35. Manos de cristal
Manos de cristal
Le tomó las manos de cristal frías, las abrazó en un nido cálido y les rezó tres oraciones suaves. El susurro de su voz envolvió la frialdad de su emoción y la arrastró en un espiral hiriente de recuerdos helados.
Él trato de no romperlas, las tocó con un cariño inhumano, aquel que nunca se le fue mostrado; pero su cristal era débil y sucumbió ante la emoción, y así se rompió.
El filo de cristal le hirió la mano, la sangre abundó y se introdujo en las hendiduras de su mano, quedando marcado de por vida por un cristal opaco. Ella lo miró, con un odio que no merecía, lo arrastró con su rencor y le hirió hasta los cimientos de su pureza.
El tiempo pasó y él pidió su perdón, una disculpa inútil para un acto indeleble de una mujer jodida. Su orgullo aceptó y él la besó. Aquel cínico beso le terminó por cortar la lengua y así, su amante quedó mudo.
Con el tiempo, dejó de sentir. Ella sabía que sucedería, tarde o temprano su cristal se incrustaría y él también tendría tan fría sus manos como ella. El odio lo poseería hasta que se sobrepusiera a su empatía, allí y solo allí, sentiría algo y de ello se amarraría toda la vida:
Del ferviente sentimiento de ira.
Creado en diciembre del 2021
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