Capítulo 12

Samita Jaziri

Pasan los días y yo sigo mi rutina. Todavía no he hablado con Úrsula y ya estamos a sábado, pero tampoco veo la necesidad, porque ella debe estar ocupada y yo no fui llamada para la sesión de fotos; tampoco es como si gastaran dinero libremente en mí, ya que cada sesión me pagan un salario que se podría interpretar muy alto, con el que me puedo dar mis lujos durante el mes. Pero tampoco vi a Jung, solo hablamos por chat y llamada a veces —él no sabe dónde queda mi trabajo en el restaurante, de lo contrario iría a buscarme todas las noches—. Solo me he cruzado con Iris y "Miss Moon"; esa última mujer es muy peculiar y no porque justo compremos en el mismo mini market, sino porque... no lo sé, algo tiene de raro, pero no me gusta obsesionarme con la gente.

Hoy es un buen sábado libre, donde me estoy acostumbrado a vivir con dos varones de buena higiene y limpios. Aunque tienen su carácter al que me debo de acostumbrar —porque, lamentablemente, ya no conozco a este Morgan—. Gabrielle ayer volvió cansado del trabajo y no habló con ninguno, se encerró en su habitación y solo pude verlo al caer la noche. Me enteré que le gusta comer en su habitación cuando está frustrado, y a altas horas. Además, jamás trata de ser grosero, solo aclara que no está con ánimos para hablar y todo es tranquilo.

Me levanto con paz de la cama de Gabrielle, ya que él siempre se levanta un poco más temprano y me permite acostarme ahí. Son las diez de la mañana y el sol está otra vez golpeándome el rostro... Qué desastre. Odio eso de despertar.

—Qué bonita —escucho ese comentario y me sobresalto. No había sentido la presencia de Gabrielle y eso que es su lugar.

—Vaya saludo de mañana —me burlo y me paro para estirar.

Pero algo se siente raro cuando Gabrielle deja esa expresión agradable suya y pasa a ver su cama con un gesto notorio de disgusto. Me rasco un poco el cuello... Ya se la voy a tender, ¿qué le pasa?

—Ya la tiendo —digo con seguridad, pero él pasa a mirarme a mí y niega con la cabeza.

—Mira tú la cama.

—Vaya, Gabrielle, te pones de bastante mal humor...

Me quedo muda cuando me doy la vuelta y veo una mancha rojiza. No muy grande, pero sí que abarca una parte notoria. Ahora no quiero girarme a verlo. Me estoy muriendo de la vergüenza. Mi periodo es irregular y supongo que no estuve prediciendo mi cuerpo. ¡Si yo no duermo tanto! Dios... Esto ya no debería ser un tabú, pero ni siquiera conozco bien a Gabrielle como para que me pase esto.

Me tapo con ambas manos el trasero, sabiendo que en el pantalón debe estar peor, y finalmente siento que está fluyendo la menstruación. ¿Y por qué me agarra tan tranquila? Qué traicionera.

—Dios, Gabrielle, no tenía ni idea, en serio —murmuro, girándome a verlo. Dios, esto es muy incómodo.

—Morgan va a hacer las compras, le voy a pedir que te compre unas toallitas.

—Gracias —murmuro pasando por su lado—. Ya lavo eso. Sé quitar la mancha, tranquilo.

Lo escucho soltando una breve risita y eso me hace sentir mucho peor. Maldito hombre atractivo. Ojalá esto no me hubiera pasado delante de él, sino delante de Morgan, que no sería una novedad. La tercera vez que tuve la menstruación fue en clases, cuando estábamos riéndonos sin parar y manché toda la silla. Me quería morir, pero él se apresuró a limpiarla y a fingir que estaba lastimado. En ese momento, los chicos eran tontos y se reían de un tema como ese, así que él me quiso proteger. Ahora seguro que no siente ni la mínima intención de ayudarme con la vergüenza.

Total, ya no somos nada.

Siempre tengo de emergencia cuatro toallitas, pero no supuse que tendría que ir a comprar más, así que para este primer día me va a bastar. Además, a la noche voy a salir con mis compañeros de trabajo a un bar cercano a celebrar el cumpleaños de Hyung, uno de los chicos más simpático. Supongo que Morgan va a traer las de bragas. Son las más comunes.

Cuando termino de cambiarme y colocarme una, voy rápido hacia la habitación de Gabrielle y agarro la sábana junto a la cubierta del colchón. Por suerte no pasó para el colchón.

—¿Te ayudo?

—¿No tendrías que estar trabajando? —pregunto con cierta incomodidad.

—Hoy es sábado. No trabajo.

—Ah... Claro.

Dios, me lo quise sacar de encima y no pude. Qué horror... Me siento una nena intentando evitarlo a la hora de llevar esto y sentir que de repente él lo toma entre sus manos.

—Te ayudo —asegura, esta vez sin pregunta.

—No soy una princesa en apuros, Gabrielle —murmuro y él me mira con la ceja enarcada—. ¡Ey, solo estoy menstruando, no es nada excepcional!

—Estás un poquito sensible.

Me quiero morir aquí mismo, este hombre me está humillando y... Dios, ahora siento mi celular vibrando sin control. He cometido errores muy estúpidos estando enamorada y uno de ellos es organizar mis horarios con los de Jung, incluidos los de mi menstruación. Lo peor de todo es que aún ninguno de los dos borramos las apps donde indicamos nuestras diferentes actividades y yo hace unos segundos tecleé que estaba menstruando. Seguro debe sentir un alivio tremendo, porque hacía como dos meses que no había señal de esto.

—¿Es el trabajo? —pregunta Gabrielle mientras lo sigo para el jardín y prendo el celular.

—Peor, es mi ex.

—¿Qué? ¡Ah! Espera, ¿tienes la app esa para organizar tus actividades con tu pareja? —escucho de nuevo cómo se empieza a reír y mi rostro vuelve a tornarse rojo.

¿Por qué sabe de esa app? Pensé que solo éramos menos de 1.000 los que la descargamos. Aparte lo hizo un desconocido completo, una app media pirata que se encuentra por la web. Es muy raro.

—¿Y qué tanto sabes de eso? —pregunto molesta, justo llegando al jardín, donde está el balde grande que Gabrielle carga con agua fría; hay un lavarropa muy chico para cosas como sábanas y frazadas.

—Pues... comparto esa app con alguien.

—¿Tienes novia?

Se gira a mirarme durante unos breves segundos, como si no pudiera creer lo que le pregunto, y después niega con la cabeza. Claro, es muy coqueto para eso. Sería una lástima que tuviera novia. Tanto para mí como para ella.

Ignoro los mensajes de Jung, dejando el celular en una mesita de vidrio cercana, y lavando las sábanas, siendo salpicada apropósito por este chico y recibiendo lo mismo de mi parte. Me hace sentir no tan tonta cuando actúa así.

Aunque me recuerda enormemente a Brandon, con esa sonrisita cuando juega así, como si nada le importara realmente.

Y quizás me le quedo mirando por mucho tiempo, porque pasa a apuntarme con la manguera. Está bien que hace calor, pero el agua está helada y me hace caer para atrás mientras me cubro con los brazos.

—¡Basta, ganaste, dejo de mirarte! —digo con un tono alto y él deja de apuntarme mientras sigue riéndose.

—Maldita mujer que se aprovecha de mi amabilidad. No vuelvas a mirarme con esos ojos impuros.

—¿De qué diálogo sacaste esa frase? —digo volviendo a sentarme a su lado, sintiendo mi ropa muy más pesada. Detesto esta sensación.

—De... No sé, a veces hago teatro por radio. Es lindo ver las obras de mis seguidores.

—Cierto que vivo con un famoso.

—Famoso de multitareas dentro de su área. Famoso agotado —murmura, pasando a llenar la tela de agua oxigenada... ¿No podría solo echarle vinagre?

—Tan agotado que gastas el agua oxigenada en esto.

—Nunca creí que el jugo de limón fuera más eficaz. Siempre hice esto.

—Cómo se nota cuando un hombre está criado por mujeres.

—Convivir con un demonio como mi hermana que me hacía lavarle todas las cosas, no era fácil.

Me río ante esa mención. Bil no lavaría ni un calzón por mí. Lamentablemente es un poco machista en las cuestiones del hogar y aún más con temas como estos. Pero supongo que también debe ser porque nuestro padre lo saca mucho a pasear; ese hombre no deja que Bilal se termine de ajustar a mamá con su mentalidad abierta —dejando de lado el hecho de que no cree que pueda vivir sin un novio—.

Suspiro ante ese pensamiento mientras extendemos la sábana por el pasto seco. A este paso, se va a secar en solo unos minutos. El sol está muy fuerte y yo aún no me puse nada de protector solar.

—¿Te molesta mucho tu ex? —pregunta, sorprendiéndome por la cercanía que tenemos de repente.

—No... No puntualmente. Estaba pensando en otra cosa. ¿Por qué sacas el tema de Jung?

—Pues, parece que vive detrás de ti y que yo sepa no lo tenemos de vecino.

Entiendo a lo que hace referencia y por eso me alejo un poco de él. No tengo ninguna intención de compartir lo que es de mi relación con Gabrielle. Apenas lo entendería. Además, dudo que decirle algo simpático de Jung me ayude a ganar puntos con él... ¿Qué estoy pensando? Soy un desastre, seguro que todo es culpa de la menstruación que me hace pensar así.

—Sam, solo pienso que tendrías que ponerle un "alto".

—No está interfiriendo en sus vidas.

—¿Y yo cómo sé que no va a aparecer de la nada aquí, queriendo interrogar a Morgan o enojándose por las discusiones que ustedes tengan?

Esa pregunta totalmente indiscreta me sorprende cuando estaba por volver a entrar a la casa. Le doy la espalda, aún sintiendo que está a unos pasos de mí y que cada vez se acerca más. No sé con qué intención me dice esto ni cuánto sabe de lo que pasó con Morgan. Pero es sorprendente cómo su tono puede volverse tan serio de un momento para otro y aún más cuando me pone la mano en el hombro.

Para mi sorpresa, no lo detengo, solo acepto que la deje ahí, al menos hasta que cobro consciencia y me doy la vuelta, golpeando suavemente su mano. Me lo encuentro delante de mí. Es alto, no mucho, pero lo suficiente para que tenga que desafiarlo con la mirada de una forma casi patética estando así, mojada por el agua fría, hecha un desastre.

—No va a aparecer aquí, Gabrielle.

—Solo pienso que quizás está obsesionado contigo y...

—Disculpa, ¿y tú qué sabes de gente obsesionada?

—Samita, solo quiero que tengas cuidado, no sabes qué tan peligrosos son algunos hombres...

—¿Y por qué me tratas así, Gabrielle, queriéndome proteger? Honestamente me da un poco de miedo que un tipo que apenas conozco intente advertirme sobre hombres.

—Porque ya he visto hombres como Jung. ¿No te parece raro que te llame todo el tiempo, que pregunte por ti, que a veces pase por la casa? Espera, ¿no ves que a veces pasa por aquí?

Me quedo de nuevo sin palabras. Suena honesto, pero nunca lo vi pasando por aquí. Es decir, no le pedí que me llevara a ningún lugar ni nada de eso. No creo que él venga por aquí como si nada, que de repente quiera asustar a nadie.

Aprieto un poco mi puño. Obviamente debería creerle primero a Jung, pero este chico está diciendo cosas que son muy raras y convive conmigo. ¿Qué ganaría Gabrielle provocando una pelea conmigo? No lo entiendo, en serio. Y me marea un poco. Me hace sentir mal que diga cosas como esas.

—Samita, si necesitas ayuda...

—¡No necesito ayuda! —grito, causando que frunza el ceño, como si no me entendiera—. No te creo. No creo nada de lo que me digas. Así que basta. Deja de decir esas cosas. Me haces sentir incómoda.

Suelto todo de forma impulsiva, como estoy acostumbrada a ser, y paso rápido por la casa, dejando de lado la idea de almorzar y metiéndome rápido a mi habitación, a pesar de que me muero de calor. 

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