Capítulo 13
Samita Jaziri
Gabrielle toca un par de veces a mi puerta, me pide por favor que hablemos, que por lo menos coma algo. Pero yo no respondo. Me quedo detrás de la puerta, apoyada, aun sabiendo que, si quisiera entrar, le sería sencillo hacerlo —tal como Jung hacía cuando discutíamos—.
—Sami, perdona si dije algo malo. Por favor, ábreme y por lo menos come algo.
Me quedo en silencio y empiezo a sentir las lágrimas de nuevo. Este chico me está haciendo daño, es tan similar a Brandon incluso cuando insiste para que abra. ¿O es que yo misma estoy con los sentimientos revolucionados?
Mis manos empiezan a temblar mientras intento abrir la puerta y no puedo. Me detengo ahí. Siento que se me corta la respiración. No le puedo abrir. Es como permitir que Brandon entre y note toda mi vulnerabilidad, mis miles de dudas.
—Brandon —murmuro y lo recuerdo horas detrás de la puerta, soportando mi comportamiento de mierda, esperando hasta que esté bien.
Escucho cómo se alejan sus pasos finalmente y me recuesto en el suelo, sintiendo las punzadas horribles en todo mi vientre y ansiando arrancármelo con mis propias manos. No soy de las que siente dolor en el mediodía, lo sufro a la noche. Pero mi maldito cuerpo no es el único que sufre y por eso reacciona así. Lo detesto tanto.
Quisiera estar entre los brazos de Brandon una última vez.
No sé cuándo me quedé dormida, pero siento la mano de alguien acariciándome la mejilla y esa voz grave pidiendo que despierte. Pero no se ve como Brandon... Es Jung. Y por un momento recuerdo las palabras de Gabrielle, provocando que lo empuje hacia atrás, respirando agitada, viéndolo completamente oscuro.
Él abre los ojos de par en par y yo intento calmar mi respiración mientras se vuelve acercar. No se enoja nunca, siempre se preocupa. Pero es tan raro dudar de sus acciones cuando me toma por los brazos y se me acerca para abrazarme.
—Perdona, amor, ¿te asusté?
Mi respiración traquetea, incómoda, aunque igual lo abrazo. Tiene un cuerpo muy grande. Podría tranquilamente aplastar a cualquiera. Yo incluida.
Ese pensamiento me paraliza durante unos segundos mientras él me acaricia el cabello y recuerdo con inquietud a Gabrielle. Él no quería que entrara. ¿Dónde está ahora? Intento ver detrás de Jung, pero me cubre gran parte de mi visión, imposibilitando que vea detrás.
He vuelto a la paranoia. Hacía años que no la experimentaba. Pero supongo que no estoy tan cerca del centro ahora mismo como para desconcertarme con el ruido. Aquí hay demasiada armonía.
—¿Qué te pasa? ¿Te duele mucho? Dios... por un momento temí que estuvieras embarazada. —Me toma con ambas manos el rostro y se ríe con notorios nervios, acariciándome con los pulgares.
Soy débil solo delante de él. Conoce bastante mi sentir, lo atormentada que he estado... aunque le dije que ya había superado mi miedo, que me acostumbré al caos de la ciudad.
—Dudo que yo sea fértil.
—Ya sé de dónde viene la broma, ja, ja, muy graciosa.
Me da risa su forma de reaccionar y finalmente me calmo ante su caricia dulce, recordando el inicio de nuestra relación, cuando pasé de sobrecuidarme estando con Brandon, a apenas cuidarme con Jung, olvidando tomar las pastillas, sin que él usara el condón... Luego de cuatro meses así, nos llevamos un susto con mi ciclo menstrual irregular y decidimos empezar a cuidarnos, pero siempre bromeamos con el hecho de que podría ser infértil, siendo que la mayoría de las veces lo hacíamos cuando yo estaba ovulando.
A mí no me afectaría la idea de no tener hijos, por eso la broma en un inicio no me molestó, pero Jung sí desea, lo notaba con las ansias cada vez que bromeaba, rogando luego que no sea cierto el chiste, a veces pidiendo disculpas al universo por manifestar eso.
Supongo que no éramos tan compatibles como para seguir juntos.
—Jung —murmuro, alejando sus dos manos de mí y viendo de nuevo hacia atrás—, ¿y Gabrielle?
—No lo sé. Entré y él no estaba.
—¿Qué? Pero si siempre cierra la puerta.
—La del jardín la dejó abierta.
Frunzo el ceño al escucharlo diciendo eso. ¿Qué? ¿Estuvo fijándose de cómo entrar? Una cosa es que haga eso conmigo, en un hogar que sea totalmente propio, y otra es que lo haga sin saber quién mierda va a estar en el hogar. Gabrielle una de las noches me avisó que Morgan duerme con un arma, que él sí quedó paranoico del pueblo.
Le pego con suavidad en la mejilla y le pregunto qué cree que está haciendo. Él se ríe como si no fuera nada, pero la simple idea de que Morgan lo llegara a lastimar me rompe el corazón, me pone furiosa. ¡Incluso tendría sus motivos!
—¡Pero en serio, Jung! ¿Qué carajo te pasa? —exploto, pegándole con un poco más de fuerza en la mejilla, aunque nunca lo que yo le haga se asimilaría a una cachetada, incluso si me mira con impacto.
—¿Con qué? Ey, solo vine para hablar contigo, seguro que estás cansada.
—¡¿Cansada?! ¡Sí, claro que lo estaba! Pero esa no es razón para que irrumpas esta casa.
—No irrumpí nada, solo quise venir a verte.
Me agarra de las manos mientras me habla con suavidad y a mí me molesta que me tome como una tonta acelerada, seguro que cree que solo estoy alterada, pero va mucho más lejos que eso.
—Nadie estaba en la casa y se te ocurrió pasar por el jardín... Espera, ¿pasaste por el jardín del vecino? Si por el nuestro no puedes.
Lo veo tragar en seco y no puedo evitar alejarme de sus manos, intentar soltarme, pero él me sigue sosteniendo con esa expresión de cachorro triste. No me puedo creer que sea tan estúpido. ¿No tiene noción de lo que puede sucederle?
Me zafo finalmente de su agarre y ese rostro completamente entristecido me lo saco de encima, parándome, ignorando el dolor de abdomen que tengo, saliendo de la habitación. No está bien dormir en el suelo con este calor, estoy muriéndome del dolor de espalda.
—Samita, por favor, no te enojes. Ojo con las escaleras... ¡Samita!
Su grito me desconcierta por un segundo y hace que mis pies se enreden en uno de los escalones. Pero logro ver a Morgan delante mío. Lo malo es que ni siquiera tiene la capacidad para sostenerme, sino que afronta que me caiga encima de él, haciéndolo chocar contra el último escalón y sacándole un quejido.
¿Y de dónde mierda salió Morgan ahora? ¿Acaso tengo reunión de chicos que no quiero ver? Aparte me da vuelta la cabeza como para pararme por cuenta propia. Ahora parezco una rogona tirada encima de este tipo y escuchándolo a Jung gritando; menos mal que no se enteró de que entró por el patio, seguro que llegó ahora, a juzgar de su ropa moderna, rara en él.
—¿Te puedes mover? —me pregunta con su estúpido tono condescendiente y yo le digo que sí, pero me marea muchísimo intentar levantarme, ni siquiera estoy segura de qué hace Jung, si solo mira o se acerca— Espera que te ayudo.
Pero antes de que pueda ponerme una mano encima, siento que Jung me alza y se me revuelve aún más el estómago. No está siendo muy considerado conmigo ahora mismo. Aunque pasa rápido a ponerme en una postura más cómoda, recostada contra su pecho... ¡Cómoda de no ser porque estoy menstruando y puedo tener una fuga!
—Dios, no me trates como princesa —me quejo, dándole golpecitos en el pecho y él sonríe, como si nada.
—Parece que se te pasó el enojo.
—No del todo —me callo al estar a punto de mencionar que entró sin permiso al hogar y prefiero no armar un escándalo peor con Morgan, por eso lo miro en cuanto Jung me deja en el último escalón—. Disculpa, casi me desmayo.
—Tranquila, solo fue un golpecito. —La calidez con la que habla logra sorprenderme—. Traje toallitas, también pastillas de todo tipo, compré de todo un poco.
—¿Te la pasaste afuera comprando?
—Algo así.
Suelto una pequeña risa y me cubro rápido la boca. Por un momento puedo ver un dejo de sonrisa de su parte, pero pronto desaparece al mirar un poco encima mío. Seguro que Jung está actuando como un celoso de nuevo y le está haciendo una competencia de mirada coreana rara. Le doy un codazo y después tomo la bolsa que tiene en manos Morgan.
—Gracias, aunque espero que no hayas comprado cualquier cosa.
—No sé mucho de mujeres.
—Oh, no, eso se nota.
Alza las cejas y después me da la espalda, noto que está por irse de nuevo a su habitación y me parece extraño que justo se detenga. Se gira como con duda y después me mira durante unos segundos con los ojos perdidos, casi a punto de decirme algo realmente, una cosa que no puedo descifrar. Pero sus palabras al parecer cambian de último momento.
—Supongo que no vas a salir durante esta semana.
Entra rápido a su habitación y yo paso a ver con una ceja alzada a Jung, quien me hace un gesto con la barbilla para que revise la bolsa. Eso hago y lo primero que saco son... toallitas nocturnas, las extremadamente grandes. Respiro profundo y aprieto los labios. Si me enojo, más me va a doler.
Pero si grito no.
—¡Morgan, maldita sea!
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