Marinette fue a la cocina. Sin hacer nada allí, volvió al salón. Se sentó. Cogió el teléfono y llamó. Cuando le respondió nuevamente el buzón de voz, se levantó. Fue hacia el pasillo, tropezando con una de las muchas cajas que seguían sin desembalar.

Volvió al salón, observando con preocupación la hora cada pocos segundos. Cuando escuchó el chasquido de la cerradura al abrirse, corrió hacia la puerta principal aún a riesgo de tropezarse otra vez.

—¡Adrien! ¿Estás bien? ¡No respondías a mis llamadas! —Se me quedó sin batería poco después de enviarte el mensaje, ¿lo recibiste? —No es como si "Estoy en el hospital, luego hablamos", tranquilice mucho.

Eran las diez de la mañana, pero era obvio que Adrien no había dormido en toda la noche. Estaba pálido, tenía los ojos hinchados y el pelo hecho un auténtico desastre nervioso. Sin quitarse el abrigo, Adrien caminó hacia ella y apoyó su frente contra el hombro de Marinette.

Ella seguía enfadada y preocupada tras la mala noche que también había pasado por su culpa, pero inconscientemente rodeó la espalda de Adrien con una mano y enterró los dedos de la otra en aquella maraña de león preocupado que tenía por cabeza.

—Lo siento, todo ha sido un caos. Marinette suspiró también, agotada.

—Estoy enfadada. Adrien rió contra su oído.

—No es algo para que te rías —le recriminó.

—No, no, solo que al verte así me he dado cuenta... —susurró Adrien—. Jamás pensé que vivir con alguien podía llegar a ser tan cálido.

Marinette apretó aún más el abrazo.

—Que sepas que no te has librado de darme muchas explicaciones.

Junto a ella, Adrien volvió a reír.

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Fecha original: 8 de febrero de 2020