Camino entre la niebla. He llegado a un punto en que todo a mi alrededor es borroso. Creo recordar que existió un momento en donde todo era claro, pero ahora no estoy tan seguro, el recuerdo es tan lejano... Cuando las cosas se esclarecen, veo blanco a mi alrededor. Tal vez sueño y mi sueño está vacío. No creo que sea raro. Últimamente siento que floto en un limbo donde el tiempo no existe. ¿Se supone que tengo un propósito?

Repentinamente, un ruido irrumpe en mi desolado espacio. Lo reconozco. La figura vestida del blanco de mi sueño me agarra y levanta. Miro a todas partes y al mismo tiempo a ninguna.

—¿Estás seguro de esto? —oigo a una voz femenina preguntarle a mi escolta—. Mira cuán joven es. Nadie podría desearle algo así.

—Ya sabes que estas personas están muertas desde el primer momento en que ponen un pie aquí. Son dejadas en el olvido hasta que olviden quiénes son ellos mismos.

Continúo escuchando su diálogo atentamente, inmutable.

—Además, son órdenes de su madre.

Madre.

El ser que me dió la vida. Y el que me miró con más desprecio luego de la muerte de mi padre. Él era el único que me quería...

Miles de recuerdos comienzan a abrumarme. Entonces, agito mis brazos y me libero. Corro. Reparto puños y patadas. Escapo. Oigo los vitores de los otros pobres presos.

Siento el viento golpear mi rostro, trayendo consigo un inconfundible olor a agua salada.

—Espérame, papá, iré contigo.

***

Microrrelato de 250 palabras creado para participar en el Desafío#78 de NovelaJuvenil