Capítulo 4
Christopher despierta con el corazón en la boca.
Estaba soñando con ella, con su querida Mary Antal, con esa hermosa sonrisa burlona que mostraba cuando aún ni siquiera entraban en confianza.
Un dolor en el pecho le aturdió al darse cuenta de la oscuridad y la soledad de su piel ante esa falta de tacto.
Busca la sábana, la sábana que él estaba usando, pero al no encontrarla da vueltas por la cama, se levanta, piensa en formas de ir hacia ella, de encontrarla. La ansiedad lo carcome. La maldita guerra lo persigue.
Comienza a respirar por la boca de una forma tan brusca que despierta su compañero.
—¿Qué demonios sucede contigo, Christopher? —pregunta, encendiendo una vela de gas que no sabe de dónde ha conseguido. Pero tampoco importa en ese momento.
—Voy a trabajar. Tengo que ir a trabajar.
—Ni lo pienses.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Es de madrugada, tiempo lluvioso, nadie te quiere trabajando.
—Mejor si madrugo.
—Llevas tres días en cama, hombre. Por la mañana te mando a trabajar de algo, pero ahora te acuestas y te duermes.
—No eres nadie para darme órdenes.
Antes de que pueda dar un paso fuera de la habitación, la figura imponente de Fred lo alcanza. Lo toma de la muñecas y lo encierra contra la pared. Sus ojeras son notorias. Él tampoco puede dormir. Puede que hayan compartido sueños, que hayan pasado por algo similar. Y quizás nunca lo sepa a juzgar de la furia que carga aquel.
—Mira... ¡Mírame, bastardo!
Su grito le pone los pelos de punta. Está algo adormilado aún.
—Te vas a dormir o te voy a dejar inconsciente, ¿bien? Estuve tres días deseando que no te mueras en mi cama y ahora vienes a decir que quieres trabajar. Puedes matarte luego de esto ¿sí? Pero cuando tengas una visión más amplia que la de un enfermo. ¿Oíste?
No responde y un segundo grito pronunciando esa pregunta lo hace asentir lentamente, solo deseando que lo suelte y que su mirada rebosante de odio se disipe. Pero desde que tiene consciencia de hechos posteriores a la guerra Fred se ha vuelto así: un tipo de ira desmedida.
Un loco traumado que duerme con sangre, sueña con sangre y puede llegar a morir sin sangre, de tanto haberla gastado en pequeñeces.
Y a pesar de toda la amenaza, Christopher no puede dormir. Escucha los ruidos del afuera, de los bichos chocando contra la ventana, de algo caminando en el bosque, de pájaros empezando a amanecer e incluso los ronquidos molestos de Fred. Es como un perro durmiendo.
Solo puede pensar en algo puntual: Mary Antal. Usualmente no recuerda sus sueños, así que supone que se trata de un recuerdo junto a ella, algo muy valioso para su triste ser que ha empezado a olvidar con tal de resguardarlo del trauma doloroso de vivir tras la guerra.
Pero sus pensamientos se ven interrumpidos con el sol que empieza a salir y el gran bostezo de Fred. No es exactamente un gran bostezo, sino que más bien la forma exagerada en la que se abre su boca y cómo alarga el bostezo mientras se estira lo molesta.
—Nuevo día, nuevo dolor de trasero.
Se da la vuelta y revisa la temperatura de Christopher. Su mano está un poco más caliente, pero eso no influye para que él haga un gesto de confusión.
—Supongo que solo te refriaste. Hoy quédate aquí porque yo saldré a buscar trabajo y quiero que alguien me prepare la comida.
—Bien.
—Promete no intoxicarme.
—No prometo nada.
Hace un gesto con la mano, como bajándole importancia, y sale de la casa, ya con la ropa de "trabajo", si es que busca algún trabajo muy informal y pobretón.
Christopher se siente más libre lejos de ese gruñón. Siente que todo el tiempo le pone la mirada encima como un niño pequeño y la verdad es un poco denso.
Toma su maleta, un poco aburrido por tener esa casa para sí solo, y busca entre sus pocas cosas algo. Algo que le haga tener recuerdos. Pero solo hay unas pequeñeces que se llevó de la casa de sus padres, la cual fue saqueada y destruida. Supone que toda la familia se suicidó tras la guerra o por caer en banca rota. Al menos sabe que la empresa de fiambres ya no existe.
No sabe por qué tomó el peluche de oso miniatura que guardaba su hermano Benno, pero por alguna razón le trae calma.
Su familia estuvo llena de desamor, al menos hacia él. Su padre parecía odiarlo, su madre no lo quería ni tener cerca y se repugnaba por cómo crecía como alguien tan "débil", y sus hermanos mayores no eran mucho mejores. Uno intentó, durante años, que se mate y el otro se descargaba con él. Pero Benno, el hermano del medio, a pesar de su tibieza, siempre estuvo para consolarlo y mostrarle el lado bueno de la vida.
En una familia de fuertes, solo Benno y él se entendían... Pero apenas sí lo recuerda, por lo que el cariño hacia su hermano no existe. Le encantaría quererlo porque fue el único que se preocupó de escribirle hasta 1917, animándolo con anécdotas chistosas de la familia; solo que no puede. Su capacidad de sentir está seriamente afectada.
—Como si no fuera humano. ¿Qué es menos humano que no sentir cariño? —se pregunta como si fuera la filosofía de la vida y luego deja el peluche en su mesa de luz, rogando sentir algo hacia su sufriente hermano.
● ● ●
Cuando Fred vuelve por la media noche, agotado y sin trabajo, lo recibe con knodel de papa con lo poco de harina que había y una salsa hecha por él mismo. No es la mejor comida, pero es lo que tienen.
Le sirve el plato tal como un amo de casa y deja satisfecho a Fred con su primer bocado. Su rostro demacrado pasa a estar ligeramente contento. Pero debido a su orgullo, no le muestra mucho esta faceta suya y dice que "son comestibles al menos".
Christopher sabe valorar su comida y la disfruta como si fuera la última.
A pesar de la buena comida, hay algo que distrae y pone histérico a Fred mientras come. Hay un mal olor que inunda toda la casa. No solo hace falta algún perfume para el hogar, sino que además alguien ya se debería bañar. Y no es él.
Mira a su compañero inexpresivo durante unos minutos tras terminar la comida y da su "agradable" forma de llevarlo a bañarse.
—Es un buen momento para ir al arroyo, ¿no crees?
—Claro, ve.
—Es cálida el agua allí y quita un poco el olor a mierda.
—Sí, la verdad es que apestas a mierda, gracias por darte cuenta —contesta con completa honestidad.
Fred está a nada de romperle la cabeza contra la mesa.
—¡El imbécil que apesta a mierda eres tú, por eso mismo te estoy diciendo de ir al maldito arroyo, porque no te bañas hace siete días!
—Agradece que no seguimos en guerra, de lo contrario pasaría tres meses sin bañarme —responde con completa vagancia—. Y fueron seis, no siete.
—No es un pedido, vienes conmigo y te voy a quitar todo ese olor a transpiración.
Ante la situación exhaustante, Fred toma de los brazos a Christopher, intentando inmovilizarlo y llevárselo lo más rápido posible. Le da lo mismo si sabe o no nadar, necesita que se remoje un poco y que deje de transmitir ese olor tan desagradable.
Y aunque es sencillo alzarlo, no es nada fácil inmovilizarlo, porque él parece seriamente desesperado por ser soltado, de tal forma que da patadas por doquier y se esfuerza por tirarse hacia adelante, aún sabiendo que por sus diferencias de pesos no logrará mucho. Consigue su objetivo de escapar de ese agarre cuando finalmente le da una patada en la entrepierna y Fred emite un quejido que lo deja completamente debilitado.
Se agacha y presiona contra sus partes como un acto reflejo y cuando alza la vista, lleno de odio, nota algo. Hay un sentimiento en Christopher. Algo lo invadió y no por estar enfermo.
Y ese algo es el miedo. Hay una neblina en sus ojos, una expresión de niño asustado, intentando sobrevivir a un ataque o insulto. Parece que no se lo estaba tomando como un soldado.
Tonto de él por creer que Christopher debía de seguir actuando como un soldado siendo solo un joven de 21 años que aún no termina de entender el mundo.
—Si alguien te dice que lo sueltes, lo sueltas, maldito imbécil —reacciona intentando ocultar su miedo con ira.
Pero tiembla. Tiembla como un niño, como si el frío entrara por la ventana y lo hiciera cenizas.
Hay recuerdos revoloteando en su cabeza, recuerdos de sus hermanos mayores, de Henrich asustándolo con perros gigantesco y de Vincens hartándole la paciencia con sus insistencias de suicidio.
Siente el miedo de tal manera que se refugia en un abrazo propio y, por primera vez, Fred siente un poco de pena por él. Pero no se atreve ni a hablarle. Solo se marcha hacia el arroyo, pensando que calmará su ira.
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