Capítulo 14

Morgan Flowers

Escucho desde mi habitación cómo Jung convence a Samita de que vayan un rato a su departamento y la compra diciendo la estupidez de que va a comprarle las toallitas que necesita. Vaya que Samita se ha vuelto ilusa como para seguirlo, motivado solo por estar enojada conmigo...

Yo solo le compré esas porque le eran más cómodas cuando era adolescente. Siempre se alegraba de que gastara una moneda más por ella así. Aunque supongo que ha cambiado con sus preferencias, no le veo razón para que me contestara así de mal. Solo pensé que por hoy se quedaría en casa.

Realmente no la entiendo. Solo la recuerdo en el pasado, pero viéndola en el presente se me hace una extraña a la que no sé cómo hablarle sin ocasionar que se enfurezca.

Supongo que estoy muy aferrado aún a nuestros recuerdos, a quien ya no existe, a mi alma gemela y que, sin embargo, no tenía ni la más mínima idea de cómo mi alma vibraba inquieta con el pasar de los años.

¿Cuándo fue que yo también cambié? ¿Cuándo fue que me volví en el hombre que se mira al espejo y no se reconoce, tocándose el rostro, inquietándose por ya no notar juventud? Es tan raro cómo mi cabello está teñido de rubio, la forma en la que no puedo sonreír más que con una mueca tonta y mis manos que tiemblan cuando hago un poco de presión sobre mis pómulos.

Lo que más recuerdo de mí, es lo que fui con Samita. No tengo una memoria clara de mi yo ante de los 13 años, pero puedo refugiarme durante horas en cada sonrisa que Samita me dedicó cuando andábamos en bicicleta por las calles que iban cuesta abajo, o la forma en la que apretaba el ceño al intentar crujirse los dedos de los pies, intentando seguir mi ejemplo solo por verme cool. Pero sin duda mi memoria favorita era verla en mi cumpleaños, llegando con emoción, haciéndome sentir de todo menos solo al meterse de lleno en la casa y arrojarme a la cara una tarta de crema. Recuerdo aún la primera vez que hizo eso.

Era un 13 de octubre, ella ya conocía mi casa por algunas pijamadas que habíamos organizado y supongo que sabía lo solo que estaba en esos días, porque mi madre nunca podía estar en esas fechas, ya que era el aniversario de la organización AWFFHC, para la que ella aún sigue trabajando. Siempre me dejaba mucha comida y me dejaba invitar a quien quisiera, pero yo... no tenía amigos. Era muy tímido y me costaba que me tomaran en serio. Además, aún faltaban un par de meses para que empezara a cursar con Brandon, mi primer amigo varón, así que no podía suponer que alguna vez tendría más gente rodeándome.

Yo me sentía triste ya a los 14 años, cuando me visualizaba cantando el "feliz cumpleaños" para mí y luego soplaba una vela, aplaudiéndome como un loco. Claramente no lo decía nunca, pero ¿a qué adolescente le gusta estar solo cuando está creciendo? Yo veía cómo todos festejaban a lo grande, haciendo fiestas, invitando a sus demás amigos, alquilando un set de karaoke, todas esas mierdas que yo no recibiría nunca, que no me veía capaz de tener.

Pero en cuanto Samita entró a la casa con dos tartas en manos —un lemon pie y una tarta de crema—, sabía que había ganado la lotería con su sonrisa. Me sentía, por primera vez en mucho tiempo, alguien que merecía cosas buenas. Por eso no me molesté cuando me estampó esa torta de crema, incluso si me tumbó de la impresión y de inmediato ella se tiró a mi lado, totalmente aterrada de haberme lastimado. Pero yo no podía dejar de sonreír, con la cara llena de esa crema dulce, abriendo los ojos con dificultad.

—¡Dios, me asustaste, Morgan! —me dijo, golpeándome el pecho con debilidad e intentando hacer equilibrio con el lemon pie en la otra mano; agradezco que este haya llegado hasta la mesa.

En ese atardecer, alguien me cantó el cumpleaños por primera vez. Aún no sé cómo se enteró, si yo no lo daba a entender, pero nunca quise saber más, estaba feliz con que ella estuviera aplaudiendo, en que yo no fuera el único cantando y que me sacara fotos. Luego me subió a su Facebook e Instagram, como si yo valiera la pena, y eso me envolvió en un manto de ternura incomprensible. Cómo alguien podía quererme tanto como para quedarse conmigo, aún sabiendo que yo no tenía a nadie ni era especial. Sin talento, sin gracia, y, aún así, Samita me quería.

Pero claro que alguien tenía que deslumbrar sus ojos y alejarla de mí. Había miles de personas más geniales que yo. No sé por qué no me esperé su repentina falta de interés en mí. Supongo que ansié demasiado, sabiendo que era un milagro que ella siquiera se fijara en mí.

Igual, ahora cuando me fijo en el instagram de Samita, ella ha borrado todo rastro de pasado. Es una cuenta artificial. Ya no se encuentran los recuerdos. Y en Youtube tampoco están nuestros bailes de Just Dance, donde nos caíamos de las peores formas por su suelo todo resbaloso. No hay rastro de mí ni de ella. Es como si yo me hubiera imaginado todo. Excepto de que tengo todo guardado a su lado en fotografías impresas, un chip donde guardé todo y una cámara un poco vintage, de los 90s, que ella me incentivó a comprar.

El tema es que si la prendo, veré a Brandon de nuevo en casi todos los videos o fotos. No quiero volver a apreciar nada de él. Ya casi he olvidado su rostro. Tengo que dejarlo ir.

Supongo que ya es hora de ir a mi grupo de apoyo. Tengo que ir hoy.

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