Capítulo 3
Christopher despierta con la respiración agitada en medio de una pesadilla. Todos gritaban y a su alrededor las personas ardían como árboles quemados, pero no se movían.
Es tal el susto que lo despierta, que se enrienda entre las sabanas que hay en el suelo e intenta conservar la calma, pensar en algo bueno. “Vida” “No hay un más allá, solo hay vida” se repite en la cabeza, temeroso de la muerte que lo acecha cada vez que cierra los ojos.
Siente una figura moverse a su lado. De inmediato se aleja, inseguro de quién se pueda tratar. Pero no tarda en darse cuenta que es Fred, su compañero. Él le toma del brazo y su única reacción es permanecer helado, sin poder hablar.
—Ey, cálmate… Mierda, estás transpirado. Además, ¿qué haces con esas sábanas mugrientas encima?
Le intenta quitar las sábanas de encima, pero él insiste en quedárselas. Las aprieta entre sus manos y no deja de hacer fuerzas hasta que simplemente sus manos caen.
—Eres terco, hombre. Esas sábanas están plagadas, ¿qué digo? Plagadísimas de piojos, cucarachas y cualquier bicho raro. Ya veo que estás así por los piojos.
—Esta no es la reacción normal por piojos —logra murmurar mientras se aprieta la sien.
—Sí, bueno, lo que digas.
Fred se levanta solo para llevarse la sábana y tirarla al patio, donde tiene esperanza de que las termitas se la coman junto a las pestes que lleva encima. Y antes de volver a acostarse, inspecciona la cama, levantando a duras fuerzas a su compañero. Mata a dos cucarachas y se alivia que no haya más de dónde salió eso.
Luego de eso, ayuda a Christopher a acostarse y posa su mano sobre la frente de aquel. Hace un gesto de preocupación al notar la alta temperatura.
—Escucha, efecto de los piojos o no, estás hirviendo. Intenta dormir… Yo veré qué hago mañana, pero ahora no me queda nada, absolutamente nada. No quiero forzar tu cuerpo.
Y, por primera vez en mucho tiempo, Fred demuestra una ligera expresión de lástima, casi tristeza. Pero por el recuerdo de su madre, sumida en la miseria, temblando del frío sin que él encuentre una forma de disminuir su fiebre. Aún puede imaginársela como ese hombre: seria, intentando esconder todo el dolor que la aborda.
Mierda, odia conocerlo. Odia conocer a ese tipo. Lo odia. Pero más odia que su destino con él es casi inevitable, que desde que Christopher conoció a Mary Antal marcó todo para sí.
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