Despertó con el monótono canto de los pájaros.
Se desperezó.

El sol entraba deslucido por entre las cortinas.
Se asomó a la ventana y vio un parque sin personas, aunque las flores llenaban de colores anodinos los árboles y algún arriate descuidado; mientras, transeúntes y vehículos ocupaban aceras y vías, en un devenir rutinario.

Niños, en grupos de diez, recorrían silenciosos y ordenados su camino a los centros educacionales.
Al año siguiente a él le tocaba donar esperma para una remesa de nuevos obreros.

Suspiró caminando hacia su trabajo, aunque se detuvo un momento a mirar el cielo, de un azul banal.

Llegó hasta el almacén de componentes eléctricos, donde desarrollaba su labor. Saludó a los compañeros y compañeras, personas simples como él mismo.

El almuerzo, parada imprescindible e insulsa, discurrió igual que las precedentes, y seguro que como las venideras: cada uno en su asiento, sin conversar más allá de la cortesía.

La vuelta a casa fue pura desidia; lo habitual.

Después de ducharse y cenar, cogió el Manual del buen ciudadano, no estaba de más repasar sus obligaciones.
Hastiado se fue a la cama, recibiendo el brillo mortecino de la Luna.

Se durmió añorando, sin saberlo, un mundo donde valiera la pena vivir por alguien.

                                         209 Palabras