El Resplandor
«Los recuerdos son piezas del alma, que conforman nuestro ser. Quizá, nuestra mente olvide estos trozos de vida, más el corazón jamás lo podrá hacer.»
Steph
-Florencia, Italia-
-1957-
//Sobre el claro resplandor di il giorno.
Nada brilla más hermoso que tú.
Sobre la brisa del amanecer, splendore.
Nada brilla más bello que tú.
El sussurro dei miei notti, il rocío dei miei giorni
Nada brilla más lindo que tú.
Hermoso sol de mi vida//
Fin de los juegos, fin de las risas; la ballena dorada brillaba hermosa como siempre, mientras los peces revoloteaban en lo alto del cielo. juguetes estaban regados sobre el piso de madera, forrado de una alfombra verde que asemejaba el pasto, pocos muebles, y una pequeña cama que albergaba a un niño pequeño y a su mama, ella se encontraba acariciando el rizado cabello de su hijo. Lo abrazaba, conciliando así su sueño mientras le cantaba una canción que ella misma le había escrito.
—¡Amor, creo que ya se durmió, por favor ven!... te necesito —Se escucho a lo lejos la tranquila voz del dueño del corazón de Aurora.
— En un momento voy. Alonzo... he pensado...— Contestó Aurora, sin obtener respuesta alguna. —¡Alonzo!
— Si amor dime —Respondió Alonzo, asomándose por la puerta donde estaba su familia.
— Realmente no me gustaría irme de aquí cariño. Florencia es... muy bella, y...
— Mi vida, lo sé, yo tampoco quiero irme, pero... lo sabes. Las personas ya comienzan a sospechar de nosotros y no me gustaría que nuestro pequeño guerrero pasara por ninguna situación peligrosa. Creo que lo mejor será alejarnos por alguna temporada, por bien de los tres—. Acongojado hablo la voz melodiosamente áspera y reconfortante del hombre, mientras tomaba el biberón de la cama.
— Sabes amor, también extraño mi hogar—. Un sollozo involuntario escapo de la boca de la hermosa mujer, al mencionar lo último.
— Lo sé, preciosa, y te prometo que en cuanto sea posible regresaremos, todos. —Alonzo recargó su rostro en el cuello de su esposa, abrazándose por detrás, a su delicada cintura, tratando de reconfortarle un poco, mientras ella tomaba sus manos, y unas cuantas lágrimas escaparon de sus ojos.
Sentir la respiración de Alonzo sobre su cuello, calmaba a Aurora. Las manos del hombre que amaba sobre su cintura la hacían sentir deseada, más la tupida barba de él, rozando la suave piel de su cuello, le provocaba inevitables cosquillas, cosa que sabía perfectamente Alonzo, y lo utilizaba para hacerla reír a propósito.
Involuntariamente, Aurora soltó una sonora carcajada, despertando de nuevo a su bebé, quien no menciono palabra, solo se limitó a ver a su mamá a los ojos, y acurrucarse a dormir aferrado a ella. Alonzo y Aurora solo se miraron por un momento, y resignados se hicieron caber en la cama con su pequeño hijo, Alonzo cargo a Alberto sobre su pecho, y Aurora se acurruco con él, mientras la abrazaba, el día de mañana se marcharían de la ciudad.
Aurora era muy joven. Una hermosa chica bronceada que no pasaba de 17 años, y las múltiples pecas de sus mejillas no ayudaban mucho a aparentar más edad, todo lo contrario. Ojos dorados que destellaban dulzura. Su cuerpo era la descripción perfecta de la belleza femenina.
Alonzo, en cambio, era un impresionante y altísimo hombre sumamente atractivo a la vista, aunque solo tenía 18 años. Su carácter cautivador y pícaro siempre jugaba a su favor en toda situación. Ambos admiraban la tranquilidad de su hijo, quien ya estaba profundamente dormido. Después de una hora menos un cuarto mimando y acariciando a su hijo, con cuidado se escurrieron de la habitación de su bebé, a su cuarto justo al lado, buscando tener su tiempo a solas.
Ese fue el último recuerdo grabado en la mente de Alberto, sus padres y él, felices. Con el tiempo, ese recuerdo se desvaneció, más el tono de la voz de su mamá nunca se borró, del todo y su canto de sirena se quedó grabado en su corazón.
-Portorosso, Italia-
-28 de diciembre, 1969-
-Domingo-
La brisa de invierno imperaba esa mañana, con un fugaz y casi imperceptible toque de frescor.
Alberto preparaba en la bicicleta, la carga de pescado fresco que repartiría, Giulia lo ayudaba, con una vivencia solo típica de ella; corría de la pescheria a la bicicleta y de vuelta, transportando baldes de ese cargamento, y, a decir verdad, Giulia resplandecía más que otros días, generando interés de parte de su familia por comprender la causa de tal alegría. Aunque está de más aclararlo, los efectos del amor se sentían en el aire.
Por fin, Alberto, con esas nubes espesas en su cabeza, que a todas luces gritaban «Luca y Marlena», emprendió su jornada de trabajo.
Giulia a la vuelta de un callejón lejos de su hogar, se abrazaba con fuerza del cuello de Fabrizio, mientras él la tomaba de la cintura y ambos sonreían intercambiando fugaces besos a sus labios, que sabían a inocencia.
Luca... sin en cambio, no la pasaba del todo bien con su familia.
— Luca, No entiendo la razón por la cual, todo el tiempo te encuentras más fantaseando... con burbujas en la cabeza, que con las aletas en el agua. ¡Ven, lo dije, permitirle irse lejos de aquí, solo le haría mal! —Con una estruendosa voz, recriminaba Daniela a su hijo su falta de lucidez, mientras Luca, solo la observaba comiendo un ostión acompañado de algas.
—¡Daniela! La única persona a quien le perturba Génova en esta cueva es a ti. Deja almorzar con tranquilidad a mi burbuja —Libera exclamo. Ella era la única persona que conocía la causa del estado de su nieto, y no permitiría que su hija enredara más los pensamientos de su burbuja.
Luca terminó el «agridulce a su paladar» almuerzo, y se marchó, en busca de su amiga pelirroja, sin dar explicaciones.
Unas cuadras antes de llegar a la casa de Giulia, Luca la observó de lejos, abrazada del chico de los helados.
—Giuls, pasa mucho tiempo con él... —Luca pensaba, disponiéndose a ir a saludarlos. Al casi llegar con ellos, miro como se despidieron con un beso en los labios.
La acción sorprendió a Luca, más le causó alegría mirar la felicidad que era irradiada del rostro de su amiga, pues el tiempo que tenía de conocerla, no la había visto tan feliz.
—¿Miedo... miedo yo? «¡Naa!», Pero entonces, ¿Por qué no la querías besar? Si, si la quería besar... No, no la quería besar, me cae mal. Solo basta con ver su forma de burlarse, de correr, de reírse, de sonreír, de mirarme... Hermosa... ¿Qué, que estoy diciendo? ¡Ya! ¡Solo deja de pensar en ella! —Alberto pedaleaba en dirección a su casa al terminar las entregas, con este pensamiento en mente. Cansado, con hambre y sueño, además, pues se despertó muy temprano en la torre, para regresar a casa y de esa forma lograr que Massimo no se enterará que se había escapado de noche, «de nuevo».
En casa de Alberto, no se encontraba nadie en ese momento. Su papá seguro habría ido de pesca y, y ¿Giulia? Ni idea. Alberto subió y se hecho un clavado directo a su cama, como si del océano se tratara y cerró sus ojos quedando dormido enseguida.
—Hola hermosa — Dijo Fabrizio, al ver a Marlena pensativa, sentada bajo el gran naranjo del patio de su casa. A Fabrizio se le hizo extraño que su Marlena no hubiera ido en todo el día a casa de él, ni haberla visto en la plaza del pueblo. Decidió ir a buscarla.
El océano no silva... el océano no hace ruido alguno; bueno, las ballenas hacen ruido, pero... eso no fue una ballena, ni tampoco emiten luz, pensaba Mar, totalmente inmersa en sus pensamientos, esa noche un sonido extraño que provenía de su balcón, la había despertado, y más extraño aun, lo que miro al asomarse.
Fabrizio, al ver que su amiga no lo había escuchado, la abrazó, gritándole: «¡Hey, despierta!»
—Mi dolce principe (mi dulce príncipe) — Contestó Marlena y lo abrazó de vuelta.
La relación con Fabrizio era quizá lo más hermoso que Marlena tenía en su vida. Sin él, seguro se sentiría incompleta.
Desde siempre, el chico de los helados había sido el mejor amigo, el cómplice de la desastrosa e indeseada del pueblo. Sí algo era cierto, era que Marlena y Fabrizio eran almas gemelas, y era un amor verdadero que jamás se rompería.
Si bien, el amor que Fabrizio sentía hacía Marlena, con los años evoluciono en su primera ilusión romántica, mientras en ella, el amor hacía él era más como el amor que se tiene hacía un hermano.
Y, respecto a Giulia, Fabrizio la conocía desde siempre, más nunca había tenido interacción alguna con ella, hasta este diciembre. Giulia era muy bella, por dentro y por fuera, cálida y divertida, y justo eso era lo que necesitaba Fabrizio, en el momento correcto, un ungüento al corazón de Fabrizio, que estaba roto, por no ser correspondido de la forma que deseaba por su mejor amiga, a quien de nuevo sabía enamorada de otro.
—Fabrizio nos invitó a todos a un baile en la plaza el fin de año — Dijo Giulia.
—¿Baile?, ¿Qué es eso? —Contestó Luca.
—¡Esto! — Giulia tomo de la mano a Luca, haciendo que se moviera sin ton ni son. Luca, con ánimo al desdén de su amiga, también siguió el juego entre risas y uno que otro pisotón de parte de ambos.
—Bailarían mejor si hubiera música. — Dijo Alberto, observando desde las escaleras a sus amigos saltar y reír.
—¡Alberto! — Luca tomo de la mano a su amigo y lo arrastro junto con Giulia y él a la «pista de baile»
— ¡Alberto, ¿Iras conmigo al baile que me dijo Giuls? —Interrogo de inmediato Luca.
—¡Claro que...!
— ¡Luca!, pero si yo te invite, se supone que vayas conmigo, sabes, así funcionan las cosas. — Giulia se apresuró a hablar sobre las palabras de su hermano, tomo a Luca de la mano y lo llevo fuera del patio. Alberto quedo extrañado de la repentina actitud de su hermana. Y Giulia, antes de llevarse a Luca, observo a Alberto con cara de «¿Acaso lo olvidaste?», cosa que confundió aún más a Alberto.
Fabrizio jugueteaba con una hoja de naranja que había tomado del árbol, y le arrancaba pedacitos lanzándoselos a Marlena.
—Entonces... ¿Iras al baile con Alberto? —Preguntó Fabrizio a Marlena.
—¡No, no creo, digo, iremos todos juntos, no es como que sea una cita con él... ni que haya sido una invitación formal! —Dijo Marlena, restándole importancia, una oración que ni ella misma creía, ganándose solo una mirada acusadora de Fabrizio.
—Hermosa, todos estábamos ahí, él fue muy directo, te invito a ti, y tú aceptaste. —Dijo Fabrizio.
—Fabi... —Respondió Marlena. Lo menos que quería hacer, era aceptar que hasta había soñado con eso en la noche —Entonces... ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Esto si es un tipo de... cita? —Terminó de hablar Mar.
—Creó... creó que deberías preguntarle a una chica —Respondió Fabi
—¡Sabes que solo!... —Marlena interrumpió su queja por no tener amigas, al ver a Giulia salir de la trattoria (restaurante pequeño).
Marlena corrió tras ella, sin explicar nada. Fabrizio solo sonrió y movió su cabeza viéndola ir tras de su linda pelirroja. Fabrizio conocía perfectamente a Marlena, aunque no lo dijera, sabía que ella estaba ilusionada y feliz por la invitación de Alberto.
Mar, al casi llegar con Giulia, se dio cuenta de la presencia de Luca, quién salió de la trattoria, detrás de Giulia. Al mirar a la chica de ojos lilas, en el rostro de Luca involuntariamente se dibujó una mueca de desagrado.
—Luca, ¡Hola! —Saludo Marlena, de forma genuina, recibiendo un «hola», sin ánimos, meramente por educación. Luca dio media vuelta y se alejó. Esta situación, comenzaba a incomodar en demasía a Giulia. Después de tanto tiempo, al fin había recuperado a su única y mejor amiga, más sabía que había una silenciosa rivalidad entre Marlena y su «ahora» mejor amigo... que, aún que ninguno de los dos le hubiera confesado nada, Giulia sabía que la rivalidad de sus amigos tenía los ojos verdes, y pecas en la cara, se llamaba Alberto.
—¡Mary! ¿Co... como estas? —Dijo Giulia.
—Bien, Gigi —Mintió Mar. La situación con Luca, realmente la tenía irritada, y que decir de Alberto, ese chico ya estaba haciendo un pedestal en su mente y en su corazón.
Mar abrazo a Giulia sin decir palabra alguna, deseaba tanto tener a alguien con quien poder abrir su corazón libremente, pues su fiel amigo no era una opción, ella no quería contarle cosas que sabia le dolerían a Fabrizio.
A lo lejos, al pie del océano, desde ahí, Marlena pudo observar a su hermano con compañía. Matteo abrazaba por la cintura a una chica de cabello largo y rubio. Caminaban por las rocas del mar Mediterráneo y A Marlena le pareció muy extraño, más no le prestó un interés especial.
«El libertino del pueblo, ¿mostrándose cariñoso en público con una chica en especial?»
Matteo tenía muchas conquistas, pero no eran para actuar como novios enamorados, sino para pasar el rato en... algo más entretenido, y sobre todo meramente físico, «y si después te vi, ni te conozco», todos lo sabían.
—Entonces... ¿qué es lo que haces aquí? —Dijo Giulia, mientras ambas caminaban, entraron a la boutique.
—Supongo... necesito el consejo de una amiga —Contestó Mar, jugueteando con sus dedos índices.
—Ok, ¿Y para que soy buena? — Giulia respondió, con cierto grado de interés. Si bien, era raro que alguien quisiera hablar con ella, aún más extraño era que alguien pidiera su opinión o consejo.
—Bien, es que... Ayer que estábamos en tu casa, Alberto me preguntó si quería ir con él al baile, y... —El rostro de Marlena se veía más rojo que las esferas que adornaban del árbol del mostrador. Giulia no pudo contener la risa, y estallo en carcajadas que se sintieron muy burlonas. Su teoría era verdad, a su amiga le gustaba su hermano.
«¡No puede ser, me miro como una idiota, fue una mala idea contarle a esta desgraciada», Pensó Marlena al mirar la reacción de Giulia, y avergonzada oculto su rostro entre sus manos.
—¡Hey, lo siento!, no fue mi intención reírme de ti... digo, de cómo te pusiste —Giulia abrazo a Marlena, y juntas comenzaron a reír.
Recorrieron lo largo de esa tienda, sin tocar de nuevo el tema. Ambas no sabían cómo abordar esta «nueva etapa», Giulia, por nunca haber tenido novio, y Marlena por no haber tenido amigas con quién platicar, en el momento que era novia de Guido.
Marlena se detuvo a admirar uno de los aparadores. Un vestido robo su atención, si bien era hermoso, también se taraba de una prenda con un escote digno de una de esas chicas de las portadas de revista. El salto de adolescente aniñada a quinceañera ya la estaba persiguiendo, y si bien tal atuendo no la haría ver ni mínimamente vulgar, sería la primera ocasión que se miraría no como una niña, sino como una mujer. Sus aun indefinidas curvas ya lo gritaban.
—¿Por qué, no te lo pruebas? —Preguntó Giulia — A mí me encantaría usar un vestido lindo, pero me sentiría muy rara usándolo.
—¿Cómo, rara?, ¿en qué sentido? — Respondió Mar.
—Bueno... en el sentido de que no soy muy femenina, ni muy linda, la niña rara de todos lados a donde voy, yo creo que es porque hablo demasiado, pero a lo mejor es solo que no me conocen, mi mamá dice que no es verdad que yo sea rara pero que tengo que escuchar más a la gente en lugar de dedicarme a hablar, pero yo creo que no...
—¿Qué? ¿De qué hablas? Si eres muy bella y agradable—Interrumpió de inmediato Mar, recordando lo que la falta de amor propio le había ocasionado a ella misma. Sintió un vacío en el estómago, al pensar que su amiga, pudiera pasar por algo similar, por ese desgraciado motivo.
—Giulia, nunca digas esto de nuevo, tú eres preciosa, y si nadie quiere hablar contigo, ellos se lo pierden y tú te lo ahorras, eres genial y nunca lo dudes. —Marlena se proyectó, quizá demasiado, haciendo verla un «poquito» intensa.
—¿Gra-cias? —Solo respondió algo confundida Giulia.
— Bueno... vamos por un vestido para ti, yo te lo regalo —Rápidamente repuso Marlena, cambiando de tema. Y se dedicaron buscarle un vestido a la pelirroja.
Pasearon a lo largo del pueblo, y terminaron yendo a Vernaza, en la Vespa de Matteo. Ahí encontraron un vestido que robo el corazón de Giulia, y aunque se hizo la difícil, lo terminaron comprando.
—Gigi, sobre lo que te dije antes... ¿Crees que Alberto, me invitó en el sentido de ser un baile, una cita, o solo para que los acompañemos a todos? —Al fin, Marlena tomo valor, y pregunto su gran duda.
—No... realmente no tengo idea Mary, jamás me había invitado ningún chico a una cita, hasta esta mañana —Dijo Giulia, pues a su vista la forma en que su hermano invito a su amiga fue una invitación para una cita, pero al ver que Alberto casi le dice lo mismo a Luca esta mañana, ella ya no entendía nada.
—Ok. Entiendo, gracias—Contestó Marlena
—Yo, yo creo que también saldré por primera vez con un chico —Dijo tímidamente Giulia.
—Me alegro mucho por ti —Contesto Mar y abrazo a la pelirroja.
—Mmmm... bueno es que... Fabrizio me dijo que, si quería ir al baile con él, y...
—¿Qué Fabrizio qué? — Interrumpió a Giulia la chica de ojos lilas. Tal comentario, por alguna razón retumbo en lo profundo de Marlena.
—Que me invitó a salir... ¿Por qué, pasa algo? —Pregunto con interés la pelirroja.
—¡Oh no, no, no, no! Solo me sorprendió un poco, guau Fabrizio y tu... —Dijo Marlena con aire de extrañeza y un poco de recelo, la situación de Giulia, la capto de una, más no le dio importancia y siguieron con su tarde de amigas.
Cuando sabes que alguien que gusta de ti, e intenta relacionarse con otras personas, se siente como si te reemplazarán. No está bien, no es correcto sentir eso, pues todos merecen ser felices, pero eso, el corazón no lo sabe, solo la razón.
Lo cierto era, que, aunque Marlena sintiera esa desagradable sensación, estaba feliz de que sus mejores amigos, congeniaran.
Las chicas vieron los destellos del rosa «naranjoso», celeste y violetas, tornando a la noche, gelato de fresa, y una sensación de tener una hermana, recuerdos que jamás se borrarán del corazón de ambas.
Unas horas después de volver a Portorosso, Marlena volvió a la boutique, sola y se llevó el vestido que le gustó, sin pedir permiso a nadie, sin pensar en qué pensaría nadie, siendo quizá, la aceptación del crecer.
—No, es mentira... No fue un sueño, ¡Fue real! —Gritó emocionada Marlena, al mirar destellos saliendo del océano, justo cuando daba vuelta a su bicicleta, por el callejón que iba en dirección a la plaza del pueblo; la emoción y el apuro por detenerse a observar la hizo frenar, mas no de la manera deseada, cayó en un bache de la acera adoquinada, salió rodando hacia el frente, y ni las manos metió para amortiguar la caída, pues para ella era más importante el vestido que mantenía perfectamente protegido en ese bello empaque.
Adolorida, se levantó cual resorte a mirar de nuevo el océano, pero el resplandor fantasma, se había ido. Mas confundida, se marchó de ahí Marlena, jalando su bicicleta que tenía una llanta chueca, y ella completamente llena de tierra y algunos raspones en las rodillas, los antebrazos y en una mejilla.
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