Rasasvada quimérica
Superstición elegida: Doce uvas de fin de año.
Palabras: 436
Alicia es escéptica con una de las tradiciones quiméricas que lleva realizando desde que tiene memoria con su familia. Sus explicaciones lacónicas solo quitan fe y siembran duda.
¿Pero por qué creer que una docena de uvas hará de las suyas?
Alicia observa la copa que tiene entre manos mientras que puede ver el reloj en el último minuto del año a través del cristal. Se preparó para atragantarse con doce uvas en menos de un minuto y cuando comenzaron los vítores, los fuegos artificiales y el confeti, colocó la primera uva sobre sus papilas gustativas.
Uno. Dinero. ¿Lo más importante? No lo sabía con exactitud, pero permitió que aquella floraina fluyera.
Dos. Felicidad. Se limitó a masticar, evitando pensar en la pandemia mundial, la delincuencia, las discusiones, los crímenes. ¿Acaso todas las personas que ya no celebraban el nuevo año se les había olvidado pedir felicidad en las doce campanadas?
Tres. Amor. Su filofobia río con ella, prefería pasar su vida entera en la oscuridad a tener una pareja. Su risa burlona era muestra de lo segura que estaba de que aquel próximo catorce de febrero la pasaría igual de sola que el año pasado.
Cuatro. Trabajo. ¿Sin trabajo cómo pagaría las facturas? Mientras masticaba se consideraba una nefelibata por pensar que una fruta le concedería el trabajo de sus sueños.
Cinco. Conocimiento. De algún lado debe estar la justificación para el trabajo, ¿no? Sin embargo, ¿cómo obtendría esa inteligencia?
Seis. Dinero. Con tan solo pensar en cómo obtendría aquel intelecto hacía que le sonaran sonidos de caja registradora en la cabeza, necesitaba más dinero.
Siete. Amor. Conociendo su sapiosexualidad, no le sería extraño que comenzara a enamorarse de uno de sus compañeros al verlo resolver correctamente un binomio al cuadrado perfecto.
Ocho. Amor. ¿Cómo enamorarse con su exceso de misantropía? Necesitaba ayuda, un milagro del nuevo año.
Nueve. Dinero. ¿Y si su enamoramiento apodíctico la llevaba al consumo desaforado? Necesitaría una cantidad miríada de billetes para sobrellevarlo.
Diez. Dinero. Comenzaba a atragantarse, su mente preocupaba perturbaba y corrompía sus pensamientos, o tal vez solo dejaba en evidencia su deseo del corazón.
Once. Dinero. ¿Dónde quedaba la bonhomía en la penúltima campanada?
Doce. Dinero. El tiempo se acababa, el masticar en su boca era imposible. Hubo un momento donde ya no sentía su respirar y su falta de oxígeno se evidenciaba en el color de sus mejillas.
Se hincó en el suelo, mientras su familia se acercaba a auxiliarla. Fue cuando se percató de que había olvidado pedir una sola cosa en aquellas uvas: Salud.
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