Mercenario
Era bastante joven cuando esos hombres me apartaron de mi familia. Con solo once años me enfilaron en el ejército cuando apenas si podía sostener un arma entre mis manos, según dijeron mi padre había muerto y yo debía ocupar su lugar. Me dolía tener que abandonar a mi madre y hermana, pero no tenía opción. Debía dejar de ser un niño para convertirme en un mercenario más.
Fue así como me asignaron un batallón y desde ahí no dejé de ser la burla de los demás soldados. Solo uno de ellos me tendió la mano, aún lo recuerdo, su nombre era Anselmo, quien me dijo que mi padre no estaba muerto y se ofreció a ayudarme a encontrarlo.
El plan no era sencillo, y tuvo que llegar el día en que nos enfrentamos con el bando rival para llevarlo a cabo. Entre disparos, pólvora y soldados que caían abatidos, Anselmo me ayudó a infiltrarme hasta llegar junto a una tienda de campaña de nuestros contrarios, él aseguraba que mi padre había sido secuestrado y llevado a dicho lugar.
Mi compañero me empujó mientras un par de enemigos nos disparaban y las balas alcanzaban su pecho. Anselmo cayó sin vida y yo sólo tuve instantes para reaccionar y esconderme en aquel sitio siendo seguido por los contrarios.
Me oculté debajo de un catre, temblando de pavor pero empuñando mi arma con firmeza hasta que estos se retiraron. Al salir vi a un hombre recostado boca abajo, este portaba en su brazo una pulsera que al momento identifiqué, era la misma que yo le había regalado a mi padre en su último cumpleaños que la pasamos juntos.
-¡Papá! -dije con emoción moviéndolo para que despertara. Grande fue mi sorpresa cuando aquel individuo dio la cara revelando su identidad.
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