34. Los espinos
Los espinos
Después de tanta vida aprendes a vivir.
Eso decía mi padre, luego le pregunté cuántos años tomaba aquello y no recibí respuesta. En ese momento, llevado por la melancolía no insistí. Ahora, vuelvo a aquella pregunta y me doy cuenta que su silencio no era más que el ruido de la ignorancia. No sabía la respuesta y lo más probable, deseaba conocerla.
Murió de una forma extraña: entre espinos. En casa, una vieja cabaña con forma alargada donde se hallaba un huerto y a un lado, un puñado de espinos. No eran venenosos, por ello él no los quitó, solo advertían al mundo de su existencia con aquellas espinas molestas que impedían guardar mis secretos en tierra.
«Son inofensivas, dijo él». Yo no contesté, pero pensé «en sí mismo, todo lo parece». Hasta yo lo aparento y no me diferencio de aquellos espinos.
Vuelvo al día de su muerte y me encuentro con el sonido de la lluvia. Las gotas caen de forma violenta y convierten todo en el escenario perfecto para una desgracia inminente. Desde entonces, te das cuenta que las desdichas suceden cuando el cielo resplandece en un relámpago de advertencia y éste generalmente será cómplice del infortunio, y no solo su espectador.
El brillo del relámpago fue el que cegó a mi padre quien insistía en reparar las goteras, mientras yo me quedaba en cama por mi inesperada fiebre. Él grita, pero el sonido queda opacado por la lluvia y pienso que es creación de mi mente agotada. Luego cae en las espinas y estas lo envuelven con su aliento, penetran su cuerpo y saborean su sangre envejecida.
Su lucha por liberarse termina con su vida, resbala con el lodo y cae boca abajo a ellas. Las espinas acarician su cuello y sin aviso ni piedad, surcan su garganta en busca de sangre. Pasados unos minutos, muere desangrado; sin pedir ayuda, sin un grito lastimero, ni lamentos innecesarios. La lluvia cae con más fuerza y si pudiera hablar recitaría un poema: «humano triste que se une a los espinos, prométeme tu agonía y llora por tu asesino».
Al día siguiente, ya en la tarde cuando me hallé lo suficientemente recuperado como para levantarme lo busqué hasta verlo postrado allí, mirando el barro rojizo. El asombro cosió mi boca y de ella solo salieron lastimeros sollozos que quemaron mi garganta. Lo volteé lentamente y observé el rio de sangre que salía de sus ojos cortados y el cuello perfectamente rasgado. Aquello jamás pudo ser hecho por espinos, pero lo hizo.
Después de tanta vida aprendes a vivir. Desde ese día, comprendí que nunca aprendes a vivir, solo vives de manera incorrecta y fatal.
Repetí en voz alta, recordando la imagen de su rostro que hasta el de día de hoy me persigue cada vez que cierro los ojos.
—Eso escribió, al final de la nota, esa frase.
—¿Perdone?
—Justamente eso, luego se acaba el diario —susurra el psiquiatra ojeando esa pequeña libreta azul—. Fue un suicidio horrible.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top