042
Adrien se subió al coche con la sonrisa agotada y la corbata arrugada en el bolsillo de su chaqueta.
No era fan de las corbatas, pero la cena con su padre y sus socios la hacía algo obligatorio, de la misma forma que no tuvo tiempo de quitársela cuando llegó al bar donde estaban sus amigos.
Finalmente, aquella era la despedida. Después de eso tenía que marcharse a estudiar finanzas a Stanford para poner en marcha el plan que su padre había ideado para él.
Arrancó el coche y salió del aparcamiento con la mente llena de pensamientos enrevesados.
No sé había resistido mucho a la idea, la verdad. ¿Qué otra cosa podía hacer? No tenía sueños que seguir y quizás fuera mejor así. Quizás la vida le tenía preparado algo diferente.
Puso el intermitente sin prestarle mucha atención, casi por costumbre. No había nadie en la calle.
No necesitaba tener la genial visión de cineasta de su amigo Nino ni el ojo sagaz de Alya como periodista, capaz de descubrir una historia allá donde fuera. Quizás sus aspiraciones en la vida serían otras, menos espectaculares, pero quizás era lo que su corazón necesitaba.
El semáforo se puso en verde y él siguió su ruta camino a casa. Era tarde, pero le daría tiempo suficiente para dormir un rato antes de correr al aeropuerto.
Puso en marcha el coche, más de lo necesario, confiado en que no había nadie más en la carretera. Pero no la vio.
Sintió el choque de su cuerpo contra el capó del coche antes de poder ver nada más. El ruido sordo y pesado, seguido del frenazo del coche, le heló la sangre.
Salió del coche, aterrado, y entonces la vio allí, tirada en el suelo con los ojos cerrados.
Se le había atravesado de repente y Adrien solo quiso gritar del terror. Tenía el cabello recogido en dos coletas, aunque una de ellas se había roto al caer contra el suelo. El vestido se había ensuciado con la caída. Pudo ver el rastro de la sangre empapar lo poco a poco.
La llamó, desesperado, pero no contestaba. Estaba completamente inconsciente. Desesperado, comprobó que aún tenía pulso y respiraba. Llamó a emergencias y la ambulancia tardó en aparecer lo que él sintió que fue una eternidad.
No fue hasta que tuvo un instante de calma en la sala de espera que se percató de la sangre que se había secado en sus manos y en su ropa.
Aquello era una auténtica pesadilla. Adrien vio la sangre diluirse en el agua y colarse por el desagüe según se lavaba las manos. Evitó mirarse en el espejo, temía con toda su alma lo que pudiera ver allí, lo que pudiera encontrar.
Una parte de él deseaba salir corriendo de aquel hospital y su mareante olor a desinfectante, quería cambiarse la ropa manchada de sangre, pero no podía hacerlo. Más allá de la culpabilidad que sentía, estaba el hecho de que no había nadie más esperando por ella que él.
Entre las pertenencias de aquella mujer no habían encontrado ningún tipo de identificación. Habían tomado sus huellas, pero Adrien dudaba que diera resultado. Igual que la forma en que había atravesado la calzada de repente, parecía ser rodeada por la bruma de un fantasma.
Se mojó el cuello, agotado y tenso, y regresó a la sala de espera. Preguntó a la enfermera, pero seguía sin haber noticias.
El tiempo siguió su curso y antes de darse cuenta se percató de que ya era de día y su vuelo había salido. Suspiró, agotado y con un vaso desechable de café entre los dedos.
Cuando una sombra se proyectó sobre él, alzó la cabeza y se encontró con la sobria mirada del médico.
Tragó pesado, se puso en pie sintiendo que un peso salvaje y asfixiante se colaba en su estómago y lo ataba al suelo.
No fue hasta que la policía se marchó de la habitación que Adrien pudo respirar. No contaban con nada más que su declaración, así que después de tomar sus huellas y sus datos se marcharon para comprobar las cámaras de seguridad de la zona.
La prueba de sangre que le habían hecho para averiguar si tenía algún tipo de sustancia nociva en el cuerpo no ayudaba. Para nada. La única aguja a la que Adrien podía acercarse era a su espada de esgrima.
Entendía que estaban haciendo su trabajo, pero eso no hacía la realidad menos agobiante. Realmente esperaba que hubiera cámaras por el lugar que mostraran que todo fue un accidente.
El sonido constante del monitor llenaba el cuarto y él solo pudo clavar la mirada en la mujer que descansaba en la cama como si estuviera esculpida en mármol. Su respiración era ligera, difícil de percibir si no apreciabas el pequeño ronquido que hacía al respirar con los tubos.
Mirándola, Adrien solo podía preguntarse quién era aquella mujer sin nombre y cuanto tardaría su padre en descubrir que no había tomado ningún avión.
Adrien no era un cotilla, aunque sí podía decirse que era..., curioso por naturaleza. Y en aquella habitación de hospital, con la única compañía de la mujer inconsciente, era muy fácil que su curiosidad cobrara vida.
¿Quién era esa mujer misteriosa que se había cruzado en su vida de golpe y porrazo? Por mucho que la observara, en su rostro durmiente no había respuestas y había llegado a un punto en el que se sentía casi como un acosador.
Eso de descubrir que alguien te ha estado mirando mientras duermes solo queda bien en las películas, y con suerte.
Así que tomó la decisión de indagar en la maleta que llevaba con ella cuando sus caminos se encontraron.
Efectivamente no había cartera, ni teléfono móvil. ¿Quién iba por ahí sin una identificación, algo de dinero o unas llaves? ¿¡Algo!? Pero no había nada que le pusiera nombre más que un talismán de mariquita que estaba guardado en uno de los bolsillos interiores.
Había también una enorme camisa negra que bien podía servirle como vestido a aquella mujer. Era bonita y muy fina. Le gustaron los detalles plateados de los botones, como pequeñas patas de gato. No era obvio, así que era casi como un chiste personal para el que lo llevara.
Le habría gustado saberlo antes de usar uno de los pijamas que le cedió el hospital debido a que las manchas de sangre de su ropa asustaba al resto de pacientes.
En el interior de la camisa había una especie de huevo gigante, rojo con lunares negros. Lo sacó y lo examinó ante la luz. Parecía un balón de rugby, pero era demasiado rígido para eso. Si le daba con esa cosa a alguien en la cabeza, acabaría en urgencias.
Por alguna razón le recordó al mapa del Planeta del Tesoro, pero no encontró la forma de abrirlo. Se sobresaltó al escuchar un murmullo a sus espaldas. ¿Había despertado?
Adrien tenía la respiración atragantada, como una pelota de golf fría y dolorosa, cuando clavó su mirada en ella.
El huevo rojo, que parecía sacado de una película de Hollywood, parecía haber aumentado de peso en sus manos de pronto.
Ella hablaba en sueños. Por un momento no se lo creyó, pero efectivamente seguía dormida. Sin embargo, no podía entender lo que decía. Hablaba en chino y, aunque Adrien lo había estudiado durante años, murmuraba con tanta torpeza que era incapaz de descifrarlo.
Solo captó dos cosas.
"Akuma"
"Están aquí"
Y Adrien dejó de sentirse seguro entre las paredes del hospital.
Adrien sacudió la cabeza en un gesto brusco, como si así pudiera desprenderse de aquellas desconcertantes ideas. Dejarse llevar por los murmullos de alguien sumido en el mundo de los sueños era una alerta de que se estaba dejando llevar.
Eso y de que llevaba demasiado tiempo sin dormir.
Suspiró, adolorido y haciendo un esfuerzo por mantenerse despierto. Le dolían los músculos de estar sentado en aquella aparatosa silla junto a la cama, pero había evitado mirar la otra cama por miedo a sucumbir.
Sin embargo, después de toda la noche en vela, parecía llamarle con más y más fuerza. Así que se encaminó hacia ella, sin percatarse de que aún tenía el huevo en las manos.
Por alguna razón se veía incapaz de soltarlo, como si le transmitiera todo el orden y la paz que su cabeza necesitaba en ese momento.
No entendía muy bien por qué lo hacía, pero abrió la almohada y enterró el huevo en medio. La abrazó como un bebé y se quedó dormido.
La caída al mundo de los sueños fue tan profunda que no tendría que haberse percatado de su presencia en la habitación. Pero la aguda voz que invadió su cabeza le hizo abrir los ojos de par en par en el mismo momento en que abrieron la puerta.
Quiso vomitar cuando, a través del reflejo del cristal de la ventana, vio la pistola.
Se quedó inmóvil, totalmente congelado por la sorpresa y el miedo. La última vez que había tenido una pistola apuntándole había sido en un anuncio donde hasta la sangre falsa estaba preparada. Aquello se escapaba de todo lo conocido.
Un hombre entró, observando la estancia con cautela. Iba vestido de médico, con una oportuna mascarilla cubriéndole medio rostro.
Adrien hizo el esfuerzo de contener la respiración y simular que dormía, aunque sentía el corazón latirle tan fuertemente contra las costillas que las rompería en cualquier momento.
Era un hombre grande, prácticamente enorme. Bien podía romperte la cabeza con uno de sus puños, ni siquiera necesitaría el arma. Observando a través de sus pestañas, se dio cuenta que le había adjuntado un silenciador.
¿Cómo podían pasar cosas así cuando apenas amanecía?
El hombre enmascarado empezó a revolver la habitación sin quitarle el ojo de encima. De nuevo, aquella voz aguda en su cabeza, resonando por todas partes. Aunque debería haberle resultado aterrador, le tranquilizó. Fue como si le envolviera una extraña seguridad.
Cuando volvió a abrir los ojos, se dio cuenta que el hombre enmascarado se había rendido en la búsqueda de lo que fuera que intentara conseguir. Había revuelto el baño y los armarios, mirado debajo de las camas.
Entonces, desconectó a la mujer inconsciente del instrumental del hospital. Se la iba a llevar. Lo tuvo claro incluso antes de que hiciera el intento de levantarla de la cama.
Sobrecogido por el impulso, Adrien saltó de la cama, obteniendo un grito del asaltante, y tiró con todas sus fuerzas de la palanca de emergencias.
Se dio la vuelta de un salto, le apuntaba con la pistola pero aún así se detuvo. Adrien supuso que se debía al repentino ruido que se había formado fuera de la habitación. Las enfermeras no tardarían en llegar.
Adrien saltó sobre ella, apartando al asaltante de un empujón que lo llevó contra la puerta. Lo retó con la mirada hasta que el sonido de pasos aproximándose fue demasiado fuerte y el hombre huyó.
Adrien se mojó la cara en el baño de la habitación, aún consternado y tan cansado que pensó que se convertiría en polvo en cualquier momento.
La policía había vuelto tras el incidente y él había tenido que explicar como buenamente pudo lo que aún no comprendía mientras los médicos la revisaban de nuevo.
Habían sido horas y horas de suplicio. Era desconcertante mirar por la ventana y ver que estaba anocheciendo.
Su teléfono no había parado de sonar, pero se había visto incapaz de contestar. Que la asistente de su padre lo llamara sin parar era una cosa. Otra muy distinta era que lo hiciera su padre.
Escuchó ruidos en la habitación. Se puso alerta, con toda clase de turbios pensamientos en sus mente, cuando abrió la puerta. Entonces la vio, con el camisón arrugado, la bolsa colgada sobre su hombro y sacando una pierna por la ventana.
Probablemente aquello era lo último que tenía que hacer en esa situación. Lo equipos de rescate y emergencias de la policía lo colgarían de la Torre Eiffel si lo vieran.
Cuando se dio cuenta de que ella estaba a punto de colarse por la ventana, Adrien corrió hacia ella y la atrapó del cuello de la bata. Tiró de ella hacia atrás con tanta fuerza que su nuca impactó contra el marco de la ventana.
Los dos se desplomaron en el suelo.
Adrien temió haberla llevado al filo de la muerte por segunda vez. Notó algo húmedo en su hombro, allí donde estaba la cabeza de ella, y temió que fuera sangre.
Ella se levantó de un salto, arrancándole dos latidos del cuerpo, y la vio dispuesta a reventarle la cabeza con su bolsa que volvía a estar llena.
Si hubiera echado un vistazo a su cama habría visto que había mutilado la almohada para sacar el huevo de su interior.
—¡Espera, espera! —gritó Adrien, frenético, alzando los brazos—. ¡No sé qué está pasando aquí, pero lo único que quiero es evitar que te mueras!
Ella alzó aún más la bolsa y Adrien no pudo sino hacer lo mismo con las manos en un gesto defensivo.
—Al menos delante mío... —susurró Adrien—. Lo que incluye atropellos, lunáticos con pistola que intentan dispararte mientras duermes y que tú te lances al vacío.
La expresión de su rostro se desfiguró, totalmente sin aliento.
Temió que volviera a desmayarse en cualquier momento.
Fecha original: 5 de mayo de 2020
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