Noche de cacería
Corre. Corre sin detenerse. Su corazón golpea en su pecho, desbocado. Se tropieza con múltiples rocas y ramas. Usa el miedo constante como bastón para no caerse. Su respiración está tan agitada que teme desplomarse en cualquier segundo. Pero sabe que su vida depende de su resistencia en esta carrera.
Sus risas lo siguen a todas partes sin importar cuanto corre. Él sabe que ellas están arriba, observándolo, listas para darle caza.
La Luna de Sangre se alza en el cielo nocturno —como hace al menos cada dos años—, simbolizando el comienzo de un "deporte" en especial.
Los humanos y seres mágicos mantienen un límite entre ellos. Sin embargo, en algunas ocasiones —como en esta noche—, las brujas abandonan el interior de los bosques y rondan los pueblos en busca de almas nocturnas.¡Pobres de aquellos que anden a pie en estas noches! Y a él, le tocó por pura mala suerte.
Había salido adormilado de su cama buscando comida y, al no encontrar, optó por caminar hasta un naranjal cercano. La naranja se le cayó de la boca cuando vió a las miles de brujas que lo observaban desde lo alto. Y salió corriendo totalmente espantado, horrorizado pensando en lo que podrían hacerle si lo atrapasen.
Nunca pensó que los rumores fueran ciertos. Ahora estaba pagando caro su descuido.
—¡Puedes correr, pero no esconderte! —grita una bruja mientras se carcajea.
—¡Ven con nosotros, Glen! —suelta otra, haciendo que la piel se le erice al muchacho. Ya sabían hasta su nombre.
De pronto, una gran raíz de uno de los tantos árboles alrededor se le cruza en el camino. Al perder totalmente el equilibrio, cae, rodando sin cesar por lo que fuera una pequeña pendiente.
—Arg... —se queja por lo bajo de los arañazos y golpes que ha recibido. Soba la parte trasera de su cabeza mientras se pone de pie. Ya no escucha las risas.
«¿Las perdí?», se pregunta, frunciendo el ceño.
Sacude un poco su ropa y observa a sus lados. El bosque es tan oscuro de noche que quiere contener su aliento para no entrar en pánico, pero, de tanto correr, siente que debe tomar cuanto oxígeno halla en caso de que deba volver a escapar.
La Luna de Sangre tardará aún en desaparecer. Está brillando en el cielo con una luz rojiza que, aunque intimidante, le da un poco de visión a este pobre infeliz.
Glen se dispone a seguir andando. Las ramas de los abetos y robles se extienden largas como brazos que intentan alcanzarlo. Se roza par de veces con hojas y brinca en cada encuentro, tiene los nervios a flor de piel. Un silencio perturbador se ha apoderado del bosque, lo más cercano que escucha es su respiración irregular y sus latidos cada vez más acelerados.
El ulular de un búho lo hace voltear, luego, cuando se vuelve hacia adelante, una sombra desproporcionada le hace pegar un grito en el cielo. Su supuesto atacante resulta ser solo un árbol, pero antes de que pueda alegrarse de ello, las risas vuelven.
—No, no, no —musita, al borde de un ataque de pánico. Las risas se acercan, se hacen más fuertes, están justo encima, lo siguen, lo siguen, lo siguen. Es una terrible pesadilla de la que no logra despertarse.
Levanta la cabeza y se asusta más al ver sus figuras en el cielo, montadas en esas viejas escobas.
Está perdido. Su mirada divaga en todas direcciones mientras corre. «Glen. Glen. Ven con nosotras», escucha que gritan una, y otra, y otra vez. Y —a veces— lo siente como un susurro estancado en su mente, insoportable.
Cuando sus piernas comienzan a fallarle —y su aliento a sofocarle— siente algo muy fuerte golpear contra su cabeza. Cae sin remedio, golpeándose el cuerpo de nuevo con el suelo. Sus párpados están descendiendo poco a poco, a pesar de que lucha inútilmente por levantarse.
Ahora ve manzanas, muchas hermosas manzanas rojas que parecen flotar sobre él. Entonces, una figura radiante aparece también.
—¿Vienes a salvarme? —balbucea. Y en ese momento, pierde el conocimiento.
***
El olor a sándalo y un canto extraño lo hacen despertar. No tiene idea de dónde está ahora. Busca referencias mirando alrededor. Parece que está en una casa.
—¿Quién me trajo hasta aquí? —murmura extrañado, poniéndose de pie con lentitud. Pero un fuerte dolor de cabeza lo retiene.
—Despacio —escucha.
Glen se voltea —para descubrir de quién provino tan fina voz— y ve a una mujer. Instantáneamente queda prendido de su gran belleza.
—¿Cuál es tu nombre?
Está tan hipnotizado mirando a la hermosa fémina rubia y curvilínea frente a sí que, incluso, olvida cómo se habla.
La mujer sonríe.
—Te traje aquí porque te veías realmente mal, te golpeaste contra mi casa y te desmayaste —explica, en lo que se le acerca y le acaricia el rostro con una suavidad extraordinaria. El chico casi vuelve a desmayarse de la emoción que esto le causa—. ¿Estás mejor?
—Contigo aquí, cómo no estarlo —responde embobado, y ella vuelve a mostrar esa sonrisa que le sacude por dentro.
—Acompáñame.
Glen no duda ni un segundo en seguirla como perrito faldero. Caminan y caminan por un pasillo hasta llegar a una gran puerta. La mujer la abre de par en par y se revela un hermoso jardín.
—¡Vaya! —el chico se asombra con todo el colorido de allí.
—Lo sé, es mi parte favorita de la casa.
—Oye... —la llama, pero se detiene a pensar. Aún no sabe su nombre.
—Soy Linda.
—No lo discuto —replica él, sonriendo.
—Así me llamo —le aclara al necio joven.
—¡Oh! Entiendo. —Asiente con la cabeza mientras camina a su lado—. Por cierto, antes dijiste que había chocado con tu hogar. Pero yo creí haberme chocado contra un manzano.
—Y así fue —responde Linda, confundiéndolo.
—¿Vives aquí?
—Claro —reitera—. ¿Acaso no crees en la magia, Glen?
Él se detiene en seco.
—¿Cómo sabes mi nombre, Linda? —Las sospechas crecen, crecen tanto que las teme.
—Me lo dijiste cuando te lo pregunté —contesta ella, con expresión inocente.
—No, no lo hice —niega Glen, retrocediendo dos pasos.
Entonces, ella se ríe. Sus carcajadas le resultan tan extrañas como familiares...
—¡Ay, Glen! —Linda suspira y toma el mentón del muchacho—. ¿Por qué tenías que arruinarlo todo ahora? Íbamos tan bien...
—¿Q-Qué estás diciendo? —la interrumpe. Mientras traga grueso, una gota de sudor recorre su sien.
—¿Quieres un poco de ventaja, conejito? —Y al ver que el chico frunce el ceño, agrega—: Corre, Glen. ¡Corre cuánto quieras!
Y apenas lo suelta, sale como una ráfaga de luz.
El jardín que parecía tan encantador, se marchita por completo a su paso. Se convierte en una versión más siniestra del bosque.
Glen sigue corriendo. El miedo lo invade de nuevo. El pavor que siente, y la adrenalina, motivan su velocidad. Su respiración se agita más y más. Su corazón late deprisa, entre tanto, llega hasta la sala con éxito.
«Corre, Glen. Sigue corriendo», la voz de Linda se cuela en su mente, trayéndole más desasosiego del que tiene.
Se alivia al ver la puerta y la abre con tanta premura que no le da crédito por sus ojos con lo que encuentra afuera.
Está rodeado. Miles de manzanos lo han atrapado en un manzanar tan enorme que ni siquiera se ve un camino de salida.
Las risas, han vuelto. Discordantes, burlonas, tortuosas, enloquecedoras, se oyen... se oyen cada vez más alto.
Glen está paralizado por el miedo. No puede moverse. Las lágrimas se escurren por sus mejillas mientras musita rezos y pide a Dios por su vida.
Pero es tarde.
La Luna de Sangre comienza a descender y sus últimos brillos iluminan cada manzano, de los que emerge una bruja cada vez.
Huesudas, deformadas, de uñas largas como garras. Las mismísimas encarnaciones del Diablo lo miran con malicia.
La noche de cacería ha terminado. La presa, ha caído en el cepo...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top