Capítulo 1
Tras una pasada casi eterna en la enfermería, dos muchachos caminan con el peso de sus mochilas hacia la dirección que tienen marcada en un mapa apenas dibujado de un bosque.
Fred camina con apresuro, está desesperado por desempacar todo y acostarse a dormir por largos momentos. Mientras que Christopher, está lo suficientemente concentrado en no hacer ruido para que el otro no se moleste por su presencia. Pero en cuanto más esfuerzo le pone a algo, peor le sale.
El compañero que está adelante, se da la vuelta casi de forma automática y lo mira con los ojos hechos una furia. “¿Qué haces tú aquí?” pregunta con la cara, para luego formularlo en palabras más grotescas.
—¡No sé por qué mierda estás aquí, imbécil!
—No me gruñas de esa forma, pareces un perro rabioso —responde con la mayor neutralidad posible—. Esa casa —Señala a algún lugar remoto— también me pertenece.
—Sí, vamos, ¿y los papeles?
En cuanto saca de su mochila unos papeles que verifican que son iguales a los de él, no puede evitar refunfuñar.
—¿Y por qué el principito se compraría una casa como esa?
—Lo mismo te podría preguntar a ti.
Prefiere callarse antes de seguir discutiendo con ese hombre, que a su visión solo está para molestarlo, como todo el mundo ruidoso que los rodea. Además, tampoco es como si se pudiera costear algo mucho más caro de lo que ya tiene.
—Maldita bruja estafadora —murmulla por aquella señora que les vendió la misma casa.
Mientras él camina con completa calma, retrasándose por todos los detalles del bosque en el que se encuentra, Christopher toma la delantera, saltando de un lugar al otro con una cantidad de energía inimaginable en alguien tan frío.
Para cuando finalmente llega a la casucha fea y vieja, Christopher ya la ha recorrido toda. Incluso se ve un poco cansado y desilusionado. A pesar de que la casa de madera parece bastante antigua, no cuenta ninguna historia de la que él se pueda llegar a interesar.
Se toma su tiempo en ese espacio demasiado raro. Tiene un foco de luz gastado en la cocina y en uno de los pocos muebles hay velas, pero nada de encendedor. El lugar es completamente marrón, tanto que parece alguna clase de pesadilla. Incluso es muy chico para ellos dos, ya que cuenta con un espacio limitado en la cocina y en la única habitación más allá del baño.
La cocina es también sala de estar y comedor. Lo único de lo que no se puede quejar es del baño, que es horrible pero mínimo tiene un inodoro en condiciones de ser limpiado y un espejito, por si acaso. La ducha es algo que claramente no estaba en el contrato mentiroso de esa señora.
Y, por último, la habitación es turbia, casi asfixiante. Por suerte hay un colchón usado y una sábana que podría traer infecciones, pero no más de las que Fred ya está acostumbrado. Solo por si acaso la quita y las tira hacia afuera. Luego hay una ventana cerrada que le cuesta mucho destrabarla, casi veinte minutos ante su terquedad por pedir ayuda.
Cuando sale de la casa, Chris lo mira con aburrimiento y eso termina de arruinar su día.
—Bien, esto es una mierda, así que dime a qué te dedicabas antes de toda esta mierda.
—Estaba preparándome para ser contador en la empresa de mi padre.
—¿Cómo no me lo esperé? Si se nota que eres un manco bueno para nada.
—Bueno, este manco te salvó la vida varias veces en el campo de batalla.
—¿Y eso a quién le importa? Si ni nos premian por nuestro esfuerzo en una guerra perdida, estúpido.
Incluso si esas son palabras dolorosas para cualquier militar alemán, Christopher ni se inmuta y parece no caer en que debería pasarla mal por lo sucedido. Por esta misma razón, Fred, sin ganas de hacer el trabajo duro, le entrega el martillo que lleva consigo, para conmemorar su trabajo del albañil.
—Repara las maderas atrofiadas, que hay varias. Suerte con eso.
Y sabe que Christopher no tiene ningún tipo de experiencia, pero eso no le impide marcharse, ofuscado por la presencia de una persona tan indeseada.
Odia su pasado. Ya la guerra ha terminado. Todos están de nuevo en casa, incluso los muertos. Así que no quiere tener que conmemorar con rostros antiguos la gran masacre vivida.
Tiene fe en que ese tipo deje de acecharlo y se largue de una vez por todas cuando compruebe que es imposible vivir con él. Pero poco conoce Fred de la gran resiliencia que tiene Chris luego de todo lo que ha vivido.
Fred camina con calma, sumergiéndose en otro caminito del bosque, trazado con algunas piedras que están un poco desparramadas. ¿Alguna vez siguieron el camino como se debe? Quizás nunca lo sepa. Le gusta imaginar que alguna vez este lugar desterrado de animales, estaba muy recurrido por ellos hace solo unos cien años atrás, antes de que las industrias empezaran a arruinarlo todo en la ciudad con ese humo tedioso y todas las vías posibles de contaminar.
Cuanto más sigue el camino, mejor logra escuchar el ruido de algunos pájaros irreconocibles a simple vista y el agua fluir. El agua la siente en la yema de los dedos, como si hubiera esperado mucho tiempo por encontrársela y cuando al fin la halla, lo considera serendipia.
Oh, sí, es una completa serendipia.
Un arroyo cruza entre dos caminos separados. Uno en el que está Fred y otro que no sabe a dónde lo llevará. Pero eso solo le causa una felicidad mayor. Ama la naturaleza y el sonido del agua.
Recordando lo que ha aprendido de libros sobre la naturaleza, puede notar la presencia de algunos peces como el esturión o el salmón. Pero lo que más llama su atención es la idea de encontrarse con algunos mamíferos, quizás, muy quizás, nutrias.
Sí, sería un sueño encontrarse con una nutria por aquí cerca.
Está tan distraído en su mundo que para cuando eleva la mirada, lejos del agua casi trasparente que pasa entre las rocas, se encuentra con una chica del otro lado. Eso lo asusta, más por la baja socialización que ha tenido en todo este tiempo que por ver a una mujer.
—¿Hola? El sol me está bloqueando la vista, pero he visto a alguien ahí.
Aprovechando la ceguedad temporal que tiene la muchacha, intenta huir lo más rápido posible. Se da la vuelta y piensa en marcharse de una vez por todas, en no volver a cruzársela… Pero no sabe por qué, se frena antes de dar la última pisada.
—Eh, te escuché. A ver, algo te veo. Somos vecinos, ¿sabes? No si se lo consideras una buena o mala noticia.
—Mala.
—Pues lo siento, no era mi intención llegar aquí para molestarte. Pero sería bueno para mí tener a un hombre como amigo, ya sabes, soy una mujer solitaria en esta zona.
—¿Y por qué me dices eso?
—Porque eres la única persona que veo en un tiempo.
Sintiéndose apenado por la idea de dejarla sola, se da la vuelta y la observa desde su lugar. Es una mujer con vestido blanco casi traslúcido de baja estatura y caderas anchas. No sabe si pensar en ella como gorda, pero sus caderas son anchas. Y su rostro, cuando se ilumina por el sol, se ve bonito, casi angelical a juzgar la redondez e inocencia de este.
Se queda un rato pasmado debido a su belleza extraña, aquella que no se ve en la ciudad.
—¿Nos podemos dar los nombres? Bueno, de todas formas te diré el mío. Soy Elba Clark.
—Fred Wagner…
—Un gusto, Fred.
—Sí… ¿De dónde eres?
—Alemania como tú, ¿no?
—Tu apellido es todo menos alemán.
—Sí, puede ser, pero yo vengo de aquí.
Fred duda un momento. Se siente un poco disgustado. Está pensando mal las cosas porque ese apellido no le trae buenos recuerdos, menos por las veces que lo ha escuchado en el campo de batalla… Pero sabe que no puede enojarse con una mujer inofensiva.
Por esa misma razón se da media vuelta y se despide con un gesto de mano. Ya para cuando está volviendo por su camino, escucha su voz.
—¿Nos volveremos a ver, Fred?
—Supongo.
—Eh, ¿puedes volver mañana por la tarde? O ¿dentro de una semana cuando caiga el sol? Ya sabes, por si necesitas tu espacio.
—Veré. No te confirmo nada.
—Está bien, solo haz el intento. Adiós.
Fred vuelve un poco atareado, pensando en esa conversación y repitiéndola una y otra vez. Su último contacto con un humano fue en el hospital y solo se encargaba de dar breves charlas con las personas de allí. Nunca había estado más de cinco minutos hablando con alguien y eso lo sorprende mucho.
Si pudiera considerar a Christopher como un humano, probablemente diría que ha hablado por mucho tiempo con él, pero no lo puede considerar de esa forma ante sus ojos insanos.
Para cuando vuelve a la casa, luego de casi una hora, no le sorprende en lo absoluto ver a su compañero con una madera salida y los clavos a su alrededor. Su mano está ensangrentada y parece sin decidirse si seguir o dejarlo hasta ahí. Pero el muy terco sigue.
Tiene que ir Fred a frenarlo, intentado contener los insultos. Sería un sangre fría si lo dejara seguir lastimándose. No puede soportar ver a un aliado así, incluso si ya la guerra ha pasado hace rato.
—Inútil —masculla.
—Bueno, no sé nada de esto, pero podrías enseñarme.
—Me ahorro el estrés.
Le quita de encima el martillo y busca en la mochila de su compañero algún indicio de gasa o medicina urbana. Pero nada. Absolutamente nada. Solo hay comida y alguna que otra cosa estúpida. Genial, este hombre no carga ni con dinero encima.
Lo mira, lleno de furia por su falta de utilidades y él, como comprendiéndolo, le responde: ahora soy tan pobre como tú. Y solo porque está cansado de molestarse hoy, le cree.
Fred le aconseja que retenga la herida abierta con su remera militar hasta llegar al arroyo, rogando porque no se encuentre Elba y tenga que presentarlos. Por el momento quiere que ella sea solo un secreto suyo, una persona que él únicamente conoce.
Y cuando llegan, Christopher no duda ni dos segundos en meter los pies al agua y estirarse para remojar la mano. Incluso alguien tan frío como él siente el dolor como algo cotidiano, casi enloquecedor. Lo puede notar en su expresión de alivio.
¿Cómo podrán vivir el uno con el otro?
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