089
Había una vez, en el prado más alejado del pueblo, un panadero modesto y afable que vivía en una pequeña casita con un enorme horno.
Aunque vivía lejos, los lugareños iban hasta su casita desde bien temprano.
Desde que el buen panadero se mudo a aquel lugar medio en ruinas, todos habían aprendido a despertarse minutos antes del amanecer, cuando el olor a pan recién hecho se colaba tras cada puerta, ventana y teja.
Pero aunque todos conocían al panadero, el artesano se sentía solo. Un día lleno de tormenta en el que nadie pudo visitarle ni él pudo salir, el panadero se llenó de harina y se puso creativo.
Al principio no estaba muy seguro de lo que estaba haciendo. Se puso a mezclar ingredientes, caldear el horno de leña y a amasar una vez más. Poco a poco la galleta comenzó a cobrar forma. Era una pequeña hada, de nariz respingona, alas de abeja y pies diminutos.
Era la galleta más bonita que el panadero había hecho jamás. La metió en el horno y esperó, esperó y esperó hasta que se hubo cocinado.
Al sacarla del horno, la casa olía a almendras y mantequilla.
Llena del color del horneado, la galleta era aún más bonita.
Tanto que el panadero la observó ensimismado y no la sujetó bien. La galleta se resbaló de sus manos y cayó sobre la encimera. Las alas se rompieron en un chasquido sordo.
El panadero observó las piezas, entristecido por la pérdida, pero aún así seguía siendo preciosa.
El panadero se fue a dormir, incapaz de darle un bocado.
Al día siguiente el panadero apartó la galleta y la puso frente a la ventana, dispuesto a trabajar. No fue hasta que salieron los primeros rayos de sol que lo escuchó. El crujido arenoso de algo rompiéndose.
Observó asombrado cómo se rompía la galleta desde dentro y energía una pequeña niña de cabello oscuro y soñolientos ojos azules. Era diminuta y más preciosa que nadie que hubiera visto el panadero antes.
La niña tenía problemas para sacar las piernas del molde de galleta.
El panadero le tendió la mano y la niña se ayudó de él para salir.
—Buenos días papá —lo saludó la niña con una sonrisa soñolienta.
—Buenos días —dijo el panadero, casi mudo de la sorpresa—. ¿Quién eres tú?
La niña rio.
—Soy tu hija.
—¿Y cómo te llamas?
—No tengo nombre.
—¿Cómo es que no tienes nombre?
—Es que acabo de nacer. Creo que tú deberías ponerme un nombre.
—¿Yo?
—Claro, tú —rio la niña.
—Pues no sé, ¿cuál te gusta?
La niña se encogió de hombros.
—¿Carla? —sugirió el panadero, pero la niña negó.
—¿Chloé?
Lo intentó de nuevo, pero la niña se negó en redondo.
—¿Marinette?
—Marinette... —susurró la niña, sonriente—. Me gusta como suena, Marinette.
—Pues encantado de conocerte, Marinette.
—Encantada de conocerte, papá.
Publicación original:
https://twitter.com/MeimiCaro/status/1489727504852074497
Fecha original: 4 de febrero de 2022
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