Midnight Calls
Se exactamente lo que vas a hacer, se que llamarás a medianoche y como siempre contestaré el teléfono, te escucharé maldecir a la vida y gritarle al mundo que sales con un idiota —lo último no lo haces, pero, seamos honestos, él es un idiota— y después de que la garganta ya te duela y tus lágrimas se haya secado en tus mejillas, dirás esas palabras que odio escuchar.
Pero no te sientas culpable. No existe forma que tu sepas que esa frase me lastima, que para mi es una forma de matarme lentamente, más doloroso que morir de cualquier tipo de cáncer.
Soy consciente de que soy un cobarde, pero, no puedo arriesgarme a perderte. Prefiero verte de vez en cuando —mayormente a la medianoche, cuando tus ojos ya están rojos de tanto llorar—a no verte. Es mejor tenerte bajo el estúpido título de "mejor amiga" a que sólo seas una borroso recuerdo.
El teléfono suena y inconscientemente miro el reloj.
Medianoche.
¿Porqué eres tan coordinada?, ¿Es como que esperarás que el reloj marque las doce y llamarme?
No se sí sonreír porque esta será otra noche a tu lado o si salir corriendo a pegarle a ese imbécil por hacer llorar de nuevo.
Dime, Pequeña. ¿Qué tiene él?, ¿Porqué él y no yo?, dime, ¿Acaso él ha corrido a tu casa a la mitad de la noche sólo para desahogues tus penas sobre sus hombros?
Estoy seguro que no.
Amor, últimamente soy adicto a escribir sobre ti, hojas y más hojas guardadas en el fondo de mi armario, miles y miles de palabras que nunca tendré el coraje de decirte. Como ya he dicho, soy un cobarde.
No hay necesidad de contestar para saber que me dirás llorando que valla a tu casa y me escabulla por tu ventana.
Contesto la llamada de todas formas y puedo escuchar tu sollozos.
¿Porqué lloras por él, cuando podrías estar riéndote a mi lado?
—Voy en camino
Hoy te ahorraré la petición, de todas formas, ¿No es eso lo que ibas a decir?
Sueltas un entrecortado "Gracias" y luego cuelgo.
Internamente agradezco que hayas omitido el "Eres el mejor amigo, Luke". Sinceramente odio que me recuerdes que nunca serás mía. Porque sólo soy Luke, tu mejor amigo.
Pero es eso o nada.
Es mediados de Diciembre y no me da pereza forrarme en abrigos para ir a verte y no morir como cubito de hielo en el intento.
Salgo cuidadosamente de mi casa, tratando de no despertar a mi hermano pequeño.
Esta nevando.
¿Te he dicho que la nieve me recuerda a ti?
Eres tan pura y brillante como ella. Y siempre andas con la misma elegancia que los copos de nieve tiene al caer.
Tu casa no queda muy lejos, queda a dos casas de la mía, por lo que como siempre decido ir caminando para tener suficiente tiempo de preparación.
Preparación para las veces que me van a dar ataques de ira, dolor e impotencia.
Siempre en ese orden.
La escalera improvisada de sábanas ya cuelga por tu ventana, compruebo que este bien atada y dificultosamente subo por ella.
Mi corazón se parte en pedacitos una vez más al verte allí, en la esquina de tu cuarto, echa una bolita, llorando por un imbécil.
Cierro la ventana para que no que entré más frío y dejas de temblar, aunque ambos sabemos que no tiemblas por eso.
Empiezo a zafarme de los molestos abrigos y camino hacia ti, te abrazo y te aferras a mi. Mojas mi camisa mientras murmuras como decía que él te lo había prometido, pero, ¿Cuándo te darás cuenta de que él no te ama?
El nunca va a cambiar.
—Luke
Alzas la mirada y yo te miro expectante.
Hace minutos que haz dejado de llorar, no hacías nada y juraba que te habías dormido entre tanto dolor.
—Dime, pequeña.
Sigo acariciado tu cabello. Tu suave y castaño cabello.
Solía ser largo y rubio, recuerdo que me ponía a jugar con él cuando te quedabas dormida. Pero ya no lo es.
Lo cortaste y lo teñiste todo... ¿Porqué?
Así, ya recuerdo. Él te dijo que tu cabello era un rubio horrible.
—¿Porqué lo haces?— me preguntaste limpiándote los mocos las mangas de tu abrigo. Hasta haciendo eso te ves adorable.
—¿Hacer qué?
—Venir a la mitad de la noche, en pleno invierno, sólo para consolarme.
—Porque te amo.
Abres los ojos y te sorprendes.
Como no estar sorprendido si ni yo se porque lo dije, sólo se me salió. Estaba entretenido recordando lo hermoso que era tu cabello rubio, que no había pensado mi respuesta.
—Luke...
—No digas nada, se que tu corazón está con ese imbécil que sólo sabe hacerte llorar.
Callas por uno segundos y te limitas a abrazarme.
— Lo siento
—No lo sientas, sólo prométeme algo.
Vuelves a levantar la vista, expectante de lo que voy a decir. Esperando que de mis labios salga una pequeña petición que ha llevado mucho tiempo en la punta de mi lengua.
—Cuando te des cuenta de que ya no lo amas y tu corazón sea libre, deja que te enamore.
Me asientes y sonríes. Sonríes dandole una pequeña esperanza a mi corazón.
—Esperare gustosa que ese día llegue.
Me regalas una de tus sonrisas especiales, esas que sólo das cada cierto tiempo, tan escasas como cóndores en el mundo.
Quería besarte.
—Bésame, sólo te pido un beso.
De todas formas ya no tenía nada que perder, ya sabías mis sentimientos hacia ti.
Tomo tu cara entre mis manos, te ves tan perdida, dudosa, sin embargo no te alejas.
—Por favor, sólo uno.
Sólo diré que ya se como es estar en el cielo, tus labios son tan dulces y delicados que quiero besarte hasta que duela.
Pero no puedo, se que te pedí sólo uno.
Uno que se transformo en cinco, seis... Diez.
No lo se perdí la cuenta después del décimo.
Siento celos de que él te pueda besar cuando mierda se le plazca, sin tener que robártelos como yo lo hago ahora.
Pero es el mejor tesoro robado.
—Dijiste sólo uno.
Dices entre risas cuando por fin logro soltarte.
—Tampoco me detuviste—te guiñó el ojo y me sonríes de nuevo— Recuerda que te amo.
Te robó un último beso, me forro de nuevo y me dispongo a salir por la ventana.
—Quédate— me ruegas cuando estoy por salir de tu cuarto.
Siento como mi corazón da un brinco.
Cuantas noche no me había sentido tentado a dormirme a tu lado, pero no hacía por miedo a no despertarme antes que tu o tus tíos y descubran que había dormido contigo.
—¿Y tus tíos?
— Se fueron a Las Vegas con Charlie— te encoges hombros, como si el hecho de que te hayan dejado no te afectase.
—¿Y porqué entré por la ventana?— cuestiono mientras me acerco a tu cama.
—Tenía pereza de bajar las escalera
Te encogiste de hombros y sonreíste inocente.
—Eres mala, ¿lo sabías?
—Si, si... ¿Te vas a quedar?
Yo asiento y empiezo a sacarme los abrigos de nuevo.
—Suerte la mía que vine en pijama.
Dije mientras me costaba a lado tuyo.
—Siempre vienes en pijama... Abrazarme.
Y así lo hago. Mientras imagino las noches que pasaríamos así, abrazados.
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