta con mi jefe, que seguro lo anoté en el calendario compartido que tengo con Jung y a mí se me pasó de largo. ¿Por qué esa app funciona tan mal? Me tendría que haber avisado algo.
Reviso el calendario rápido mientras subo a mi habitación y noto que puse como horario las 12hs. Estoy a casi una hora caminando de allí y...
«No te preocupes, yo te llevaré como siempre, linda. Te paso a buscar así comemos algo ahora» es el mensaje justo que me llega y siento que vuelvo a tener todo bajo mi control. Jung es un amor, siempre se ha encargado de darme una mano para todo, ignorando por completo mi vida llena de turbulencias.
Sin duda fue una decisión muy dura romper con él.
Me cambio a los apurones, tropezándome un par de veces y luchando con ponerme las botas de trabajo. ¡Botas que solo uso para quedar bien, pero odio ensuciar! Y además tengo que peinar rápido mi cabello, hacerme unas ondas, lavarme las manos con insistencia para que no quede en mis uñas la tierra de las plantas y... ¡Dios! Acabo de escuchar su bocina y apenas he podido ponerme un poco de base para estar más presentable.
Bajo corriendo las escaleras y choco contra Gabrielle, quien me sostiene antes de que pueda caer por esos últimos tres escalones y me pregunta con preocupación si estoy bien. Sostengo con más fuerza mi bolso y me rasco la cabeza.
—Sí, es que hoy tengo trabajo...
—Oh, pensé que habías dicho que tenías el día libre.
—No, lo siento.
—Pues come algo primero, hice una ensalada y...
—No puedo. Guárdame mi parte, por favor. Nos vemos por la tarde.
Le palmeo el hombro y corro hacia la puerta, recibiendo un viento cálido que me hace darme cuenta del calor que estoy sufriendo. Pero por lo menos en ese auto bordó veo a Jung con sus lentes de sol, camisa blanca con palmeras y su mano saludándome con una sonrisa muy cool. Siempre me pareció extremadamente genial, así que ahora me siento como una joven tonta subiéndome a su coche de nuevo. Siempre repito la misma rutina.
—Gracias —digo cerca de él, antes de que empiece a conducir.
—Agradece bien —lo escucho decir con extrema galantería y no puedo evitar toma su mejilla y besarlo en los labios. Esto de terminar no tiene nada de malo si podemos besarnos de vez en cuando—. No me provoques mucho que no vamos a cenar a mi departamento tan solitario sin tu presencia.
—Deja de ser tan dramático, Jungi.
—Jungi suena super infantil.
—Oh, escucha, está sonando "Come a Little Closer" de Cage the Elephant.
—Qué mala eres al ignorarme.
—Come a little closer, then you'll see —canturreo mientras le subo el volumen a la radio de él y escucho cómo el motor arranca. Me gusta esta parte de la vida sencilla.
Nos la pasamos bien con Jung durante este tiempo juntos. Usualmente no teníamos mucho tiempo por las diferencias a la hora de ejercer nuestros trabajos. Cuando a él le tocaba a la tarde, a mí me tocaba luego a la noche, y, además, siempre se levantaba tarde, así que apenas teníamos tiempo, a menos de que fuera un sábado o domingo en el que no me llamaran para hacer una sesión de foto imprevista; ser modelo implica tener que adecuarte a los horarios que te manden. Así que mi relación con él se complicó y nos dimos cuenta que no podíamos cuidar de las necesidades de amor del otro. Por eso ahora me siento más libre, comiendo junto a él y poniéndonos al día de nuestros respectivos trabajos, evitando el tema del lugar en el que vivo o si aún pensamos en salir con alguien más. No hay por qué dañarnos tan pronto.
Me partiría el corazón que él no pudiera estar para mí... Y sé que está mal, que debemos avanzar, pero me siento cómoda sabiendo que siempre está. Además, en cuanto me deja en la puerta de mi trabajo, me pide que le diga cuándo termino así puede venir a buscarme. Siempre se organiza conforme a mis tiempos, desde que nos conocemos, cuando yo me sentía sola en este lugar poblado.
—Te avisaré, Jungi —insisto al bajarme del auto y él de inmediato me toma la mano.
—Te quiero.
Sé que no está bien hacer esto, que nos podemos hacer mal. Pero ¿cómo se termina con quien te sanó todo este tiempo y se encargó de cuidarte? No es justo.
—Yo también te quiero, amor.
Sonríe con calma y me suelta. Su mano es cálida y agradable al tacto. Aunque a veces pareciera desesperado porque no me vaya, por más que sabe que no puede retenerme.
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