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Ambos estaban frente al piano. Imp revisaba la partitura, intentando escribir una nueva letra que lograra ocultar todos aquellos pensamientos que lo atormentaban desde hacía tiempo. En un momento dado, su cabeza parecía explotar en una llamarada de fuego mientras la estrellaba contra las teclas del piano en un arrebato de pura frustración, haciendo que estas resonaran de forma estrepitosa.
Habían pasado... horas. Horas del mismo ciclo: tocaban un poco el piano juntos, Imp se bloqueaba, intentaba escribir algo, se frustraba y volvía a golpear la cabeza contra el piano.
Bob lo observaba desde su asiento, algo confuso. El Imp de antes se habría conformado con una primera versión mediocre mientras presumía de ser el mejor. Pero este... este estaba buscando algo perfecto.
—A lo mejor lo que necesitas es inspiración —sugirió el conejo con tranquilidad mientras se acomodaba en su asiento, acercándose más a él en el estrecho taburete.
Imp movió levemente la cabeza para mirarle. Desde su perspectiva, Bob se veía tan... por encima de él. Aquellos rasgos simples lo hacían desearle aún más. Bob no era extravagante ni exagerado: un conejo negro de ojos cansados, orejas medianas hacia arriba y un carácter tan meticuloso como práctico. Era lo opuesto a él. Bob siempre tenía la mente clara; Imp, en cambio, era un caos.
—¿Qué tal...? —comenzó a pensar Bob en voz alta, echando un vistazo al cuarto como si buscara algo diabólico que pudiera inspirar al demonio—. ¿Qué tal si hacemos algo malo, malísimo, para inspirarte? Algo como... no sé, liberar un ejército de sapos en algún bosque y que arruinen el ecosistema.
Su tono era nervioso, como si ni él mismo creyera que funcionaría. Después de todo, Bob nunca había sido bueno pensando en cosas así. Era su primer intento.
Imp no respondió. Simplemente volvió a estrellar la cabeza contra el piano, provocando otra pequeña llamarada.
—¿Y si...? —Bob empezó a balbucear, buscando algo en las paredes repletas de símbolos demoníacos y amuletos colgados aquí y allá—. ¿Y si vamos al bosque? Dicen que por allí hay un amuleto malísimo que concede poderes... basados en el mal.
—¿Basados en el mal? ¿Qué tanto mal? —preguntó el pequeño demonio, levantando la cabeza con un ligero interés.
—Mucho mal. Tanto como... no sé, el que se cuela en una fila y te roba el último trozo del postre que querías. O el que cambia la sal por azúcar.
Ese siempre había sido el concepto de mal para Imp: lo más simple, lo más ridículo. Planes pequeños que eran casi una broma. Pero ahora... esa mentira de Bob no coló.
—Pues no parece tan poderoso. Sería una pérdida de tiempo.
Al ver la cara de incredulidad de Bob, con el ceño fruncido, Imp negó rápidamente con la cabeza, intentando ocultar su desinterés. Sabía que le estaban timando, pero no podía descifrar exactamente cómo. Eso de tener más conciencia lo estaba agotando... aunque también le permitía adaptarse a Bob, evitar que frunciera el ceño de esa manera.
—Hombre, si ya puedo hacer eso —bromeó el demonio, adoptando un tono petulante—. Hablas con el que escupe a las ancianas, tira niños por las escaleras y cena cabezas cercenadas. Ese estúpido amuleto...
Ambos se quedaron mirándose en un silencio incómodo, como si el tiempo se hubiese detenido. Pero Imp no pudo seguir ocultándose. De repente, se levantó y miró a su "amigo" desde arriba.
—Venga, si esa baratija te hace ilusión, vamos a por ella. A lo mejor así te haces tan malo, malísimo como yo y... —Su tono petulante vaciló un momento, y su voz, más grave y madura, marcó las palabras finales—. Y podrías unirte a mí.
La idea de que Bob se uniera a sus planes malvados sonaba a broma... pero también era tentadora. Malicia y amor, todo en uno.
El conejo iba a responder, pero su pata fue agarrada de golpe. Antes de darse cuenta, ya estaba siendo arrastrado por el demonio al grito de:
—¡Vamos a por ese amuleto!
La determinación y la terquedad estaban ahí, pero... también había algo más. Una parte más madura, más desarrollada. Imp lo llevaba con facilidad, cuando antes no era capaz ni de mover una caja. Y esos pasos... Bob observó cómo las huellas chamuscadas quedaban marcadas en el suelo con cada pisada. Sintió una sensación extraña al verlo. Desde esa perspectiva, notó que Imp parecía más alto. Tal vez era un superficial de mierda, pero... ¿cómo no sonrojarse por esos pequeños detalles?
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Ambos llegaron al bosque. Estaban en una llanura justo antes de una escalera de piedra. Todo estaba tranquilo, en calma, como siempre. No había nadie más allí aparte de ellos, el viento y las hojas de los árboles cayendo lentamente.
—Entonces, Bob, si encontrara ese amuleto, ¿tú... lo usarías? —preguntó Imp con cierto interés, aunque intentando sonar casual.
—¿Q-qué? No, no es para mí. Se supone que es para ti, tío. Tú eres el que va de chulo siendo malo. No está en mi interés...
—¿Ah, sí? ¿Y por qué no? Piénsalo un segundo. ¡Seríamos imparables juntos!
Imp tomó ambas manos del conejo entre las suyas, acariciando suavemente su pelaje con el pulgar.
—Si encontrara algo que te diera poderes, malvados o no, todo sería más fácil. Nadie te pasaría por encima. No necesitarías esos palos santos y los inciensos que ya me tienen hasta los cojones. Yo podría encargarme de mis planes y tú de los tuyos. Y...
En algún momento, Imp empezó a tambalearse en su discurso.
—...Sería bonito que pudieras unirte a mí. No como mi amigo ni como asistente, sino como mi...
Se detuvo de golpe, dándose cuenta de la cursilería que estaba a punto de soltar. Pero eso era lo que realmente quería. Era un ganar-ganar: tener a Bob a su lado mientras hacía la maldad para la que había sido creado.
—Es que eso de ser malo no es lo mío —respondió Bob, rascándose nerviosamente la nuca—. Yo simplemente soy tu criado y...
—¡Pero qué tonterías dices! —lo interrumpió Imp con un grito que sonó casi desesperado—. Bob, eres mucho más que mi criado. Eres mi amigo, mi compañero. Joder, lo que intento decir es que quiero que estés conmigo, a mi lado...
El conejo bajó las orejas, suspirando profundamente. Había leído muchas de las notas que alguna vez el demonio había dejado tiradas. En ellas se repetía su miedo constante a quedarse solo. Quizá era el momento de dejar de esconderse detrás de excusas.
Bob soltó las manos de Imp y caminó hacia el borde de un pequeño cañón cercano. Luego, con un gesto, lo invitó a sentarse junto a él. Confundido, Imp obedeció, quedándose en silencio mientras la oscuridad del horizonte, las estrellas y la luna brillante llenaban el espacio.
—Para empezar... no hay ningún amuleto. Solo lo dije para intentar inspirarte a escribir la canción. Me gustaba la letra original.
El demonio abrió la boca para protestar, pero ninguna palabra salió.
—Entonces... te gustó —murmuró finalmente, sin mirarle directamente.
Bob iba a tomar su mano, pero al ver cómo Imp comenzaba a arder en llamas, intentó calmar la situación:
—¡No quería incomodarte! Mira, lo que quería decir es que... tú también me gustas. Me gusta este nuevo tú y el anterior. Pero no creo que debas elegir entre una cosa y otra, ¿sabes?
El fuego se apagó lentamente mientras Imp agachaba la cabeza.
—Claro que tengo que elegir. Está mi misión, lo que se supone que debo hacer. No puedo pelear contra mi naturaleza. Pero tampoco quiero que te vayas. Tenerte a mi lado, románticamente o no, es demasiado importante. Eres importante. Eres el único amigo que tengo. Todos los demás con los que intenté algo no valieron la pena. Tú... tú me has aguantado todo este tiempo.
—No hace falta que expliques tanto ni que te compliques la vida —respondió Bob con suavidad, tomando el rostro de Imp entre sus manos para mirarle a los ojos—. Mira, si hasta tu padre y tu madre se aman. ¿No crees que eso también sería algo que ellos querrían para ti? Amar no te hace menos malvado, no te quita lo capullo. Después de todo, escribiste esa canción después de haber tenido tu mejor racha de maldad, ¿no? Amar no va a hacer que dejes de ser tú.
Esas palabras disiparon la tormenta interna de Imp. Sin pensarlo más, se inclinó para besarlo. Por primera vez, sintió un ligero aumento de ego: ser un poco más alto sí que tenía sus ventajas. Sin embargo, justo en ese momento, una gran llamarada surgió del círculo por el que solía aparecer su padre.
Ambos bajaron la vista, esperando que Boss apareciera. Pero en su lugar, una pequeña caja con dos anillos quedó en el suelo.
La vergüenza hizo que Imp estallara en llamas mientras gritaba con frustración. Bob, por su parte, recogió la caja, observando los anillos con un sonrojo que le cubría toda la cara. Miró a Imp y luego a las joyas, en silencio. Finalmente, se colocó uno de los anillos y tomó la mano de su compañero.
—Vamos a casa. Qué más da.
—¡Ha arruinado mi momento! —exclamó Imp en un berrinche infantil, agitándolo por los hombros—. ¡Iba a besarte, maldita sea!
Bob negó con la cabeza, soltando una leve carcajada.
—Tranquilo, hombre. Habrá más oportunidades. Relájate un poco.
Imp apagó el fuego a su alrededor y suspiró, notando el anillo que Bob ya llevaba puesto. Oh, mierda. Todo iba tan rápido... y no le molestaba en absoluto. Que se joda lo de ir despacio.
—¿Te has quedado en blanco? —se burló Bob con un tono coqueto—. ¿Quieres que te ponga yo el anillo o te lo puedes poner solito?
—Que no se te suban los humos, que yo puedo hacerlo perfectamente-- dijo mientras tomaba la pequeña cajita y se colocaba aquel anillo en su garra
Desde lo más profundo del inframundo, casi se podían escuchar las carcajadas de Boss.
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